Quel (se pronuncia ‘kel’) es un municipio de unos 2.000 habitantes situado en Rioja Baja, justo entre Arnedo y Autol, en pleno valle del Cidacos. Los edificios se apelotonan bajo una gran peña coronada por los restos de un castillo, un tajo de 100 metros que cierra el paso a los vientos del Norte.
“Aquí se fundó la primera cooperativa de Rioja en los años cuarenta”, explica Javier Arizcuren. El barrio de bodegas delata el ADN vitivinícola de la localidad. Se sitúa en otra de las partes altas del pueblo, en un pequeño cortado que aprovecha la orografía para trabajar por gravedad y con la curiosidad de que las puertas de entrada de uva están en la parte superior, casi como si fueran chimeneas. Pero el panorama hoy es sombrío. La gran mayoría están abandonadas o medio derruidas; otras se han transformado en txokos, pero, en cualquier caso, la tradición de hacer vino se ha perdido. Javier aún tiene la esperanza de poder restaurar la que pertenece a su familia.
Sería, probablemente, el proyecto más modesto de su carrera como arquitecto. Javier ha ido progresivamente orientando su trabajo hacia el mundo del vino: Bodegas Regalía de Ollauri, Finca Los Arandinos en Entrena o, más recientemente, la recuperación de los calados históricos y las bodegas Paternina en Ollauri son algunas de sus obras más conocidas. Para él, vino y arquitectura son pasiones no intercambiables: “Lo que me da la arquitectura no me lo puede dar la viña y viceversa”, asegura.
En 2011, Javier Arizcuren se hizo cargo de la explotación familiar de 16 hectáreas de viña y empezó a calibrar su potencial y el carácter diferencial de los vinos de Quel. En realidad, la estructura agraria del municipio es tan sencilla como su geografía que además se traslada a los toponímicos de uso habitual en el pueblo: El Campo es la zona de valle y cultivo de cereal que se extiende al norte del río Cidacos en dirección hacia el Ebro; al otro lado está Las Viñas, el territorio del vino que enfila hacia las laderas de la sierra de Yerga.
La sierra de Yerga forma parte del Sistema Ibérico, la cadena montañosa que enmarca el valle del Ebro por su parte meridional y que constituye una de las grandes columnas vertebrales del cultivo de la garnacha en España a través de toda la Rioja meridional, Navarra y Aragón hasta su encuentro con la sierra prelitoral catalana a la altura de la Terra Alta en la provincia de Tarragona.
La primera parada, sin embargo, fue en el viñedo del que sale el Solo Mazuelo (25,90 € en Lavinia), un monovarietal de frescura inusitada, especiado, vivaz y de largo recorrido que no deja indiferente. Ocupa apenas una hectárea que plantó hace 33 años el abuelo de Javier. No hay una razón aparente tras la elección de la variedad en esta tierra dominada por la garnacha hasta que en los noventa llegó la fiebre del tempranillo. “En los años ochenta se plantó bastante mazuelo en esta zona; la gente en cierto modo se dejaba guiar por los viveros”, explica Javier. Para él, la clave de esta parcela es el suelo: un terreno arcillo-arenoso, muy pobre y con mucho canto rodado situado en una pequeña meseta bien aireada. Por el ciclo tardío de la variedad hacen abundante deshojado basal para asegurarse una buena maduración de los racimos.
Javier Arizcuren se ha estrenado en el mercado con este vino (1.500 botellas) y su alter ego algo más maduro Solo Garnacha (25,90 € en Lavinia, 2.000 botellas) de la cosecha 2013. Apenas representan una mínima proporción de las uvas que cultiva, ya que está decidido a llevar a la botella solo sus mejores parcelas, al tiempo que intenta adquirir algunas de las viñas tradicionales que quedan en la zona. Las más viejas, entre las que destaca alguna plantación en pie franco en cotas superiores a los 700 metros, son todas de garnacha.
Javier me muestra dos vistas aéreas de esta zona de la sierra, una tomada en 1956 y otra hace unos pocos años, que permiten comprobar la dramática desaparición del viñedo, confinado ahora en pequeñas parcelas aisladas ante el avance del propio monte con su vegetación silvestre y el cultivo de la almendra. Su compromiso, y en este sentido es un buen ejemplo de toda una nueva generación de pequeños productores en España, es conservar esa herencia vitícola y llevar a la botella la expresión de un terruño muy específico de Rioja Baja.
No puedo resistirme a preguntar sobre la arquitectura, a menudo ostentosa, de las bodegas del siglo XXI. “Se han cometido errores”, reconoce. “Es algo común desde finales de siglo XX que la arquitectura se hace para ser consumida por los medios de comunicación o como una escenografía para mayor gloria del arquitecto. Es algo que ha ocurrido en la arquitectura en general y no sólo en la relacionada con el vino”.
Para Arizcuren el mayor problema es que muchos de estos trabajos han perdido el concepto de atemporalidad que está en la base de la arquitectura y aparecen como productos “con fecha de caducidad” o casi “de usar y tirar”.
En lo que atañe a las bodegas “se ha perdido la vinculación con el lugar y la respuesta a las necesidades de un sitio concreto. El ejemplo más básico es el estudio de los vientos de la zona para entender las posibilidades de ventilación natural que existen”.
La mañana acaba con la visita a uno de sus proyectos arquitectónicos de vino: Finca Los Arandinos, en el municipio de Entrena, cerca de Logroño. Concebido como un hotel que se adentra en la bodega –sus habitaciones más especiales están sobre la nave de barricas–, el gran protagonismo es para el paisaje: un mar de viñas siempre visible gracias a enormes ventanales que casi consiguen anular la separación entre espacios interiores y exteriores.
Catando los vinos junto a su propietario Roberto Guillén, hay acuerdo inmediato entre Javier y yo sobre la autenticidad del tinto de entrada de gama de la bodega. Malacapa, cuyo nombre no hace alusión al color sino al paraje que separa Entrena de Navarrete, es una versión ligeramente más sofisticada de los vinos tradicionales del pueblo.
“Con los taninos que tenemos aquí, este vino no puede salir pronto al mercado. El dicho popular decía: ‘Los vinos de Entrena para cuando truena’, porque cuando mejor estaban eran el verano siguiente, en plena temporada de tormentas”, cuenta Roberto. Algunos días después alguien en Rioja me dio una segunda teoría del refrán relacionándolo más con lo idóneos que eran para beber en verano debido a su fresca acidez.
Lo cierto es que esta zona situada a tan solo 12 kilómetros al sur de Logroño pero a más de 500 metros de altitud y enmarcada por las primeras estribaciones de la Sierra de Moncalvillo, ofrece un perfil de vino más frío y menos estructurado; uno de los muchos riojas por descubrir dentro de esta extensísima región que sigue el curso del Ebro a lo largo de algo más de 100 kilómetros.
Entrena, por cierto, también tiene su barrio de bodegas. Se asienta en la ladera norte, la más fresca del pueblo. Ya imaginarán por qué.