Rioja tiene alma bordelesa. La adopción de las prácticas de vinificación de la región francesa, fundamentalmente el despalillado y el envejecimiento en barrica durante al menos dos años, a lo largo del siglo XIX marca el nacimiento de los vinos riojanos tal y como hoy los conocemos.
Entre las iniciativas pioneras hay que citar al clérigo Manuel Quintano, el proyecto del Médoc Alavés impulsado por la Diputación de Álava y continuado por Marqués de Riscal o las elaboraciones de Luciano de Murrieta en la bodega del Duque de la Victoria antes de crear su propio proyecto en la finca Ygay. Pero la llegada del oídio a los viñedos franceses hacia 1855 y sobre todo de la filoxera, cuyos primeros focos se detectan en Burdeos en 1869, aceleran notablemente este proceso.
En su búsqueda de un estilo de vino comparable al suyo, muchos négociants bordeleses recurrieron a una Rioja que por aquellas mismas fechas estrenaba ferrocarril y ofrecía una vía de transporte eficaz para los vinos. Según relata Manuel Llano Gorostiza en su obra Un vaso de bon vino, “los galos llegaron en número considerable y hasta se permitieron el lujo de nombrar apoderados en los pueblos más importantes. Primero, compraron vinos de alta graduación. Después, terrenos para elaborar con arreglo a técnicas propias. Al principio buscaron los altos porcentaje alcohólicos de Alfaro. Conforme la plaga avanzaba en Francia y sus conocimientos de España fueron mayores, afinaron sus peticiones prefiriendo la finura de los vinos de Haro, Briones, Laguardia y Labastida”.
Los años dorados del comercio de vino entre ambas regiones coinciden con el período de vigencia del tratado comercial franco-español (1882-1892) que supuso una importante rebaja de 1,5 francos por hectolitro en la exportación de vinos de hasta 15.9% vol. al país galo.
Parte de la vía férrea que unía Tudela con Bilbao, la estación de Haro se inauguró oficialmente el 30 de agosto de 1863. Su ubicación, en el paraje de Cantarranas o término de Vicuana, se concibió de forma provisional mientras se proyectaba su asentamiento definitivo en una zona más alta, pero el alto coste del proyecto y las dificultades técnicas para salvar una pronunciada pendiente llevaron a desechar definitivamente la idea.
Apartada del centro de la ciudad, Cantarranas era una zona con suelos aptos para la construcción de calados que ofrecieran buenas condiciones para el envejecimiento de los vinos. En las inmediaciones de la estación se instaló una larga lista de négociants franceses: Armand Heff, Phillipe Savignon, Alphonse Vigier, François Blondeau, Charles Boisot, Eugene Krüger, Louis Parlier, Jules Leenhardt… Algunas de las actuales bodegas del Barrio de la Estación se erigen sobre su legado: Tondonia (1877), que se desligó hace unos años de los encuentros del Barrio de la Estación, sobre el de Heff y Bilbaínas, fundada oficialmente en 1901, sobre las instalaciones de los hermanos Savignon.
En lo que respecta a Cvne (1879), su origen es una sociedad mercantil impulsada por Eusebio Real de Asúa, bilbaíno aquejado de problemas respiratorios, cuya salud le hizo buscar el clima más benigno de Haro y entrar en contacto con el bullicio del vino que vivía la ciudad en la época. Además de su hermano Raimundo, sus socios principales fueron Isidro Corcuera, que trabajaba como agente de comisionistas franceses y Louis María José Perré, négociant de Neully y antiguo compañero del Liceo de Burdeos.
La Rioja Alta nace algo después, en 1890, con capital íntegramente nacional, pero desde el principio se apoya en los conocimientos del técnico galo Albert Vigier. Sabemos que una barrica de esa primera añada, recipiente incluido, se ofrecía por 200 pesetas.
El caso de Gómez Cruzado es algo diferente porque el fundador, Ángel Gómez de Arteche, era un hombre adelantado a su tiempo. Farmacéutico y químico de profesión, emprendió en distintos sectores, creó una de las primeras fábricas de abonos y hasta escribió sobre suelos vitícolas en publicaciones locales. Uno de sus vinos más famosos de finales del XIX era el Rioja Clarete que ya se presentaba con redecilla (“enrejado de alambre”, según describía la prensa de la época) para evitar falsificaciones.
Muchos de aquellos primeros vinos utilizan terminología francesa en sus etiquetas: Claret, Médoc…. Y no solo en los tintos: el blanco semidulce Brillante que Bodegas Bilbaínas elaboró hasta la cosecha 2000 se apellidaba en sus orígenes Cepa Sauternes.
Inquilinos posteriores del Barrio de la Estación como Muga, que se mudó a esta ubicación en 1970, y Roda, que inició la edificación de sus instalaciones en 1991 sobre un calado centenario que mira al Ebro, no tienen este tipo de vínculos históricos, pero no hay duda de que sus elaboraciones son herederas de los modos de elaboración bordeleses.
En el caso de Muga, muchos miembros de la familia han estudiado o realizado estancias en Francia y a menudo se ha mirado a Burdeos en busca de inspiración, como ocurrió con el lanzamiento de Torre Muga. Este vino nace de las experiencias realizadas en los años ochenta de envejecer uvas de alta concentración procedentes de viñas viejas de Rioja Alta en barricas de roble francés nuevo.
Cvne es quizás la firma que más contacto ha mantenido con Burdeos en la época moderna gracias a la figura de Basilio Izquierdo, quien fuera su enólogo durante casi tres décadas. Izquierdo se formó en esta ciudad francesa y de hecho fue compañero de clase de profesionales del vino tan conocidos como Michel Rolland y Serge Fourton. La actual directora técnica, María Larrea, también hizo prácticas en la zona y además la bodega ha colaborado con la Universidad de Burdeos en distintos proyectos.
El tiempo ventoso y un tanto desapacible no enturbió la expectación que despertó el primer encuentro con invitados internacionales en el Barrio de la Estación de Haro. En el evento, que tuvo lugar en las instalaciones de Bodegas Bilbaínas, se intercalaban las mesas de las seis bodegas jarreras con ocho bordelesas. La selección permitió dar representatividad a distintas denominaciones de Burdeos tanto de la zona del Médoc en la orilla izquierda (Péssac-Leognan, Margaux, Saint-Julien, Saint-Estèphe), como de la orilla derecha (St-Émilion, Pomerol, Castillon Côtes de Bordeaux). Aunque algunas de ellas sirvieron añadas que ya no están en mercado, prácticamente todas las marcas se pueden encontrar en España a través de importadores como FAP Grand Cru, Primeras Marcas o Vila Viniteca.
De forma paralela, las bodegas convocantes del Barrio de la Estación realizaron catas y eventos en sus instalaciones. Bilbaínas, con una tradición centenaria en la elaboración de espumosos, mostró la técnica del degüelle; Cvne propuso una vertical de su tinto moderno Real de Asúa en la nave de tinos donde se elabora esta marca junto con Imperial; Gómez Cruzado planteó una vertical de blancos con su Montes Obarenes, mientras que La Rioja Alta se decantó por una horizontal de la excelente cosecha 2001 de todos los tintos de la bodega incluido el Viña Alberdi de envejecimiento más corto. Muga mostró la trazabilidad en la elaboración de una barrica y Roda contó su historia a través de los vinos y experiencias que nunca salieron de bodega pero que sirvieron para hacer avanzar el proyecto y tomar decisiones de futuro; y además presentó una avanzadilla del nuevo Roda I blanco que llegará al mercado en otoño de este año.
De todos estos eventos daremos más detalle en los próximos días a través de redes sociales. En este artículo hemos realizado una selección de los vinos que más nos gustaron, sorprendieron o creemos que merece la pena que se conozcan más. Alguno ya no se comercializa; otros llegarán al mercado en los próximos meses. También damos cuenta de nuestro recorrido de cata por las bodegas bordelesas. En ambas regiones encontramos una diversidad significativa de estilos.
Hemos organizado las impresiones de cata geográficamente, arrancando con la orilla izquierda y recorriendo el Médoc de norte a sur. En esta zona, drenada por los holandeses a mediados del siglo XVII y que discurre en paralelo al estuario del Gironda, se alzan los châteaux más famosos y suntuosos de Burdeos; es la parte más húmeda de la región donde reina la cabernet sauvignon.
El viaje comienza en Saint-Estèphe con Château Ormes de Pez 2016, una muy buena añada en la región, de vinos equilibrados, con buena madurez y acidez de manera simultánea. Es un tinto en el que manda la merlot (52%) frente a la cabernet (42%) y que ofrece una buena inmediatez: sabroso, jugoso, sin gran complejidad, pero disfrutable y listo para beber dentro de un precio razonable (la añada 2017 se encuentra en el entorno de los 35 € en España). El château es propiedad de la familia Cazes, cuya joya de la corona es Château Lynch Bages, un quinto grand cru classé que se cotiza al nivel de un segundo y que procede de la AOC Pauillac, famosa por sus tintos estructurados y longevos, y situada justo a continuación de Saint-Estèphe hacia el sur. Con la cabernet sauvignon copando el 70% de la mezcla en la cosecha 2019, estamos ante un tinto que tiene mucho de todo: fruta, tanino, persistencia, madurez, herbales de fondo que aportan un contrapunto de frescura y también un grado más de alcohol (14,5% vol. frente a los 13,5% vol. de Ormes de Pez). Un burdeos de guarda que se encuentra en España el entorno a los 180 € la botella.
La siguiente AOC descendiendo a orillas del Gironde es Saint-Julien. De esta zona probamos el segundo cru clasée Château Léoville-Barton. La bodega trajo la cosecha 2011, un año algo complicado que se salvó gracias al buen tiempo de septiembre. En España se vende ahora la 2017 justo por debajo de los 100 €. Con mayor presencia de cabernet sauvignon hasta el 82% y graduación de 13% vol., mostraba muy buena evolución con notas especiadas y fondo herbal. Buena dimensión aromática en boca, jugoso y persistente.
Margaux estuvo representado por Rauzan-Ségla, el segundo cru classé propiedad del grupo Chanel desde 1996, fruto del interés creciente de los grandes grupos del lujo por adentrarse en el mundo del vino. Sirvieron un 2006 que, según nos contaron, fue un muy buen año para la merlot (supone el 44% del coupage junto al 53% de cabernet sauvignon y resto de petit verdot). Con la complejidad extra que aporta el desarrollo en botella, es un tinto limado por el paso de tiempo que se bebe muy bien ahora, con un corazón de fruta roja y toques especiados. El precio de las añadas actuales oscila entre los 95 y 100 €.
La última parada por la orilla izquierda fue Smith-Haut-Lafitte, un grand cru classé de Graves en la AOC Pessac-Léognan, la zona que más sufre la presión urbanística de la ciudad de Burdeos y que elabora uno de los blancos más conocidos la región y con fama de longevo. El 2019 que sirvieron era un jovenzuelo que conseguía profundidad y frescura en mitad de la opulencia de una añada cálida que llevó el grado alcohólico hasta los 14.5% vol. Solo elaboran unas 20.000 botellas con base de sauvignon blanc al 90%, un 5% de sémillon y otro 5% de sauvignon gris que, según nos explicaron, contribuye a perfilar esa nariz tan aromática y profunda. El contrapunto tinto, también de la cosecha 2019 y con bastante más producción hasta las 100.000 botellas, se mostró potente, con mucho peso y un gran corazón de fruta en boca, firme y con suficiente acidez para desarrollarse brillantemente en botella. El cabernet sauvignon representa el 59% frente a un 36% de merlot y el resto es cabernet franc y petit verdot. En ambos casos son vinos pensados para la guarda que se venden en España en el entorno de los 130 €.
El río Garona separa el Médoc y Graves de la zona vitícola en la margen derecha, con Pomerol y St-Émilion como las dos regiones productoras más prestigiosas. En ambas reina la variedad merlot a la que suelen acompañar, en un segundo plano, la cabernet franc y, en menor medida, la cabernet sauvignon, que a veces le cuesta madurar en esta zona más alejada del océano y con suelos más frescos.
Sin sistema de clasificación, el viñedo de Pomerol se asienta en una meseta con suelos profundos de gravas y arcilla y ofrece, en general, vinos perfumados y que en muchos casos no necesitan décadas para dar lo mejor de sí. Es el caso de Château Beauregard, una bodega propiedad de las familias Moulin y de los Cathiard de Smith Haut Lafitte, cuyo 2016, cultivado en ecológico, mostraba notas de fruta negra y chocolate con taninos pulidos, buena acidez y equilibrio. Situada prácticamente enfrente, Château Petit Village consta de una finca de 10,5 ha en un solo bloque. La familia Moulin, a la que pertenece, trajo a Haro su añada 2017, que combina 71% de merlot con 20% de cabernet franc y un 9% de viña vieja de cabernet sauvignon. A pesar de ser una añada de contrastes, es un vino jugoso y con cierta estructura pero listo para su consumo. Ambos vinos rondan los 65-70 €.
De la orilla derecha también estuvo en Haro la familia Neipperg, que presentó Château d’Aiguilhe, su finca de 90 hectáreas en la denominación Castillon Côte de Bordeaux, y Château Canon La Gaffelière, su primer grand cru classé ubicado en la ladera calcárea al sur de St-Émilion. La proporción de cabernet franc en la añada 2016 es 40%, que aporta frescas notas herbales y de punta de lápiz a una mezcla que se completa con 50% de merlot y el resto de cabernet sauvignon. Un vino mineral y firme con largo recorrido en una añada considerada muy buena en Burdeos por su equilibrio entre madurez y acidez. Este vino se puede encontrar en España por unos 150 €.
Bodegas Bilbaínas. La bodega del Barrio que más viñedo propio tiene en el municipio de Haro continúa perfilando su gama de vinos. En mayo lanzará un tempranillo blanco bajo la gama La Vicalanda con fermentación en tina de madera y afinamiento en foudre que sustituye a las experiencias previas envejecidas como Reserva dentro de la gama experimental Viñedos Singulares. Por las mismas fechas vera la luz Viña Pomal Gran Reserva 2014 que da el relevo a la cosecha 2012 y que se comercializará en el entorno de los 30 €. Es un coupage de tempranillo (90%) y graciano (10%) que refleja el alma clásica de la casa y ofrece esa lenta maduración que se espera de la categoría. A una nariz con notas especiadas, fondo de fruta en licor y mentolados le sigue un paladar gustoso y equilibrado. Un vino hecho y de placer.
Cvne. Si la cata vertical de Real de Asúa mostró lo lentamente que evoluciona en el tiempo el estilo más moderno de la casa y lo importante (y difícil) que puede ser elegir el momento de descorche, el blanco Monopole resucitado como Clásico con la antigua receta de añadir un poco de manzanilla de Sanlúcar, está listo para descorchar y disfrutar generosamente en cualquier momento (probamos la añada 2018). En algún lugar intermedio se sitúa el Imperial Reserva 2017, el tinto más asequible en precio (27,50 €) de los que se elaboran en la sala de tinos de madera, llena de encanto y de resonancias históricas. Es un tempranillo con alrededor de un 15% de otras variedades, las que están entremezcladas en viñas de más de 40 años de Rioja Alta (desde la zona más fría de Villalba a Briones y Torremontalbo). Las fincas se crían por separado y las más excepcionales en los mejores años dan lugar al Imperial Gran Reserva. El Reserva 2017 apunta muy buenas maneras: se muestra serio, con un fondo oscuro y mineral, buena estructura en boca, persistencia y sin mostrar la calidez de la añada. También aprovechamos la visita a Cvne para recorrer la recién inaugurada exposición de Pablo Palazuelo, uno de los artistas abstractos españoles más destacados, compuesta de casi una veintena de pinturas y una docena esculturas.
Gómez Cruzado. La bodega más pequeña del Barrio está a punto de concluir la reorganización de su gama de vinos. Un proceso que pasa por la recuperación de marcas históricas que van como anillo al dedo a sus etiquetas vintage tras las que se esconden elaboraciones contemporáneas muy atractivas. Nos gustó el cambio del parcelario Cerro Las Cuevas. El vino ha ganado frescura desde que en la cosecha 2017 se sustituyó la viña de Leza con la que se había elaborado hasta entonces por una parcela propia situada en Ollauri. Nos gustó especialmente el Honorable 2017, la marca más emblemática de la bodega a la que llevan unos años dando más cancha y que quizás no es tan conocida para los aficionados como Pancrudo, la crujiente garnacha de Badarán Pancrudo o el blanco de viura y tempranillo blanco Montes Obarenes. Honorable resume la expresión de las laderas de la Sierra de Cantabria a partir de una selección de viñedos tradicionales de Lanciego, San Vicente, Samaniego y Labastida, siempre con ubicaciones frescas situadas al norte de la carretera y con el coupage que dan las viñas de forma natural donde siempre domina la tempranillo. Es fresco, sabroso, sápido y largo, lo que muestra otra buena selección en viña en la complicada cosecha de la helada. El precio del vino es de unos 27 €.
La Rioja Alta. Para esta primera edición del Encuentro Internacional, La Rioja Alta decidió presentar ante el público profesional una selección de botellas de la añada 2001 que su director técnico, Julio Sáenz, definió 2001 como una cosecha “mítica, con racimos pequeños y muy sanos y vinos concentrados en aroma y color”. La cata comenzó con un Viña Alberdi maduro pero todavía muy entero, seguido de un Viña Arana con notas yodadas y perfil más clásico que en esta añada todavía tenía mazuelo en lugar del graciano actual. La añada 2001 de Viña Ardanza tuvo el privilegio de ser la tercera etiquetada como Reserva Especial (tras la 64 y la 73) pero el gran triunfador de la jornada, más que el Gran Reserva 890, al que se dedican las mejores uvas de la casa y que descansa seis años en barrica, fue sin duda el sutil, delicado y persistente Gran Reserva 904. Elaborado con 90% tempranillo de Briñas, Villalba y Labastida y 10% graciano de Briones y Rodezno, salió al mercado el diciembre de 2012. Como dijo Sáenz, es un vino que “sabe hacerse mayor sin hacerse viejo” y que pone el listón muy alto para el 904 de la cosecha actual, 2011, también muy elegante, pero quizás algo más cálido por la evolución climática, que se pudo catar junto con otros vinos de La Rioja Alta en el animado salón donde las bodegas de Haro y Burdeos expusieron conjuntamente. Con las mismas variedades, cuatro años en barrica y ocho trasiegas, el Gran Reserva 904 2011 está a la venta por unos 47 €.
Muga. En la mesa de Muga, se concentraban varias novedades, como la nueva y fresquísima añada 2018 del Selección Especial que sale al mercado en junio y que tiene el brío y la tensión que caracterizan a la cosecha, o el avance del Torre Muga 2019, aún potente y apretado. El Prado Enea Gran Reserva 2015 (éste sí a la venta en el entorno de los 55 €), aterciopelado y especiado, era la cara opuesta del Aro 2019, cuya salida se anuncia para octubre-noviembre de este año. Es significativo que el tinto más caro de la casa, y el de producción más limitada, se elabore al igual que el Gran Reserva, con uvas de las zonas más frías de los viñedos familiares bajo la influencia de los Montes Obarenes. Pero mientras en Prado Enea es un coupage clásico con todas las variedades tintas tradicionales en el que se busca la finura de un envejecimiento prolongado, Aro es un chute de fruta y de energía, a lo que contribuye notablemente ese 30% de graciano que acompaña al tempranillo que marca la mezcla aportando tensión y frescas notas herbales. Un vino que todo aficionado debería probar en algún momento, idealmente con algo más de desarrollo en botella.
Roda. La firma más joven del barrio de la Estación de Haro aprovechó el evento para anunciar el lanzamiento de su primer blanco, que se etiquetará como Roda I y, previsiblemente, se comercializará en otoño al mismo precio que su homólogo tinto. Lo elaboran con las cepas de blanco de las cabezadas de sus viñas más viejas de la zona de Haro, casi todo viura con algo de malvasía riojana y de garnacha blanca, que hasta ahora se vendían a terceros. La apuesta es por un blanco con volumen en boca y capacidad de envejecimiento que, a juzgar por lo que probamos, necesita aún algo de tiempo en botella para integrar sus elementos. De lo que está en mercado de la bodega destacamos el Roda I 2017, otro excelente ejemplo de lo que se puede conseguir en un año difícil cuando se trabaja con mimo y selección en viña. Aquí se eliminaron todos los racimos de segunda brotación y se interpretó esta cosecha anormalmente temprana en clave de finura y moderación. Es quizás el Roda I más aromático y balsámico que recordamos, casi exuberante en su expresión mentolada y de hierbas, con un paladar muy amplio, más esférico que firme; más aromático que tánico. Listo para descorchar, disfrutar y dejarse envolver por su seductora textura.