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1. Roberto Oliván. 2. Olivier Rivière. 3. Pedro Balda. 4. Tom Puyaubert. 5. Javier San Pedro. Fotos cortesía Pedro Balda y Tom Puyaubert; Yolanda Ortiz de Arri y Amaya Cervera.

Personajes

Rioja: así son los nuevos elaboradores (I)

Amaya Cervera | Miércoles 08 de Abril del 2015

¿Pueden unos pocos miles de botellas iniciar una revolución? Probablemente no, pero algo está cambiando muy despacio en Rioja si nos fijamos en la nueva generación de pequeños elaboradores que ha surgido en los últimos años. Ante la imposibilidad de acometer financieramente un proyecto de bodega de cierta envergadura, sus vinos y sus pequeñas historias son el resultado de sus propias circunstancias personales, su capacidad para identificar la singularidad de ciertos viñedos o áreas de la denominación y su particular visión y pasión por el vino. De todo ello surge una diversidad de estilos y propuestas que enriquecen notablemente las posibilidades de nuestra región vinícola más famosa y aportan nuevo material al debate sobre el futuro de la denominación en lo que a variedades, terruños o prácticas de elaboración se refiere.

Roberto Oliván y los replanos de Viñaspre

Tiene 32 años, energía a raudales y las cosas tremendamente claras. La primera, el apego a su tierra y a las viñas de su pueblo, Viñaspre, una pedanía de Lanciego (Rioja Alavesa) situada en el extremo oriental de la Sonsierra con unas características muy definidas: gran altitud (620 metros) y viñedos ubicados en replanos o formaciones llanas en lo alto de la montaña con característicos suelos de margas calizas y areniscas que otorgan una personalidad propia a sus Tentenublo

Un loco del ciclismo en su primera juventud, empezó a trabajar las viñas familiares a los 16 años cuando a su padre ya no le fue posible atenderlas. “En las barras y los bares de los pueblos he aprendido muchas cosas y también con mi tío de 72 años”, explica. Después de hacer de enólogo en distintas zonas y bodegas sintió que era el momento de volver a casa y crear un proyecto propio con las uvas que antiguamente se vendían a conocidas firmas de Rioja. No se preocupa de mandar vinos a las guías, pero siempre está dispuesto a recibir visitas incluso, como en nuestro caso, al día siguiente de haber sido padre.

Tampoco se casa con ninguna práctica ni estilo. Ha probado, por ejemplo, los preparados biodinámicos para tener la experiencia de cómo funcionan, pero se siente más cómodo dentro del cajón que él mismo define como “viticultura tradicional de observación” con uso de cobre y azufre. También ha renunciado a labrar con animales: “Hoy, para hacer un fardo de paja que alimente a un caballo durante 15 días se gasta más gasoil del que uso yo con mis dos tractores en la viña”, concluye. 

Después de recorrer algunas de sus 22 parcelas (7,5 hectáreas en total), se nos graban dos frases: “Hay que quedarse en un sitio” y “El viticultor tiene que tener tiempo”. Quizás por eso ha cambiado completamente su idea sobre Las Guillermas, uno de sus vinos de parcela que vinificó  inicialmente sólo con tempranillo, pero al que luego incorporó la viura de la parcela colindante (y que representa hasta el 40%) para hacer un tinto especialmente original y marcado por una notable acidez que requiere desarrollo en botella. O por eso está injertando y creando nuevas viñas para dejar “un legado” vitícola.

Creadas por el equipo logroñés de Calcco, las etiquetas de sus vinos son especialmente impactantes (y premiadas ya). Cuenta Oliván que tras la primera reunión con la agencia, le mandaron de vuelta a casa a buscar un nombre original y una historia que contar. Volvió con Tentenublo, el antiguo repique de campanas con el que se ahuyentaban las nueves de granizo en los pueblos de Rioja. Bajo esta marca elabora 10.000 botellas de un tinto fresco, vivaz y de gran recorrido y un blanco aún más escaso (poco más 1.300 botellas) con unos pocos meses de barrica y base de malvasía con viura y alguna otra variedad mezclada en las cabezadas de sus viñas viejas. Ambos se encuentran en el entorno de los 14-15 €.

La línea Escondite del Ardacho (en honor a un tipo de lagarto local que se personifica en la etiqueta y con precios por encima de los 30 €) se centra en parcelas concretas de material vegetal antiguo, con producciones minúsculas que en ocasiones no superan las 1.000 botellas. Hay dos garnachas que no hacen maloláctica: la jugosísima El Abundillano (unas 1.300 botellas, parcela de menos de una hectárea con un 9% de tempranillo y algo de malvasía) y la muy larga y elegante Las Paredes (sólo 0,37 ha. y también con algo de tempranillo); además de Las Guillermas de la que hablábamos más arriba. Los vinos de Roberto Oliván pueden encontrarse en Lavinia y Gourmet Hunters o vía Wine Searcher.

Olivier Rivière: un francés con amplitud de miras 

La familia de Rivière es originaria de Cognac. Olivier llegó a España en 2004 para trabajar con Telmo Rodríguez aunque dos años después ya empezó a comprar uvas por su cuenta. De ahí ha pasado a elaborar con variedades de distintos lugares de Rioja; ha iniciado un proyecto en Covarrubias dentro de la DO Arlanza; y aprovechando su asesoría enológica para Laderas de Montejurra ha comprado un viejo viñedo que está recuperando cerca de Dicastillo (Navarra) del que sólo ha elaborado en 2010. En total, unas 90.000 botellas repartidas entre las tres denominaciones.

En Rioja asesora a Bodegas Lacus en Aldenaueva de Ebro y trabaja también con uvas de esta zona para el Rayos Uva (6,95 € en Enterwine), que es un coupage relativamente atípico de graciano y tempranillo a partes iguales. Desde 2013 cuenta con una hectárea y media de viñedo propio y dos más arrendadas en Laguardia. Aunque elabora también el blanco Jequitibá, su etiqueta estrella de la zona es Ganko (20,50 € en Decántalo), centrada ya desde la cosecha 2009 en las garnachas de Cárdenas en el valle del Alto Najerilla y que a menudo llevan un acompañamiento de en torno al 10-15% de mazuelo. El concepto es el de un vino de pueblo. El nombre viene del apodo que le puso su importador japonés, que quiere decir “cabezota” en su idioma.

“Me quedé aquí –cuenta Rivière– porque empecé con la garnacha. En esta zona se comporta de una forma muy floral; es una garnacha muy atlántica que se puede parecer a una pinot noir, pero quizás algo más delicada”. Olivier vinifica esta variedad con raspón para darle más relieve. Su idea es conseguir “un vino que parece más ligero pero que realmente no lo es y con un toque de frescor cuando menos te lo esperas; al final trato de conseguir vinos menos monolíticos”. También es partidario de usar niveles bajos de sulfuroso (sus vinos están entre 40 y 50 grs./litro en tintos), pero añade un poco en vendimia, durante la crianza si es necesario y antes del embotellado. “Hay que poder garantizar vinos sin defectos”, afirma. 

Al principio casi todas sus etiquetas se iban a la exportación. Ahora está trabajando más el mercado nacional donde ya coloca el 20% de su producción.

Pedro Balda o la moderación en los vinos naturales 

Hijo y nieto de viticultores de San Vicente de la Sonsierra, Pedro Balda, 32 años, odiaba la viña porque su padre le llevaba desde pequeño: “Cuando en verano mis amigos iban a la piscina, yo iba a desnietar o a quitar piedras”. Quería ser arquitecto pero el dibujo artístico no se le daba bien y, al final, se decantó por una ingeniería agrícola: “Me quedé prendado en clase de viticultura porque no tenía nada que ver con lo que había conocido y me di cuenta de que quería dedicarme a esto”. Hizo vendimias en Chile y California y pasó medio año en Australia, nada menos que en Henschke (“lo mejor que me ha pasado en la vida”), donde también hizo una escapada a Nueva Zelanda que le puso por primera vez en contacto con los vinos naturales. 

De regreso a España en 2008 se dedica a la docencia y a preparar su tesis junto al experto en variedades de uva Fernando Martínez de Toda, aunque paralelamente inicia su pequeño proyecto con una viñita de media hectárea, el majuelo de Larrad, plantado por su abuelo con tempranillo y algunas cepas salteadas de viura. “Cuando empiezo a hacer vino en casa –cuenta–, busco hacer lo contrario de lo que se cuenta en la Universidad; a ver si sale y si sale, cuánto dura”. Puerta con puerta porque es vecino de sus padres, tiene un apoyo de primera línea en Abel Mendoza, el vigneron riojano por excelencia y para Pedro “mi maestro al que hago mucho caso, también de cosas que me pasan en la vida”. En lo que respecta al vino, uno de los mejores consejos que le ha dado es que no hay que tener prisa. Así que Balda deja que los vinos vayan a su ritmo, aunque las malolácticas acaben en septiembre del año siguiente. 

En realidad elabora dos vinos fruto de dos pasadas por la viña. En la primera se recogen los racimos más sueltos que se desapalillan a mano (“grano a grano” como también es habitual en un par de vinos de Abel Mendoza) y en la segunda los más compactos que pasan por la despalilladora. El primero es el Vendimia Seleccionada, del que sólo se hace una barrica (“la finura del tanino del desgranado a mano no la he conseguido con nada”), y el segundo el llamado Cosecha. La mayoría de sus escasas botellas se exportan; en España se pueden encontrar en el Celler de Can Roca y en el restaurante La Cigaleña de Santander.

En viticultura no le gustan las etiquetas y considera que no es ni bío ni ecológico, aunque lo primero que hizo como coordinador del módulo de viticultura del Máster de Enología y Viticultura de la Universidad de la Rioja, fue incluir un módulo de biodinámica en el temario. Reconoce que trabajar sin sulfuroso “tiene muchos riesgos y hay que asumirlos”. De hecho, confiesa que alguna barrica se la ha estropeado. Sin embargo, derrocha kilos de sensatez: “Hago vino, no milagros”, concluye.

Tom Puyaubert: de la tonelería al vino

Cada vez hay más elaboradores extranjeros trabajando en España. El francés Tom Puyaubert estudió agronomía y enología en Burdeos y llegó a Rioja para hacer prácticas en una gran tonelería francesa. Le cautivó la Sonsierra, vio el gran potencial de la zona y a medida que iba conociendo a distintos viticultores se decidió a elaborar. 

Trabaja con unas 14 hectáreas de viñedo alquilado, algo en Rioja Baja (Monte Yerga) pero la mayor parte está en Ábalos, donde busca plantaciones tradicionales en vaso; unas 22 parcelas de las que salen entre 60.000 y 70.000 botellas, y cuidando de hacer él mismo las tareas más importantes de campo (poda en verde, aclareo de racimos o vendimia). 

Con 500 bodegas y unos 16.000 viticultores, Puyaubert cree que el viñedo en Rioja ha sido fundamentalmente un negocio. Su visión de la denominación es la de una región en la que conviven bodegas clásicas históricas con firmas de estructuras relativamente grandes aparecidas en la segunda mitad del XX (los Artadi, Roda, Finca Allende…) y una nueva generación de pequeños elaboradores como él que intenta profundizar en el territorio.

Elabora en una bodega funcional situada en un pequeño polígono industrial de Laguardia, donde se ve claramente su preferencia por el cemento no revestido y los tinos de madera para fermentar, aunque también trabaja alguna garnacha en inoxidable. Su tinto de entrada Bozeto (50% Garnacha, 40% Tempranillo, 10% Graciano, 5,95 € en Decántalo), frutal, balsámico, goloso y hasta un punto sexy ofrece buena relación calidad-precio. La línea Horizonte de Exopto incluye un expresivo blanco de viura con algo de garnacha y malvasía fermentado y criado en barrica (11,10 € en Vinsissimus); y un tinto de tempranillo, garnacha y graciano de fruta muy viva, toques balsámicos y buen equilibrio (13,95 € en Vinissimus). El top Exopto es una base de graciano de Rioja Baja voluntariamente sobremadurado con 30% de tempranillo y 10% de garnacha, una propuesta más extrema, concentrada y mineral (31,90 € en Vinissimus). En su caso, el  80% por ciento de la producción también se va fuera de España. 

Javier San Pedro: el vino en las venas

Todavía no ha cumplido los 30 años, pero pertenece a una gran saga de viticultores y elaboradores de Laguardia y ha mamado el vino desde que, tal y como cuenta en su web, limpiaba la bodega de su abuelo con cinco años y elaboró su primer vino en la bodega de su padre (Vallobera) con 17. Su proyecto personal se abastece de siete hectáreas propias y otras 46 de uno de sus primos. Casi todas están en Laguardia salvo dos hectáreas de la familia de su mujer en Lanciego. Acaba de empezar, pero está creciendo tan rápido que probablemente tenga que abandonar muy pronto las instalaciones familiares para instalarse por su cuenta. 

Habiéndose criado en un entorno con gran olfato para los vinos de relación calidad-precio, parece haber dado en la diana con una serie de etiquetas de gran público que le están dando la estructura financiera para avanzar en su proyecto de vinos de pago. Fundamentalmente Anahí (por Ana Isabel, su madre, 7-8 €), un blanco de malvasía, tempranillo blanco y sauvignon blanc con 40 grs. de azúcar residual que ya va por las 150.000 botellas y es un fijo en el tapeo en Logroño; y también los Cueva de Lobos, elaborados a partir de los viñedos más jóvenes y que se comercializan en versión de maceración carbónica (por debajo de 5 €), crianza (7,5 €) y blanco.

Su trabajo, sin embargo, se centra fundamentalmente en la gama Viuda Negra, inspirado en la araña del mismo nombre aunque el logotipo de la bodega incluye también las llaves de San Pedro en honor a su apellido. Bajo esta marca elabora un Crianza (86.000 botellas, 8,60 € en Ideavinos) al que se destinan las fincas de más de 30 años propiedad de su primo, lo que añade una cierta mineralidad a este tinto bien construido; Viuda Negra La Taconera (algo menos de 3.000 botellas, 13,90 € en Vinósofos) es su primer tinto de pago procedente de un viñedo de 32 años de su madre, un tempranillo que ofrece el perfil de fruta roja, tensión y nervio característico de Laguardia; mientras que Viuda Negra Villahuercos (16,50 € en Vinósofos) es su particular apuesta por el tempranillo blanco, una variedad que considera de gran potencial y que le ha permitido elaborar un blanco expresivo y con volumen de un viñedo muy joven. 

Javier anuncia que vendrán más vinos de pago en el futuro, algunos de crianzas muy cortas en barrica. En su caso, eso sí, de momento la mayor parte de la producción se comercializa en España.

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