Tres novedades que confirman las nuevas tendencias en el vino español
En las últimas semanas hemos probado tres nuevos vinos que además de parecernos interesantes y recomendables, representan, cada uno en su estilo y en su contexto, la consolidación de una tendencia. En todos los casos, se sitúan en las gamas más altas de sus bodegas.
Viñedos tradicionales y El Camino
A estas alturas pocos defienden que un viñedo es mejor solo por el hecho de ser viejo. El valor de los viñedos viejos se mide por factores concretos: su ubicación, normalmente en suelos pobres más apropiados para el cultivo; su mayor masa radicular que los hace más resistentes, aunque esta ventaja no funciona en circunstancias súper extremas, como se ha visto con la sequía tan prolongada en algunas zonas de Cataluña; la riqueza de su material vegetal, que suele albergar una gran biodiversidad; y, en general, su capacidad para producir vinos de cierta profundidad. Tampoco hay que olvidar el impacto visual: una parcelita de cepas retorcidas, enmarcada por un bosque y delimitada por algún murete de piedra, es infinitamente más atractiva que un viñedo cuadriculado en espadera cuyas filas se pierden en el horizonte.
A finales del año pasado, el grupo La Rioja Alta presentó a la prensa especializada El Camino 2021, el primer vino elaborado íntegramente con uvas de “viñedos artesanales”. Con este término se refieren a las aproximadamente 60 hectáreas (y más de 150 parcelas) de viñas viejas tradicionales que han ido adquiriendo desde 2021 en distintos municipios de Rioja Alavesa como Elvillar, Kripán, Laguardia, Lanciego o Navaridas. Todas ellas se adscriben a su bodega Torre de Oña situada en Páganos (Laguardia, Rioja Alavesa).
“Nos han criticado por comprar viñedos artesanales”, apuntó Guillermo Aranzábal, presidente de La Rioja Alta, durante la presentación del proyecto. Desde su punto de vista, la única forma de conservar este patrimonio es “pagar 2,5 € el kilo de uva, algo que no hace nadie; alquilar los viñedos y trabajarlos uno mismo; o comprarlos”. Aranzábal cree que muchas de estas viñas se acabarán perdiendo. Se estima que la bodega ha pagado entre 90.000 y 95.000 € la hectárea.
El movimiento es significativo para un grupo que lleva años apostando por la viña, aunque con un concepto de plantación más extensivo, y que ha pasado de 192 hectáreas en Rioja a finales de los 80 a casi 590 en la actualidad. Si se suman sus bodegas de Ribera del Duero y Rías Baixas, la cifra alcanza las 925 hectáreas.

La compra de estas viñas tradicionales ha desatado una pequeña revolución en Torre de Oña. La bodega, un château con el viñedo rodeando la bodega y una elegante casa señorial, experimentó distintos cambios en su gama de vinos hasta la aparición de Martelo en la cosecha 2012. Este reserva de corte refinado se elabora con las mejores parcelas de la propiedad y confirmó los nuevos caminos de los vinos riojanos más allá de los clichés de clasicismo y modernidad. La novedad es que, a partir de la cosecha 2021, disponible en primavera, Martelo deja de ser un vino de finca para enriquecerse con los viñedos artesanales de las zonas más altas.
Esto implica la fermentación conjunta de la mezcla de variedades de las viñas viejas a la manera de un field blend y la introducción de algunas barricas de 500 litros. El vino, no obstante, se mantiene como reserva, aunque el término desaparecerá de la etiqueta frontal. El enólogo Julio Saénz reconoce que se está evolucionando hacia un vino de concepto, sin “receta” de elaboración. El cambio de fondo es más profundo si cabe porque, en un plazo de tres años, Torre de Oña va a acometer la replantación de todos los viñedos de la finca que no se destinan a Martelo (34 hectáreas) pasando de la espaldera al vaso, con densidades más altas y utilizando el sistema keyline, que respeta la topografía del terreno y maximiza los recursos hídricos.
El objetivo final es obtener uvas de mayor calidad que permitan elaborar vinos de valor añadido. Todas las novedades que ha lanzado el grupo en los últimos años van en esa línea: el propio Martelo, los tintos de Ribera del Duero Finca El Otero y El Espino, y Lindeiros, en Rías Baixas.
El Camino 2021 es la puesta en escena más ambiciosa de esa filosofía a partir de viñedos tradicionales de Rioja Alavesa. El vino, que también se pondrá a la venta en primavera, se elabora con tres parcelas de Elvillar situadas en los parajes de El Pisón, Las Navas y La Revilla en las que manda la tempranillo (97%) junto a pequeños porcentajes de mazuelo, garnacha y viura. Son terrenos calizos y franco-limosos. La fermentación se realizó en acero inoxidable y la crianza en barricas de roble francés de 500 litros -todo un punto de inflexión en esta casa de base tan clásica que apuesta aquí por la contraetiqueta genérica. El nombre, por otro lado, alude al proceso en el que se encuentra el grupo, un camino de investigación y de búsqueda de la excelencia.
De producción limitada (3.680 botellas) y precio ambicioso (saldrá a 120-130 €), El Camino cumple las expectativas de un parcelario de gama alta de Rioja Alavesa. Es profundo y muy aromático (floral, frutillos rojos y azules), con un agradable carácter silvestre (hierbas de monte), amplitud y sabrosidad en boca, taninos finos, persistencia y buen potencial de desarrollo en botella.
La filosofía de fondo, sin embargo, difiere de la línea que siguen los productores terruñistas que trabajan con viñedos tradicionales de la Sonsierra, en el sentido de que prima el enfoque marquista y no hay de momento interés en llevar a la etiqueta el nombre de pueblos o parajes.
Hay un alarde adicional en la etiqueta que lleva adherida un trozo de sarmiento de los viñedos utilizados en la elaboración. Esto realza, sin duda, el concepto artesanal de fondo, pero también plantea problemas para mantener la integridad de la costosa presentación (el pegado se hace manualmente) en el transporte de las botellas y durante su conservación.
El lanzamiento, por otro lado, se beneficia de las excelentes características de la cosecha 2021 en Rioja. Quien no tenga presupuesto para El Camino, hará muy bien en hacerse con algunas botellas de Martelo 2021 y disfrutar del toque especialmente sedoso y crujiente de esta añada.
El Mediterráneo en clave de frescura: Ferrero i Senís La Pebrella
Ubicada en Moixent, en la subzona de Clariano, Celler del Roure es una bodega que ha roto moldes en Valencia. Su aprendizaje y trayectoria reflejan muy bien la evolución de los vinos mediterráneos españoles en los últimos años y, sobre todo, los horizontes de futuro que se abren en términos de estilo y posicionamiento de mercado.
Pablo Calatayud lo explica muy bien en la carta de presentación de Ferrero i Senís La Pebrella 2023, un vino que no habría sido posible sin una serie de fases previas. Algunas de ellas las describimos en este artículo publicado en SWL en 2017. Calatayud utiliza la idea de “colecciones”. Su primera colección fue la de los “vinos clásicos”, Maduresa y Les Alcusses, hoy elaborados con monastrell y cariñena, pero que en su momento llevaban su buena parte de tempranillo, cabernet y merlot, y apenas un pequeño toque de mandó.
La segunda colección, que él bautiza como “vinos antiguos” (Safrà, Parotet, Vermell) es la más revolucionaria porque implica el trabajo con uvas locales olvidadas de ciclo largo (sobre todo mandó) que cambian totalmente el estilo (más acidez, fruta más viva, menos estructura). El hallazgo de una vieja bodega subterránea de tinajas donde envejecen los vinos realza su expresión diferencial. La “tercera colección” de Pablo Calatayud son sus rosados de mandó en versión tranquila (Les Prunes) y espumosa (el ancestral Les Danses) como expresión de un mediterráneo aún más fresco, que no deja de ser un colofón del hallazgo de la versatilidad de esta variedad.
Lo que llega ahora, sin embargo, es una historia bien diferente porque se sirve de nuevos códigos y variedades. Ferrero i Senís La Pebrella 2023 está elaborado con castas más ancestrales si cabe: la arcos, recuperada hace unos años por Fil.loxera y Cía., bodega del municipio cercano de Fontanars, y la también tinta forcallà. Ambas son castas de maduración tardía que se abandonaron tras la filoxera. Se trabaja con dos parcelas de base calcárea. Las uvas fermentan con racimo entero en los viejos lagares de piedra de la bodega vieja y, al igual que hacen con sus mandós, crían el vino en tinaja de barro completando con damajuana de cristal.

Es un vino de color muy abierto, con notas claras de la elaboración con raspón en nariz, en la línea de los vinos de sed que se han hecho tan populares en los últimos años, aunque con una expresividad muy marcada (pimienta, notas herbales) y alta intensidad. La sorpresa está en el paladar porque tiene una profundidad y una estructura que no se esperan. Es energético, con textura crujiente, un corazón de fruta dulce que da paso rápidamente a un amargor final que recuerda a la combinación de hierbas del vermut o incluso a algunos vinos italianos. Muy especiado en su conjunto y persistente. Será muy interesante ver cómo evoluciona en botella a cinco o más años vista. No tenemos aún mucha experiencia sobre la capacidad de envejecimiento de estas elaboraciones.
La graduación (12,5% vol.) es moderada. Se han elaborado 4.300 botellas y el precio recomendado, muy comedido como todo lo que sale de esta casa, es de 33 €. Creo que no me equivoco si digo que Celler del Roure hace algunos de los vinos de mejor relación calidad-precio de España y aquí vuelve a cumplir la máxima. La etiqueta es un diseño de Dani Nebot, que continúa así su larga historia de colaboración con la casa. El nombre rinde homenaje al equipo, el responsable de campo Vicent Ferrero y el enólogo Paco Senís, mientras que la pebrella es una variedad silvestre de tomillo típica de la región.
El imparable ascenso de los blancos riojanos: Faustino I Gran Reserva
Llevamos muchos años recomendando blancos de Rioja y destacando la diversidad y seriedad de sus mejores ejemplos, su versatilidad en la mesa y la capacidad de desarrollo en botella. La mejor prueba de su revalorización es la incorporación de nuevas etiquetas en las gamas altas de productores tradicionalmente centrados en tintos como Contino, Muga o Roda. Ahora llega el turno de Faustino.
Faustino puede generar suspicacias entre los aficionados por sus grandes dimensiones y la presencia habitual de muchas de sus etiquetas en los supermercados, pero su muy asequible Faustino I Gran Reserva (se vende en España en el entorno 20-22 €) puede tener evoluciones sorprendentes en grandes añadas como volvimos a comprobar recientemente. La bodega es líder en el mercado de grandes reservas tintos de Rioja (una de cada tres botellas que se venden es suya) y parecía lógico que se adentrara en el universo blanco en un momento de gran demanda de estos vinos.
Faustino Gran Reserva blanco se empezó a gestar en 2017 tras constatar la buena evolución en botella del blanco fermentado en barrica que elaboran en Campillo, su bodega de Laguardia, y de las buenas aptitudes para el envejecimiento de la viura y la chardonnay que utilizan para el cava Faustino. De hecho, es, hasta donde sabemos, la primera bodega de Rioja que apuesta por una proporción significativa de chardonnay (un 50%) en un blanco de gama alta.

Las plantaciones de chardonnay de Faustino son anteriores a la autorización de la variedad en Rioja, ya que se realizaron en los años 80 en viñedos adscritos a la DO Cava. Se encuentran, al igual que la mayor parte de la viura utilizada para el gran reserva, en sus fincas de Mendavia, en la Sonsierra navarra, con exposición norte-sur, suelos arcillo-calcáreos y altitudes entre los 400 y 450 metros de altitud. Los rendimientos no superan los 5.500 kg/ha. La bodega cuenta en total con 20 hectáreas de chardonnay con una media de edad de 40 años y 65 hectáreas de viura, 35 de ellas en Mendavia y 30 en Oyón, con una edad media de 35 años.
“Con diferentes proporciones, momentos de vendimia y elaboraciones, estamos produciendo blancos y cavas con estas dos variedades”, explica el enólogo Juan José Díez. El hecho de utilizar una variedad internacional nunca se vio como un problema; más bien al contrario: “Se pensó que podría abrirnos algunas puertas a nivel internacional y así está ocurriendo”, apunta Díez, recién llegado de un viaje por Estados Unidos, donde el vino ha sido bien recibido. Sin embargo, no descarta introducir variaciones en el futuro. “Quizás nos abramos a la garnacha blanca, la maturana blanca o la tempranillo blanco. Estamos haciendo pruebas y viendo el potencial de envejecimiento de estas variedades. El gran reserva blanco no es un vino de receta”, explica. Desde su punto de vista, el factor fundamental en la selección de uvas es el pH de cara a contar con la acidez necesaria y que la graduación alcohólica no supere los 13% vol.
La elaboración tampoco es lo que se espera de una casa clásica. El vino se beneficia de las últimas tecnologías incorporadas a bodega, en especial en lo que se refiere a las prensas y al sistema boreal que permite la inyección de CO2 y refrigerar de forma continuada (“es una gran ayuda en añadas cálidas como 2023”). El vino fermenta en una combinación de barricas de roble americano y francés al 50% y luego envejece durante seis meses, el mínimo exigido para la categoría de blancos gran reserva, en barricas nuevas de roble francés. “Buscamos un impacto importante en un periodo de tiempo corto y que el vino se desarrolle luego en botella sin oxidaciones”, explica Díez.
De color dorado, el vino tiene cierta opulencia, con abundantes notas cremosas y toques de almendra tostada que le aportan sapidez. Aunque la madera está presente, la acidez aporta frescura y actúa de columna vertebral en el paladar. Destaca la textura muy trabajada por el tiempo en botella, las notas de hierbas secas y el toque de amargor final que limpia el paladar. Con un concepto relativamente clásico de elaboración en madera, la paleta de sabores se desmarca del imaginario riojano del roble americano. Según Díez, después de muchas pruebas, apostaron por limitar el dulzor del roble americano a las dos, tres semanas de la fermentación.
El último ingrediente distintivo es el uso de la botella opaca, toda una enseña del gran reserva tinto, que se considera imprescindible para proteger el vino de la luz (y del defecto del “gusto de luz”) y para la que se utiliza una resina epoxi patentada por la bodega.
La primera añada de este vino fue la 2019, de la que se elaboraron unas 5.200 botellas. En 2020, el número se acerca ya a las 17.000. La filosofía de la bodega es comercializar este nuevo blanco al mismo precio que el tinto, pero en algunos operadores online hemos visto ya precios cercanos a los 30 €.
Amaya Cervera
Periodista especializada en vino con más de 25 años de experiencia. Fundadora de Spanish Wine Lover y Premio Nacional de Gastronomía a la Comunicación Gastronómica 2023
La apasionada mirada de Frontonio sobre los blancos de Aragón
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