“La única información esencial en las etiquetas es el nombre del vino, el mío y el de Rioja Oriental”, afirma Carlos Mazo, 40 años, tras los últimos ajustes en el diseño que ha realizado junto a su mujer, la fotógrafa y diseñadora Isabel Ruiz.
Todo se reduce a transmitir lo esencial y con un elemento que puede parecer chocante: han recuperado la cápsula porque creen que la generalización del lacre ha hecho que se pierda la connotación artesana que tenía en sus inicios.
Los detalles son muy importantes en este proyecto que aún no alcanza las 30.000 botellas y que está focalizado en lo que Carlos Mazo denomina el “terruño sur” de Rioja Oriental. Esta área englobaría los municipios de Autol, Calahorra, Aldeanueva de Ebro, donde se ubica la bodega, Rincón de Soto, Alfaro y Grávalos, todos ellos situados entre las cuencas de los ríos Cidacos y Alhama, y delimitados al oeste por las sierras de Yerga y de los Agudos. Mazo, de hecho, estaba muy a gusto con el nombre de Rioja Baja, que consideraba descriptivo y en absoluto peyorativo: “En nuestra zona, el Ebro discurre a una altitud de unos 340 metros frente a los más de 440 metros de San Vicente de la Sonsierra en Rioja Alta”, suele explicar con naturalidad.
Hoy su principal preocupación es la identidad del lugar. “¿Qué te dan si pides un Rioja Oriental? Una garnacha sencilla, afrutada, joven”. La sencillez, en su caso, es clave, pero entendida como una esencia o pureza difícil de alcanzar. “¿Cómo haces para acertar con la uva, el punto de maduración y no cometer errores para que dos años después el vino exprese plenamente su identidad?”, se pregunta.
En la ecuación también van implícitas la fluidez y la frescura. “Quiero que mis vinos se beban a gusto en la playa y no el día de Nochebuena”, apunta con convicción.
Toda esta filosofía se concreta en cuatro vinos identificados por su conexión con el territorio y un entrada de gama, el tinto El Outsider (3.600 botellas, 17 €) que elabora desde la cosecha 2018 y se presenta como un vino de sed criado en damajuanas de vidrio y embotellado sin adición de sulfuroso. Hasta ahora se hacía en su mayoría con garnacha, pero desde la cosecha 2023 quiere limitar esta variedad a los vinos de zona, pueblo y parcela y concentrar aquí todo su tempranillo. Su plantación más grande de tempranillo es una viña plantada en 1982 a 400 metros de altitud en el paraje de Butrago, en Autol. Se encuentra junto a una yasa que baja de la Sierra de Yerga (yasa es el término que se usa localmente para referirse a las ramblas o arroyos por los que discurre agua de manera ocasional), lo que hace que sea una zona de acumulación de gruesos y arena.
En esta zona meridional de Rioja Oriental, la posición del viñedo con respecto a la sierra determina las características del terreno y también su calidad. Los suelos de las viñas de valle, como Butrago, están formados por la acumulación de materiales procedentes de Yerga. “La base es calcárea, pero aquí las raíces no llegan a tocar la caliza y el grado alcohólico puede ser bastante generoso”, explica Carlos.
A medida que se asciende aumenta la pedregosidad del terreno, comienzan los suelos de monte, más pobres, y el color se torna más blanquecino -la caliza se encuentra entre 20 y 50 centímetros de profundidad. Esta es la tipología de Las Planas, a unos 500 metros de altitud, dentro ya del municipio de Alfaro. Es uno de los parajes favoritos de Carlos, donde cuenta con cuatro parcelas. Algo más arriba está Cantarral, que se caracteriza por sus corros de arcillas férricas que retienen bien la humedad, lo que asegura buenos rendimientos y vinos más frescos y ágiles.
La segunda zona de montaña que trabaja Carlos Mazo es la sierra de los Agudos. Situada frente a Yerga, dentro del triángulo que dibujan Autol, Calahorra y Aldeanueva, presenta un paisaje muy diferente marcado por la erosión y la aridez, con menor pluviometría y suelos más arcillosos. Son también terrenos más antiguos, del Terciario, frente a Yerga, que es del Cuaternario.
Todo el trabajo de viña lo realizan Carlos y su padre. El cultivo siempre ha sido muy respetuoso y al final se decidieron a solicitar la certificación ecológica que estará en vigor a partir de la cosecha 2023.
La parte esencial de la gama , que apela al territorio, está compuesta por dos vinos de zona bajo la marca Costumbres, el vino de pueblo Barrio Pastores y el parcelario Nace La Sierra.
Costumbres es la marca con la que se inició el proyecto en la cosecha 2012 y a la que se destinan el grueso de las uvas. Hay un blanco (2.200 botellas en la añada 2022, 18 €) con un porcentaje bastante alto de calagraño o pasera, como se la conoce en Rioja Oriental (50%), procedente en su mayoría de Las Planas. El resto es viura (entre 30 y 40%) de una viña de Rincón de Soto, garnacha roya de Cantarral y, en ocasiones, puede llevar algo de tempranillo blanco. Con once meses en barrica se expresa con fruta blanca (pera, melocotón blanco) y toques cremosos del roble. Todo muy sutil y finamente delineado. Lo mejor, la expresión gustosa en boca, con buen equilibrio y una cierta carnosidad de fruta.
El tinto es el vino de mayor producción de la bodega (13.900 botellas en la cosecha 2022, 18 €), elaborado en un 90% con garnacha (una parte importante procede de Cantarral), junto a un popurrí de otras variedades incluidas algunas blancas. La cosecha 2022 es especiada, con notas de fruta roja y cítrica (pomelo y piel de naranja) y un fondo silvestre y herbal.
Barrio Pastores (4.000 botellas, 25 €) es el vino que intenta explicar qué es Aldeanueva de Ebro. El nombre recuerda que el municipio fue fundado en el siglo XI por pastores de la sierra de Cameros y Calahorra tras la reconquista de esa última ciudad por el rey García Sánchez III. Es una etiqueta mucho más reciente, ya que se elabora desde 2018. Se sirve de dos viñas de tipologías bastante diversas. La primera está situada en el paraje de Mazaterón, muy cerca de Butrago y fue plantada en 1989 con injerto en campo por el abuelo de Isabel. Es también una zona de valle pero la estructura del suelo es más arcillosa y un poco más compacta, por lo que puede sufrir más en verano. La segunda, también de la familia de su mujer, está en el Camino de Montote, en la ladera de los Agudos. El vino arranca floral y va dando paso a notas herbales y aromas de pimienta rosa. Con buena textura en el paladar, destaca por su elegancia y la vivacidad de las notas de frambuesa ácida.
El tinto parcelario también procede de los Agudos, en este caso de un paraje situado en una zona alta y boscosa que se conoce como Yasa de las Cuevas. Se empezó a elaborar en la cosecha 2018 con el nombre Erosivo a partir de una viña vieja que tenía un porcentaje relativamente alto de tinto velasco -la variedad, muy minoritaria en Rioja, no aparece en el pliego de condiciones pero su uso está autorizado si procede de viñas anteriores a 1982. Con la incorporación de las nuevas plantaciones realizadas en parcelas aledañas, la garnacha ocupa ahora una posición central y desde la cosecha 2022 se ha cambiado el nombre del vino a Nace La Sierra (1.350 botellas, 50 €).
En estas nuevas parcelas se ha utilizado una conducción en eje vertical con la que Carlos está entusiasmado porque puede tratar a cada cepa de forma personalizada, sujetar la vegetación y omitir o minimizar los despuntes. Nace La Sierra 2022 ofrece a la vez finura y un lado silvestre muy expresivo (flores, romero), tiene jugosidad en el paladar y una excelente dimensión aromática.
El vino cuenta con su propio foudre en el que realiza la fermentación y posterior crianza. Costumbres Tinto combina tino de madera y hormigón, y su versión blanca se trabaja en barricas de gran formato. Barrio Pastores, por otro lado, se cría en tina de madera.
Tras unos primeros años de estrecheces en el garaje de casa de sus padres, Carlos e Isabel han habilitado como bodega un local del núcleo urbano de Aldeanueva. La mano de diseñadora de Isabel se nota en la concepción del espacio y en la luminosa y práctica barra de catas separada de la zona de vinificación por una cristalera.
Isabel no estuvo el día de mi visita pero se encargó de que Carlos me recibiera con un café y un bollo casero (la cita fue a las 8:30 de la mañana) y, mejor aún, con un mapa en el que sitúo los principales parajes de la zona y el recorrido que íbamos a realizar. También tuve un cuaderno de cata personalizado, un detalle más propio de bodegas con potentes departamentos de marketing, y se cumplió el horario a rajatabla para poder llegar a tiempo a mi siguiente visita.
Aunque no tienen los medios de otras firmas, su objetivo es ir afinando la elaboración, evitar errores y ser cada vez más precisos con lo que embotellan para poder mostrar con la máxima trasparencia lo mejor que pueden ofrecer sus viñas. Lo cierto es que los vinos han ganado en definición -en cierto modo, se han ido desnudando- y se han desprendido del fondo terroso que tenían antaño.
La experiencia de vender fuera de España, a donde se va la mayor parte de la producción, les ha ayudado a entender que la identidad de Rioja Oriental debe apoyarse en la garnacha como elemento diferencial y transversal a la hora de explicar los diferentes terruños.
Carlos Mazo, que cuando escribía estas líneas estaba preparando un viaje a Champagne para aprender sobre el terreno cómo trabajan y comunican los icónicos pequeños productores de esta región francesa, se siente parte de esa nueva ola de cosecheros que aspiran a cambiar la jerarquía de Rioja. “Igual alguno de los pequeños tiene la mejor viña y pude optar a hacer el mejor vino”, apunta confiado.