Son jóvenes y con talento, y en algunos casos han tenido que remar a contracorriente de las prácticas establecidas, pero todos luchan por conseguir que la tierra que trabajan se exprese en sus elaboraciones. Esta es la segunda parte de la serie sobre los protagonistas del futuro de Rioja.
Original y valiente son dos adjetivos que describen con bastante exactitud el proyecto que esta treintañera con aspecto juvenil ha puesto en marcha en Rioja. Aunque oriunda de Logroño, no proviene de una familia de bodegueros o viticultores, como suele ser frecuente entre los que se dedican a este oficio, pero le fascinaba tanto este mundillo que se lanzó a la aventura de aprender viajando tras estudiar enología. Tiene experiencia en bodegas de Burdeos, Chianti (Italia), Marlborough (Nueva Zelanda), California y Priorat, donde trabajó como enóloga antes de instalarse en Rioja y elaborar su primera añada en 2012.
De su paso por estas regiones vinícolas se quedó con la manera artesanal y poco intervencionista de trabajar, una filosofía que ella aplica a los dos vinos que elabora en una bodega alquilada en Villabuena y que nacen de cepas plantadas en vaso a 650 metros de altitud entre Labastida y Rivas de Tereso, en las faldas de la Sierra de Toloño, que es el nombre de su proyecto.
De momento no se plantea tener su propia bodega. Tampoco puede permitirse comprar viñedo, pero está muy satisfecha con las 8,5 hectáreas de tempranillo y viura que tiene arrendadas al viticultor que las cuida y con quien comparte la idea de cómo trabajar para conseguir vinos frescos y concentrados en esos suelos arcillo-calcáreos asentados en la roca de la sierra.
Sólo sulfata en el viñedo y antes de embotellar y trabaja con levaduras autóctonas pero lo realmente novedoso es que a partir de la añada 2013 fermenta su vino en ánforas, una práctica inusual en esta zona donde la madera es la reina de las bodegas. No le importa salirse de la norma. Hizo la prueba de fermentar en barricas abiertas de 500 litros pero le convence más la porosidad del ánfora para conseguir el estilo de vinos que a ella le gustan.
En la actualidad Sandra comercializa dos vinos: Sierra de Toloño Tempranillo (11 € en España, desde 16 € en Winesearcher, 30.000 botellas máximo) es un tinto fresco y amable sin demasiada complejidad, pero con agradables notas de fruta roja y buena acidez que reflejan bien su origen. Sierra de Toloño Viura (9,5 €, 3.000 botellas) es un vino fresco y vivo con notas de flores blancas y paso de boca elegante y prolongado que pertenece a esa nueva hornada de blancos con gran personalidad y complejidad que se están empezando a ver por Rioja.
Su nuevo proyecto, para el que sí que utiliza barricas de roble francés, es un vino elaborado con tempranillo de viñedo viejo con una crianza de 12 meses y que saldrá al mercado próximamente.
Los hermanos Arturo y Kike de Miguel están convencidos de que el futuro —y el presente— pasa por volver a las raíces. De familia de viticultores, su padre Roberto, un hombre de mirada honesta y pocas palabras, trabajó el granel en Artuke hasta 1991, año en el que pasó a embotellar los vinos para venderlos en el País Vasco. Cuando se incorporaron sus hijos Arturo en 2003 y Kike en 2010, decidieron hacer un estudio minucioso de los suelos de sus parcelas —situadas en las zonas de Baños, Ábalos y San Vicente de la Sonsierra— para ver qué daban de sí y centrarse en elaborar vinos que reflejaran ese origen.
Conscientes del patrimonio que les ha tocado gestionar, trabajan para conservarlo, no para transformarlo, de ahí su empeño en cultivar sus 22 hectáreas de viñedo en vaso, como se hacía antes, incluso los de nueva plantación. “Las ayudas gubernamentales van más a la espaldera porque se puede mecanizar y sacar más rendimiento, pero resiste peor el estrés hídrico que el vaso”, explica Arturo, de 33 años, mientras nos muestra una de sus parcelas al abrigo de la Sierra Cantabria. “Me da pena que desaparezca el viñedo antiguo o en vaso para ser sustituido por la espaldera”.
Esa nostalgia no se queda solamente en un lamento sino que los hermanos la canalizan mediante la recuperación de viñedos como La Condenada, una parcela abandonada con suelos de arena y subsuelo de arenisca que adquirieron en 2012 y que está plantada con viñas viejas de tempranillo, graciano, garnacha y algo de cagazal o calagreño (similar a la palomino fino). Tras mucho trabajo de campo, como prueban las fotos colgadas en su perfil de Facebook, la primera añada de este vino verá la luz en breve. Un vino elegante y muy personal, que a Arturo le recuerda a un mencía joven y que pasará a formar parte de su gama de vinos de parcela.
Esa actitud de ir a contracorriente, en busca de terruños diferentes, la deben de haber heredado de su abuelo, quien allá por 1950 tuvo la visión de comprar una parcela de casi tres hectáreas en una terraza a 550 metros del altitud con vistas sobre el río Ebro. A las gentes del pueblo de Baños, donde se encuentra la bodega familiar, les pareció una locura plantar en esta finca tan poco productiva y asentada sobre suelos de arena, gravas y tres veces más de cal que la media de la zona; de ahí el nombre de Finca de Los Locos, con el que han bautizado al vino (20,60 € en Enterwine).
Elaborado con tempranillo (80%) y graciano (20%) injertado con selección masal, los hermanos De Miguel utilizan levaduras autóctonas para fermentar el vino en depósitos de acero inoxidable y envejecerlo en barricas nuevas y usadas de 500 litros. La nueva añada 2013, que saldrá al mercado en mayo, ofrece una nariz más fresca que la 2012 con notas de fruta negra y tiza y un marcado perfil mineral.
K4 (32,95 € en Vinissimus) completa, de momento, la terna de los vinos de parcela. Con este vino, del que apenas hay 900 botellas, buscan reflejar la frescura de la finca de la que proviene, plantada en 1951 sobre suelos arcillo-calcáreos en el término de Ábalos y situada a 660 metros. La añada 2013 es un coupage de tempranillo (75%) y graciano (25%). Presenta aromas de violetas y frutas negras engarzados con unos taninos sedosos y elegantes y gran sutileza.
Su gama de vinos de pueblo incluye dos etiquetas: Artuke (5,20 € en Vinissimus) y Pies Negros (8,10 € en Decántalo), que aporta aromas balsámicos y de monte bajo con un tanino concentrado.
Como a Arturo le gustan los retos, se ha embarcado en un proyecto nuevo en El Cerro de las Mulas, una zona azotada por el viento en las faldas de la Sierra Cantabria a donde antes se solía traer el ganado. La finca, a 730 metros de altura en el término de Samaniego, tiene suelos de arcilla y cal y muchas piedras en superficie. Las cepas son de tempranillo y las más viejas tienen 20 años; el resto lo va plantando poco a poco, con postes, y aplicando pautas biodinámicas. El resultado se verá en el futuro, pero seguro que el abuelo estaría orgulloso.
David es uno de esos viticultores que hacen el vino en su viñedo. Esta frase, que en boca de algunos productores no va más allá de ser una estrategia de marketing, es realmente la filosofía de este ex jugador de rugby criado entre Vitoria y Elvillar, una de las zonas más elevadas de Rioja Alavesa y donde su familia lleva trabajando el viñedo durante varias generaciones.
Caminando por las viñas, David explica con pasión los distintos tipos de suelos, exposiciones y alturas de sus fincas y cómo intenta transmitir esas características a sus vinos. Por filosofía y convicción, cultiva en ecológico desde que se instaló por su cuenta en 2006. Además, está en proceso de obtener la certificación biodinámica Demeter y sigue las pautas de esta disciplina.
Busca calidad, no cantidad. Sus rendimientos no superan los 3.500 kg/hectárea y solo trata sus viñas con azufre y suero de leche, aunque eso le suponga ser considerado “el peor viticultor del pueblo” entre algunos de sus vecinos. Y es que David, a punto de entrar en la cuarentena y formado como ingeniero agrónomo y enólogo, apuesta por volver a las prácticas que su abuelo viticultor hacía por intuición, esas que la generación anterior a la suya desaprendió en favor de la modernidad.
De momento alquila una pequeña bodega en Elvillar a la espera de que las lentas ruedas de la burocracia le otorguen los permisos necesarios para empezar a construir en una de sus fincas del pueblo. Su idea es edificar una bodega de trabajo, pero integrada en su entorno, en la que quiere instalar depósitos de hormigón, ganar espacio para sus tinas y barricas de 500 litros de roble francés y tener animales para trabajar sus viñas, en las que cultiva exclusivamente variedades autóctonas, que producen una interesante gama de vinos de indiscutible personalidad, la mayoría vinificados con raspón, fermentaciones naturales y extracciones suaves. Busca armonía y equilibrio, y se inspira en el número aúreo Phi, que representa la proporción suprema, de ahí el nombre Phincas de muchos de sus vinos y la h intercalada en otros.
Bajo el nombre de Bodegas Bhilar (una adaptación de Elvillar en euskera) está su producción de Rioja, con referencias que no superan individualmente las 10.000 botellas. Lágrimas de graciano (6 €, 11 € en Winesearcher) es el único monovarietal de la gama y pasa 12 meses en depósito. Está elaborado con uvas compradas, igual que una parte de Bhilar Plots (10 € en Luxury Vintage), un coupage con predominio de tempranillo y 14 meses de barrica. Junto con Bhilar Plots Blanco (10 € en Luxury Vintage), elaborado con viura y garnacha Blanca, son sus vinos más económicos y populares de Rioja (tiene alguno más en otras zonas) y los que le ayudan, dice, “a tener tiempo” mientras hace un gesto con los dedos que indica “respiro en el bolsillo y liquidez”.
DSG Phincas (70% Tempranillo, 15% Graciano, 10% Garnacha y 5% Viura, 17,50 € en Decántalo) sigue la filosofía de un vino de parcela y se muestra complejo y fresco, con aromas de frutos negros frescos y tanino elegante. Phinca Abejera (32,15 € en Vinissimus, 2.000 botellas) es un vino que no deja a nadie indiferente. El coupage de tempranillo y graciano (40% de cada) y garnacha y viura (10% cada una) procedentes de una finca con orientación a poniente y suelos calcáreos producen una nariz muy sugerente, con potentes aromas a romero y gran expresividad en boca. Completan la gama de tintos Phinca Lali (40,65 € en Vinissimus), elaborado con uvas de una finca plantada en 1910 y Vuelta de Terca (29,90 € en Gourmet Hunters) un tempranillo del que solo comercializa 1.500 botellas.
La gama de blancos es la preferida de David. Además de Bhilar blanco, en Rioja elabora Thousand Mils (34,65 € en Enterwine), un mestizaje de variedades —de ahí el nombre, que en inglés quiere decir “mil leches”, aunque el Consejo Regulador le obligó a cambiarlo porque los nombres de “alimentos” no están permitidos— de viñedos de 50-60 años de sus fincas Abejera y Lali; y Terca (29,90 € en Gourmet Hunters), con crianza de 12 meses, fino y con un ligero toque oxidativo.
Inquieto y con talento, a David le gusta descubrir nuevos terruños y se ha aventurado más allá de su zona de confort. Bajo el nombre de DSG Vineyards produce vinos en Navarra, Sierra de Salamanca, Rías Baixas y Valencia. Comparten un común denominador con Rioja: variedades locales, intervención mínima y vinos que expresen su origen.
Como miembro de la saga Palacios de Alfaro —es sobrina de Álvaro y Rafa— lleva la viticultura y el vino en la sangre, pero ha sido su inquietud por aprender y su trabajo en diversas regiones vinícolas del mundo lo que llevó a Bárbara a crear su propia bodega y a elaborar Barbarot, un vino inusual en Rioja por su aporte de merlot como acompañante de la tempranillo.
De formación bordelesa y espíritu viajero, ha trabajado en bodegas tan míticas como Château Margaux, Château Pichon Longueville Baron en Médoc o Robert Mondavi en Napa así como en otras de Australia, Nueva Zelanda, Italia, Chile y Argentina. Todas le han aportado algo, pero destaca la huella que le han dejado tres en particular. “Tuve la suerte de empezar en el mundo del vino trabajando en Château Margaux, donde aprendí lo importante que es la viticultura y la calidad de la uva; en Robert Mondavi, donde te das cuenta de lo diferente que es hacer vino en el nuevo mundo; y en Pulenta Estate en Mendoza, una bodega que me hizo darme cuenta de que realmente era capaz de montar mi propia bodega”, explica Bárbara.
Toda esa experiencia se la trajo de vuelta a Rioja, donde comenzó a trabajar un viñedo comprado por su abuelo y plantado en 1990 por su padre, Antonio Palacios Muro, tras salir de Bodegas Palacios Remondo. “Quizás el menos mediático de los Palacios”, explica Bárbara, “pero toda su sabiduría y experiencia en el mundo del vino son un gran respaldo”.
A Antonio, los suelos calcáreos y con pH bajo de esta viña a 450 metros de altitud en los Riscos de Bilibio en Haro le recordaron a los de Pomerol donde estudió, así que decidió cultivar tempranillo y merlot, aprovechando que la denominación había abierto la puerta a la plantación experimental de variedades bordelesas. Desde 2005 y con apoyo paterno, Bárbara se ocupa de la viña, que hoy en día se extiende sobre 4,5 hectáreas aunque tiene en mente plantar otra hectárea más de tempranillo para expandir su gama con dos vinos más.
La elaboración de Barbarot —una combinación de su nombre y el de Merlot, su variedad favorita y el nombre de su simpático Golden Retriever, mascota de la bodega— se hace en una nave en Briones, donde tiene instalados los depósitos de acero inoxidable en los que fermenta el vino.
La crianza, en barricas de roble francés y americano durante 24 meses, tiene lugar en una coqueta bodega de piedra del siglo XVII en Ábalos, que cuenta hasta con lagar y prensa antiguas. El resultado es un vino fácil de beber, con presencia de fruta madura y regaliz, un toque licoroso, notas tostadas y de tabaco, taninos pulidos y paso de boca amable. De este Barbarot 2007 (entre 15 y 18 €) ha elaborado unas 1.500 botellas pero su idea es subir la producción para poder abastecer a sus mercados, que son principalmente La Rioja e Inglaterra, donde lo importa Laithwaites, uno de los grandes vendedores de vino de aquel país.