Si hay alguna capital de provincia en España que está profundamente ligada al vino, esa es sin duda Logroño y como tal, la lista de bares y tabernas donde probar vinos es enorme. Sin embargo, cantidad no equivale a calidad y encontrar lugares con cartas originales y referencias interesantes para los amantes del vino más allá de las marcas más comerciales y habituales —como tristemente ocurre en la mayor parte de España— no es tarea fácil.
Por suerte, hay gente empeñada en mejorar la oferta vinícola de la ciudad y que sueña con convertirla poquito a poco en la gran capital del vino de la zona que debería ser, no sólo con vinos de la región sino ampliando miras hacia otras zonas tanto españolas como extranjeras.
ESTE ESTABLECIMIENTO HA CERRADO En ello está Guardaviñas Wine Bistro (Marqués de San Nicolás, 47), un local que abrió el año pasado en el casco histórico de la ciudad. Además de una oferta culinaria con fusión de recetas clásicas y toques innovadores y algún que otro guiño a la cocina tradicional inglesa, cuenta con una carta de vinos que es un oasis de originalidad, con interesantes referencias de pequeños productores de la zona, como Abel Mendoza, Sierra del Toloño, Juan Carlos Sancha o Benjamín Romeo y curiosidades como el Ojuel Supurao, elaborado con uvas pasificadas como se hacía antaño en Rioja.
A su propietario, Alberto Ruiz, que residió cinco años en Londres, se nota que le gusta el vino. Organiza catas ocasionales en su local y también ofrece maridajes personalizados, algo poco habitual fuera de los restaurantes estrellados. Entre las 150 referencias que descansan en su coqueto almacén excavado en el suelo de roca del restaurante hay un buen puñado de vinos ecológicos y naturales y una interesante lista de champagnes artesanos y botellas de zonas vinícolas diversas como Borgoña, Jura, Chile, Italia o incluso Georgia y Oregon.
A poca distancia de Guardaviñas está la Taberna Herrerías (Herrerías, 24), ubicada en un palacete rehabilitado del siglo XVI frente a la iglesia de San Bartolomé. Es un negocio familiar, con Asunción Duarte en los fogones y sus hijos Carlos y Eduardo Sáenz en sala. La planta baja cuenta con una barra de tapas y vinos, siguiendo el concepto de las tabernas de toda la vida pero con decoración actualizada, y algunas mesas para picar. Más arriba se encuentra el comedor, en el que se sirven platos tradicionales y con productos de temporada como las alcachofas al horno o los caparrones de Anguiano.
En el apartado de vinos disponen de unas 200 referencias, principalmente de Rioja y de estilo clásico servidas en buenas copas y a precios razonables. El servicio es un punto a favor de este local con una clientela bastante fiel de bodegueros de la zona.
Fuera del centro neurálgico de la ciudad, pero a poca distancia de la estación de tren, se encuentra El Lagar (Huesca, 13), un clásico de Logroño que cerró la persiana durante varios años pero que volvió a abrir sus puertas recientemente de la mano de Carlos Martínez Bufanda.
Tras 17 años trabajando en el negocio bodeguero familiar, tuvo el arrojo de lanzarse a esta nueva aventura en la que combina dos de sus pasiones: los vinos y la gastronomía. Su carta recoge unas 250 referencias con una amplia representación de vinos regionales tanto clásicos como de pequeños viticultores que empiezan a ser más conocidos pero que también incluye blancos y tintos de otras zonas de España y del extranjero. La cocina cuida la materia prima y combina el estilo tradicional con toques de modernidad. Los jueves de invierno preparan un cocido madrileño con postre casero acompañado de una botella de Rayos Uva (Olivier Rivière) por 26 €.
Las distancias no son grandes en Logroño, y en diez minutos a pie se llega desde El Lagar al Parque del Espolón, la plaza verde más conocida de la ciudad con la famosa estatua ecuestre de Espartero. Allí cerca, en un palacete en la calle Vara del Rey, está Wine Fandango, un bar-restaurante cuya filosofía gira en torno a tres pilares básicos: vino, gastronomía y diversión. Detrás del Wine Fandango están los hermanos Arambarri, del grupo Vintae.
El vino se trata de forma desenfadada, sin esnobismos y con un servicio agradable que incluye buenas copas y temperatura correcta de los vinos. En la pizarra de vinos por copas se encuentran unas 20 referencias que van rotando, mientras que en la carta llegan hasta las 100, con muchas marcas de Rioja, tanto modernas como clásicas. Lo novedoso en el Wine Fandango son los wine flights (series de vinos de la misma gama pero de distintas zonas), el vermú torero y los vinos en porrón, muy populares entre los jóvenes. La cocina, a cargo de Aitor Esnal, se nutre de la materia prima de temporada y de cercanía con toques vanguardistas, fantástica presentación y precios ajustados.
Al otro lado del Parque del Espolón, bajando por la calle Capitán Galarza, está la calle Laurel, epicentro de la zona de bares de la ciudad. Hay unos 60 locales dedicados al tapeo acompañado de vino de año y crianza, con pinchos míticos como los champiñones del Bar Ángel o el Bar Soriano, las cabezas de ajo con vinagre y los embuchados del Achuri o la ensalada de tomate y los huevos fritos del Soldado de Tudelilla en la calle San Agustín. El ambiente aquí es joven e informal, aunque los fines de semana, especialmente en primavera y verano, las despedidas de soltero pueden resultar bastante bulliciosas y atropelladas. Con razón la Laurel también es conocida como La Senda de los Elefantes —las posibilidades de salir trompa y a cuatro patas se multiplican para algunos.
Al comienzo de la calle Laurel, en La Tavina no mandan los pinchos. Aquí el rey es el vino, con tres plantas para beberlo, comprarlo, disfrutarlo y acompañarlo con algo de comer. La Tavina dispone de un mostrador hacia la calle y una barra en el interior para tapear y tomar alguna de las 25 referencias por copas disponibles que cambian cada estación. Estando en Logroño, la mayoría proceden de la tierra pero también hay algún blanco de Chablis o Galicia y tintos de otras regiones vinícolas. En la primera planta está la tienda, con unas 600 referencias, que se pueden consumir in situ con un descorche de 2 € tanto en las mesas altas de esta planta como en el restaurante de la segunda planta, que ofrece menús del día y a la carta. Los lunes por la tarde suele haber catas con bodegueros locales mientras que los fines de semana se organizan cursos básicos de cata o a medida del grupo que lo solicite.
Otra zona de vinos dentro del Casco Antiguo de Logroño pero con un ambiente más local es la calle San Juan, entre el Espolón y Portales. La clientela aquí es algo más mayor que en la Laurel pero el estilo de la calle es similar, con una veintena de bares y restaurantes a ambos lados que se llenan especialmente durante los fines de semana de gente que viene a hacer la ronda de pinchos y vinos.
La mayoría de los establecimientos cuentan con una docena de vinos por copas de marcas muy establecidas en la zona y de poco interés para los locos del vino, pero hay dos que hacen un mayor esfuerzo en en su oferta, como el Tastavin, que cuenta con unas 50 referencias en la pizarra con algunos de pequeños productores u otros más caros servidos con Coravin. Cuenta con un espacio al fondo para sentarse más tranquilamente y saborear sus pinchos y raciones, elaborados con productos de temporada y de la huerta riojana con un toque de modernidad.
En el otro lado de la calle San Juan está Torres Gastrobar, de estilo similar aunque con una pizarra un poco más modesta pero con alguna referencia interesante y buenos pinchos entre los que destaca la hamburguesa de carne de buey.
La última dirección recomendada para aficionados al vino —y cualquiera con buen gusto— está en la calle Portales, cerca de la calle San Juan. DellaSera no es una enoteca ni un restaurante sino una de las mejores heladerías del país, no sólo por la calidad de sus creaciones bajo cero sino por la originalidad de los sabores. Fernando Sáenz no elabora helados de vino (“son un desastre porque se rebajan con agua y se pierden sus propiedades”) pero sí que trabaja su esencia, en forma de helados artesanos como el de chocobarrica, que toma su sabor de los trozos de barrica macerados que se utilizan en su elaboración, el de mosto de racima o el de lías, que nace de un vino blanco fermentado en barrica de la bodega del gran vigneron Abel Mendoza. Terruño riojano en una tarrina.