Hasta hace pocos años, 15 como mucho, una minoría de los visitantes de Mallorca se interesaban por los vinos locales, y apenas un puñado se preocupaba por visitar las bodegas que trabajan estos viñedos tan particulares y a las personas que se ocupan de ellos. Ahora todo eso está cambiando y los vinos de Mallorca están en plena ebullición.
James Hiscock, propietario de un par de hoteles rurales cerca de Inca y veterano residente de Mallorca con buenos contactos dentro del mundo del vino, atribuye este cambio a un elemento importante: el aumento del turismo de interior y con poder adquisitivo (el opuesto de Magaluf, centrado en el paquete vacacional) que demanda vinos de más calidad y técnicamente bien elaborados pero sin perder el carácter local y mediterráneo.
Le entusiasma “la gran evolución tanto de elaboradores como de variedades de uva en los últimos diez años” que le permite ofrecer deliciosos vinos de la zona que ayudan a completar la experiencia para los clientes de sus dos hoteles.
Una de las ventajas de hacer enoturismo en Mallorca es que las distancias son pequeñas y las bodegas están muy cerca unas de otras. “Es difícil imaginar tanta diversidad en un espacio tan pequeño”, explica José Antonio de Haro, cuya bodega Cellers Artesans d'Europa surte de vinos a muchos de los establecimientos de más nivel de la isla. Cree que ahora es un gran momento para visitar Mallorca y descubrir una nueva generación de viticultores, encantados de dar a conocer sus viñedos y sus vinos a los visitantes.
Estos son un par de eno-itinerarios que se pueden combinar con un día o dos en Palma.
Al igual que los vinos, la capital de la isla ha vivido una importante transformación en los últimos años y merece la pena dedicarle un poco de tiempo. Justo detrás de la catedral, una maravilla gótica que emerge frente al mar con sus famosos arbotantes, es un laberinto de calles repletas de tiendas singulares, pequeños bares de vinos y tapas, restaurantes y nobles palacios que han pasado de ser residencias familiares dilapidadas a elegantes hoteles urbanos. Uno de ellos es Can Alomar, un hotel de 16 habitaciones ubicado en un palacio del siglo XIX restaurado con mucho gusto y con vistas al elegante Paseo del Born, con un restaurante con cocina de fusión peruano-japonesa en la primera planta.
Después de callejear por la parte vieja de la ciudad para abrir el apetito, se puede picar algo en el diminuto bar de tapas y vinos 13%, especializado en los mejores vinos de Mallorca, muchos de ellos servidos por copas.
Nada más salir de Palma por la autopista en dirección noreste se pueden ver los viñedos. Un bueno lugar para comenzar la ruta es Bodegues Ribas en Consell, en el corazón de la DO Binissalem, una de las dos denominaciones de la isla (la otra, Pla y Llevant, está al sur).
Una de las fincas más antiguas de la isla, se fundó en 1711 y continúa siendo propiedad de la familia Ribas. Su proyecto se ha centrado en cultivar variedades autóctonas, como sus viñas de 60 años de prensal y manto negro, y han recuperado la casi desaparecida Gorgollasa. Prueba su blanco fragante elaborado con prensal y un pequeño porcentaje de viognier, o el tinto Ribas donde la manto negro, una variedad con poco color, aporta sedosidad y aromas de frutos rojos a un elegante ensamblaje con syrah y merlot.
A poca distancia está la localidad de Santa María del Camí. Más hacia el norte se divisa el escarpado relieve que cruza, de suroeste a noreste, la Sierra de Tramuntana, designada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2011. Aquí se puede coger el Wine Express Daily, un pequeño tren de color rojo que recorre los viñedos. Cuando no está operativo, el tren se aparca en la entrada de Macià Batle, una bodega fundada en 1856 cuyas instalaciones se ampliaron en 1996. Siempre hay grupos de visitantes catando en la tienda y disfrutando con el blanco de la casa, una combinación agradable de la variedad autóctona prensal, chardonnay y un poco de Moscatel, o uno de los tintos con barrica elaborados con manto negro, syrah, cabernet y merlot.
En la localidad de Santa María también se encuentra Bodega Ramanyà, un pequeño elaborador en comparación con Macià Batle, con apenas 10 hectáreas de viñedo que comenzó en 2003. Aquí Toni Ramanyà, un hombre humilde y autodidacta, elabora cuatro vinos incluyendo dos cavas (un estilo poco habitual en Mallorca) de manto negro, un rosado y un blanc de noirs. Un buen lugar para comer es Es Molí des Torrent, un bello molino restaurado con un patio interior en sombra y donde se sirven productos locales con esmerada preparación.
Continuamos por los viñedos de la DO Binissalem en dirección noreste hasta la localidad de Inca, que cuenta con un excelente mercado de productores locales los jueves, para seguir hacia el norte a través del bonito pueblo de Selva, construido en piedra rosa. Dos fantásticos lugares para descansar en los alrededores son Finca Es Castell y Hotel Son Ametler ambos ubicados en plena Sierra Tramontana y regentados por el matrimonio formado por James y Paola Hiscock. Los únicos ruidos que se oyen aquí son los cantos de los pájaros y el leve sonido de los cencerros de las ovejas pastando bajo los olivos.
La oferta culinaria en ambos hoteles es deliciosa, con productos de proximidad elaborados con imaginación por Paola, y la carta de vinos está repleta de interesantes propuestas lo que hace difícil decantarse por salir a cenar fuera ‘de casa’. Pero si buscas una alternativa (o la chef tiene día libre), una buen opción en Selva es Miceli, con una cocina basada en productos frescos y de temporada servidos en el comedor de la casa de la cocinera, Marga Coll. Si se planea con antelación (las mesas para el fin de semana se deben reservar varios meses antes) se puede cenar en el pequeño restaurante del chef Santi Taura en Lloseta y disfrutar de su original y sorprendente menú (37 €, vinos aparte).
Desde Finca Es Castell o Son Ametler es imprescindible una excursión por las 19 curvas de la carretera que conduce al impactante valle de Mortitx. Eso sí, hay que tener precaución con los intrépidos ciclistas que te encuentras por la carretera y mantener los ojos bien fijos en la carretera en lugar de desviarlos hacia el espectacular paisaje sobrevolado por águilas y aves de presa. Tras una breve visita al monasterio de Lluc, sumérgete en la piscina del restaurante Es Guix antes de disfrutar de la tradicional gastronomía mallorquina (cordero, guisos de arroz) en un entorno sencillo.
Más arriba, en Escorca, está Vinyes Mortitx, el viñedo más alto de la isla con 15 hectáreas de malvasía, riesling, chardonnay y moscatel además de monastrell, syrah, cabernet y merlot. Su rosado, elaborado con monastrell, merlot y cabernet, es perfecto para disfrutarlo en verano, mientras que en tintos destaca Rodal Pla, un coupage de syrah, cabernet y merlot más robusto pero con la madera bien integrada.
Conviene dejar tiempo para explorar Pla y Llevant, la otra denominación de origen de Mallorca, en la parte más llana al sur de la isla, en el eje Palma-Algaida. El paisaje se transforma y pasa de las agrestes montañas con olivos enjutos a las amplias llanuras plantadas con trigo y viñedo. Bodegas Son Prim en Sencelles es una de las mejores de la zona. Como ocurre con la nueva y dinámica generación de elaboradores, sus vinos son apreciados por su originalidad, calidad y estilo mediterráneo (monovarietales y mezclas con merlot, cabernet, syrah y algo de manto negro).
En Bodegas Can Majoral en Algaida, los hermanos Biel y Andreu completaron su transformación ecológica en 2007. Son firmes defensores del potencial de las variedades tradicionales de Mallorca y de su capacidad para producir vinos de calidad, tanto como monovarietales (la aromática giró blanc o la elegante gorgollasa) como en ensamblajes (con la prensal, de baja acidez, potenciada por la chardonnay y parellada o la rústica callet con Syrah y Cabernet.
Como despedida, merece la pena una visita a Bodegas Mesquida Mora en Porreres para catar los alegres vinos de Bárbara Mesquida. Una de las pocas mujeres enólogas de la isla, recientemente lanzó su proyecto con 20 hectáreas de viñedo plantado con variedades locales e internacionales. Brilla su apuesta por la biodinámica, que se percibe desde la descripción de sus viñas y su forma de elaborar hasta el resultado final en botella. Acrollam (Mallorca, escrito al revés) es un vino elaborado con prensal que lleva un pequeño aporte de chardonnay y en el que destaca su color dorado y su voluminosidad, mientras que Trispol, un vino enraizado en su entorno, es su coupage de cabernet sauvignon, syrah y callet que lleva una etiqueta con un mosaico de azulejos decorados siguiendo la tradición mallorquina.
Si queda tiempo antes de regresar al aeropuerto, se puede reservar una mesa en Es 4 Vents en Algaida para disfrutar de la gastronomía mallorquina clásica, “comida que te lleva de vuelta a la infancia”, según la gente de aquí: sopes y frito, cordero asado o la brasa, cabrito, pescado y marisco.