Hace algo más de un año probé una garnacha mágica que firmaba el elaborador danés Anders Vinding-Diers a partir de un viejísimo viñedo procedente de la sierra de Montánchez en Cáceres. La producción no alcanzaba las 1.000 botellas y el precio de este Pago de Mirabel 2013 superaba los 100 €. Probablemente, es el vino más caro que se haya hecho nunca en Extremadura con el objetivo de poner en valor un viñedo de excepción.
Lo cierto es que el suroeste de la Península Ibérica no sale a menudo en los titulares del mundo del vino. La zona arrastra un lastre granelista similar al de La Mancha y de cultivo de variedades blancas neutras (como la pardina o la cayetana blanca) orientadas a la destilación. ¿Serán capaces de cambiar este panorama las nuevas bodegas surgidas o reactivadas en la primera década de este siglo?
De entrada, la realidad del vino extremeño es dispersa por la gran extensión del territorio. Extremadura es la suma de las dos provincias más grandes de España, Cáceres y Badajoz, y la DO Ribera del Guadiana, creada en 1999 para aglutinar a todos los vinos de la comunidad autónoma, reconoce hasta seis subzonas diferentes. En la práctica, hacen falta dos horas de coche para recorrer los más de 200 kilómetros que separan Alía en la subzona de Cañamero (Cáceres) de Zafra en Matanegra (Badajoz). Por si fuera poco, muchos productores prefieren utilizar el distintivo menos exigente de VT Extremadura o al menos destinarlo a sus vinos más modernos o especiales.
Es el caso de las etiquetas La Zarcita (8 €) y Los Acilates (15 €) de Palacio Quemado, el proyecto conjunto de las familias Alvear (elaboradores de larga tradición en Montilla-Moriles) y Losada Serra en la finca de esta última en Alange (Badajoz). Su objetivo es ofrecer una expresión más frutal y directa de la zona, y son una inyección de frescura en el panorama de tintos extremeños en general cálidos. Desde 2010 la elaboración corre a cargo del joven equipo de Envínate formado por los enólogos Alfonso Torrente, José Martínez, Laura Ramos y Roberto Santana, que a menudo incluyen algo de raspón en fermentación, definitivamente prefieren los formatos grandes para la crianza en roble y empiezan a trabajar también con cemento para limitar el aporte de la madera. Los Envínate, por cierto, también elaboran aquí su propia y muy interesante etiqueta, Tinta Amarela (22 €) en la misma línea de vitalidad y frescor.
Alange se encuentra al sur de Mérida en la subzona Tierra de Barros (Badajoz), donde se concentran la mayor parte del viñedo y de los elaboradores. Alfonso Torrente dice que una de las cosas que más les sorprendió fue el juego de laderas, la diferenciación de suelos con proporciones mayores o menores de arcilla, arena o afloramientos calizos sobre una base de roca calcárea. Su trabajo en viñedo se orienta a alargar en lo posible el ciclo vegetativo ya que el principal factor de calidad depende de que la añada sea tardía. “Las variedades adaptadas a la zona son las que mejor responden”, señala. En este sentido, el equipo enológico es un gran defensor de uvas portuguesas de ciclo largo que, como la touriga nacional o la trincadeira, se cultivan en el vecino Alentejo (Portugal) a apenas 60 kilómetros en línea recta y sin ninguna barrera geográfica de por medio.
Bajo la etiqueta de Ribera del Guadiana Pedro Mercado, propietario de Pago de los Balancines en el cercano municipio de Oliva de Mérida, defiende que sus tempranillos más viejos son clones de tinta roriz (el nombre por el que se conoce a la variedad en Portugal), ya que era habitual abastecerse de viveros lusos entre los años setenta y noventa antes de que llegaran las reestructuraciones y los arranques. Este arquitecto, constructor, criador de mastines, y amante del vino acabó comprando una finca de 70 hectáreas entre las sierras de Peñas Blancas y Juan Bueno, que goza de una corriente permanente de aire que favorece el cultivo y que se usa estratégicamente en la recién edificada bodega.
Su caso es un tanto extremo porque todo el viñedo, incluidas las nuevas plantaciones de syrah o cabernet, están en vaso y sin apoyo de riego (algo realmente inusitado en Extremadura). Otra de sus variedades de cabecera es la garnacha tintorera, que acabará siendo mayoritaria en la finca y que también trae de la subzona más meridional de Matanegra. Es la uva que marca sus tintos de mayor personalidad como Huno (12,5 €) y sobre todo Matanegra (unos 20 €, fruta en licor, especiado, regaliz, taninos firmes, juego fruta dulce-amargo en la cosecha 2012 con un 40% de tintorera) cuyo porcentaje llegará al 80% en la cosecha 2015.
Para mayo, Mercado prepara la salida de Haragán 2012 (700 mágnums, en torno a 65 €), de su viña más vieja de tinta roriz. Será el primer vino de la colección Mastines de los Balancines (además de wine lover, Mercado es amante de los perros). Con una estructura más liviana y buena acidez, huele a la misma manzanilla que crece de forma natural en los viñedos de la finca.
Los precios elevados son anecdóticos en la zona. La estrategia de Bodegas Habla en su salida al mercado con la cosecha 2005 (tres monovarietales en el entorno de los 30 € cada uno) tuvo que corregirse casi de inmediato. Hoy esta ambiciosa bodega situada en la llanura que se extiende a los pies de Trujillo (la subzona es Montánchez, en Cáceres) con 200 hectáreas de viñedo y unas instalaciones tan grandes como avanzadas, tiene una línea más básica de tintos con Habla de la Tierra (5,5 €, 250.000 botellas) y Habla del Silencio (10,5 €, 350.000 botellas). Los top (en torno a los 22 € en la actualidad) se van numerando correlativamente desde el Nº1 (el cabernet sauvignon 2005), lo que dificulta bastante seguirles la pista aunque parece que los monovarietales suelen llevar números pares, los ensamblajes impares y la syrah se presenta últimamente en botella cilíndrica.
Los vinos reflejan la alta maduración de la zona, pero son equilibrados, con elaboraciones impecables dentro de un estilo internacional que es, sin duda uno de los caminos de la región, en este caso muy potenciado por el marketing y con una imagen muy elaborada.
Otra bodega que participa del estilo internacional, pero que incorpora pequeños guiños de variedades de ciclo largo como la graciano es Carabal, situada también en Cáceres, pero en un paisaje radicalmente diferente en la subzona de Cañamero, más verde y fresca y con la pluviometría más alta de la región. La espectacular finca agraria y de caza que adquirió el constructor Antonio Banús en 1989 en plena Sierra de Guadalupe tenía 100 hectáreas de cultivo mixto de viñedo con higuera, pero las cepas se habían perdido, de modo que se empezó desde cero con asesoramiento de José Ramón Lisarrague en la plantación y de Ignacio de Miguel en lo enológico.
El viñedo se plantó ya pensando en elaborar los tres vinos actuales que van de los 9,5 € a los 25 € (Rasgo, Cávea y Gulae) a partir de tres parcelas diferentes. Las particulares etiquetas se han diseñado para resaltar rasgos específicos de Extremadura: el campo, la historia y la gastronomía respectivamente. Los vinos tienen una presencia muy pequeña en España y casi todo se vende en exportación, donde según el director Álvaro Banús es más fácil transmitir su mensaje: “Nunca hemos querido ocultar que somos extremeños, ni que somos nuevos y modernos”, señala.
Carabal junto con Palacio Quemado, Marqués de Valdueza, Pago de los Balancines y Viña Puebla fundaron en 2012 Vinos Singulares de Extremadura, una asociación orientada a cambiar la imagen de los vinos extremeños y a promover la calidad. Entre sus objetivos también se citaba el “respeto a la libertad en la utilización de cultivos y medios técnicos”. Era una alusión clara a la necesidad de ampliar las reglas del juego para poder trabajar con márgenes más amplios. Hoy en Extremadura hay bodegas que desalcoholizan de manera habitual, pero que temen comunicarlo y bastantes más que experimentan con variedades no autorizadas que parecen tener más sentido que la tempranillo de ciclo corto que se instaló de forma masiva en muchas regiones españolas a partir de la década de los 90.
Una de las bodegas privadas con más larga trayectoria en la zona, Coloma, es una auténtica desconocida en España porque sus vinos están fundamentalmente en los mercados exteriores. En la finca familiar muy cerca de Badajoz capital (subzona de Ribera Baja) cuentan con 52 hectáreas de viñedo y 10 variedades con ciclos de maduración distintos que vendimian desde mediados de julio (la pinot noir de su rosado) hasta mediados de octubre. Junto a sus cuvées elaboran monovarietales de garnacha, graciano, merlot y en blancos de moscatel de grano menudo y alarije a precios muy asequibles. Me sorprendieron sus primeros embotellados de los años 70: vinos con 16 grados de alcohol que Helena Coloma explica diciendo que no se les autorizaba a vendimiar antes de cierta fecha y las uvas alcanzaban maduraciones altísimas.
Es un nuevo ejemplo de las diferencias entre subzonas, pero también de la diversidad de los proyectos y los objetivos en ocasiones diferentes que persiguen los distintos productores. La sensación, compartida por muchos de los que visité, es que la DO no aporta demasiado y que, en ocasiones, supone incluso un freno a la creatividad.
En Matanegra, la continuación de Tierra de Barros hacia el sur pero con algo más de altitud y frescor, Fernando Toribio está rompiendo algunos clichés en la bodega familiar Viña Puebla. Uno de los vinos de la asequible y divertida línea Mu (30.000 botellas, 3 €) mezcla tempranillo y macabeo al 50% buscando la frescura extra de la uva blanca. La práctica de mezclar uva tinta y blanca no está permitida dentro de la denominación, de modo que este vino se comercializada como VT Extremadura. Pero Fernando también está pensando en sacar de DO sus nuevas garnachas tintas vinificadas en blanco bajo el nombre de Maná (9 € y 1.903 botellas la fermentada en barrica).
Habrá que ver si el nuevo equipo que lleva unas semanas al frente del Consejo Regulador de la DO Ribera del Guadiana es capaz de darle la vuelta a la situación. Según el nuevo vicepresidente, Antonio Losada de Palacio Quemado, los primeros pasos serán redefinir las especificaciones de los vinos acogidos y acometer el estudio de nuevas variedades.
Lo cierto es que en una región en la que es casi imposible cultivar sin riego, en la que la vendimia mecánica (fresca y nocturna) es sinónimo de calidad y donde no existe un poso histórico de vino embotellado, tiene todo el sentido abrir las puertas a la experimentación y sobre todo a un trabajo mucho más centrado y adaptado a áreas concretas.