¿Qué trascendencia puede tener un pequeño productor perdido en Galicia para que le dediquemos el espacio de nuestra bodega destacada del mes? Emilio Rojo representa el modelo del viticultor-elaborador comprometido con su viñedo y su vino.
Durante muchos años consiguió que su blanco con base de treixadura y acompañamiento de otras variedades locales, como es habitual en Ribeiro, se vendiera por encima del doble de lo que costaban las demás marcas de la zona. También marcó un camino de complejidad y expresión de terruño que cada vez tiene más seguidores en su denominación.
A esto hay que sumar su personalidad excéntrica, que le ha convertido en uno de los elaboradores más peculiares y entrañables del vino español. Con su gran bigote y la cabeza siempre cubierta por un gorro, Emilio Rojo nunca pasa desapercibido. Algunos colegas sugieren que el personaje se ha construido a sí mismo y que muestra una cara más o menos extrema dependiendo de quién sea su interlocutor. Muchos se quedan con la imagen del loco que quiso abrir una cuenta bancaria a su perro pero créanme, impresiona bastante más su dedicación a la viña y el hecho de que su vida esté organizada a la medida de las tareas del campo.
“En invierno estoy muerto”, dice a menudo, haciendo un buen paralelismo con la estación de reposo de sus cepas. Pero su agenda en la época vegetativa no tiene tregua. “En verano me levanto a las cuatro y media de la madrugada y a las cinco ya estoy trabajando en el viñedo hasta las once. Bajo a casa a comer y a echarme una buena siesta y para las seis de la tarde estoy de vuelta en la viña casi hasta que se pone el sol”.
Emilio Rojo nació en Ourense hace 62 años. De los distintos valles que conforman la región del Ribeiro, su familia es originaria del más fragmentado y minifundista, el del Arnoia. Hijo de un molinero, se formó como ingeniero y trabajó en Siemens durante un tiempo hasta que decidió dedicarse por entero al vino. Sus primeras elaboraciones incluían viñedos del Arnoia, pero con el tiempo se ha centrado en una única parcela procedente de la familia de su mujer y situada en el histórico valle del Avia.
La viña está situada en la zona conocida como Ibedo, un pequeño núcleo de población que se abandonó hace cuarenta años y al que se asciende desde el barrio de Barzamedelle situado junto a Leiro. Cuando le visité en noviembre pasado, subimos por la ladera a pie dejando atrás las típicas casas de piedra gallegas y caminamos durante algo menos de media hora entre la frondosa vegetación gallega y a ratos bajo una fina lluvia. Un paseo durante el que solo nos encontramos a un cazador con sus perros.
Emilio Rojo es lo que en la zona se denomina un colleiteiro. En realidad se trata de una categoría reglamentada desde 1987 que tiene gran relevancia en Ribeiro. Es un cajón específico para aquellos elaboradores que sólo trabajan en viñedos de su propiedad (de forma que no se les permite adquirir uva a otros viticultores) y cuya producción no supera los 60.000 litros anuales.
A Emilio le gusta explayarse sobre la historia y las singularidades de la zona. Me cuenta que los foros, que gravaban las explotaciones en régimen de arrendamiento y que se mantuvieron hasta los años 20 del siglo pasado, empobrecían notablemente la economía de los viticultores. En la zona donde cultiva su viña había una treintena de vecinos elaborando vino hasta la creación de la cooperativa de Leiro en los años cincuenta.
La mejor forma de conocer el estatus del propietario de las viñas era fijarse en los muretes de piedra utilizados para construir las terrazas o socalcos; cuanto más gruesos y armados, más saneada era su economía. Emilio me llega a hablar de un muro con deambulatorio como el símbolo más claro de la abundancia que llegó a generar el vino en sus tiempos de mayor esplendor (siglos XV-XVI). No es extraño, por tanto, que ésta fuera la zona con mayor densidad de pazos de Galicia. Rojo está además convencido de que los vinos históricos de Ribadavia que viajaron por Europa no eran los tostadillos dulces elaborados con uvas que se dejaban secar para obtener una mayor concentración, sino blancos licorosos de unos 14 ó 15 grados.
Su viña dependía antiguamente del monasterio de San Clodio, el gran centro impulsor de la viticultura en la región desde su fundación en el siglo XII. Como ocurrió en casi toda Galicia, las variedades autóctonas fueron desapareciendo tras la filoxera, sustituidas por la blanca palomino y la tinta alicante bouschet. Emilio Rojo replantó su viñedo del valle del Avia entre 1987 y 1988 con material vegetal de la zona, a excepción de la loureira que trajo de la bodega Terras Gauda desde Rías Baixas. Al igual que la mayoría de plantaciones que se hicieron en aquella época, el material vegetal procede de viveristas locales.
Rojo está especialmente orgulloso de la orientación a naciente de sus cepas, más fresca y propicia para conseguir maduraciones lentas, frente a una gran mayoría de viñedos situados en la otra vertiente del Avia. La ubicación, en cualquier caso, se corresponde con la de viñedos históricos tradicionales: a media ladera para evitar las heladas características de la parte más baja del valle donde se concentra el aire frío. El suelo es poco profundo, de tipo granítico, con textura arenosa y mayor o menor presencia de grava en superficie, conocido localmente como sábrego.
Emilio Rojo es un vigneron al pie del cañón. “Siempre estoy aquí, en mi cuartel,” dice. ¿Hasta qué punto se puede complicar el trabajo en una parcela de apenas 1,2 hectáreas? De entrada, las variedades están plantadas por zonas, en un marco de plantación estrecho que no permite la mecanización, de modo que todas las labores se realizan a mano. Los rendimientos son notablemente inferiores a la media de la zona y el objetivo es dejar del orden de cinco a seis racimos por cepa para conseguir suficiente concentración. “A esto me dedico todo un mes entero desde después de San Antonio (festividad de junio)”, explica.
La recogida de la uva se prolonga durante el tiempo necesario realizando distintas pasadas por la viña. De hecho, se vinifica por día y punto de madurez, marcando con cal las cepas que hay que vendimiar. La más tardía, la loureira, se suele recoger en octubre.
El blanco Emilio Rojo actual es una base de en torno al 65% de treixadura con aportaciones de loureira, albariño, lado, torrontés y algo de godello. La treixadura aporta estructura, la loureira acidez y la albariño es especialmente interesante en esta zona porque madura rápido y resiste bien la botritis. Pero quizás el cambio más interesante en el vino es su evolución desde un complejo vino de año a un blanco trabajado con lías que retrasa varios meses su salida al mercado. Esto es, mientras que en este momento la añada en curso de una mayoría de ribeiros es 2013, Emilio Rojo tiene la cosecha 2012 en el mercado. No es un caso aislado; ya hay una pequeña categoría de vinos en la zona que siguen esta filosofía, ya sea por un mayor trabajo de lías o por haber introducido la barrica en la elaboración.
Los que puedan encontrar esta cosecha 2012, una añada de cantidad y calidad en la zona, descubrirán un blanco con gran personalidad y riqueza aromática (complejidad de hierbas, tostados de lías, manzana reineta) y una boca con cuerpo y volumen. La excelente acidez prolonga los sabores cítricos y aporta gran potencial de desarrollo en botella. El precio del vino es de unos 36 € en España y su distribuidor de referencia es Vila Viniteca. Por su escasa producción no es demasiado fácil de encontrar, aunque tiene una cierta disponibilidad en Estados Unidos (ver búsquedas en Wine Searcher) donde el importador es De Maison Selections.
Quienes estén interesados en el lado más excéntrico del personaje, no deberían perderse el reportaje que Josep Pitu Roca y Marcel Gorgori grabaron con Emilio Rojo para el programa de vinos de TV3 En clau de vi.