Hay muchas buenas razones para probar los vinos españoles. La primera: su gran diversidad. Estoy convencida de que cualquier amante del vino puede encontrar en España un estilo, una variedad o una región capaz de fascinar su paladar. No me malinterpreten. No quiero decir que todo sea perfecto en el vino español. De hecho, España tiene sus propias debilidades. Las primeras que vienen a la cabeza son seguramente el abusivo uso de roble, así como los excesos de alcohol y extracción. ¿Quizás también alguna experiencia decepcionante la primera vez que probaron un cava, un rioja o un albariño?
Los elaboradores españoles de calidad se quejan de lo difícil que es convencer a los compradores extranjeros para que valoren y paguen más por sus vinos cuando pueden encontrar fácilmente ejemplos mucho más baratos –aunque sin demasiado interés– dentro de la misma categoría. España es uno de los tres grandes productores mundiales de vino junto a Francia e Italia y eso significa que cabe esperar todos los niveles posibles de calidad: desde el vino más peleón a soberbios tintos con capacidad de envejecimiento y cada vez más y más blancos que merecen la pena.
Aún apartando todo lo que no tiene interés, queda casi un país entero que llevar a la copa. Una nueva generación de viticultores y elaboradores está descubriendo el increíble potencial de numerosas regiones y uvas olvidadas. La tempranillo ya no es la única variedad tinta que cuenta en el panorama de los vinos españoles y la moda de los tintos concentrados y envejecidos en barricas nuevas de roble se está restringiendo a aquellas uvas y regiones que realmente se benefician de estos métodos de elaboración. Por el contrario, parece haber llegado el momento de muchas modestas y sutiles variedades autóctonas que se trabajan de forma menos agresiva. Delicadeza es la palabra que más se emplea ahora en muchas bodegas.
En el fondo, España es un país multicultural, multilingüe y con una geografía especialmente rica. Si trasladamos esta realidad al vino, nos encontraremos con una gran diversidad de opciones y estilos, pero aún se me ocurren otras cinco razones más para descorchar una botella de vino made in Spain.
España tiene casi un millón de hectáreas de viñedo repartidas en más de 65 denominaciones de origen, unas 25 indicación geográficas protegidas (IGP), que no son sino los tradicionales vinos de la tierra, similares a los vins de pays franceses y que a menudo funcionan como un cómodo paraguas para vinos de alta calidad que prefieren trabajar fuera de las estrictas (o en ocasiones trasnochadas) normas de las denominaciones de origen.
Cada región cuenta con sus propias variedades, suelos y climas. En una sola comida podemos viajar desde la siempre verde Galicia al cruce de influencias atlánticas y mediterráneas que es Rioja, dar un salto al rigor continental de la Ribera del Duero y terminar con una malvasía dulce de Lanzarote, donde las cepas son capaces de sobrevivir en condiciones de sequía extrema. Cualquier tipo de vino que se les pase por la cabeza (espumoso, blanco, rosado, tinto, dulce, generoso, de licor....), posiblemente con la única excepción de los vinos de hielo que parten de uvas congeladas en la propia cepa, se elabora en España. El artículo Una mirada práctica a las regiones españolas ofrece una visión general de la diversidad de uvas y regiones vinícolas españolas.
Beber vino español es una buena medida de ahorro. Sólo hay que pensar en el jerez, que debe de ser la mayor ganga del universo vinícola. ¿Existe algún otro vino envejecido durante cinco o más años que pueda tener más personalidad o estar más delicioso a semejante precio? Los cavas de precio medio (mejor evitar las ofertas más escandalosas) constituyen una excelente compra. Uno puede llenar su copa de felicidad y burbujas por una fracción de lo que tendrían que pagar por un Champagne. Muchas modestas regiones que durante años se ganaron la vida con los graneles esconden un increíble tesoro de cepas viejas y variedades autóctonas. Campo de Borja y Calatayud en Aragón, Toro y Cigales en Castilla y León, Manchuela y Almansa en Castilla-La Mancha, y Jumilla y Yecla en Murcia son fuente de tintos de gran carácter que se comercializan a precios especialmente atractivos.
En cuanto a nuestra denominación de vinos tintos más conocida, Rioja produce gran cantidad de etiquetas a muy buen precio. Casi todas las bodegas importantes de la región elaboran un crianza o equivalente que refleja el estilo de la casa, dando así un buen abanico de opciones a los consumidores.
Por otro lado, la crisis económica que tanto ha afectado al sector en España ha sido bastante beneficiosa para los consumidores de vino español de todo el mundo. De hecho, es la responsable de toda una nueva generación de tintos asequibles procedentes de regiones tradicionalmente caras como Priorat o Ribera del Duero. Además, muchos elaboradores top que parecían centrados únicamente en etiquetas de gama muy alta (como Álvaro Palacios, Peter Sisseck o Benjamín Romeo) han lanzado en los últimos años marcas a precios mucho más ajustados.
Hay muchas nuevas variedades que descubrir en España ahora mismo. Y no solamente las clásicas uvas autóctonas como las tintas tempranillo, garnacha, cariñena, monastrell o mencía, o las blancas albariño, verdejo, godello, treixadura, viura o xarel.lo que se pueden encontrar con relativa facilidad en numerosas tiendas. Los aficionados más aventureros estarán encantados de poder probar vinos de lo más interesantes procedentes de variedades mucho más exóticas, y ello a pesar de que las producciones en la mayoría de los casos son muy reducidas. Así que no es ninguna sorpresa que esta nueva categoría se haya convertido en el bastión favorito de numerosos wine geeks.
A los que quieran familiarizarse con los a menudo exóticos nombres de estas variedades, les puede servir este pequeño esquema organizado por regiones:
Galicia: brancellao, merenzao, sousón, caíño tinto, loureiro, espadeiro (repartidas en las denominaciones de origen de Ribeira Sacra, Monterrei, Ribeiro y Rías Baixas).
Castilla y León: prieto picudo (Tierra de León), rufete (Sierra de Salamanca), juan garcía (Arribes).
Cataluña: sumoll (Penedès), morenillo (Terra Alta).
Baleares: manto negro, callet, fogoneu (en Binissalem, Pla i Llevant y Mallorca fundamentalmente).
Canarias es un auténtico paraíso para los locos de las variedades de uva. Muchas cepas que hace tiempo que han desaparecido en la Península Ibérica se siguen cultivando en este archipiélago volcánico situado a la misma latitud que el desierto del Sahara en Marruecos donde la viticultura es posible gracias a la fresca influencia de los vientos alisios. Algunos nombres no siempre fáciles de pronunciar que pueden alegrar el paladar de los aficioandos son: listán blanco, malvasía, forastera, marmajuelo, güal, vijariego (blancas), listán negro, negramoll, tintilla, baboso negro o vijariego negro (tintas).
La albillo, que se puede encontrar en la Sierra de Gredos (Madrid, Ávila, Toledo), en distintas zonas de Castilla y León, e incluso en las Islas Canarias, también merece su inclusión en esta lista aunque hay que diferenciar entre dos tipos diferentes: albillo real y albillo mayor.
¡Incluso en Rioja hay exotismo! Algunos ejemplos: los nuevos monovarietales de graciano, maturana blanca y tinta, tempranillo blanco y la muy escasa y exótica monastel.
Debido a circunstancias históricas y geográficas existen vinos únicos que sólo se encuentran en España. El jerez, con su gran diversidad de estilos, es uno. El PX (Pedro Ximénez), ese néctar dulce, denso y pastoso que se elabora en su mayoría en Montilla-Moriles (Córdoba) a partir de uvas blancas pasificadas al sol también se merece una mención especial. Otro miembro distinguido del grupo es la categoría de grandes reservas de Rioja: tintos (aunque existen escasos ejemplos de blancos y rosados) que deben envejecer en barrica y botella un mínimo de cinco años antes de salir al mercado. Existen productores históricos sin embargo que alargan este período hasta los diez o más años, al igual que lo hace en la Ribera del Duero la famosa firma Vega Sicilia con su mítico Único.
Parece bastante obvio que los grandes vinos proceden de grandes terruños, de modo que en la medida en que existen grandes vinos en España, es evidente que el país puede presumir de tener grandes terruños. Sin embargo, nuestras dos grandes regiones históricas, Rioja y Jerez, han favorecido tradicionalmente los coupages, de modo que la noción de cru o incluso la de municipio han sido una excepción. Pero las cosas están cambiando notablemente en este sentido. Durante los últimos años se han identificado viñedos de gran calidad que se han cultivado con mimo para embotellar su fruto por separado un año tras otro. Si se me permite usar el término, España se está "borgoñizando" y no sólo fruto de la iniciativa privada de los elaboradores. Una denominación pequeña como Priorat ha sido capaz de aprobar una clasificación oficial de municipios. Esto parece mucho más complicado en zonas de gran tamaño como Rioja, donde los intereses comerciales parecen imponerse sobre ese romanticismo del terroir del que hace gala toda una nueva generación de vignerons que ha florecido por todo el país (Rioja incluida).
La aprobación de la categoría de "vino de pago" en la Ley del Vino de 2003 no ha ayudado demasiado. El gran problema es que permite crear denominaciones independientes a partir de fincas vinícolas concretas (he contado unos 15 "Château Grillet" en España hasta la fecha pero es posible que se haya aprobado alguno nuevo para cuando se publiquen estas líneas) en lugar de identificar una serie de crus dentro de una denominación de origen. De hecho, Cataluña es el único lugar hasta el momento en el que se sigue el modelo francés, de modo que el vino de pago, en este caso denominado "vino de finca", se inscribe dentro de su denominación de origen.
Escribiré en detalle sobre este enrevesado tema en los próximos meses. Lo importante ahora es llamar la atención sobre la gran personalidad de numerosos vinos de viñedos que se están elaborando en España, aunque evidentemente sus estimulantes sabores siempre quedarán limitados por la extensión de la parcela de la que proceden.
¿Podrían los amantes de los grandes vinos que han construido sus magníficas bodegas sobre marcas consagradas de Burdeos y Borgoña hacer un hueco a los vinos españoles en sus colecciones? Probablemente, Vega Sicilia (Ribera del Duero) es la etiqueta que mejor se ha ganado un lugar propio entre los vinos finos internacionales. Pero hay muchas otras que podrían atraer igualmente a los coleccionistas. El Imperial Gran Reserva 2005, por ejemplo, consiguió el año pasado la primera posición en el Top 100 de Wine Spectator y hay que destacar que nunca antes un vino español había alcanzado semejante distinción. Tanto los mejores riojas, riberas y priorats, como las etiquetas más destacadas de elaboradores que trabajan en diferentes regiones españolas podrían añadir un toque exótico e incluso fascinante a cualquier gran colección.