Estima la OIV que la cosecha 2023 ha sido la más escasa de los últimos 60 años, por los volúmenes extremadamente bajos en el hemisferio sur y las caídas experimentadas por productores clave del hemisferio norte, fundamentalmente España, Italia y Grecia. Pese a que España se mantiene como tercer productor mundial detrás de Francia e Italia, las estimaciones de vendimia son de 30,7 millones de hectólitros (solo para vino) según la OIV, mientras que la revista técnica La Semana Vitivinícola calcula que la cifra final sumando vino y mosto podría situarse en unos 34 millones de hectólitros.
El descenso está directamente relacionado con la sequía extrema registrada en numerosas regiones. Se llevan la palma Cataluña (-34%), Extremadura (-25%), Aragón (-21%) y Murcia y Castilla-La Mancha (ambas con -20%). En contrapartida, crecieron Canarias (14%), Galicia (12%) y La Rioja (10%).
Probablemente, los elementos que tuvieron mayor incidencia en la cosecha fueron la sequía acumulada en muchas zonas (se venía de un año muy cálido como 2022) y la larga ola de calor de finales de agosto, seguida de precipitaciones de mayor o menor intensidad. En algunos casos éstas resultaron beneficiosas pero en otros trastocaron los últimos estadios de maduración y sumieron a muchos productores en una auténtica montaña rusa de vendimia.
Eduardo García (grupo Mauro), que completó este año su vigesimosegunda vendimia, resume muy bien la incertidumbre creciente: “La viticultura no puede ser estática, tienes que adaptarte, tener herramientas, variedades… Enológicamente ocurre lo mismo; no se pueden repetir recetas. Cada año nos enfrentamos a nuevos retos: lluvias torrenciales, olas de calor, mildiu…”
En las conversaciones que hemos tenido con productores de distintas regiones españolas no solo hemos hablado de su visión de la cosecha; también de sus sensaciones sobre los retos crecientes que deben afrontar en viña y bodega.
El comportamiento ha sido bastante diferente al resto de España por la abundancia de precipitaciones. Llovió copiosamente casi desde que finalizó la vendimia 2022 hasta febrero. Las temperaturas moderadas del invierno facilitaron una brotación temprana; luego las lluvias de mayo dieron alas a las enfermedades fúngicas y el mildiu volvió a complicar las cosas en muchas regiones gallegas. Las lluvias también marcaron parte de la vendimia.
Por zonas, en Ribeiro ha sido un año menos cálido que 2022, aunque las olas de calor de julio y agosto afectaron a plantaciones jóvenes, explica Dominique Roujou, asesor en varias denominaciones gallegas y, entre otras bodegas, de Viña Meín y Emilio Rojo, donde asistieron a la vendimia más temprana de su historia. Para el técnico francés, las viñas con menos carga se vieron favorecidas porque la uva maduró antes y se vendimió antes de las lluvias. “Las primeras DANA afectaron más al Mediterráneo y al centro que a Galicia, pero la segunda-tercera semana de septiembre ya se notó el efecto y apareció botritis en zonas de Ribeira Sacra, Rías Baixas y Ribeiro”, señala. Desde su punto de vista, en Galicia pesa casi tanto el tipo de viticultura que se practica como los caprichos de la añada.
Rías Baixas, de hecho, tuvo un cosechón: algo más de 44,3 millones de kilos (un 8,44% más que 2022) con rendimientos medios de 9.877 kg/ha según datos del Consejo Regulador, muy por encima de la media de los últimos 10 años (8.600 kg/ha). La subzona con mayor incidencia de mermas fue Condado do Tea. Respecto a los vinos, Rodolfo Bastida de Mar de Frades (grupo Ramón Bilbao) habla de blancos ligeramente más diluidos (“no es año de málico”) en el Salnés y quizás sin gran capacidad de guarda, pero señala que los varietales se marcan bien. En Rosal, Julio Saénz de Lagar de Cervera (grupo La Rioja Alta) señala que hay menos alcohol y más frescura. “Es una cosecha bastante buena; no va a ser excelente, pero hay intensidad aromática”, apunta.
En Valdeorras, Rafa Palacios (As Sortes) describe un año de temperaturas moderadas y brotación temprana sin heladas tardías ni lluvia en floración. Se complicó por la ola de calor de finales de agosto (fue una vendimia temprana pero menos que la calurosísima 2022) y las lluvias importantes en la tercera semana de septiembre lo que, unido a las altas temperaturas, obligó a trabajar mucho la viña para luchar contra la botrytis. La valoración final, sin embargo, es positiva: “La calidad es buena. Ha habido noches frescas, a diferencia de 2022, y hay equilibrio en cuanto a pH y acidez,” señala Palacios. “Recuerda un poco al perfil de 2019, que no fue ni muy fría ni muy cálida, ni las lluvias llegaron a ser un drama. Y la cantidad fue buena también”.
En Ribeira Sacra, Fernando González Riveiro, de Algueira, habla de una vendimia tremendamente laboriosa. “No hubo descanso a partir de junio por la abundancia de la cosecha; hicimos hasta tres vendimias en verde para descargar la planta y que la uva pudiera madurar, además de deshojados muy medidos para que el sol no perjudicara a la godello; en cepas de merenzao llegamos a tirar el 50% de la uva”. El verano fue muy caluroso y seco y las lluvias llegaron en el peor momento, añadiendo complejidad a una vendimia de por sí difícil por los diferentes ciclos de las variedades cultivadas. En Algueira vendimiaron a doble jornada, mañana y tarde. El balance final es positivo: “Tenemos pHs correctos y, con la lluvia, las sensaciones son un poco más frescas; hay bastante equilibrio. Los vinos con más estructura y calidez vienen de Doade, en la zona sur”, explica González Riveiro.
El clima siguió un patrón gallego con abundantes lluvias a lo largo del ciclo, quizás un poco por debajo de los 750 mm. de un año medio, y con un verano bastante seco, según César Márquez, que elabora en la bodega familiar de Castro Ventosa y tiene además su propio proyecto personal. Una curiosidad de 2023, según Márquez, es que se recogió la godello antes que la mencía, pese a que esta última tiene un ciclo más corto. La vendimia se desarrolló en distintas fases: primero se cosecharon las uvas afectadas por la ola de calor de finales de agosto, pero luego, con la aparición de las lluvias, se procedió de forma más escalonada. “Ahí es donde empezaron a aparecer perfiles de vinos más fluidos”, señala Márquez.
Desde su punto de vista, 2023 es mejor que 2022, que estuvo muy marcada por el calor y la sequía. “Los 2023 son más florales y tienen más profundidad. Yo, que vendimio pronto, tengo graduaciones entre 12,7% y 13,2%”. Añade también que en Valtuille, la zona de valle donde tiene la mayoría de sus viñas va mejor las añadas lluviosas y frescas mientras que en las partes altas de montaña, donde la maduración es más lenta, hay algo más de uva blanca y se consigue mayor regularidad de cosechas.
En Itsasmendi (Bizkaiko Txakolina), Garikoitz Ríos ha vivido una de sus vendimias más complicadas; también a nivel emocional porque lo que en agosto parecía una añada tremendamente prometedora se truncó por las lluvias. Pese a ciertos episodios aislados (una leve helada, algún ataque de mildiu larvado y el golpe de sol de agosto que quemó algunos granos), el verano fue fresco. “En agosto la viña estaba verde como no la había visto nunca, pero a principios de septiembre empezó a llover de forma torrencial, cayeron casi 300 litros, y además con mucho calor. No perjudicó mucho a las parcelas más tempranas, pero sí a las de segunda semana de vendimia; ahí se llevó el 40%. Las de última maduración se vieron menos afectadas”.
Según Ríos, es además una añada de racimos pequeños y pHs anormalmente altos para la zona (alrededor de 3,30); la frescura viene de la parte balsámica, no tanto de la acidez. “Hay calidad y buenas partidas, pero no lo que yo tenía en mente”. Y con un problema inesperado: “la avispa asiática, que se come la pulpa, deja la baya vacía y genera heridas que dan lugar a la podredumbre ácida”.
Los productores con los que hemos hablado han sido muy sinceros respecto a la cosecha y su decisión, ya casi tomada, de no elaborar vinos de gama alta en esta añada. Además de la ola de calor de finales de agosto y las lluvias en vendimia, el granizo afectó a zonas bastante amplias de San Vicente de la Sonsierra y Rioja Oriental.
Los viñedos de Ramón Bilbao en el monte Yerga sufrieron dos episodios de pedrisco. Para su director Rodolfo Bastida, la sequía este año tuvo que más que ver con el calor al final del ciclo (habla de un efecto “secador de pelo”) y con la respuesta de las variedades. Funcionó mucho mejor la garnacha (cierra estomas y se desarrolla bien) que la tempranillo, que perdió mucha masa foliar y sufrió deshidratación antes de completar el ciclo. “El cuajado fue bueno por la climatología favorable en junio, pero no hubo parra para madurar las uvas, incluso con aclareo de racimos”. Desde su punto de vista, están sufriendo episodios cada vez más drásticos. “Llueve lo mismo [unos 360 mm. en Yerga y 460 mm en Haro, pero con una DANA que afectó a una zona muy amplia de Rioja Alta en septiembre], pero de manera torrencial y con intervalos muy secos entre medias; estamos viendo cómo se diluyen las estaciones”. Lo dice con conocimiento de causa porque el grupo cuenta con 255 hectáreas propias repartidas entre Yerga y municipios de Rioja Alta y Alavesa como San Asensio, Briones, Villalba, Cuzcurrita, San Vicente, Ábalos y Labastida.
En cuanto a la composición de los vinos, han tenido los índices de glucónico más altos de los últimos años (el glucónico es un indicador de lo afectada que está la uva por hongos y precursores de podredumbre) y eso da ya una idea de que los vinos van a tener menos color y ser más inestables. Por eso en Ramón Bilbao repetirán la estrategia de añadas como 2003, 2007 o 2017 de hacer muy poco vino de reserva, gran reserva y gama alta en general, y centrarse en el crianza.
Julio Sáenz de La Rioja Alta comparte muchas de estas sensaciones. “Las partes altas de San Vicente y Villalba han quedado comprometidas por el pedrisco y la maduración ha sido deficiente. En Rioja Alta, que es nuestro núcleo duro, falta acidez y los grados son altos por el calor. Algunas viñas se pararon y la maduración fue más por concentración que por maduración, dando taninos verdes y con málicos altos. Salvo una pequeña partida que podría ser para gran reserva, el perfil es de vinos de crianzas cortas. Es posible que solo hagamos Viña Alberdi y que la marca se beneficie de las uvas de 890 y 904 y de la tempranillo de Viña Ardanza porque la garnacha de este vino de la finca de la Pedriza en Tudelilla ha sufrido el exceso de sol y calor”.
Sáenz habla directamente de la maldición del “3” tras un 2003 de canícula y un 2013 muy lluvioso y puntualiza que a la 2023 le falta tipicidad de Rioja por el calor durante la maduración, y sin noches frescas que lo contrarrestaran. “Sin acidez y equilibrio no podemos hacer grandes reservas. No se trata de poner tartárico, sino de que el vino tenga frescura y esto se note en el aroma y el sabor”.
Lo mejor de 2023 en su caso fueron todas las zonas altas de Rioja Alavesa, sobre todo la parte de Kripan y Elvillar donde el grupo ha adquirido un buen número de viñas viejas adscritas a Torre de Oña, y donde el calor ha sido menos sofocante. También los gracianos que, por su ciclo largo, maduraron bien y mantuvieron el color y la acidez.
Lauren Rosillo, de Finca Valpiedra (Fuenmayor) confirma la tendencia en la parte central de Rioja. Aunque no han tenido merma de cosecha ni problemas de botrytis, las lluvias en vendimia han diluido las uvas y no han obtenido parámetros para elaborar vinos de gama alta. “Aunque he reservado 40.000 litros para ver su evolución, posiblemente irá todo a Cantos de Valpiedra Crianza y tampoco haremos Petra de Valpiedra [su tinto de garnacha]”.
Tras una brotación muy temprana, la comunidad foral vivió la vendimia más temprana de su historia, más aún que 2022. Se inició el 14 de agosto en localidades de la Ribera Baja y Ribera Alta con la recogida de la chardonnay y la moscatel de grano menudo. La producción ha sido más corta debido a la sequía y a las DANAs; estas últimas afectaron de manera especial a la zona de Baja Montaña. Según nos cuenta David Palacios, presidente del Consejo Regulador de la DO, la sequía ha campado también por las subzonas septentrionales. El invierno y la primavera fueron muy secos, salvo el momento del tránsito al verano y luego otra vez muy seco hasta que llegaron las lluvias en vendimia. “En muchas ocasiones, ha habido que primar un estado sanitario favorable frente a otros parámetros”, señala Palacios. La variedad que mejor se ha comportado en este contexto ha sido la garnacha. En las zonas más afectadas por la sequía, tempranillo, cabernet y merlot han sufrido bastante. “Este año van a marcar mucho las subzonas y las parcelas y también se van a notar los viñedos con posibilidad de riego [hay un número significativo de hectáreas que se abastecen del Canal de Navarra] donde se han podido alcanzar maduraciones más completas”, concluye.
Para Adriana Ochoa, de Bodegas Ochoa, que tiene la mayor parte de su viñedo en el municipio de Traibuenas (Ribera Alta), la lluvia ayudó en el final de maduración. “No hay mucho color, pero son vinos disfrutones, aromáticos y con buena acidez”. Le resulta sorprendente que en otro año cálido como 2017 los resultados fueran de pHs altos y grados altos y en 2023, en cambio, quizás por el bloqueo que sufrieron algunas plantas, el alcohol ha sido mucho más moderado, en torno a 12,5% y ha habido buenos pHs, incluso para la tempranillo, que se ha quedado en 3,5. No obstante, al igual que sus colegas de Rioja, no ve grandes condiciones para la guarda. Cree que el cultivo ecológico ha jugado a su favor porque la viña se recuperó bastante bien de las dos tormentas de granizo que sufrieron; en el resto de la selección ayudó la vendimia mecánica, que dejó en la planta los granos que no estaban en buen estado.
En Aragón, Fernando Mora (Frontonio) habla de un año de contrastes en el que, una vez más, no sirvieron las recetas: “Primavera muy seca, con final húmedo, sequía en maduración y lluvia salvadora antes de la vendimia [sobre todo para los blancos que se vendimiaron en una ventana muy corta de tiempo]. La brotación fue más tardía y el ciclo, por tanto, más corto; las lluvias de septiembre han sido clave porque nos permitieron esperar en las mejores parcelas acabando la vendimia en las zonas más altas hacia el 4-5 de octubre”. Entre medias, tuvieron que lidiar con viñas que tardaron en brotar, bloqueos en el crecimiento de la planta, o sarmientos que se quedaron pequeños. La garnacha (blanca y tinta) demostró una vez más ser la variedad mejor adaptada.
Con un 20% menos de producción, la estrategia de selección fue más draconiana si cabe que en 2022 para evitar que entraran uvas pasificadas. “Hemos vendimiado por separado la cara norte y la cara sur de las viñas y, en algunos casos, hemos llegado a hacer tres pases. O, en bodega, a estar cuatro personas tres horas con un palet de 500 kilos antes de la última selección que se hace con el pisado. La persona que pisa es el último responsable de lo que entra en el depósito”, explica Mora. En elaboración, aunque siguen trabajando todos sus tintos con 100% raspón, han pisado menos y reducido los tiempos de encubado a 40-70 días (otras añadas pueden superar los 100 días). “Tenemos vinos florales y herbales con 13-13,5% de alcohol; ahora hay que ver cómo evolucionan, pero la garnacha de Las Iguales me recuerda a 2018, que junto a 2019 son añadas muy aromáticas”, señala.
Eduardo García (grupo Mauro) señala que no ha sido un año especialmente seco, pero que el calor de finales de agosto hizo que muchas plantas se vinieran abajo y cuando llegaron las lluvias, utilizaron el agua para recuperarse y no tanto para alimentar el racimo, por lo que en muchas ocasiones el grado, en lugar de subir, bajó.
Por zonas, cree que Toro es la de mayor resiliencia al cambio climático y la que mejor aguantó los días de calor. Hubo mejor calidad en lo vendimiado a principios de septiembre antes de las lluvias, que lo que recogieron después. La percepción es similar para Mauro y Garmón, en VT Castilla y León y Ribera del Duero respectivamente, con partidas más diluidas también después de las lluvias. “No es un mal año, yo diría que más bien normal, de 6. El único hándicap es que al haber llovido mucho se ha diluido la acidez”.
En Áster, Julio Saénz tiene sensaciones parecidas. “El Otero, que fue lo primero que vendimiamos, está menos afectado por exceso de calor. El Espino ha quedado más comprometido por falta de frescura. Las lluvias de septiembre ni mejoraron ni ayudaron. Hay algo más de grado y menos acidez que 2022; para nosotros es más cálido; las olas de calor han afectado más: un año mediterráneo más que continental. Pero no hay mala calidad”.
Entre quien trabajan otras variedades más allá de la tempranillo, Eduardo García señala que la garnacha les funciona bien en Toro y Tudela de Duero, mientras que la syrah empieza a ir muy justa con el cambio climático. También tienen claro que el vaso aguanta más el calor.
En Abadía Retuerta, una de las fincas del Duero con mayor diversidad varietal, las diferencias en la brotación por las altas temperaturas de abril y la incidencia posterior de heladas se trasladaron al final del ciclo dando lugar a paradojas como que algunos tempranillos se vendimiaran más tarde que la petit verdot, que es la variedad de ciclo más largo. Aquí, en cambio, agradecieron más las lluvias de septiembre.
En Rueda hay mucho más optimismo. “A pesar de haber sido un año seco y caluroso, las lluvias que cayeron en junio y durante la vendimia sí que las aprovecharon bien las plantas; creo que será una de las grandes añadas de Finca Montepedroso”, señala Lauren Rosillo del grupo Familia Martínez Bujanda quien, no obstante, informa de una merma de producción del 40%.
Rodolfo Bastida, de Ramón Bilbao, también incide en el efecto beneficioso de las lluvias de septiembre. “La uva que se vendimió antes estaba un poco deshidratada, pero paramos unos días y mejoraron mucho las calidades”, señala.
En Marqués de Riscal, Luis Hurtado de Amézaga confirma que fue una cosecha corta respecto a la media, muy afectada por la ola de calor de la última semana de agosto que aceleró la maduración de la sauvignon blanc. “Los vinos son algo menos intensos en nariz y con acidez moderada”, señala. “Los verdejos, que son más rústicos, aguantaron mejor las altas temperaturas y las fincas viejas en suelos clásicos de terrazas con canto rodado tienen buen equilibrio y carácter varietal”. Interesante también su observación de que las fincas con posibilidad de riego dieron vinos más frescos y con mayor intensidad aromática. Para Hurtado de Amézaga, es una cosecha sana y con menos problemas de oídio de lo habitual, incluso para bodegas como Riscal que cultivan todas sus fincas en ecológico. Respecto a los precios de la uva, apunta una tendencia a la baja. “Sigue habiendo desequilibrio en el mercado a pesar del buen ritmo de las ventas”.
Elías López Montero de Verum (Tomelloso, Ciudad Real) nos contaba que se negó a sentar el precedente de vendimiar en julio por lo que esperó al 1 de agosto para iniciar la recogida de uva. Muy preocupado por el adelanto creciente de las cosechas, el ciclo en 2023 fue claramente más corto, con vinos menos aromáticos pero buenas bocas cuando se cosechó a tiempo. “Con las olas de calor te pones en lo peor y luego sorprende que el vino final sea muy decente, aunque para ello has de estar muy encima de todo”. Su estrategia en estos años es adelantar la vendimia para tener vinos más frescos e ir a crianzas más largas con las lías para compensar la menor estructura. “Aquí no podemos hablar nunca de años frescos, pero cuando hace mucho calor y vendimio antes, tengo menos grado”, señala.
En otras zonas de Castilla-La Mancha Lauren Rosillo de Finca Antigua (Cuenca) habla de una merma del 50% y mejor comportamiento en blancos que en tintos. En Villarrobledo (Albacete), Bernardo Ortega confirma que el año estuvo marcado por el exceso de calor a lo largo de todo el ciclo, lo que determinó ya un mal cuajado en el caso de la airén, con paradas vegetativas en verano y pérdida de hoja que dificultó la maduración. En calidad, no obstante, señala que la airén y la bobal se comportaron bastante bien -son las que mejor se adaptan a estas circunstancias- frente a una syrah, que no llegó a madurar bien y se quedó con pepitas algo verdes. Ortega advierte también de que hay plantas, en especial viñas viejas, que se están muriendo por la falta de agua.
“Las expectativas eran tan malas después de una primavera sin una gota de agua y tercer año de sequía acumulada en Penedès, que al final estamos más contentos y satisfechos de lo esperado”, nos contaba Josep Sabarich, director técnico de Familia Torres. Un ejemplo: frente a la media de 500-550 litros de precipitación media en su icónico viñedo de Mas La Plana, en el momento de vendimia había llovido solo 180 litros. Harán mucha menos cantidad de este tinto y utilizarán más acero inoxidable, cemento y volúmenes más grandes de roble. En general, se han atrevido a vendimiar más verde para no renunciar a la acidez en los blancos y en los tintos sin esperar a tener hollejos totalmente maduros para evitar el efecto de fruta compotada.
En la misma zona, el productor de espumosos Recaredo daba una pluviometría de 267 litros frente a una media histórica de 520 litros, ratificaba el descenso de rendimientos (poco más de 4.500 kg/ha de media), apuntaba a maduraciones rápidas, pero también al efecto de concentración que se produce en los años cálidos y que da lugar a pH relativamente bajos.
Priorat fue otra zona particularmente crítica por la sequía, aunque hay que diferenciar entre los municipios de la parte baja que miran al Ebro, mucho más afectados que los que miran al Montsant que se beneficiaron de las lluvias que cayeron entre mediados de mayo y principios de junio (150 litros en Poboleda, según el informe de Mas Doix; ver gráfico inferior). Esto ayudó a las cepas a sobrellevar un año que, junto a 2022, ha sido de lo más cálido desde que hay registros. “La temperatura efectiva acumulada a 1 de octubre sobrepasa los 2.300 ºC, mientras que el resto de añadas están todas por debajo de los 2.200 ºC y la media es de 2.050 ºC”, se puede leer en sus conclusiones de vendimia.
En Scala Dei, Ricard Rofes, reconoce que la situación es preocupante tras dos años y medio de sequía extrema: “Por primera vez hemos empezado a vendimiar en agosto y terminado en septiembre. Este año hemos visto viñedos viejos sufriendo y eso que tenemos la suerte de estar en altura [la mayoría de sus viñas ascienden por la montaña de Montsant] y con suelos de arcilla, lo que ayuda a retrasar el ciclo. Las lluvias de junio ayudaron aquí, pero no en las zonas bajas. Hemos tenido dos tercios de una cosecha normal”. En lo que respecta a la calidad, “la uva entró en perfecto estado sanitario, pero las maduraciones más rápidas hacen que los vinos sean estructurados, y algo vegetales. Tienen mucha fruta, pero son menos redondos que 2019 o 2021, las últimas grandes añadas en la zona”, explica.
En este contexto, la opción ha sido vendimiar más crujiente, pero hacer maceraciones cortas y a temperaturas más bajas. Para poder usar el raspón han tenido que ir a viñedos más altos: 650 metros frente a 500 metros de otros años. El futuro para Rofes pasa por cultivar en zonas más altas, retrasar la poda para alargar el ciclo o no desnietar para generar sombra en el racimo. Familia Torres corrobora la estrategia: en Tossals en Porrera, su finca más elevada a 750 metros de altitud, tanto la garnacha como la cariñena se han desarrollado a la perfección.
Muy interesante también la experiencia de Marta Rovira en Mas d’en Gil, una propiedad de la zona meridional (Bellmunt del Priorat) con un largo histórico de cultivo en biodinámica y donde los viñedos jóvenes han soportado mejor la falta de agua que los viejos, algo que ella asocia al trabajo que se hace para fomentar cepas más fuertes y con más raíz. “Cuando tienes suelos vivos, cuatro o cinco litros es mucho. Pero no hay que hablar solo de agua, sino de cómo cuidamos la tierra y cómo podamos para no ahogar el paso de la savia”. A falta de lluvia, fue un año de bastante humedad, no se tocó prácticamente la tierra para no resecarla y hubo que hacer mucha selección. “Los granos han sido más pequeños de lo habitual, pero las acideces son más altas por la concentración”, explica Marta. Ha sido también su cosecha más temprana: “El 8 de septiembre habíamos terminado”.
En Conca de Barberà la sequía no fue tan preocupante, según Josep Sabarich. De hecho, vendimiaron el chardonnay de Milmanda a 12,6% vol. Una de las conclusiones que saca de estos últimos años es que “hay que plantearse el riego como herramienta no para tener más producción, sino para matizar los años secos”. Es el tipo de riego de soporte que utilizan es su finca de Purgatori (Costers del Segre) y que les permite conseguir rendimientos de entre 4.000 y 5.000 kg/ha.
En Requena (Valencia), Toni Sarrión habla de una gran caída de producción por la sequía y las tormentas de granizo. Si en 2022 ya se perdió alrededor de un 20%, en 2023 se ha cosechado un 40% menos respecto al año anterior. Finca Terrerazo producirá la mitad de vino que lo habitual. “He intentado quitar uvas dentro de lo poco que había; vendimiar pronto y quedarme con bobales de tamaño mediano”, cuenta. Las cosas han ido mejor en su propiedad de blancos en altitud, Finca Calvestra (este año hará más blanco que tinto), donde aun así arrancó su vendimia más temprana un 2 de agosto.
Y mira bastante más allá: “De la agricultura hay que reflexionar mucho. Lo que mejor aguanta es lo viejo plantado en zonas frescas y los buenos bobales de secano con baja densidad de plantación. Hace 20 años huíamos de los pies vigorosos, pero ojalá tuviera más de eso. Lo mejor este año ha sido la merseguera y la bobal. La syrah, que nos afinaba mucho los vinos, ya no funciona tan bien. Otra cosa ridícula en Levante es la tempranillo: se deshidrata, pierde acidez y tiene pHs muy altos. Llevo arrancadas ya cerca de 30 hectáreas. Todas esas plantaciones de los 70, 80 y 90 han sido un desastre”.
Pepe Mendoza es un poco más optimista en Alicante, sobre todo comparando con la 2022 que fue muy sofocante y con noches muy calientes. La planta arrancó el ciclo sin reservas de agua en el suelo y con un 40% menos de cosecha en floración. Gracias a los 140 litros que cayeron en mayo y a la humedad que llega del mar aguantó bien la sequía del verano. “Hemos llegado bien a fin de maduración, con las hojas basales tersas, tenemos bayas pequeñas y vinos llenos, la fruta sin cansancio y con brillo”, señala. Apunta también que los secanos han funcionado mejor que los regadíos y las variedades locales infinitamente mejor que las internacionales. Para Mendoza, 2023 no tiene el perfil de añadas cálidas “con menos brillo y que viven mucho menos en botella”.
En Jumilla (Murcia), Elena Pacheco, de Viña Elena y Bruma del Estrecho explica que sus viñas están acostumbradas a gestionar la poca agua que tienen. “El problema ha sido las olas de calor y la menor amplitud térmica. Este año nos salvaron las lluvias de final de mayo que ayudaron a la brotación y marcaron un ciclo atrasado. Hemos vendimiado entre 10 y 12 días más tarde de lo habitual”, señala. La producción ha caído alrededor de un 35%, especialmente en la zona más baja y cálida donde tienen gran parte del viñedo familiar.
“La maduración ha sido compleja porque había mucha descompensación de acidez y pHs muy altos; al final hemos interpretado que el ciclo era más largo y hemos llegado a un cierto equilibrio con grados de 14 a 14,5 % vol., sin deshidratación y con cierta tensión de fruta. Este año habrá notas vegetales en las zonas cálidas”, añade. Su política con este perfil de uvas es criar en hormigón. “Es increíble la capacidad de limpieza del material, los aromas abiertos que conseguimos y lo bien que se muestra la fruta; además el intercambio catónico permite mantener el pH; el vino está mucho más protegido”.
Respecto a cómo ve el futuro, señala que hay que ir regenerando el viñedo, pensando muy bien dónde y cómo se planta. En su agenda están los portainjertos más productivos, las orientaciones norte y, cuando no las tienen, las umbrías o los suelos muy blancos y con una capa gruesa de piedra que mantienen la tierra fresca. Sus apuestas: monastrell y garnacha.
La sequía ha marcado mucho la cosecha en esta comunidad. En Montilla, Fátima Ceballos, de Lagar de la Salud, habla de una primavera con suficiente lluvia para favorecer un buen cuajado, lo que luego planteó muchos retos a la planta para poder madurar toda esta carga en un contexto de sequía y elevadas temperaturas. “Ha sido la vendimia más temprana que he vivido desde que estoy en Montilla y la más complicada. Había que ser muy fino a la hora decidir cuándo recoger, nos la jugábamos por un día”, explica. Pese a las dificultades en viña, los primeros resultados en bodega superan las expectativas. Ceballos define 2023 como “una añada llena de concentración y espero que, con un carácter peculiar, potente y resiliente, como el año transcurrido”.
En Jerez, Willy Pérez (Bodegas Luis Pérez y De La Riva), habla de un año de incremento de producción en torno al 12%, pero por debajo de las expectativas y de la demanda, lo que ha incrementado el precio de la uva a 1,20 €. Climáticamente ha sido más favorable que 2022 (450 litros frente a la media histórica de 570), pero hay que considerar que la planta venía muy debilitada de 2022. Las altas temperaturas en la fase de maduración produjeron algunas paradas, lo que obligó a esperar para tener un grado suficiente. Ramiro Ibáñez, su socio en De la Riva y propietario de Cota 45, añade que el año fue más seco que cálido, por lo que la gestión del laboreo y la humedad del suelo fue fundamental. Él distingue entre la palomino vendimiada antes de la ola de calor de la tercera semana de agosto y la que se cosechó después, que dio vinos más rústicos y oxidativos.
Willy Pérez describe así su estrategia este año: “Teniendo muy poca leña en la planta, fuimos muy conservadores. Levantamos las cubiertas en febrero e hicimos una poda bastante corta, aún a riesgo de perder mucha uva. Este año, prácticamente no hay asoleo, estando los racimos ya muy insolados y con una tendencia a la oxidación. Por eso hemos vendimiado antes, tratando de preservar la finura de un año difícil. Los vinos de pasto tienen una boca muy equilibrada, casi del estilo del 22 pero con algo más peso. Este año dejaremos poco velo porque no es muy necesario”, señala.
Su impresión general es que es un año más ligero que 22, pero quizás más elegante y aromático, aunque los vinos no darán la cara hasta la primavera. También habla de tintos con muchísimo cuerpo y fermentaciones complicadas. Ibáñez por su parte señala que fue un buen año para las variedades oxidativas como perruno, uva rey o mantúo.
En Málaga, en la zona de la Axarquía, Juan Muñoz de Dimobe habla de un 60% menos de producción de moscatel por los fuertes calores durante la floración, frente al resto de variedades más tardías como pedro ximénez, doradilla, romé o garnacha que estuvieron en línea con lo habitual. La sequía anuló los problemas fúngicos, aunque sí hubo cierta incidencia de mosquito verde que retrasó la maduración en ciertas parcelas. “No se han podido elaborar todos los estilos de vino por falta de uva, pero sí los naturalmente dulces. También fue un buen año para el vino maestro [se añade alcohol vínico antes de que empiece la fermentación de forma que ésta es muy lenta e incompleta], pero tuvimos que prescindir de los tiernos [elaborados con uvas largamente asoleadas y con parada de fermentación por adición de alcohol vínico]. Los vinos son menos florales, pero con más concentración, muy buenos para envejecer”, señala.
En Ronda, Bibi García (Cortijo Los Aguilares) tiene sensaciones parecidas. En su caso cifra la pérdida de cosecha en un 40% respecto a un año normal. “Llueve poquísimo y mal; 2020 fue el último año que llovió. Este ha sido es el primer invierno en los 17 años que llevo en bodega que no ha nevado; y no ha hecho el frío que es tan importante a nivel sanitario”, señala. Las bayas han sido muy pequeñas y de poco peso en 2023; los rendimientos de la petit verdot, por ejemplo, se han quedado en 2.000 kg/ha. “No he podido elaborar nuestro rosado de sangrado y hemos hecho mucho menos vino joven. El perfil es de crianza porque ha habido más concentración. Los vinos serán más maduros; hemos hecho maceraciones más cortas, pero tenemos buenos pHs exceptuando la tempranillo.
Jonatan García habla de la vendimia más temprana en el Valle de la Orotava (Tenerife), no solo por fecha de inicio (30 de julio) sino también de finalización (el 15 de septiembre, cuando hace cuatro o cinco años se podía prolongar hasta el 5 de noviembre). Ha sido un año más seco y cálido de lo habitual en el que incluso los viñedos de zonas altas han madurado pronto; en las zonas bajas los rendimientos se han reducido en torno al 20%. En vinos, los pHs son un poco más altos. La variedad que mejor se adapta a estas condiciones es la listán blanco. También preocupa la próxima cosecha, sobre todo de cara a la conducción en cordón trenzado porque la viña en algunas zonas no llegó a sacar varas suficientes o fueron más cortas.
En Gran Canaria, donde asesora a Tamerán, el proyecto del futbolista David Silva, se trabaja en una zona más cálida, pero con apoyo de riego, donde la listán blanco se está adaptando muy bien. 2023 ha sido una cosecha muy corta para blancos y de buena calidad para tintos, elaborados con listán negro cultivado en la zona norte, más fresca.