“Tener proyectos en distintas zonas nos ha deslocalizado”, reflexionaba Pedro Ruiz Aragoneses en una mañana de mediados de septiembre cargada de nervios y emoción por la entrada de la primera partida de uva en la nueva bodega del grupo Alma Carraovejas en Rioja Alavesa.
Es la última parada de una expansión que ha llevado a la familia Ruiz a trabajar con viñedos prefiloxéricos de verdejo en Segovia (Ossian, 2013), poner un pie en Galicia con la adquisición de Emilio Rojo y Viña Meín en 2019 o buscar una nueva dimensión en Ribera con el proyecto de vinos de altitud Milsetentayseis que arranca en 2018 y se sirve de uvas del municipio de Fuentenebro.
Hasta hace bien poco, el triunfo de los tintos potentes y estructurados no solo había llevado a muchas bodegas de Rioja a replantear el estilo de sus vinos. Muchas vieron también interesante crear una segunda bodega en Ribera del Duero. La lista incluye nombres como Roda con su bodega Corimbo, Luis Cañas con Dominio de Cair, La Rioja Alta con Áster, Ramón Bilbao con Cruz de Alba… Pero el cambio de tendencia hacia vinos equilibrados, complejos y menos contundentes ha invertido las tornas, más aún desde que Vega Sicilia se asentó en Rioja Alavesa junto con el Barón Benjamin de Rothschild a finales de la década de los 2000.
La primera cosecha de Carraovejas en tierras riojanas se preveía tranquila. Partían de un acuerdo con la familia Eguíluz, viticultores modélicos de San Vicente de la Sonsierra y elaboradores bajo la marca Cupani, para abastecerse de unas 12 hectáreas cuyas uvas elaborarían en instalaciones alquiladas. Pero surgió la oportunidad de adquirir la bodega Hermanos Laredo Villanueva, en pleno centro urbano de Leza, y todo dio un giro de 180 grados. Mientras medio mundo se ralentizaba por la pandemia, ellos apretaban el acelerador ante el imprevisto cambio de planes.
Con la obra de remodelación sin concluir, depósitos recién llegados, el equipo de bodega conviviendo con los operarios de la construcción y un gran trajín de coches y camiones, pocas veces se habrá visto tanto bullicio en este pequeño municipio de poco más de 200 habitantes.
La atmósfera que encontramos al día siguiente en Baños de Ebro, también Rioja Alavesa, donde se ha instalado la familia García, propietaria de Mauro, Garmón y San Román en tierras del Duero, era muy distinta. Aunque también han elegido instalaciones urbanas, la suya es una bodega de cosechero de dimensiones más reducidas que consideran adecuada para elaborar las cuatro hectáreas de viñedo viejo que han adquirido en los alrededores del pueblo.
Quizás lo más llamativo de la visita fue descubrir que la vendimia se había dado por concluida el 18 de septiembre. “Hemos sido de los primeros en el pueblo”, nos contaba el productor de Exopto y miembro del grupo de los Rioja’n’Roll Tom Puyaubert, a quien a partir de ahora hay que presentarle también como el “hombre de los García en Rioja”, gracias a su amistad con el director técnico Eduardo García y su complicidad y buena sintonía en todo lo relacionado con el vino.
“Había buena madurez aromática, buena acidez y llegaban las lluvias”, cuenta en conversación telefónica Alberto García, al frente de la comercialización y la gestión de las bodegas familiares. Y anuncia que el rioja de la familia será muy distinto de sus tintos del Duero: “Con menos peso, pero con profundidad; una línea más aérea y vertical, pero sin falta de materia”.
Han decidido elaborar primero y realizar las obras de acondicionamiento después. Les gusta la disposición de la bodega pensada para trabajar por gravedad, los depósitos de cemento que van a seguir utilizando y, sobre todo, los calados subterráneos que, aunque compliquen un poco los movimientos de vino en el día a día, ofrecen las condiciones ideales para llevar a cabo los largos envejecimientos que tienen en mente.
“Rioja es más un reto personal para ilusionarnos y divertirnos que un tema económico o de vanidad. Está cerca de Valladolid como Bierzo [la familia hace un blanco con uvas de la zona y preparan un tinto elaborado in situ para el futuro] y es accesible dentro de una dimensión cotidiana”, señala Alberto.
“Va a ser algo muy artesanal de no más de 15.000 o 20.000 botellas”, añade. Están reconvirtiendo los viñedos a ecológico, trabajarán con tracción animal y habrá un tinto y un blanco (“tenemos 4.000 kilos de uva blanca en cuatro hectáreas”) con envejecimientos en madera de dos años por lo menos para el primero y quizás un año más para el blanco, pues ven gran potencial de guarda en la viura de sus viñas. En cualquier caso, los vinos se comercializarán con contraetiqueta genérica y tendrán un componente muy potente de vino de pueblo, ya que la gran mayoría de las viñas están en Baños de Ebro. También habrá que tener paciencia porque no lanzarán nada al mercado antes de tres o cuatro años.
En Carraovejas, todos los caminos han conducido a Leza. Hace unos años la familia Ruiz estuvo a punto de comprar otra bodega en este municipio. La operación no se concretó, pero Pedro aún recuerda la magia que desprendía el paisaje: “Había una energía especial, con esa luz tan especial de la sierra [la Sierra de Cantabria] que te ponía los pelos de punta”. Hoy tiene claro que la prioridad del proyecto es poner en valor el municipio. “Nos gusta la idea de estar en el centro del pueblo, la gente nos ha acogido muy bien. Hay grandes proyectos en Laguardia o San Vicente, pero no en Leza, cuyas uvas alimentan grandes bodegas de otros lugares. Nos queda mucho por escuchar y aprender, pero nos gustaría hacer un gran proyecto aquí”.
La primera añada arranca con las uvas de San Vicente de la familia Eguíluz. La enóloga a cargo del proyecto, Patricia Benítez, que también elabora en Milsetentayseis, nos confirmaba hace unos días que se habían procesado 80.000 kilos, 10.000 de ellos de uva blanca.
Según confirmaba Pedro Ruiz Aragoneses, les están surgiendo oportunidades de adquirir viñas viejas de viticultores que no tienen relevo o cuyos hijos prefieren centrarse en viñedos más productivos. “Todas las parcelas con las que vamos a trabajar en Leza en el futuro son grandes viñedos”, señalaba entusiasmado. El objetivo a medio plazo, por otro lado, es llegar a tener entre 15 y 20 hectáreas propias y poder llegar a producir unas 300.000 botellas. Todas las viñas que compren, además, las irán reconvirtiendo a ecológico.
También quieren que los vinos de Rioja estén a la misma altura o por encima de los de Ribera, tanto en calidad como en precio. “¿Por qué por ser de Rioja tenemos que partir de un precio más bajo?”, se lamenta Ruiz Aragoneses, quien además ve una contradicción de fondo entre el precio de la tierra y el de los vinos. “En Ribera se puede comprar una buena viña por 30.000 o 40.000 € la hectárea; en Rioja Alavesa, los precios del viñedo viejo van de los 100.000 a 120.000 € la hectárea”.
Alberto García comparte esta impresión tras constatar la gran diversidad de paisajes, suelos, exposiciones, variedades y material vegetal en las viñas viejas. También ellos están encantados con el buen recibimiento que han tenido en la zona.
Planteamientos tan entusiastas como estos podrían muy bien animar nuevos movimientos desde Ribera del Duero hacia Rioja.