A sus 91 años, Rufino Lecea ha sido testigo de muchos cambios en Rioja, pero el que le toca más de cerca es la decadencia del barrio de bodegas de su pueblo, San Asensio.
Desde el siglo XVI, los habitantes de esta localidad de Rioja Alta, a medio camino entre Haro y Logroño, fueron excavando una ladera orientada a la Sierra Cantabria donde se elaboraba y almacenaba el vino que se producía en el pueblo. Era una práctica habitual en muchas zonas vitícolas de La Rioja, pero también de Castilla y León, Asturias, Campo de Borja y zonas de Galicia. En su momento de apogeo, recuerda Rufino, segunda generación de Bodegas Lecea, el Barrio de Las Cuevas de San Asensio llegó a albergar hasta 350 bodegas familiares en diferentes alturas de la ladera.
En los 70 y 80, mientras Rufino comenzaba a embotellar el vino que hasta entonces había vendido a granel y su hijo Luis Alberto se incorporaba al negocio, la vida y fisionomía del barrio a su alrededor comenzó a transformarse.
Muchos de sus vecinos abandonaron las cuevas tras haber optado por la comodidad de llevar las uvas a las cooperativas que se habían establecido en el pueblo; otros seguían haciendo vino para autoconsumo o utilizaban la bodega como espacio de reunión con la familia, pero las restricciones de la burocracia y la pérdida de la tradición en las siguientes generaciones han contribuido al deterioro y el abandono del barrio. “Las cuevas se van cayendo; salen vías de agua que nadie repara y que afectan al resto de las bodegas. Si seguimos así, esto no tardara en desaparecer”, se lamenta Rufino.
Este sentimiento se extiende a otros pueblos de La Rioja como Briones, Quel o Alberite así como a otras regiones con cuevas, de ahí que Bodegas Lecea, con el apoyo económico y de organización de Dinastía Vivanco y el Aula Pedro Vivanco de la Universidad de La Rioja, decidieran impulsar a principios de mayo el I Encuentro Nacional de Barrios Históricos de Bodegas en San Asensio.
En los dos días de ponencias, en las que se habló del valor histórico, económico y turístico de estos barrios y de los usos que pueden tener, se expusieron los casos de Baltanás, Moradillo de Roa, Mucientes, Fuentespina y Vadocondes, cinco pueblos de Castilla-León con un peculiar paisaje de bodegas y chimeneas en los que se han llevado a cabo planes de recuperación de estos ejemplos de arquitectura popular subterránea.
Cada pueblo tiene sus particularidades pero cada uno de los representantes locales coincidieron en que una de las principales dificultades en la recuperación de los barrios es encontrar a muchos de los propietarios, herederos de un bien que desconocen o no les interesa. También destacaron la importancia de involucrar, concienciar y vincular emocionalmente a todos los vecinos del valor de tener un barrio bien conservado. “En Baltanás tenemos 374 bodegas en seis niveles superpuestos. Muchas de las puertas de acceso son originales del siglo XVI. Todos somos copropietarios, copartícipes y responsables de este patrimonio”, reivindicó Mª José de la Fuente, alcaldesa de Baltanás, en la comarca del Cerrato en Palencia.
A diferencia de otras en Castilla y León como Dominio del Pidio en Quintana del Pidio o Dominio del Águila en La Aguilera, la mayoría de estas cuevas ya no se destinan a la elaboración. Como explicaba Ángel Fombellida, ingeniero agrónomo que ha trabajado en la recuperación de Baltanás, muchas de las bodegas de este pueblo todavía conservan la prensa de viga, con la que se extraía el mosto de forma continua y lenta, pero ya apenas se usan con ese fin. Ahora son principalmente merenderos a los que acuden las familias los fines de semana o lugares enfocados al enoturismo, como Mucientes, en la DO Cigales, donde se repararon y unieron dos bodegas para hacer un centro de interpretación en el que recoger ese legado histórico y donde acogen visitas y hasta una fiesta del vino en febrero.
Es también el caso de El Cotarro, como se conoce el barrio de 157 bodegas y siete lagares de Moradillo de Roa en Ribera del Duero. Allí se ha conseguido que la gente del pueblo entable un vínculo emocional con el barrio, que poco a poco se va abriendo al enoturismo con la restauración y recuperación del entorno gracias a la ayuda de vecinos, voluntarios y del ayuntamiento de la localidad, que, como explicó su concejal de cultura Ignacio Rincón, se ha atrevido a expropiar bodegas que no tenían propietario conocido. Para financiar los costes, elaboran con uva del pueblo una cerveza de vendimia y un vino blanco, éste último con la firma de Alfredo Maestro, cuyos beneficios se destinan íntegramente al mantenimiento del El Cotarro.
En Galicia, más que barrios, son aldeas y pueblos enteros dedicados a la producción vinícola, explicó el sumiller y divulgador Luis Paadín, quien defendió la importancia turística de este patrimonio único. “El valor añadido no es el depósito de acero inoxidable; debemos dar más valor a lo que no pueden ofrecer otros”, argumentó Paadín. “Lo bueno es que, además, tenemos la historia detrás”.
Pero como se argumentó durante el Encuentro en San Asensio, para que este patrimonio subterráneo se recupere, hay que ir más allá del enoturismo y el ocio. La cuestión es encontrar los usos adecuados.
“Yo veo una similitud con el viñedo viejo. Todos sabemos que tienen gran valor pero no sabemos como sacarle rendimiento”, indicó el etnógrafo Luis Vicente Elías, que lamentó que de las 170 bodegas subterráneas de su pueblo, Briones, solo hay una donde todavía se elabora vino. “Deberíamos buscar una nueva cultura vinícola basada en la elaboración de vinos subterráneos, vinos con un valor diferencial y de calidad, para que haya un reconocimiento de singularidad para el cliente”, añadió Elías. “Si el reconocimiento llega desde fuera, la gente de aquí verá su valor”.
Ramiro Palacios, fundador de la empresa de agro-emprendimiento Trebolar, secundó esta propuesta y sugirió otros usos para generar más valor aprovechando la humedad y temperatura estable de las bodegas subterráneas y su menor vibración e iluminación. Las opciones podrían ser la elaboración de vinagre, el afinamiento de quesos, maduración de embutidos, conservación de fruta y hasta el cultivo de microorganismos con salidas comerciales. “El penicillium ya se vende y su precio ronda los 500 € por 100 gramos”, explicó Palacios.
Luis Alberto Lecea da importancia al uso tradicional de hacer vino a pequeña escala y la apertura de la bodega a los visitantes. En su caso, no solo han conseguido mantener el negocio familiar sino que, con los años, han recuperado la tradicional prensa y trujal, ampliado instalaciones y comprado calados vecinos donde elaboran y crían todo su vino. Ahora, además de Luis Alberto, sus hijos Estela y Jorge también trabajan en la bodega, donde en vendimia hacen un pisado en su lagar de piedra que se ha convertido en una fiesta abierta a todos los visitantes interesados en descubrir esa parte romántica y familiar del vino riojano.
“Sí se puede. En estos barrios hay sitio para más gente”, aseguró Lecea, que pide una legislación de patrimonio “lógica” y con garantías pero que permita recuperar la actividad en estos barrios.
Emilio Barco, director del Aula Pedro Vivanco, que actuó como maestro de ceremonias durante el encuentro, resumió las conclusiones de las dos sesiones en las que intervinieron una veintena de ponentes. “Sabemos que no hay soluciones únicas y que cualquier iniciativa individualizada requiere una visión global. Los barrios de bodegas necesitan un uso para su recuperación y la implicación de los propietarios a través del vínculo emocional, que se debe generar con un relato”, indicó Barco. “No cabe pensar solo en un uso productivo sino que se deben combinar con otros usos como el residencial o categorías nuevas como los vinos subterráneos”.
Las jornadas se cerraron con la sensación de haber creado un nuevo vínculo de unión entre todos los asistentes y la intención de convertir este encuentro en una reunión anual para potenciar este patrimonio subterráneo. Como recordó el emprendedor Ramiro Palacios con una frase del compositor Gustav Mahler, la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas.