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¿Se puede redefinir un territorio a través del enoturismo?

Visitar viñedos, probar vinos y conversar con quienes los elaboran es mucho más que una alternativa de ocio: en muchos rincones de España, el enoturismo se está consolidando como una herramienta de dinamización rural, de apoyo al tejido local y de conexión emocional con los territorios. Frente a un modelo de turismo estandarizado, cada vez más voces apuestan por experiencias vinculadas a la tierra, a las personas y a sus historias.

Según ACEVIN, que agrupa a más de un centenar de municipios y entidades vinculadas al sector, las Rutas del Vino de España recibieron en 2023 cerca de tres millones de visitas, generando un impacto económico superior a los 100 millones de euros. Pero más allá de las cifras, lo relevante es cómo el enoturismo transforma la relación entre quienes cuidan de la viña y elaboran vino y quienes lo disfrutan.

Esa transformación quedó patente en el IV Encuentro de Jóvenes Talentos del Vino, organizado por EDA y el Basque Culinary Center en Labastida, donde varios profesionales compartieron sus enfoques sobre cómo abrir sus proyectos al visitante sin perder autenticidad.

Visibilizar el entorno

Desde su bodeguita en La Recueja, un pueblo de 230 habitantes en la provincia de Albacete, María García ha convertido el enoturismo en una forma de dar a conocer su proyecto personal, visibilizar su entorno y generar vínculos duraderos. “Lo más importante para mí es que quienes nos visitan se conviertan en parte de nuestra familia y que sientan el territorio”, explicaba la propietaria de María de La Recueja.

En su microbodega, los visitantes catan cinco vinos artesanos, acompañados de queso y pan elaborados por personas del pueblo. “Es importante que quienes llegan a mi bodega vayan también a la panadería y a otros negocios locales, para que entre todos dinamicemos y demos visibilidad a la zona. Como me dice una vecina mayor, ayudan a que siga la vida en el pueblo”. En 2023, el primer año de su proyecto, María vendió directamente en su bodega 6.000 de sus 7.000 botellas gracias al boca a boca y a su actividad en Instagram. ¿Su deseo ahora? Contar con más alojamientos y lugares donde comer para ofrecer una experiencia más completa a quienes llegan a La Recueja.


El reto en Canarias

Frente a la España despoblada de interior, la realidad de Canarias es bien diferente aunque el reto es similar. Jorge Méndez, segunda generación de Viñátigo, una bodega situada en el norte de Tenerife, conoce bien la presión que supone vivir en un archipiélago con 2,5 millones de habitantes y 18 millones de turistas al año. “El turismo forma parte del paisaje, pero hay que trabajarlo con respeto al territorio”, defiende.

Hasta hace dos años, él mismo guiaba las visitas, sacando tiempo de la gestión de las viñas y los vinos de la bodega, que lleva junto a su padre, pero ahora cuentan con una persona que se dedica exclusivamente al enoturismo. Con viñedos plantados en terrazas y zonas escarpadas, Viñátigo está diseñando un modelo de visitas controladas, que combine el senderismo con la interpretación del paisaje y que genere ingresos inmediatos para hacer buena viticultura y pagar los salarios. “La idea no es atraer grandes grupos, sino visitantes que entiendan el valor de este tipo de viticultura y que contribuyan a conservar el entorno”.

Sentido y sensibilidad

En una escala muy distinta se mueve Oller del Mas, en Pla de Bages, donde el enoturismo no es una actividad complementaria sino el eje central del proyecto. “Se trata de crear una oferta atractiva y auténtica tanto para los visitantes como para la gente de la comarca. Estamos en una zona rural con 600 hectáreas en la que no había nada. Hoy en día, recibimos unos 120.000 visitantes al año y generamos empleo de calidad para 120 personas”, contaba Víctor Janer, responsable de enoturismo de esta propiedad situada a los pies de Montserrat.

Con una eco-cabañas en plena naturaleza, restaurante y oferta deportiva, Oller del Mas ha conseguido atraer a un perfil de turista internacional que busca una experiencia completa. “El reto es mantener la autenticidad y la sostenibilidad y eso hay que hacerlo personalizando las visitas, siendo dinámico y sin tecnicismos”, asegura Janer. Gestionan 22 tours al día, siempre en grupos reducidos para que el enoturista disfrute de la experiencia. “Solo un 5% de los visitantes quiere profundizar en el vino; el resto quiere pasar un buen día, y eso también puede ser enriquecedor si se hace con sensibilidad”.


El vino como artefacto cultural

En la Ribeira Sacra, donde la orografía complica la mecanización, Paloma Rodríguez Moure —tercera generación de la bodega familiar Abadía da Cova, a orillas del Miño— ve en el enoturismo una vía para dar continuidad a la viticultura heroica. “Nos permite sostener el proyecto, que tiene unos costes de producción muy altos, y cuidar y dar visibilidad a un paisaje que merece ser contado con respeto”.

Para ella, comunicar el vino va más allá de tecnicismos y puntuaciones. “Es importante que el visitante vea que ser agricultor y trabajar en la naturaleza mola. El vino es un artefacto cultural que engloba muchas sensibilidades. Es también una herramienta de transformación rural y el enoturismo nos ayuda a transmitir esa idea”.

Paloma aboga por grupos pequeños e inmersión en el entorno y cita como referente el furancho de Bodegas Albamar en Rías Baixas: “Tortilla casera hecha por la madre de Xurxo Alba, los paisanos jugando a las cartas y perros correteando por la finca. Para mí, es la experiencia de enoturismo más auténtica de Galicia y esa cercanía, que tiene en cuenta a la gente que vive en el entorno, es la que buscamos también en nuestras visitas”.

Vínculos frente a volumen

Mireia Pujol-Busquets, de Alta Alella, participó en otra mesa redonda del encuentro de Labastida, pero su visión sobre enoturismo va en una línea similar a la de sus compañeros. En su bodega situada entre el mar y el Parque Natural de la Serralada de Marina, a escasos kilómetros de Barcelona, el enoturismo es una forma de conexión con el paisaje y la historia vinícola de Alella. “Es un esfuerzo grande en términos de personal y gestión, pero también un regalo”, reconoce.

Con unas 12.000 visitas al año —aunque el límite cómodo es de 10.000—, trabajan con una plataforma de e-commerce especializada y apenas recurren a agencias para mantener el control sobre la experiencia. “El visitante que viene a Alta Alella suele tener interés real por el vino. Por eso ofrecemos actividades variadas, desde catas hasta conciertos y yoga entre viñedos. No buscamos volumen, sino vínculos”.

La mitad de sus visitantes son nacionales —muchos de la provincia de Barcelona— y el resto internacionales. “En una zona como Alella, con tanta historia vinícola pero tan poco legado emocional, el enoturismo es una vía para recuperar raíces y dar sentido al territorio”, concluye.


Una nueva apertura en Valdeorras

Esa recuperación de los vínculos emocionales con la tierra también está muy presente en Valdeorras, donde Rafael Palacios, autor de algunos de los blancos más reconocidos del país, ha comenzado a recibir visitantes este verano. Hasta ahora, el foco estaba en el viñedo y la elaboración, pero la creciente demanda, especialmente de clientes extranjeros, ha llevado al viticultor de origen riojano a abrir su proyecto al público. “Abrirnos al enoturismo ayuda a que se entienda todo el trabajo que hay detrás de cada botella”, señala Sole Figueroa, responsable de visitas en la bodega de Rafael Palacios.

El entorno no es el más accesible: los viñedos están repartidos en los bancales empinados del Val do Bibei, un valle poco conocido de barrancos y escarpadas laderas donde hay que apostar por una viticultura de calidad para que el trabajo sea rentable. Las visitas, que duran unas dos horas y media y se realizan en castellano e inglés, incluyen un recorrido por los viñedos y finalizan con una cata de dos o cuatro vinos en la bodega de O Bolo (50-75 €). Grupos reducidos, sin prisas, y con la intención de mantener la actividad durante todo el año. “La desestacionalización es clave”, apunta Sole, “y ayuda a consolidar un modelo más estable para el entorno”.

Quizás el enoturismo no salve al mundo rural, pero, como recordaron algunos de los ponentes y asistentes al encuentro en Rioja Alavesa, sí está cambiando la forma en que lo ve cada vez más gente: no como un lugar del que marcharse, sino como un modo de vida digno, conectado con la tierra y la naturaleza.

Firma

Yolanda Ortiz de Arri

Periodista con más de 25 años de experiencia en medios nacionales e internacionales. WSET3, formadora y traductora especializada en vino