Wim Vanleuven: “Solo abriendo botellas se puede convencer a la gente de la diferencia entre los pueblos”

El fundador de la importadora La Buena Vida es quizás la persona que más ha hecho por difundir y dar a conocer el vino español de calidad en Bélgica. Abogado de formación, Vanleuven (1970) se crio en la región de Kempen (Amberes), dentro de la zona flamenca del país. Su padre tenía una pequeña bodega que alimentaba sobre todo con referencias de Burdeos y Borgoña -“lo más atrevido en la época podía ser un Ródano o un vino del Languedoc”-, y lo llevaba habitualmente a catas y eventos de vino.
Gracias a un Erasmus en Barcelona conoció a algunos productores cuyos vinos marcarían una nueva época en el vino español y, en 2003, estrechó aún más sus lazos con España al contraer matrimonio con María Jané, de las bodegas de Penedès Jané Ventura. Hoy, gestiona junto a su socio Johan Sterckx, mejor sumiller de Bélgica en 1997, un porfolio de 85 bodegas en el que, sorprendentemente, los productores clásicos y las regiones más conocidas como Rioja o Ribera del Duero son minoría.
Escribe tres mailings semanales a sus clientes explicando todo tipo de aspectos sobre el vino español y desde hace poco ha llevado parte de esta misión a Instagram con videos cortos en flamenco. Está a punto de concluir la restauración de una masía en El Pla de Manlleu, una de las zonas más altas del Penedès en la provincia de Tarragona, que quiere convertir en un punto de encuentro para pequeños productores locales.
En esta entrevista Vanleuven cuenta cómo, empezando de la nada, consiguió representar a muchos de los productores que cambiaron la imagen internacional de España. También comparte sus impresiones sobre la evolución del vino español y da pistas sobre un futuro no exento de problemas, pero que aborda con optimismo.
¿Cómo fueron tus primeros contactos con el vino español?
Fueron fruto de una serie de casualidades. Cuando estaba haciendo el Erasmus en Barcelona conocí a una chica riojana que estudiaba empresariales y nos hicimos novios. Viajé con ella a Rioja y su padre me llevó a visitar varias bodegas. Para quedar bien, decía que los vinos estaban buenos, aunque en realidad no me gustaban. Estaba acostumbrado a beber buenos vinos franceses; no los mejores, pero sí de una calidad superior a lo que había entonces en España. El vino embotellado era casi todo de Rioja, Ribera estaba empezando y Penedès resultaba muy comercial. La oferta era muy corta.
Hoy casi todos los vinos son técnicamente muy buenos, pero en los años setenta España eligió el volumen frente a la calidad, al contrario que los italianos quienes prefirieron multiplicar el precio. Ahora las bodegas clásicas riojanas están utilizando esa misma estrategia porque han aumentado la calidad. La subida de precio de Viña Ardanza es un buen ejemplo de ello.
Dar la espalda a Rioja no parece una buena forma de empezar un negocio
No, pero en ese momento me hablaron de lo que estaba pasando en Priorat. Me interesó mucho y fui a conocer la zona. Tenía solo 22 años y no todo el mundo tenía tiempo para mí, pero Carles Pastrana, de Clos de l’Obac, me dedicó muchas horas. Así que, cuando acabé el último curso de Derecho, decidí crear una importadora de vinos españoles. Constituí La Buena Vida el 31 de agosto de 1994. Para septiembre ya tenía un trabajo en el bufete Cuatrecasas de Barcelona y me instalé con mi novia riojana en un piso de la zona del Paralelo.
Durante un tiempo llevé un vino que hacía Miguel Ángel de Gregorio en Rioja que se llamaba Herencia Lasanta, pero puede decirse que empecé con Clos de l’Obac [Priorat] y Albet i Noya [Penedès]. Josep María y Toni trabajaban en ecológico desde los años setenta y habían empezado ya a hacer sus vinos de colección, Después vino Bàrbara Forés [Terra Alta], Avgstvs [Penedès] y fui sumando productores hasta llegar a 24 bodegas, pero sin apenas ventas.
Tenía las cajas de vino apiladas en casa de mis padres, entre mi habitación y el garaje. Al principio fue fácil vender a la familia y a los amigos, pero luego todo se complicó. Así que decidí volver a Bélgica, donde podía ganar más como abogado, para seguir desarrollando el proyecto. Solía quedar a catar con sumilleres cuando acababan el servicio. Ya no tenía novia y disponía de más tiempo; a esa edad uno no mira las horas que trabaja.
¿Fue difícil introducir los vinos españoles en el mercado belga y tener acceso a buenos restaurantes?
En 1994 nadie esperaba comprar vinos españoles de más de 1.000 francos belgas [unos 25 € de ahora]. Lo cierto es que fui muy ingenuo. No conocía el mercado, pero al final te das cuenta de que es así como acaban saliendo las cosas; eso sí, con mucho trabajo detrás. La estrategia era contactar con los mejores sumilleres y llamar su atención diciéndoles que tenía vinos nuevos e interesantes. Así fue como conocí a mi socio Johan Sterckx. Su incorporación al negoció en 1997 nos abrió muchísimas puertas.
En Bélgica, por otro lado, hay un montón de importadores de vino. Cualquiera que hace un curso de vinos se lanza a importar un palé. Se apoyan sobre todo en el precio, pero yo nunca he creído en estas estrategias de supermercado. Busco lo mejor de cada zona y a sus pioneros sin mirar el precio. A los sumilleres les interesan los vinos top y eso era lo que yo, con mi ingenuidad y entusiasmo, les ofrecía. Creo que esa ingenuidad inicial es determinante para un emprendedor.
¿Cuáles son, desde tu punto de vista, las principales transformaciones que ha experimentado el vino español desde entonces?
Para mí, un momento crucial fue la creación de una segunda empresa en 2004, La Buena Tierra, ya junto a mi mujer María, que estaba buscando cómo situarse profesionalmente en Bélgica. La filosofía era la misma que con el vino: buscar los mejores productos españoles de cada región. Era la época en la que Ferran Adrià y la familia Roca tenían ya gran fama internacional y decidimos importar lo que estaban haciendo: las texturas en el caso de El Bulli y la roner de los Roca para cocinar a baja temperatura. Gracias al triunfo de la cocina molecular, por primera vez en 15 años los cocineros empezaron a tomarnos en serio y a vernos como algo más que ‘aquellos vinitos españoles simpáticos’. Adrià y los Roca consiguieron que cambiara la percepción. A partir de entonces fue mucho más fácil introducir los vinos españoles.
¿Cómo ha evolucionado la posición del vino español en estos años? ¿Hay mucha diferencia entre los vinos más populares de supermercado y las gamas altas?
Para mí es importante que el vino español que se vende en el supermercado sea de calidad poque si un consumidor compra una buena botella de España, lo más probable es que repita. Y esto fue mucho más complicado en el pasado. Técnicamente, en los últimos 15 años se ha dado un salto de gigante.
En los últimos 10 años también se ha desarrollado mucho la cultura del vino en España. Un productor que lo tenga todo para hacer un buen vino, pero que no sabe lo que es un buen vino, no podrá cumplir su objetivo. La nueva generación tiene mucha más cultura que la anterior. Rioja, por ejemplo, ha estado paralizada durante casi 15 años. No pasaba nada. Pero los últimos años han sido fantásticos y todo esto nos ha dado oxígeno durante la pandemia. Estábamos perdiendo el 80% de la facturación por el cierre de los restaurantes, pero de repente aparecen todos estos vinos nuevos y divertidos. Ampliamos el porfolio con unas 20 bodegas nuevas es esta época.
¿Cuáles son las particularidades del mercado belga frente a otros países de su entorno? ¿Se puede considerar un generador de tendencias en algún aspecto relacionado con el vino?
El coleccionismo de vino está creciendo para nosotros. Con la crisis de Burdeos y la subida de precios de Borgoña, quienes se limitaban a coleccionar estas regiones, ahora se interesan por el vino español.
También ven que hay vinos atlánticos. Me refiero principalmente a Canarias y Galicia. Casi todo el mundo asocia España con tempranillo, que es una uva dulce, de poca acidez y que gusta siempre. Pero los aficionados que han ido evolucionando hacia estilos más frescos buscan la identidad atlántica.
La mencía es la variedad más complicada porque tiene poca acidez y a veces está muy madura, pero tenemos la suerte de haber empezado a trabajar desde el principio con las dos referencias de la zona: Descendientes de J. Palacios y Raúl Pérez. También llevamos la bodega familiar de Castro Ventosa que gestiona ahora el sobrino de Raúl, César Márquez. Ahora abro Valtuilles de 2001, 2003 o 2004 que están en perfectas condiciones. Y lo mismo ocurre con los primeros vinos de Ricardo Pérez Palacios 25 años después.
¿Qué productores o regiones crees que representan mejor ese cambio cultural?
Personalmente, lo que más me ha chiflado de los últimos años es Envínate, tanto lo que hacen en Galicia como en Tenerife. Son muy alternativos, pero de alguna manera hay también un componente clásico y tienen mucha cultura en comparación con otros productores. Es un buen ejemplo de lo que se puede hacer y, además, comercialmente, los vinos son fantásticos porque no son caros para la calidad que tienen; aunque algunos resulten raros, son fáciles de vender. Son el ejemplo perfecto de esa nueva generación.
Por zonas, yo me muevo más hacia los estilos atlánticos y volcánicos porque, al cabo de 20 años, los gustos evolucionan: pero me gusta igual un Roda I [Rioja] con 25 años. Depende del momento; soy muy ecléctico. En mi bodega solo hay un 20% de vino español. Puede decirse que soy el mejor cliente de todos mis colegas. Ojalá ocurriera lo mismo a la inversa. Ellos compran sobre todo Vega Sicilia y Pingus, mientras que yo debo de tener la colección de barolos más grande de Bélgica.
¿Cómo se puede cambiar esto?
Yo creo que España es el país con más potencial y más variedad, y cada vez hay más cultura, algo clave para poder identificar ese potencial. España está en una situación excelente y esto solo es el principio. Hace unos años pensaba que ocho millones de facturación era lo máximo que podíamos conseguir, pero viendo la evolución, creo que podemos llegar a 20 millones. El mercado es cada vez más grande para nosotros.
Pienso en lo fácil que se venden grandes nombres como Pingus y Vega Sicilia -Bélgica es el cuarto importador mundial de Vega Sicilia. Lo que faltan son marcas. Los italianos y franceses nos llevan mucha ventaja en esto, pero es cuestión de tiempo estar ahí.
Sorprende una visión tan optimista en el actual contexto de incertidumbre
El tema comercial es muy complicado, la restauración está fatal y, paradójicamente, España es el país en mejor situación económica en la UE. Además, los coleccionistas de vino han tenido pérdidas importantes en bolsa por las políticas de Trump. Van a caer muchos negocios porque, por mucha pasión que tengan, no van a tener el potencial comercial. Nosotros buscamos rotación y mantener las ventas en el tiempo. Ahora tenemos la desventaja de que los precios empiezan a estar al mismo nivel que otros países. Antes, todo lo bueno era relativamente barato.
¿Crees que las nuevas clasificaciones y zonificaciones son un buen apoyo a la hora de vender vinos de gama alta o, al contrario, generan confusión en los consumidores?
Las clasificaciones tardarán en asentarse muchos más años de lo que se pensaba. Un distribuidor medio prefiere seguir el mercado y las tendencias. Nosotros hemos apostado por hacer marca porque la gente busca seguridad y cosas que funcionan.
Todo depende de cómo se explique al cliente. Como embajadores de los productores en Bélgica, nuestro reto es vender más vino. Además de un rioja o un bierzo, queremos ver en las cartas todos los pueblos de Priorat y los premier crus; un San Vicente de José Gil y un Paso Las Mañas de Artuke. Es más complicado, tardaremos más años, pero es el futuro.
También hay que hacer más visitas y abrir más botellas. Solo abriendo botellas se puede convencer a la gente de la diferencia entre los pueblos. Para un consumidor o un catador identificar parcelas y pueblos es muy divertido, pero para nosotros supone más trabajo e inversión.
¿Cómo estamos en las cartas de vinos en relación con los principales productores europeos?
Depende del restaurante y de los sumilleres, pero en general estamos bastante bien. Durante más de 15 años, casi todos los vinos españoles en las cartas de los restaurantes belgas eran nuestros. Ahora hay más variedad y eso es mejor porque quiere decir que otros importadores están cogiendo buenos productores y entre todos podremos conseguir que haya mayor presencia de referencias españolas.
Hoy hay ya sumilleres jóvenes que no quieren tener burdeos en su carta. Aún así lo que más se vende todavía de España son vinos potentes, sobre todo tempranillos de Ribera del Duero. Entre las tendencias y la venta real sigue habiendo diferencias.
¿Han cambiado las preferencias de los consumidores belgas en lo que se refiere al vino español? ¿Son proactivos a la hora de descubrir zonas que han empezado a situarse en el mapa en las dos últimas décadas?
Se notan cambios, pero el problema es que solo estamos al principio. Un sumiller que no hace bien su trabajo cree que España es potencia, sol, concentración y no está al tanto de que llevamos años vendiendo vinos más elegantes, frescos y con identidad.
El vino que más vendemos ahora mismo es Les Maiols de Joan d’Anguera [Montsant]. Es un tinto ligero que casi parece un rosado. Es el nuevo estilo mediterráneo inspirado por Château Rayas y elaborado con la filosofía de que el futuro es el pasado.
¿No se lleva a veces demasiado lejos esa búsqueda de la frescura?
Es un error que cometen muchos jóvenes. Si estás en el Mediterráneo y vendimias muy pronto, tienes un vino fresco pero está verde. A mí el alcohol me da igual, lo importante es que el vino sea fresco. Dentro de la nueva generación de blancos, muchos se están equivocando porque quieren vinos casi verdes. Los vinos maduros pueden tener frescura y luz, que es lo que defienden los hermanos Anguera; puedes beber una botella sin cansarte. En su caso, frente a la concentración de antaño, ahora tienen menos rendimientos y producen muchas menos botellas.
¿Cómo ha evolucionado el porfolio de La Buena Vida? ¿Qué regiones o estilos consideras más interesantes en estos momentos?
Por mis comienzos en Barcelona y mi matrimonio, lo que más hemos trabajado son los vinos catalanes. Aunque suene raro, la tempranillo no es mi variedad. Galicia y Cataluña son las zonas que más me han atraído por su diversidad, pero también tenemos muchos riberas y riojas, aunque siempre me he negado a trabajar con los clásicos. Últimamente, me encanta lo que hace La Rioja Alta, así que no se puede decir nunca no a nada.
En Rioja trabajamos con Roda desde su primera añada y luego seguimos con Remírez de Ganuza -eran las dos grandes innovadoras de la época. Abel Mendoza siempre ha sido mi favorito por tamaño, pero aprendí muchísimo con Agustín [Santolaya] y Fernando [Remírez de Ganuza]. Después introdujimos Macán, Artuke hace unos 10 años y José Gil, desde su segunda cosecha. Me gusta mucho lo que hace. Con Alegre & Valgañón también estamos funcionando bien.
¿Ha tenido consecuencias importantes el desmembramiento de la DO Cava en un mercado que consume tanto vino espumoso?
El mercado de los espumosos españoles en Bélgica está muerto. Aquí lo que más llega es cava barato. Cuando empecé en el mundo del vino, un cava de 10 € era barato; ahora es caro. Además han subido los impuestos y somos muy poco competitivos con Holanda, donde los han bajado. Nuestro precio medio por botella este año es de 40 €. El cliente prefiere champagne porque da más prestigio. Me frustra muchísimo, pero así están las cosas.
¿Cuáles son los retos más importantes del vino español en el complicado contexto internacional actual?
Hacer menos y mejor. Van a caer muchos productores, incluso bastantes de los nuevos. Es una pena porque tienen una ingenuidad que no siempre es la correcta. Solo puedes ser ingenuo si viajas y trabajas mucho.
¿Te atreverías a hacer alguna predicción de lo que está por venir?
Va a haber cada vez más blancos. Todo el mundo en Rioja está loco buscando blancos, y en Ribera también. También habrá más vinos que reflejen el territorio. No vale querer hacer un vino atlántico en el Mediterráneo o en una zona continental. El equilibrio y el respeto a la zona es esencial.

Amaya Cervera
Periodista especializada en vino con más de 25 años de experiencia. Fundadora de Spanish Wine Lover y Premio Nacional de Gastronomía a la Comunicación Gastronómica 2023
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