Se ha criticado mucho la desunión de los elaboradores españoles frente a otros países productores, pero quizás el ejemplo de La Cata del Barrio de la Estación, un evento que Yolanda Ortiz de Arri cuenta en detalle en este artículo, pueda servir para cambiar algunas cosas en España. Más allá de la singularidad de este centenario barrio industrial de bodegas agrupadas en torno a una estación de ferrocarril, las catas a las que pudimos asistir fueron una auténtica demostración de fuerza por la variedad de vinos presentados, en ocasiones con estilos realmente únicos que hemos intentado resumir de la siguiente forma.
No hay duda de que R. López de Heredia es una de las bodegas más singulares de España. Su terquedad a la hora de mantener las formas de elaboración tradicionales, en especial los largos tiempos de envejecimiento (mucho más dilatados que los de cualquiera de sus vecinos) tanto para tintos como para blancos e incluso en su raro rosado, hace que sus vinos sean únicos. El Viña Tondonia Gran Reserva 1964 de una mítica cosecha que se ofreció generosamente en la cena de prensa previa a la jornada profesional de La Cata del Barrio de la Estación fue realmente sorprendente, con fino carácter terciario (vainilla, tabaco, polvo) y un marcado y exótico rasgo de tiza que le desmarcaba del resto y definía también la expresión en el paladar junto a la particular textura resultado de una larga decantación natural y su característica alta acidez. María José López de Heredia me confesó que había dudado si incluirlo en la cena o en la master class impartida por Tim Atkin al día siguiente pero al final prefirió que se bebiera y disfrutara en lugar de que fuera "escrutado y catado". Sin embargo, el Viña Tondonia Gran Reserva 1981 con el que arrancó la cata el crítico británico representó igual de bien el estilo de la bodega. Con menos carácter de tiza quizás y más especias dulces y notas perfumadas, pero sedosidad en boca, vibrante acidez y un final de gran longitud.
El tiempo obra a favor de los vinos de López de Heredia. También de los blancos. Quienes se acercaron a lo largo de la jornada profesional a la bodega, pudieron catar las añadas en curso de sus Viña Gravonia (2005) y Viña Tondonia Reserva (2002), con notas de frutos secos y texturas glicéricas, especialmente en el más complejo Viña Tondonia; ambos además sin el más mínimo signo de oxidación y listos para seguir envejeciendo en botella.
Tras la gran crisis que sufrió esta categoría en los años noventa del siglo pasado, los grandes reservas vuelven con fuerza; poder catarlos juntos nos permitió además ver el particular estilo de cada casa partiendo de una receta común: base de tempranillo y porcentajes variables de garnacha, graciano y mazuelo.
Dejando de lado López de Heredia, nos encontramos con estilos diferenciados entre las distintas bodegas del Barrio. Llamó la atención por su graduación alcohólica más elevada (13% vol.) el Imperial Gran Reserva 1988 de Cvne; es el estilo particular de esta casa que se distingue por sus bocas más llenas. El vino mostraba buena acidez y jugosidad junto a clásicas notas de tinta y cuero.
Los grandes reservas de La Rioja Alta apuntan a bocas algo más delineadas y afiladas. El Gran Reserva 904 1995 fue una de las estrellas de la master class: un vino barroco en aromas (brandy, chocolate, especias dulces) pero definido por una vibrante acidez en boca que aportaba elegancia, recorrido y un eterno final de boca. El 2005 de la misma marca que probamos en la cena del día anterior se sentía aún joven y necesitado de desarrollo y algo parecido ocurría con el Gran Reserva 890 2001 que salió al mercado el año pasado y que habitualmente se sirve de uvas más tánicas y concentradas Es un vino que tiene tanto de todo (peso, acidez, fruta en licor y notas balsámicas) que se le puede augurar un brillante futuro.
Los Viña Pomal Gran Reserva de Bodegas Bilbaínas que pudimos probar tenían en común la mayor presencia de notas licorosas y terrosas. El 1987 ofrecía además característicos toques de vejez (desván, polvo, especias dulces) con viva acidez que aportaba luminosidad, mientras que el 2004 me pareció una versión ligeramente modernizada, con más madurez de fruta y ligera calidez. El Gómez Cruzado Gran Reserva 2007 iba aún más allá con taninos aún presentes y una elaboración bastante más moderna aunque se veía la preocupación de selección de uva y por reflejar el carácter fresco de la añada. Gómez Cruzado es un caso un tanto excepcional dentro del Barrio de la Estación, ya que inicia nueva etapa en 2004 con muy poco botellero histórico. En este sentido, puede decirse que su gran reserva se acerca a las elaboraciones de bodegas riojanas más modernas.
Los dos Prado Enea Gran Reserva que probamos de Muga fueron realmente excepcionales y exhibieron esa fascinante complejidad aromática que siempre se espera de la categoría. El 2001 que se sirvió en la cena sedujo en aromas y textura, con finas notas especiadas y de café y un final bien largo. El 1994 que se presentó en la cata del día siguiente estaba en plena forma firma, con buena consistencia y densidad en boca, pero también largo recorrido y viva acidez. A todas luces una añada con vida por delante. En ambos casos el estilo se sintió ligeramente actualizado.
Este capítulo tuvo más protagonistas de los esperados. El más evidente fue Roda, la última bodega en instalarse en el barrio a finales de los ochenta. Muy proclive a enseñar su historia a través de habituales catas verticales por España y el mundo, presentó dos Roda I Reserva: un 2005 en la cena y un 1994 en la sesión dirigida por Atkin. La alta madurez que se busca habitualmente para este reserva se puso rápidamente en evidencia dentro del contexto de cata. Mucho carácter de confitura acompañada de notas de caramelo en el aún potente 2005, y con más desarrollo especiado y acidez algo más viva en el jugoso 1994 que, al igual que Prado Enea pero a su manera, se mostró muy firme y entero. Los dos vinos también muy complejos, pero dentro de un estilo completamente diferente, con más fruta y centro de boca.
La cata se articuló en torno a la idea de que cada bodega aportara un vino del siglo XX y otro del XXI. Llegado este último caso, muchas de ellas echaron mano de la excelente cosecha 2010 que, definitivamente, es un año para guardar, tanto en vinos clásicos como en otros más modernos. Así, el Torre Muga 2010 demostró que potencia y finura son compatibles, con mucho regaliz y fruta roja y negra a raudales, gran concentración y taninos firmes pero de gran calidad.
Otras expresiones de modernidad de esa cosecha que pudimos probar a lo largo de los dos días fueron el Real de Asúa 2010 de Cvne, algo marcado aún por las finas maderas de su crianza pero que se bebía ya muy bien, y el muy necesitado de botella Alto La Caseta 2010 de Bodegas Bilbaínas, con aromas a mina de lápiz, fruta muy concentrada y gran cantidad de taninos y acidez. Aunque en una clave mucho más elegante y moderado en estructura, el Imperial Reserva 2010 pareció sentirse más cómodo cerca de los riojas modernos por su abundante y bien definida expresión fruta.
¿Quién podía esperar encontrar un vibrante y fresco cava riojano elaborado como un blanc de noirs y además 100% con garnacha en el aperitivo de recepción de un evento de bodegas centenarias? Era la sorpresa que tenía preparada Bodegas Bilbaínas. En los últimos años la bodega se está reinventando y poniendo en valor su extenso viñedo de más de 200 hectáreas en el mismo municipio de Haro. El proyecto de "vinos singulares" que profundiza en las distintas variedades minoritarias riojanas (garnacha, graciano) se va a ampliar en breve con una maturana blanca y un mucho más interesante Tempranillo Blanco Reserva que supera con creces en seriedad, volumen, equilibrio y complejidad su intento previo de trabajar esta variedad sin madera. Con Diego Pinilla al frente de la bodega y el apoyo de Arthur O’Connor, el nuevo responsable técnico del grupo Codorníu, las cosas empiezan a pintar bastante mejor para una de las firmas de pasado más esplendoroso, pero que más ha sufrido en su transición al siglo XXI.
Gómez Cruzado es la otra bodega del Barrio de la Estación que tiene mucho que aportar en este sentido. Con escasos vestigios históricos, sin viñedo propio ni demasiados vínculos en la mente del consumidor, los nuevos signos de cambio de la mano de los nuevos directores David González y Juan Antonio Leza se pueden ver ya en el original, fresco y frutal Vendimia Seleccionada con garancha y tempranillo a partes iguales y sobre todo en su nueva gama de vinos de terruño procedentes de localizaciones muy concretas de Rioja y con nombres que hacen referencia a sierras y montañas de la región. Pancrudo 2013, el último vino catado en la master class no sólo fue la cosecha más joven, sino también el estilo más desenfadado gracias a la expresión vibrante, floral y jugosa de la garnacha de Badarán (Valle del Alto Najerilla) que contenía la botella. En breve llegarán al mercado el blanco Montes Obarenes en cuya elaboración intervienen los huevos de cemento, y el tempranillo de Leza Cerro Las Cuevas. Quién lo hubiera dicho, antes de doblar el siglo XX, que pequeñas producciones de monovarietales o microterruños iban a tener también su lugar en el gotha del clasicismo riojano?