Situada en las afueras de Logroño, esta legendaria bodega riojana ha estado cerrada al público desde 2005, inmersa en una renovación total de sus edificios históricos. Por fin, la espectacular propiedad de Ygay y su suntuoso castillo han vuelto a abrir sus puertas.
El castillo se ha transformado en un exquisito museo. Alberga los viejos tinos de roble en los que se elaboraban los vinos ya en el siglo XIX, así como una impresionante colección de aproximadamente 70.000 botellas en la que están representadas todas las añadas de la firma desde 1877 (con excepción de la catastrófica 1972). Además, las barricas en las que envejece el mítico Castillo Ygay Gran Reserva vuelven a recuperar el espacio que ocuparon aquí entre 1877 y 1990.
La reapertura de Murrieta hará felices a muchos aficionados al vino, pero ni la mitad de lo que a su actual presidente y propietario Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga tras tantos meses de duro trabajo. De hecho, lleva ya casi dos años hablando de una “inminente inauguración”, pero cualquiera que le trate de cerca conoce el gran compromiso personal y emocional que le une a la bodega.
Su padre, también Vicente de nombre, compró la finca en 1983 y se trasladó a vivir a Murrieta con su familia, decidido a convertir la bodega en su hogar. Por desgracia, falleció 13 años después dejando a su viuda y a sus jóvenes hijos al frente de la propiedad. El mayor, Vicente Dalmau, que tenía entonces poco más de 20 años, tuvo que hacerse cargo del negocio. El actual presidente recuerda el “vacío terrorífico” tras la muerte de su padre, tanto en la familia como de la bodega. Puertas afuera, muy pocos apostaban por que fuera capaz de continuar con el legado de su padre.
En el equipo de Murrieta desde 1989, su primera receta fue una apuesta de juventud apostando por nuevos y valientes profesionales entre los que la enóloga María Vargas jugaría un papel especialmente importante. En 2002, cuando Murrieta celebró su 150 aniversario, la edad media del equipo de bodega era de 30 años.
Bajo la presidencia de Vicente Dalmau se llevó a cabo una total renovación de los vinos, empezando por la modernización del Reserva Marqués de Murrieta (18,10 € en Lavinia o vía Wine Searcher). La tradición elaboradora de blancos se redefinió en una nueva marca llamada Capellanía (19,50 € en Lavinia o vía Wine Searcher); el nuevo Dalmau (48,50 € en Lavinia o vía Wine Searcher), que llevaba el segundo nombre del presidente, demostró que la firma también era capaz de elaborar tintos modernos; y finalmente llegó el momento de centrarse en Castillo Ygay (74,90 € en Lavinia o vía Wine Searcher).
No hay duda de que el castillo ha sido desde siempre la joya arquitectónica de la propiedad. ¿Pero era Castillo Ygay, el vino, la joya del porfolio de Murrieta en un momento en el que el único objeto de deseo en Rioja eran los tintos potentes, maduros hasta el extremo y que necesariamente debían llenar hasta el último rincón del paladar? Definitivamente, no.
Ygay fue la primera iniciativa seria de crear un vino de finca en Rioja, de modo que reflejara, una cosecha tras otra, el carácter distintivo de su terruño. Nadie en Rioja introdujo el concepto bordelés de château con la claridad y la precisión con la que lo hizo el fundador Luciano de Murrieta.
Como ayudante de campo del general Espartero, Luciano de Murrieta mantuvo una posición privilegiada en el mismo centro de la vida política y militar de su época. Sirvió junto a los más altos mandos militares y fue testigo de las intrigas de la corte. Eran tiempos turbulentos, de inestabilidad monárquica, guerras carlistas y gran rivalidad entre liberales y conservadores.
Como resultado de estas luchas internas, Luciano fue exiliado a Londres junto a su mentor, donde se despertó su interés por los grandes vinos de Burdeos. A pesar de la incertidumbre política y los peligros del momento, el vino se percibía como un elemento social de primer orden y el futuro marqués de Murrieta tenía la sensibilidad suficiente para ser consciente del potencial de Rioja. De vuelta en España, Luciano de Murrieta comenzó su particular aventura vinícola en la bodega del general Espartero en Logroño y 25 años más tarde, en 1877, compró la propiedad de Ygay.
Los vinos de Luciano de Murrieta destacaron por el uso de las técnicas bordelesas así como por su capacidad para envejecer y viajar. En aquellos años, las bodegas conservaban normalmente sus vinos en barricas y los servían bajo pedido, casi siempre en las propias barricas y posteriormente en botella. Los mejores podían envejecer durante años y años. Permanecían en viejas barricas cuyo interior acababa completamente cubierto de bitartraros (un tipo de cristalización). Frente a las barricas nuevas empleadas en la actualidad, la oxigenación era prácticamente inexistente. Los bitartratos no permitían la entrada de esas pequeñas cantidades de oxígeno a través del poro de la madera y tampoco aportaban un sabor marcado a roble a los vinos. En Marqués de Murrieta existen registros de algunas añadas de Castillo Ygay que fueron embotelladas después de más de 40 años de envejecimiento en roble.
Son precisamente esos increíbles tintos capaces de pasar con gracia la prueba del tiempo los que han inspirado el Castillo Ygay del siglo XXI. Vicente Dalmau y la enóloga María Vargas han repensado cuidadosamente el vino con la idea de recuperar el espíritu de un vino fino de colección.
En cuanto al estilo, hay que señalar que los tintos de Murrieta siempre fueron más profundos y llenos que los que elaboraban las bodegas históricas de Haro. La ubicación de la propiedad en el centro geográfico de la denominación determina una mayor influencia mediterránea que a menudo se traslada al vino a través de notas balsámicas y de monte bajo.
Ahora más que nunca, Castillo Ygay (que en el pasado era una selección de los mejores vinos de la bodega) viene directamente del viñedo. Como ocurre con todos los tintos de Murrieta, la tempranillo es la base, pero ahora se nutre del viñedo La Plana que se extiende por la relativamente amplia meseta (unas 34 hectáreas) que corona la finca. Es la parcela más alta y en la que las uvas maduras de forma más lenta y uniforme.
El otro ingrediente del Castillo Ygay de hoy es especialmente preciado. La mazuelo (cariñena) es una uva difícil, pero gracias a su estructura, carácter y alta acidez da tintos potentes, austeros y persistentes con gran concentración frutal. Demasiado salvaje, al menos ésta de Ygay, para tomar por separado pero perfecta para conseguir longevidad. La mazuelo es el único elemento de Castillo Ygay que envejece en roble francés. Debido a su ciclo largo y a la gran cantidad de sol que necesita para madurar completamente, se cultiva en las áreas más bajas de la finca.
Las dos últimas añadas de Castillo Ygay que han salido al mercado, 2004 y 2005, siguen estas nuevas directrices aunque son considerablemente diferentes. Mientras que la primera muestra ya un agradable bouquet de especias, fruta roja y evocadoras notas de tabaco junto a una textura sedosa, la cosecha 2005 resulta más firme y concentrada, algo cerrada aunque lleva de energía. Es definitivamente un vino para esperar.
Como muchos habrán imaginado, desde que Ygay ha recuperado su posición dominante en el porfolio de vinos de Murrieta, el precio también ha subido. De los alrededor de 40 euros que solía costar en España a los actuales 60, el fabuloso Castillo Ygay ha dejado de ser la gran ganga que fue.
El marqués de Murrieta murió en 1911. No llegó a casarse ni tuvo hijos, por lo que la bodega fue heredada por sus parientes más cercanos, los Olivares, que residía en Madrid. Gestionaron la firma desde la distancia pero tuvieron la suerte de contar con el brillante Jesús Marrodán como enólogo entre las cosechas 1952 y 1982.
A partir de entonces la familia Cebrián-Sagarriga aportó la pasión, inversión y dedicación necesarias para hacer frente a la revolución enológica que alteró el statu quo de Rioja en las décadas de los ochenta y noventa. Para Vicente Dalmau la experiencia no fue desde luego un camino de rosas pero finalmente ha resultado ser el perfecto heredero de Luciano de Murrieta. Incluso si el título de marqués se quedó en la familia Olivares, él cuenta con su propio título nobiliario, heredado por el lado paterno de la familia. El conde de Creixell, como firma a menudo, suena muy apropiado para un escenario tan fabuloso como la finca Ygay.
Hoy la propiedad está en su mejor momento, con la mayor superficie de viñedo cultivada en su historia, una impresionante colección de edificios restaurados y una gama de vinos adecuada para los tiempos que corren en la que Castillo Ygay ha recuperado definitivamente la posición de liderazgo que le corresponde.