Si preguntásemos a los millones de turistas que visitan Tenerife cuál era el producto más demandado en el siglo XVII pocos imaginarían que el vino fue la divisa que mantuvo a flote durante casi tres siglos no solo a la isla, sino a los comerciantes, aventureros y piratas que se aprovisionaban de malvasía y vidueños (vinos de otras variedades) rumbo a las colonias de América y a Inglaterra.
Hoy en día el bien más preciado de Canarias no es el vino, sino el sol, que atrae a millones de turistas a sus costas y es la principal fuente de ingresos del archipiélago. A pesar de este paso a segundo plano, la viticultura es una actividad agrícola que persiste en mayor o menor medida en todas las islas y todavía ocupa el 44% de las tierras de cultivo del archipiélago.
Buena parte de los blancos afrutados y tintos con mezcla de variedades foráneas que se producen en las diez denominaciones de origen canarias son de escaso interés y se destinan al consumo interno, pero están surgiendo pequeños proyectos centrados en dar visibilidad al impresionante patrimonio vitivinícola de las islas, con viñas que descienden hacia el Atlántico por laderas vertiginosas custodiadas por volcanes en paisajes de postal.
Destaca la riqueza de sus variedades autóctonas —traídas durante la conquista desde Madeira y la Península, donde muchas de ellas ya han desparecido— y la longevidad de algunos de sus viñedos en pie franco con singulares sistemas de conducción como el cordón trenzado del valle de La Orotava o las rastras de La Palma, en un territorio que resistió a la filoxera. Listán blanco (palomino) y listán negro son las mayoritarias pero existen otras como malvasía, marmajuelo, verdello, gual (boal en Madeira), forastera blanca, albillo, negramoll, tintilla, baboso, listán prieto (país o misión en Chile y California), vijariego… muchas veces plantadas en mosaico en las viñas más antiguas.
El grueso de la producción se concentra en Tenerife, que cuenta con cinco denominaciones (Tacoronte-Acentejo, Ycoden Daute Isora, Valle de la Orotava en el norte, Valle de Güímar en el este y Abona en el sur) y mesoclimas variados. En el norte de la isla las temperaturas son suaves, aunque en las zonas altas —el viñedo llega hasta los 1.400 metros sobre el nivel del mar en la parte noroccidental— la humedad que traen los vientos alisios deja su impronta.
En el sur las precipitaciones son escasas y el calor más intenso, aunque en lugares como Vilaflor, con viñas a 1.500 metros y a los pies del Teide, el clima es continental. En Guímar, al este, la influencia de los alisios es notable.
Los suelos son de origen volcánico, pero no falta diversidad. En el norte hay más ceniza y roca volcánica, rica en materia orgánica, mientras que en el sur predomina el jable, una ceniza volcánica blanca, y tierras de arena y arcilla que permiten retener el agua de la escasa lluvia.
Uno de los lugares más especiales y menos visitados de la isla es Taganana, en el vértice noreste de Tenerife. Parte de la Reserva Natural de la Biosfera, es una zona agreste y remota con abruptos paisajes sobre los que penetra la bruma y los vientos del océano Atlántico. Sus viñedos son de difícil acceso por eso hoy en día apenas queda un puñado de viticultores.
“Hay parcelas como Campillo donde sacamos las uvas con caballos, porque no hay carretera”, explica Roberto Santana, uno de los cuatro integrantes de Envínate, que trabaja con el 90% de los viticultores de esta zona. “En Taganana la viña se deja en el suelo para controlar el vigor. Cuando empieza a cuajar la uva, levantan la vid con arquetas para airearla. Hay viticultores que dejan estos apoyos todo el año porque es mucho trabajo, especialmente si cavas a mano. Además, muchos de ellos se van haciendo mayores”.
La tradición de viñedo en esta zona, que está muy influenciada por los húmedos vientos alisios, se remonta 400-500 años. “Hay lagares de tosca en el propio viñedo donde antiguamente se pisaba la uva; el mosto se sacaba en odres para meterlo en barricas y llevarlo en barco a Inglaterra”, cuenta Roberto. “Nosotros a esta zona la llamamos el Parque Jurásico porque hay muchas variedades mezcladas que se siguen trabajando como antiguamente. Tenemos plantas de hasta 300 años que nos sirven para obtener otras nuevas”.
Envínate ha apostado por esta zona, pero también por La Orotava, donde hicieron su primera vendimia en 2016, y Santiago del Teide, una zona más seca y en altura en el noroeste de la isla, donde acaban de instalarse en la antigua bodega del pueblo. “Queremos que se vea la diversidad que hay en Tenerife. La gente cree que todo es parecido, pero no es así”, aclara Roberto.
La diversidad de climas, suelos y modos de cultivo es patente cuando se visita Tenerife. Uno de los elementos más llamativos es el cordón trenzado. La bodega Suertes del Marqués, con una apuesta firme por este sistema de conducción, tiene viñas de listán tinto y listán blanco con más de un siglo; algunas incluso llegan a los 200 años de edad con brazos de hasta 20 metros de longitud. “La poda de estas viñas es todo un arte y hay que cuidarlas con mimo; mantenemos una cubierta vegetal pero no se les puede hacer sufrir demasiado”, explica Jonatan García, propietario de esta impresionante finca con vistas al Océano Atlántico.
Suertes del Marqués se ha convertido en una de las bodegas estrella de la isla a nivel internacional, pero tanto ella como otras más pequeñas en todo el archipiélago canario comparten un factor: el elevado coste de la viticultura.
Gran parte de la producción se concentra en parcelas pequeñas, escarpadas y que casi no permiten mecanización. Y si hay años complicados como 2016, en los que se habla de pérdidas de hasta un 40-50% menos de uva, la incertidumbre es grande para muchos viticultores isleños.
“Tengo una parcela plantada con baboso, una variedad poco productiva y difícil de trabajar pero que bien cuidada da vinos profundos y perfumados. El mejor año conseguí 2.700 kilos por hectárea, pero en 2011 la producción no llegó a 1.000 kilos por hectárea”, explica Borja Pérez, de Ignios Orígenes.
Borja vende sus vinos a precios acordes con el trabajo que invierte en su cultivo, igual que Roberto Santana, que comercializa su producción principalmente fuera de España. “El kilo de uva en las islas tiene que estar por encima de un euro. Los vinos de calidad deben salir de bodega al menos a cinco euros —que se traduce en unos 12-15 euros para el consumidor— y la producción no puede ser grande; en ese aspecto no podemos competir con otras zonas”, señala Roberto.
Borja cuenta con cinco hectáreas de viñas propias en la DO Ycoden-Daute-Isora pero también trabaja con viticultores locales. “La gente con pequeñas parcelas es la que sustenta la viticultura; muchos de ellos son agricultores de fin de semana que se van haciendo mayores y se plantean arrancar la viña porque no les compensa”, asegura.
Más de uno seguro que se siente tentado a vender: según el Ministerio de Agricultura, los precios medios más elevados por una hectárea de viñedo de secano en España se encuentran en Canarias (77.433 euros/ha), frente a un precio medio de 14.010 euros.
En Tenerife se siguen encontrando situaciones paradójicas. Si el kilo de uva se vende entre uno y dos euros ¿cómo es posible encontrar vinos a tres euros la botella y producciones de 100.000 botellas? El Gobierno de Canarias ha incrementado los controles para evitar que se use uva foránea para elaborar vino local, pero todavía planea la sombra del engaño después de que se descubriera que el propio Cabildo había comprado en 2010 unos 100.000 litros de vino en Castilla-La Mancha para mezclarlo con vino canario de mesa y comercializarlo en el mercado hotelero sin contraetiqueta.
Otro varapalo a la diversidad y a la trazabilidad del origen es la nueva DO Islas Canarias, que permite la utilización de uva de cualquiera de las islas para mezclar ignorando el terruño. Esta DO, que inició su actividad en la cosecha del 2012, argumenta que esta fórmula permite compensar el exceso de producción de algunas zonas y las malas cosechas en otras para así evitar excedentes, pero muchos viticultores piensan que abre la puerta a que las grandes bodegas, especialmente en años de buena producción, vayan a zonas más baratas a comprar uva en detrimento de los viticultores más pequeños. A esta DO genérica se pueden adscribir bodegas integradas en alguna de las diez denominaciones existentes, algo que han hecho elaboradores como Viñátigo de Tenerife o El Grifo y Los Bermejos de Lanzarote.
Frente a esta concepción mercantilista del viñedo, la Asociación de Bodegueros y Viticultores de Tenerife, presentada en 2016, aboga “por un modelo vitivinícola basado en el respeto a la tradición y al medio ambiente”, según explica Enrique Alfonso, presidente de la asociación y propietario de Altos de Trevejos, una finca con impresionantes viñedos en altitud a los pies del Teide. Acaban de presentar al gobierno de Canarias la solicitud para la creación de una DO Tenerife, un nombre que tiene mucho más reconocimiento internacional que las cinco pequeñas denominaciones de la isla. Una vez que el gobierno regional de el visto bueno, la solicitud se enviará a Bruselas para su aprobación final.
“Calculamos que puede tardar unos dos años. Aunque el pliego que se ha presentado no incluye muchos detalles, la idea detrás de esta nueva denominación es tener en cuenta calidades de vino y que se estructuren desde el genérico al de pueblo o parcela”, explica Borja Pérez, secretario del grupo. “Queremos trabajar para no perder superficie o incluso ganar para potenciar las ventas. El mercado busca productos diferentes no globalizados y aquí tenemos gran potencial”.
En la asociación, que aglutina a una treintena de bodegas de todas las comarcas y de las cinco denominaciones de origen, se encuentran desde productores de prestigio internacional como Suertes del Marqués hasta otros menos conocidos pero que apuestan por la calidad como El Borujo (DO Guímar) o Altos de Trevejos (DO Abona).
Envínate aún no se ha sumado a esta asociación, pero no lo descarta. “La DO Tenerife suena bien sobre el papel, pero hay que saber qué se va a hacer. Hay cinco denominaciones en Tenerife y lo que no se puede es mantener cinco edificios, cinco directores, cinco departamentos de marketing… Creemos que se deben mancomunar los servicios pero manteniendo las sub-zonas y sin recurrir a subvenciones”.
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