La fachada de acceso a Queirón, en el coqueto y ordenado Barrio de Bodegas de Quel, un pueblo eminentemente agrícola a orillas del Cidacos en Rioja Oriental, es un buen reflejo de la trayectoria de Gabriel Pérez, productor y viticultor con más de cuatro décadas de experiencia en el mundo del vino.
Discreta e integrada en el paisaje de piedra, ladrillo y madera de un barrio erigido en el siglo XVIII que llegó a tener hasta 350 calados, tras esa fachada se esconde el trabajo concienzudo de Gabriel durante una década para crear una moderna bodega de cuatro plantas que mantiene la formula tradicional de construcción en Quel, su pueblo natal y donde todavía vive. Equipada para la recepción de uva, elaboración y crianza, funciona por gravedad aprovechando el desnivel natural del cerro en el que se encuentra, pero también cuenta con una parte social, como todas las cuevas del Barrio hoy en día, en la que reciben visitas de profesionales y organizan reuniones familiares.
“Queirón es el chalé en la playa de mis padres”, asegura su hija Raquel Pérez Cuevas, que se encarga de la gestión del negocio familiar. “A sus 74 años, mi padre sigue yendo a la viña y a la bodega y dice que no piensa jubilarse”.
Allá por los setenta, cuando la media docena de cooperativas de la comarca vendían sus uvas a bodegas de las otras dos zonas de Rioja, Gabriel y su mujer Mari Luz Cuevas comenzaron a comprar viña en los alrededores de Quel. En los ochenta, mientras otros agricultores arrancaban viñedo para cultivar almendros, que estaban mejor pagados, o se pasaban a la floreciente industria del champiñón, Gabriel se echó, literalmente, al monte.
Convencido del potencial de una zona que siempre había tenido uva, plantó tempranillo a 800 metros de altura en La Pasada, un paraje agreste de 10 hectáreas con suelos arcillo-arenosos y pendientes pronunciadas en la zona límite de cultivo en la Sierra de Yerga, en la confluencia del clima atlántico y continental con la luz del Mediterráneo. Ahora, en Queirón, siguen cultivando tempranillo en altitud, pero también están recuperando terrazas para plantar maturana blanca.
”Mi padre fue un visionario loco, pero también muy sabio”, afirma Leticia Pérez Cuevas, ingeniera de la Agencia Espacial Europea pero ahora viñadora a tiempo completo y a cargo de las 300 hectáreas actuales de viñedo familiar junto con un equipo de casi 30 personas en campo. De ellas, unas 100 se cultivan en ecológico desde 2011, pero quieren llegar a unas 120 en 2022. “Tener todas en ecológico es prácticamente imposible”, indica Leticia, “pero sí que intentamos que nuestra viticultura sea lo más equilibrada y racional posible, aportando la materia orgánica necesaria para la vid y la cubierta vegetal con compost de champiñón de nuestros vecinos, limitando el crecimiento de la planta y evitando trabajos que impliquen el uso de tractores y emisiones de CO²”.
Localizadas entre 600 y 800 metros de altitud en las laderas de la Sierra de Yerga, buena parte de la uva que Leticia y su equipo cuidan se destina a Ontañón, la bodega que Gabriel y Mari Luz fundaron en 1985 para etiquetar con su propia marca el vino que hasta entonces elaboraban para otros. Uno de esos vinos era el popular moscatel Don Pedro de Blas, que Gabriel empezó a vender a un grupo de 15 tiendas en Valencia propiedad del ahora archiconocido empresario Juan Roig.
A medida que Mercadona crecía, también lo hacía la bodega de Gabriel, produciendo marcas en exclusiva para el supermercado líder de España y llegando a elaborar hasta 12 millones de botellas. El balance, tras más de 30 años de colaboración, es muy positivo, indica Raquel. “Estamos orgullosos de haber conseguido ofrecer un vino de consumo diario y calidad buena a todo el mundo. Nos obsesiona la democratización del vino, pero además tenemos muy claro qué queremos expresar con cada marca.”
En paralelo al trabajo para Mercadona, los Pérez Cuevas —Gabriel y Mari Luz y sus hijos Raquel, Leticia, Rubén (enología) y María (recursos humanos)—han ido levantando un grupo que hoy en día cuenta con las modernas instalaciones de Ontañón en Aldeanueva de Ebro, una bodega dedicada exclusivamente al enoturismo en Logroño construida por Miguel Ángel Sáinz, artista riojano y gran amigo de Gabriel, además de sendos proyectos en Rueda (Vetiver) y Ribera del Duero (Dominio de la Abadesa).
Ahora, el niño mimado de la familia es el proyecto de Queirón y sus vinos, lanzados en 2020, para los que destinan entre 25 y 30 hectáreas muy seleccionadas en Quel. La parcela más antigua y a la que más cariño tienen es El Arca, comprada a un proveedor de la familia a quien Gabriel prometió que no arrancaría.
Datada desde al menos 1892, son 0,89 hectáreas de garnachas centenarias mezcladas con algunas variedades blancas que están tratando de identificar en un proyecto con la Universidad de La Rioja. Hay muchos morgones y faltas en estos suelos de arena, limo y arcilla, que se replantan con material vegetal de la propia finca para llegar a una producción total que nunca supera los 3.000 kg/ha y que se destina a su tinto El Arca. Fermentado en barricas y criado en roble francés y americano y huevos de hormigón, la segunda añada, 2018 (700 botellas, 55 €), es floral, tiene una deliciosa fruta roja crujiente y gran finura.
El Arca es el primer Viñedo Singular de la familia, pero el primer vino de este nuevo proyecto fue Queirón de Gabriel Reserva 2011 (30.000 botellas, 32 €), que descansó en el botellero de la bodega hasta 2020. Es un coupage de tempranillo de La Pasada y de Graciano de El Pozo, una finca de suelos suelos arenosos y cantos de río, habituales en Quel. Elaborado con largas maceraciones y 24 meses de barrica nueva de roble francés y americano, es un estilo clásico, de guarda, de los que le gustan a Gabriel. Fue él quien plantó las viñas y por eso el vino lleva su nombre.
El orgullo que la familia Pérez Cuevas siente por sus raíces y su pueblo lo representa Mi Lugar (30.000 botellas, 21,50 €), un ensamblaje de tempranillo y garnacha fermentado y criado en barricas y tinas. La uva proviene de cinco microparcelas con cepas en vaso, un sistema de conducción que les gusta y al que quieren volver. Una de estas parcelas es La Bartola, con los característicos suelos rojos de arcilla y arena con canto rodado, habituales en Rioja Oriental, y que aguantan bien la sequía. A 670 metros de altitud, es un lugar de calma, rodeado de cerezos y vegetación de monte y la cumbre de la peña Isasa al fondo. Las demás viñas de Mi Lugar, también plantadas vaso y en suelos pobres a más de 600 metros, responden a nombres tan curiosos como El Poeta, La Perdida, El Arenal y Hoyo Judío.
Los Ensayos Capitales es una búsqueda de vinos en el límite, tanto en viticultura como en la elaboración del vino. Para Rubén, esta serie limitada y de producciones entre 3.000 y 5.000 botellas, es una mezcla entre “alta costura y la Fórmula 1”, una forma de probar ideas que, si cuajan, puedan pasar a formar parte del engranaje del resto de vinos del grupo.
El primer Ensayo en ver la luz fue un monovarietal de graciano de la viña El Pozo elaborado sin sulfitos y presentado en una botella tipo Oporto con etiquetas elegantes y tremendamente informativas. Después llegó el primer vino blanco de Queirón, un tempranillo blanco de lágrima criado en tinajas durante algo más de un año (34 €). El proceso lo describe muy gráficamente el respetado periodista Pablo García Mancha, que lleva la comunicación de Queirón y Ontañón, en este folleto ilustrado casi como un cómic.
Para Rubén, que define este Nº 2 como un vino “más enológico que de viña”, es una forma de aprender a trabajar con variedades blancas. El Nº 3, que saldrá a la venta a finales de año, es un tempranillo de La Pasada que juega con el asoleo. “Extendemos las uvas entre cinco y siete días sobre unos cañizos que se usan con las ciruelas en esta comarca para que se asoleen y ganar madurez fenólica”, explica. El vino, que se llamará Ensayo Capital Nº 3 Tempranillo Asoleao, tiene 15,5% de alcohol, mucha concentración y notas de pasas en boca. Sin duda, una curiosidad en la zona.
Los Ensayos seguirán, asegura Rubén, que ya trabaja también en un vino de viura en honor a su madre. También van a apostar por los viñedos singulares de pequeñas parcelas, “buscando la singularidad” de Quel, el pueblo familiar “donde Baco tiene allí mas templos que tuvo en Grecia”, según dejo escrito el dramaturgo Bretón de los Herreros, natural de la localidad.