Alberto Nanclares lleva casi veinte años intentando descifrar esa “joya” que es la albariño, aunque todavía no ha conseguido saber cuál es su característica típica.
“Veo en la bodega expresiones muy diferentes de la misma variedad con elaboraciones muy similares. Creo que ésa es precisamente una de las grandes virtudes de la albariño”, comenta. “Su alta acidez, unida a una buena maduración incluso en años difíciles, nos da vinos con una tensión extraordinaria y una capacidad de envejecimiento fantástica. Es una variedad muy transparente, que deja salir el terruño que hay detrás, siempre que su cultivo no sea forzado con rendimientos muy altos o uso intensivo de abonos químicos y pesticidas”.
Esa flexibilidad de la albariño, unida a sus ganas de encontrar tantas expresiones como fincas tiene en las Rías Baixas, hacen que a pesar del pequeño tamaño de su negocio (unas 10.000 botellas anuales) sea capaz de elaborar siete albariños diferentes en sus cinco hectáreas de viñedo propio. “Cada uno de los vinos nos habla del terruño del que procede, con su suelo, su flora, su microbiología. Es un camino en el que estamos, intentando entender mejor la variedad y cada uno de nuestros viñedos”, explica Nanclares desde su casa-bodega en las afueras de Cambados.
Ese camino comenzó un día de 1993, cuando decidió comprarse un barco de recreo para restaurar y navegar por las costas gallegas. En poco tiempo, esa afición por el mar le llevó a dejar su trabajo como economista y a intercambiar su buhardilla de 28m2 en el centro de Madrid por una casa con viñedo en Castrelo, cerca de Cambados (Pontevedra) y una vistas espectaculares a la Ría de Arousa.
Por aquel entonces, Alberto no tenía ninguna intención de dedicarse al mundo del vino. “Trabajaba como consultor en una multinacional en Vigo. Yo tenía conocimiento cero de enología; mi único contacto con el vino era cuando de crío iba con mi padre a comprar garrafas desde Miranda de Ebro, donde nací, a Villabuena y Samaniego, pero poco más”, recuerda.
Como quien no quiere la cosa, empezó a podar y a hacer trabajos en el viñedo con la ayuda del capataz de Agro de Bazán y le entró el gusanillo. En 1997 construyó una pequeña bodega en el garaje de su casa y comenzó a elaborar su propio albariño hasta que en 2001 compró más viñedo en el valle del Salnés y dejó definitivamente el trabajo de oficina por las viñas.
Empezó con la marca Nanclares, siguiendo las prácticas convencionales, pero se dio cuenta de que los tratamientos agresivos en viña y bodega y las levaduras y nutrientes de laboratorio hacían que su vino fuera uno más; un albariño correcto pero sin alma. “Al principio leía libros pero con el tiempo he aprendido a fiarme más de la intuición que de la teoría”, asegura.
Con el paso del tiempo dejó de labrar y desde hace algunos años elabora con la mínima intervención posible buscando no interferir en la expresión de cada viñedo. Hace compost con raspón y algas que él mismo recoge de la ría cercana y que mejoran la resistencia de las plantas a las enfermedades y aplica técnicas de biodinámica a sus 12 parcelas, plantadas principalmente sobre suelos arenosos, y repartidas entre los municipios de Castrelo, Cambados y Pradenda.
“Para nosotros la forma de aportar más al terruño es hacer una viticultura muy respetuosa, sobre todo con el suelo y su vida microbiológica y en bodega hacer una elaboración muy poco intervencionista evitando aquellas prácticas que puedan homogeneizar los diferentes vinos, como pueden ser las levaduras comerciales o incluso el pie de cuba”.
Las cosas no siempre le han ido bien en estos 15 años de andadura, pero las buenas críticas animaron a José Pastor, su importador en Estados Unidos, a pedirle más vino y Alberto se planteó una evolución de su pequeño negocio. “Yo solo no podía hacer frente a esa demanda extra y necesitaba ayuda”.
Fue entonces, en agosto de 2015, cuando entró en escena Silvia Prieto. “La conocía desde hacía años; ella es joven, entusiasta y tiene mucha energía; yo no quería contratar a alguien sino que quería una persona que pudiera encargarse de todo. A ella le gustó la idea y ahora trabajamos codo con codo, tanto en la viña como en la parte comercial y de comunicación”, explica Alberto. “La idea es que si en 10 años me planteo la jubilación, ella pueda seguir con el proyecto”.
Este año el tiempo está poniendo a prueba su capacidad de reacción. “Pasamos de estar sufriendo un ataque de mildiu tremendo a temperaturas de casi 39º a principios de agosto que nos dejan uvas achicharradas por el sol como veis en esta foto del viñedo Manzaniña”, explicaba Alberto en su página de Facebook, que actualiza frecuentemente con bellas fotos de Silvia. “Seguimos con los trabajos en verde...pero no sabemos muy bien que hacer; si deshojamos demasiado las uvas se achicharran y si no deshojamos y viene humedad, tendremos problemas con la botritis.”
En una zona tan expuesta a las inclemencias del tiempo y a la humedad, trabajar con métodos pocos intervencionistas requiere una buena dosis de temple y capacidad de improvisación. No es raro que en la primavera se den días de calor y lluvias, una combinación letal que dispara la probabilidad de infección de mildiu. “Con la viticultura que hacemos tenemos muy pocas armas para combatir los hongos en momentos de alta presión. Son tratamientos preventivos que apenas tienen efecto curativo y en periodos prolongados de lluvias se lava el cobre que utilizamos para tratar con las primeras lluvias dejando la viña desprotegida para los siguientes días con agua”, explica Alberto.
La vendimia este año se presenta rara, comentaba Alberto a SWL a mediados de agosto. “Hemos pasado de una primavera muy lluviosa y templada a un verano muy caluroso y seco. La viña lo está empezando a sufrir, pero todo va a depender del tiempo que haga hasta mediados de septiembre. De momento la producción va a ser bastante baja por problemas de cuajado y de los ataques de mildiu y oidio, y si no llueve en los próximos días tendremos racimos de peso más bajo debido al estrés hídrico de la planta”.
Su gama de albariños, todos sin filtrar para preservar el carácter de cada uno, interpreta la variedad en expresiones diferentes y comienza con Tempus Vivendi (unos 12 €, 1.220 botellas) y Dandelion ( 2.215 botellas) a los que siguen Nanclares (2.734 botellas, 13,50 €), que nace de cinco fincas diferentes y fermenta en depósito y en tino de roble francés de 2.000 litros; Paraje Mina, que procede de la finca junto a la bodega y Soverribas (18 €, 1.294 botellas), un vino de la finca Manzaniña con cepas de unos 35 años de edad y fermentado en tino de madera. Muchos de ellos pueden encontrarse en Lavinia.
Coccinella (471 botellas, 25 €) y Crisopa (448 botellas, 26 €) nacen de la colaboración con su amigo y sumiller José Luis Aragunde, de la vinoteca Ribeira de Fefiñans en Cambados. Coccinella proviene de cepas centenarias y se embotella en día de fruto mientras que Crisopa es un albariño elaborado de forma tradicional, con pisado de uva, 40% de raspón y fermentado con hollejos que no deja a nadie indiferente —ni a la DO Rías Baixas, que se lo descalificó porque no daba la talla, ni a su importador americano, que le compra la mayor parte de la producción.
En la Ribeira Sacra elabora dos tintos a la antigua usanza, con pisado de uvas tradicional y con raspón: Miñato da Raña (563 botellas, 27,95 €), cuya primera añada fue 2014 y es un ensamblaje de mencía y garnacha tintorera principalmente y Penapedre, un vino nacido en la cosecha 2015 y elaborado con cepas de más de 100 años y viticultura ecológica que saldrá al mercado hacia el verano de 2017.
En la zona de Ribadavia, en Ribeiro, también elabora un nuevo vino —todavía sin nombre— siguiendo esa misma filosofía de volver a elaborar como antaño. 2015 será la primera añada de este coupage de uvas tintas tradicionales (brancellao y caíño longo de la finca Quinta Alto do Coto y sousón, carabuñeira, ferrón y merenzao en la finca Quinta Costa do Beliño) con pisado de uvas en una barrica de castaño recuperado de unos 80 años y crianza sobre lías. Su idea es embotellarlo en noviembre de este año y tenerlo en botella al menos un año.
El que si tiene nombre es un nuevo vino con botritis que elaboraron, a iniciativa de Silvia, con uvas de albariño que normalmente no se vendimian en su finca Paraje Mina en la cosecha de 2015. Embotellado a finales de agosto, Cinerea tiene “excelentes parámetros de alcohol, acidez y azúcar” y saldrá al mercado en noviembre próximo como vino fuera de DO.
También en 2016, y si el resultado les convence, saldrá otro albariño de terruño, esta vez sobre suelo muy distinto (granodiorita, con granito y cuarzo) y fermentado en castaño. “Es el tipo de madera que se usaba en la zona tradicionalmente, como las antiguas cubas, ya en desuso, que se conservan en la bodega de Fefiñanes. No hemos podido conseguir barriles usados de castaño así que hemos encargado uno de 800 litros nuevo”. comenta Alberto.