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1. Arturo, en el Alto del Ramo con vistas a Baños de Ebro. 2. Paso Las Mañas 3. Primeras etiquetas y un joven Arturo con su padre 4. Vinos parcelarios de Artuke 5. El contraste de etiquetas nuevas y antiguas 6. La Condenada Foto: Yolanda O de Arri

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Artuke: Equilibrio y personalidad propia en Rioja

Yolanda Ortiz de Arri | Miércoles 05 de Diciembre del 2018

La evolución de Artuke se percibe nada más atravesar el portón de entrada de la bodega en Baños de Ebro (Rioja Alavesa). Junto al álbum con fotos de la familia De Miguel descubando depósitos, Arturo, cosecha del 81, tiene unas botellas antiguas con etiquetas que algún día fueron modernas y que contrastan con la imagen actual de sus vinos, mucho más pulida y clásica. Para él, son un recordatorio diario de los modestos comienzos de Artuke. “Así eran las botellas que vendíamos en Vitoria y Bilbao a 1,80 €; a partir de 2005 etiquetamos un Artuke crianza que en 2009 pasó a llamarse Pies Negros y llevaba una contra genérica. Ahora los [diseñadores] de Calcco me han refinado”, bromea Arturo. “Me decían que lo que contaban mis etiquetas era antagónico a lo que eran mis vinos y me di cuenta de que tenían razón”.

Como muchos otros productores de la zona, su padre, Roberto de Miguel, viticultor de cuarta generación, dejó el granel en 1991 para elaborar vinos de cosechero que vendía con su furgoneta en el País Vasco. Recién terminada la carrera de Agrónomos y con un master en enología, Arturo llegó a la bodega familiar en la década de los 2000 dispuesto a poner en práctica lo que había aprendido en la universidad. 

“Yo discutía mucho con mi padre porque él hacía maceraciones de seis días, como se ha hecho aquí siempre. Yo había aprendido que lo bueno era maceraciones largas, 200% madera nueva y en viticultura dejar un racimo por cepa; luego te das cuenta de que salen vinos hiperconcentrados y eso no tiene sentido. La palabra clave es equilibrio”, asegura.

Esa travesía por la época más bling de la enología fue dando paso a un retorno a los usos y formas del pasado gracias también a un estudio de suelos que hicieron en sus parcelas y en el que comprobaron su gran potencial. 

Ahora Arturo y su hermano Kike, que se incorporó a Artuke en 2010 y está más en el campo, trabajan la viticultura como hace 50 años y han vuelto a las maceraciones de seis días (“si en el campo trabajas bien y con rendimientos moderados, no es necesario forzar nada en la bodega”), al hormigón y a las cubas y barricas grandes de 500 y 600 litros, aunque mantienen los depósitos de acero inoxidable. Tampoco renuncian a utilizar la tecnología cuando lo ven necesario, como ha ocurrido este año. “Si metes los vinos muy reducidos al foudre, en el ambiente de la madera se reducen aún más así que hemos puesto un poco de oxígeno en uno de los depósitos”, confiesa Arturo. “Aunque ahora no esté de moda decirlo, es una herramienta que me gusta porque hace el mismo trabajo que una barrica nueva pero sin el aporte de madera”.

Control frente a viticultura hipster

También confiesa que ha utilizado levaduras externas cuando las que llegaban de sus viñas no le gustaban, pero su idea para el futuro es fermentar sus cuatro parcelas —Finca de Los Locos y La Condenada (Baños de Ebro), Paso Las Mañas (Samaniego) y El Escolladero (Ábalos)— con la levadura autóctona de cada una de ellas. De momento, en septiembre cogieron 200 racimos con los que hicieron una micro-fermentación para seleccionar las levaduras que les interesaban y hacer un pie de cuba con el que han fermentado todos los vinos de Artuke de la cosecha 2018.

“Ahora somos autónomos en ese sentido, pero para eso hemos tenido que aplicar la técnica y utilizar un microscopio. A mí no me gusta fermentar con lo que viene directamente del campo. Prefiero seleccionar cada año las buenas y multiplicarlas”, explica Arturo. 

“Es un proyecto chulo pero ahora no se habla de eso. Parece que para ser un viticultor de moda tienes que ser hipster, conducir una furgoneta con la rueda pinchada y dejarte llevar, pero yo creo que lo mejor es tener la capacidad de controlar todo y luego tomar la decisión que consideres necesaria”. 

En ese sentido, alguien a quien Arturo admira es Francesc Grimalt, de 4 Kilos. “Él lee mucho y estudia la microbiología de su suelo y eso hay pocos viticultores que lo hacen. ¿Quién se ha preocupado de saber qué pasa con la raíz en un suelo de arcilla, de granito o de arena? Yo sé que producen vinos diferentes sensorialmente pero no sé qué pasa para que sean diferentes. Nos queda mucho por aprender”.

Lección en la parcela

Arturo y Kike están en esa tarea de aprendizaje en Paso Las Mañas, un viña de 3,9 hectáreas en la ladera más alta de Samaniego que plantaron en 2013 con tempranillo de su Finca de Los Locos y de la que elaboran uno de sus vinos de parcela. 

Tanto Paso Las Mañas como el resto de viñas se cultivan en ecológico y en vaso, pero esta no la pudieron dejar en conducción libre porque el viento, que sopla allí constantemente, les rompió 300 plantas en el segundo año. “Las rompía de la cabeza del injerto, no los pámpanos y decidimos que, o despuntábamos muchísimo o buscábamos otros sistemas. La espaldera no nos gusta [la última que pusieron fue en 2007] así que nos fuimos a Suiza y al Ródano tres veces a buscar alternativas”, explica Arturo. Ahora, el mismo día que hacen la poda en verde, atan la vegetación de cada planta a una estaca con cuerda de pita. “Tenemos este sistema en un viñedo viejo de Baños y allí hacemos la poda y atamos un par de semanas más tarde. Aquí no se puede esperar tanto”, concluye. “Estamos al lado pero el clima es muy diferente. En Samaniego vendimiamos un mes más tarde que en nuestras primeras parcelas”.

Es una diferencia que se nota en los vinos: Finca de Los Locos es más corpulento y maduro, mientras que Paso Las Mañas es más delgado y menos untuoso, aunque con taninos marcados. “Yo le llamo el tanino del frío; cuesta pulirlo más”, comenta Arturo, que ve un parecido con el poco color y tanino potente de los Barolos.

La Condenada es otra parcela en la que están aprendiendo desde 2012, cuando la compraron y la rescataron del abandono. Plantada en 1920 con tempranillo, graciano, garnacha y calagraño (palomino) sobre suelos de arena y vetas de piedra arenisca, los hermanos De Miguel la limpiaron y la recuperaron para hacer otro vino de parcela, en el que fermentan todas las variedades juntas, y del que solo habrá 600 litros este año por los efectos devastadores del mildiu en Baños, donde han perdido unos 10.000kg de uva.

Ahora van a recuperar una esquina de 800m² rodeada de encinas y dos terrazas que se quemaron y en las que todavía asoman cepas con pulgares entre la maleza. “La idea detrás de todo esto es que no se pierda el estilo de viticultura que se hizo aquí”. Para ello, van comprando poco a poco pequeñas parcelas adyacentes a La Condenada que están abandonadas pero que años atrás también fueron parte de la finca, de la que han juntado 7,5 ha. 

“Es un ejemplo de lo que está pasando aquí. Pertenecía a unos padres, sus hijos se van a estudiar fuera, se quedan allí a vivir y cuando los padres mueren, la viña se abandona”, explica Arturo, que ve en la despoblación rural un problema de difícil solución. “Aquí se vive bien pero es duro no tener médico más que dos días a la semana, o tener que ir a Villabuena a la farmacia. Internet ayuda, pero me da pena que mis hijos no tengan amigos para jugar. De 0 a 12 años solo hay unos 15 chavales en el pueblo ”, apunta. Y en otros pueblos más pequeños de la comarca, la situación es aún peor.

Padrinos y Rioja’n’Roll

Acepta que sus hijos quizás no se dediquen a esto, pero la apuesta de Arturo y su hermano por seguir trabajando las 25 hectáreas que tienen es firme. Sí reconoce que preferiría tener la mitad de viña y poder vender el vino al doble de precio que ahora, como mucha gente le anima, pero de momento no se ve capaz de hacerlo. “Por supuesto que este trabajo, gran parte manual, debe tener un precio pero a día de hoy no me veo vendiendo mis vinos de parcela a 200 €”, confiesa Arturo. “No es que no quiera ganar más dinero, pero todo debe tener un engranaje y una consistencia. Parece que un vino, si es de parcela, tiene que ser caro y no es así”.

Arturo apela también al origen de Artuke como un factor importante en la imagen de sus vinos. “Yo siempre me he quejado de que no hemos tenido un padrino. Decir que has trabajado con Telmo Rodríguez, Raúl Pérez o Pétrus ayuda a que la gente confíe en ti, pero en nuestro caso eso no ha ocurrido. Nacimos como cosecheros y nos hemos auto-transformado a base de trabajo, y eso también pesa porque la gente no valora que quieras vender vinos más caros o con mayor valor añadido porque los costes de viticultura sean mayores”. Eso les ocurre sobre todo en el mercado local, pero no quieren renunciar a él porque es un pilar importante de sus ventas. “Queremos seguir vendiendo vino aquí porque es un valor histórico de la casa y porque nos da solvencia”.

Aunque sopesaron la idea de ir a Prowein con el resto de productores de Rioja’n’Roll, no perciben este grupo como un trampolín para conseguir más proyección internacional ni como una herramienta de marketing; se trata más bien de una comunidad de amigos con una filosofía similar. “Intentamos juntarnos una vez al mes para cenar y probar vinos a ciegas y nos organizamos para catas como las de Tim Atkin o la de los Masters of Wine en Logroño esta primavera. En Prowein no nos concedieron el espacio y al final fui con Tom [Puyaubert] y Bryan [MacRobert]”, explica Arturo. “Lo importante es pasarlo bien porque cuanto más convivimos juntos, más a gusto estamos. No se deben forzar las cosas para que pasen”.

Algo que también comparte con el resto de los Rioja’n’Roll en general es su escepticismo hacia la nueva normativa del Consejo Regulador. Ninguno de los vinos de Artuke exhibirá las nuevas etiquetas de pueblo o viñedo singular. “No voy a decir que voy a abandonar la casa de Gran Hermano pero cada vez me siento menos identificado con lo que hacen por todas las pegas que nos ponen. ¿Por qué no puedo poner en todas mis etiquetas el nombre de mi pueblo? Al final tendrán que crear una categoría que se llame Rioja Ilegal para todos los que no nos identificamos con esta clasificación”, se queja Arturo.

La 'desilusión’ de Borgoña

Otra cosa que los hermanos De Miguel tienen clara es que no quieren dejar de ser viticultores para convertirse en “gerentes”. Su modelo de negocio se quedará en 170.000 botellas, 10.000 más de las que hacen ahora. La mayoría (140.000) son de Artuke y Pies Negros, sus dos vinos de pueblo, y el resto son pequeñas producciones de sus vinos de parcela. “Si quieres hacer 300.000 botellas tienes que tener otras dos o tres personas más [ahora tienen dos empleados] y preocuparte por vender para pagar los sueldos”

A ellos les gusta la filosofía de Borgoña, donde un viticultor es capaz de vivir con poco viñedo. “Salvando las distancias porque esto es España y la imagen del vino aquí hay que ir trabajándola poco a poco, es el modelo al que aspiramos”. 

Sin embargo, no todo lo de Borgoña les entusiasma. De todos sus viajes a zonas vinícolas, confiesa Arturo, “la mayor desilusión que me llevé fue en Borgoña, al ver la poca heterogeneidad del paisaje. Me emociona cómo tienen parcelado todo el viñedo, pero me impresionó mucho más Côte Rotie o Hermitage. Creo que, en cuanto al paisaje, la Ribeira Sacra le da un millón de vueltas. Y tampoco me gusta eso de que todo el mundo ahora hace vinos de estilo borgoñón. Yo creo que España tiene que parecerse a España; debemos tener una personalidad propia”.

Poco antes de terminar la visita, Arturo confiesa que estuvo a punto de plantar verdejo en 2007. “Luego me di cuenta de que tenemos que ser fieles a nuestros orígenes. Cuando un americano esta probando un vino, merece la pena que pruebe la historia y la tradición, no un vino hecho a base de tecnología”, asegura el hermano mayor de los Artuke. “No consiste en hacer el mejor vino del mundo, sino un vino original”.

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