Nunca se concibió como un vivero para nuevos productores, pero quizás sin buscarlo, Iñigo Rubio y Javier Cereceda, director y enólogo respectivamente de Bodegas y Viñedos Labastida, plantaron en 2018 la primera semilla al alquilar parte de sus instalaciones a un puñado de jóvenes viticultores para que dieran los primeros pasos en la elaboración de sus vinos.
“Económicamente no ganamos mucho cediendo espacio en la antigua bodega, pero nos pareció que era una forma de echar una mano a gente que empieza”, explica Cereceda.
El primero en llegar fue Roberto Fernández, enólogo y copropietario de Gobel, tristemente fallecido en 2019 tras una repentina enfermedad. Tenía ganas de hacer vino y viñas en Villalba con sus tíos pero le faltaba espacio, así que Rubio, buen amigo suyo, le cedió un hueco en la bodega antigua de Solagüen. Poco después se instalaron José María Álvarez, socio de la cooperativa, que guarda parte de las uvas para hacer vino bajo la marca Zuzaran; Jade Gross, quien posteriormente se mudó a la bodega que Vintae tiene en San Vicente de la Sonsierra, y Carlos Sánchez, que se trasladó a Labastida desde la bodega de Bárbara Palacios en Briones para elaborar sus vinos y los de 3 Viñerones, proyecto con viñedo en San Vicente de la Sonsierra del que Sánchez es socio.
Sin embargo, la continuidad de esta iniciativa está en el aire. La cooperativa alavesa acaba de vender sus nuevas instalaciones a Muga para dejar atrás un endeudamiento millonario fruto de una inversión sobredimensionada y prepara el regreso a la antigua bodega donde nació la marca Solagüen y donde están instalados los nuevos productores. Y ello pese a que la idea de alquilar ha sido beneficiosa para ambas partes y de que han tenido que rechazar incluso nuevas peticiones, según Cereceda.
A Sánchez, que asesora a bodegas en varias zonas vinícolas de España, la noticia le ha pillado en plena transición ya que acaba de adquirir seis hectáreas repartidas en 15 parcelas en San Vicente y Labastida y en breve quiere tener su propia bodega. Él tiene un sólido proyecto para asentarse en la comarca, pero para los que empiezan las dificultades son muchas.
“Veo mucha ilusión en jóvenes como el grupo de los Martes of Wine, que van poco a poco desarrollando cada uno su propio proyecto, pero hacen falta muchas ganas y energía, especialmente si necesitas arrancar de cero y legalizarlo todo; es complicado incluso teniendo viñas familiares. Poner en marcha una bodega con tres barricas hoy en día es inviable, por eso las facilidades que nos pusieron Iñigo y Javier en Solagüen (en la foto inferior, con Carlos en el centro) han sido de gran ayuda”, indica el productor madrileño.
En su opinión, un semillero de jóvenes productores, al estilo del Celler de Viveristes de la Conca de Barberà, podría ayudar a que no se debilite el trabajo en el campo y a crear prosperidad en la comarca. “Borgoña no es grande por la Romanée Conti, sino por el trabajo en el viñedo y por su gran número de bodegas pequeñas”.
Ayudar a la gente joven a desarrollar su pequeño proyecto es fundamental desde el punto de vista estratégico, asegura Juan Carlos Sancha, docente, bodeguero y ángel de la guarda de jóvenes viticultores de su pueblo, Baños del Río Tobía, antes de que volaran solos. Ahora echa una mano a Aitor Menchaca, un amigo bilbaíno que ha invertido sus ahorros en recuperar garnachas viejas en El Molar, una zona que, a pesar de su cercanía a Madrid, tiene más viñas abandonadas que en producción.
“Nos viene un problema grande porque no hay gente joven para reemplazar a los mayores en las tareas del campo”, asegura Sancha. “La etapa en la que se pasaba de viticultor a bodeguero con medio millón de botellas ya está cerrada. Los jóvenes de ahora tienen mucha ilusión y formación, pero quizás les falta instinto empresarial, algo en lo que entono el mea culpa como profesor universitario. Formamos buenos técnicos pero quizás no buenos empresarios y seguramente sólo necesitan un pequeño empujón y apoyo para que se les quite el miedo y se animen a salir fuera”.
Sancha está convencido de que con más proyectos pequeños, el vino se vendería más caro y se crearía un modelo más sostenible, tanto desde el punto de vista social como económico en un país donde apenas hay 4.500 bodegas frente a las 19.000 de Francia o las 21.000 de Italia.
En la coyuntura actual en Rioja, con caída de ventas y exceso de existencias de vino, el bodeguero pide una reflexión para no volver a crecer más en volumen sino en valor. “En vez de hacer una gran Rioja hemos hecho una Rioja grande y eso nos está pasando factura. Aquí había hasta hace poco 17.000 viticultores registrados; ahora la cifra ha bajado a 14.000. Muchos de los que han caído son viticultores de fin de semana, pero es interesante que se mantenga esa figura. Quizás de ahí sale una pequeña bodega con 4.000 botellas y se completa el círculo. Con cinco hectáreas se puede vivir si vendes tu vino; pero si cultivas y luego vendes la uva, es imposible”.
En San Vicente de la Sonsierra, Abel Mendoza y Maite Fernández comparten muchas de las reflexiones de Sancha y vibran con la energía de jóvenes de su pueblo como José Gil y su mujer Vicky o el resto de integrantes del grupo de cata de los Martes of Wine (en la foto, varios de ellos en una visita a Bertrand Sourdais) que poco a poco van sacando sus botellas al mercado. “Si hubiera tenido caudales, me habría encantado habilitar un espacio para que los jóvenes hicieran su vino y motivarles para que vieran que los proyectos pequeños funcionan si están construidos desde la honestidad”, confiesa Mendoza.
El productor riojano, buen ejemplo de pequeño viñador con valores firmes y comprometido con su comarca, está convencido de que si la administración no pusiera tantas trabas a nuevos proyectos, se animarían más jóvenes a emprender en el mundo del vino.“Sería interesante que hubiera bancos de viñas, un semillero o que se les dejara montar una pequeña bodega con un par de tinajas o de barricas en el garaje de su casa, como hacen en Francia, un país más tolerante con este tipo de pequeños negocios”, sugiere Mendoza. “Y con una figura que canalice esto”.
A los jóvenes que llaman a su puerta, Abel y Maite les animan a decidir por sí mismos el tipo de vino que quieren hacer sin prestar atención a las modas y sobre todo a tener paciencia, aprendiendo por el camino. “Esta profesión es la industria de la felicidad y te enriquece mucho como persona, pero hace falta esfuerzo, dedicación y pasión. No hay que volar. Que salga tu nombre en la prensa no quiere decir que hayas llegado”, aconsejan. “Lo complicado en esta vida es ser corredor de maratón. También es importante no morir de éxito y sobre todo disfrutar el camino”.
Josean Eraso no ha llamado a la puerta de Abel Mendoza pero sí que se ha guiado por valores similares a los del productor de San Vicente. Con 6,7 hectáreas de viñas familiares con edades entre los 40 y 100 años en Labraza y Moreda de Álava, a Eraso siempre le han gustado el campo y los caballos, hasta el punto de que se apuntó a un curso de tracción animal para trabajos agrícolas impartido por Alfred Ferris en Albacete. Cuando éste le dijo que venía a Rioja Alavesa con sus caballos a labrar las viñas de Bodegas Bhilar, Eraso fue a verle y acabó trabajando para David Sampedro, a quien conoció gracias a Ferris.
Animado por el productor de Elvillar, que le prestó un espacio en su bodega, Eraso, de 41 años, empezó en la añada 2020 a hacer sus propios vinos siguiendo la línea de Bhilar de intervenir lo justo en la elaboración.
Son 3.000 botellas en total de un blanco con pieles y un tinto, ambos llamados Eraso, que nacen de algunas de sus viñas más viejas, en las que hay tempranillo, pero también graciano, mazuelo y garnacha —Moreda es el pueblo más oriental de Rioja Alavesa— y blancas como viura, turruntés o calagraño. El resto de su producción de uva, cultivada en orgánico pero sin certificar, la vende casi en su totalidad a Fernández de Piérola, productor de Moreda, y una pequeña parte a Bodegas Bhilar.
Eraso se siente muy respaldado por Sampedro, un hombre de pocas palabras pero muy generoso en sus acciones. “David me dijo ‘haz vino aquí pero yo no te asesoro porque ¿qué vas a aprender de mí?’. Pero claro que aprendo. Tanto él como Melanie [Hickman, mujer de Sampedro y con su propio proyecto Struggling Vines] y Javi en la oficina me ayudan mucho: en la vendimia, a trasegar e incluso en la parte comercial, llevando mis vinos con los suyos a algunas ferias y compartiendo sus importadores. Y lo hacen de forma altruista”, explica Eraso, que ya exporta a Alemania y Malasia.
Aunque seguirá vinculado a Bodegas Bhilar, a partir de la vendimia que viene Eraso estará en El Collado en Laguardia, donde ha comprado una pequeña bodega garaje y en la que tendrá de vecinos a pequeños productores como Basilio Izquierdo o Diego Magaña, quien también arrancó su proyecto riojano en la bodega de Sampedro.
De estirpe cosechera, Alfonso García de Olano trabaja en Bodegas Ayesa, el negocio familiar, donde lo mismo echa una mano en el embotellado que en la poda o la vendimia de las 28 hectáreas de viña que los García de Olano tienen en Laguardia.
Durante la pandemia, decidió seguir formándose y se apuntó a un grado superior en viticultura. En mente tenía empezar a hacer su propio vino con algunas de las viñas que plantaron sus abuelos y tíos, esas que tanto inversor de fuera quiere comprar pero que García de Olano veía que en su casa se seguían destinando al maceración carbónica tradicional.
Un día, mientras tomaba café en su bar habitual, entabló conversación con Roberto Oliván, al que seguía en Instagram pero no conocía personalmente. Congeniaron y poco después el propietario de Tentenublo empezó a echarle una mano de forma desinteresada, proponiéndole unas líneas maestras pero dejando a García de Olano la toma de todas las decisiones.
“La única esperanza para que esta situación social de abandono se revierta es dar valor a tu trabajo y estos jóvenes empiezan a verlo. Al que tiene ganas, ilusión y sentimiento hay que ayudarle sí o sí”, sentencia Oliván, que fue asentando su proyecto viña a viña, comprando pequeños corrillos en Viñaspre que otros no querían trabajar.
A sus 26 años, García de Olano valora mucho su amistad con Oliván. “Él tiene las ideas claras y bien desarrolladas. Me parece increíble cómo tiene el campo y aprendo mucho con sus vinos y su forma de trabajar. Para mí, que Roberto me eche una mano es un premio”, confiesa el joven viticultor alavés.
Otra de las cosas que ha aprendido del productor de Viñaspre es a tener paciencia. “Quitamos el herbicida en nuestra viñas hace tres años y ahora vamos poco a poco hacia la viticultura ecológica, aunque a los mayores les cuesta”, comenta García de Olano, que ya ha elaborado sus primeras 3.000 botellas de cuatro parcelas familiares con edades entre los 65 y 80 años.
Es un tinto de la añada 2022 y saldrá, cuando el vino lo pida, bajo la marca Guardianes del Reyno. “Hace alusión a la zona en la que estamos y a que somos guardianes y defensores de nuestra tierra”.
(La semana que viene publicaremos la segunda parte de este reportaje, centrada en más nuevos proyectos en Rioja)