El día a día de Víctor Ausejo transcurre entre el campo y la pequeña bodega garaje que tiene en Alberite, un pueblo a siete km al sur de Logroño, donde vive con su familia. Como otros municipios cercanos a la capital riojana, esta localidad de apenas 3.000 habitantes ha crecido en población pero sigue manteniendo parte de la esencia rural gracias a su tradición hortofrutícola en la parte baja del valle junto al río Iregua, y de cultivo de viña, sobre todo para consumo familiar.
La variedad mayoritaria en esta comarca de Rioja Oriental pero fronteriza con Rioja Alta es la tempranillo, pero brilla por su ausencia en los vinos de Ausejo. “Madura bien en la Sonsierra, porque allí hay contraste de temperatura entre la noche y el día, pero con el cambio climático es una uva complicada en pueblos como Alberite, a 440 metros de altitud”, explica el productor, de 41 años.
Fue su padre, Antonio, gran conocedor de las viñas riojanas, quien en 2014 le convenció para que arrancara el tempranillo de El Peinao, una finca a 560 metros de altitud en la carretera que une Alberite con el pintoresco pueblo de Clavijo, y apostara por la garnacha blanca. Hasta ese año Víctor trabajaba como fontanero y solo ayudaba de vez en cuando en la viñita familiar, pero una crisis en su sector le empujó a estudiar el grado superior de viticultura y enología en la Laboral de Logroño.
“Aunque mi padre había sido ingeniero agrónomo de Vivanco hasta su jubilación, a mí nunca me había gustado la viticultura, pero yo quería reconvertirme y estudiando me entró el gusanillo”, confiesa Víctor, que pasó a formarse en labores de campo en Vivanco y más adelante en Gómez Cruzado, donde coincidió con Miguel Merino. Hoy en día, el productor de Briones, a quien considera su mentor, es uno de sus mejores amigos en Rioja.
“Mi padre no pensó en que yo plantase la garnacha blanca para elaborarla, porque apenas tenía experiencia en el sector, sino que la vendiese a otra bodega; él creía que iba a haber más demanda y acertó”, explica. En 2016, poco antes del nacimiento de su hijo mayor, Ausejo y su mujer plantaron esta variedad blanca en las dos hectáreas de viña familiar que lleva el apodo del abuelo Fermín, El Peinao, por la fama de presumido que tenía en Alberite.
Cuando plantaron la viña de Clavijo, en toda la denominación apenas había 50 hectáreas de garnacha blanca. Hoy en día son unas 250, pero según datos del Consejo Regulador, esta variedad autóctona representa poco más del 4% del total de uvas blancas en Rioja ―por debajo de verdejo y sauvignon blanc― y un insignificante 0,38% del total.
Con una parte de arena en superficie, y arcilla y carbonato cálcico en el subsuelo, las vides que compró Antonio en un vivero de Navarra provenían de un clon seleccionado de Remelluri y se han adaptado a la perfección, explica Víctor. En la cosecha inaugural, 2018, se hizo con una barrica y llenó 300 botellas para beber en casa, pero Miguel Merino le convenció para que lo comercializara. A pesar de que las plantas solo tenían dos años de edad, el vino estaba muy equilibrado, le dijo el productor de Briones. “En vez de vendérselo a los amigos, cargué la mochila de botellas y se lo ofrecí a los mejores restaurantes de Rioja, con tan buena suerte que todos lo cogieron”, recuerda Víctor. “Al año siguiente empecé a trabajar con un distribuidor y en 2019 hice dos barricas”.
En 2020, sacó a la venta su tercera añada de Víctor Ausejo Garnacha Blanca, más otro vino sin barrica (su primer Parcela 333) y enseguida llegó el reconocimiento internacional. Tim Atkin calificó su vino más joven como “descubrimiento blanco del año” y eso, cuenta Víctor, ayudó a que le empezaran a llamar importadores.
En 2024, y con todas sus botellas vendidas, tiene margen para crecer, pero prefiere ir poco a poco. El Peinao tiene dos hectáreas, aunque solo embotella el 40%; el 60% restante lo vende a Izadi para su Larrosa. “Ellos me vinieron a buscar en 2018 y me ofrecieron un contrato de varios años con un buen precio para las uvas. En 2020 hubo gente que cobró los blancos aquí a 0,50€; yo recibí el doble”, confiesa Ausejo.
Teniendo en cuenta que los rendimientos en blanco son alrededor de un 30% superiores que en una hectárea de tinto, se entiende que más productores de la zona hayan decidido plantar garnacha blanca. “Antes se utilizaba como mejorante pero ahora se aprecia más porque tiene pH bajo, buena acidez y funciona bien ante la sequía”, dice Ausejo. “Además es de aquí y tiene más autenticidad que un chardonnay o un sauvignon blanc”.
Plantada en espaldera y cultivada en ecológico, El Peinao es una suave colina bien aireada y con orientación este-oeste. En la parte de arriba el grano está más maduro y concentrado por lo que esas uvas las destina a su profundo y complejo Víctor Ausejo Garnacha Blanca (2.000 botellas, 30 €), que fermenta y cría en barricas francesas y húngaras de 500 litros sobre sus lías durante 10 meses con battonâge semanal. La zona de la vaguada, donde hay más agua y un poco más de uva con muy buen equilibrio, va para Parcela 333 (3.300 botellas, 18 €), un blanco fresco y varietal que con tiempo en botella desarrolla bonitas notas de hidrocarburo. En este caso la fermentación y la crianza de ocho meses sobre lías se hace en depósitos de hormigón (80%) y de acero inoxidable (20%).
Tiene clara su filosofía para los blancos. “Busco hacer vinos austeros pero expresivos y equilibrados; los blancos con nariz exuberante no me gustan, prefiero los vinos con pocos elementos, que no distraigan ni desvirtúen”, indica Víctor, que no le importa confesar que utiliza levaduras seleccionadas. “Con el blanco hay que ser muy meticuloso en todos los procesos y yo he aprendido del mejor en esta categoría, que para mí es David González,” (ex director técnico de Gómez Cruzado, ahora en Viña Salceda).
Tras demostrar al mundo y a sí mismo que era capaz de hacer buenos blancos, Ausejo decidió aventurarse en 2021 con los tintos comprando uva dentro del valle del Iregua, en un radio de 10km alrededor de la bodega. Todas las parcelas son de viticultores de confianza pero, de momento, las trabajan en convencional. “Poco a poco van cambiando y ya no usan herbicida, pero aunque pagues bien las uvas, les cuesta dejar atrás algunas prácticas que están muy instauradas en la zona”, comenta Víctor. “Sin embargo, la calidad es imprescindible si queremos que Rioja tire hacia arriba. Con volumen ya se ha visto que no es posible”.
Como en los blancos, define con precisión el perfil de tintos que persigue: con tensión y taninos finos renunciando a la estructura si es necesario, y evitando la extracción, especialmente con el mazuelo. “Mis vinos favoritos son los blancos y los tintos que se parecen a los blancos”, asegura Víctor, que ya produce 4.000 botellas de tinto y 6.000 de blanco.
Plantada en 1950 en Sojuela, una zona fresca de Rioja Alta, Los Pepones fue la primera viña de garnacha tinta que cogió. Son 0,36 ha de cepas en vaso, algunas con morgones (sarmiento que se entierra para que arraigue y produzca una planta nueva). Todas son esbeltas y bien resguardadas del sol directo del verano por un manto verde de hojas. En esa misma margen izquierda del río Iregua, un viticultor de Alberite le habló de una viña suya de garnacha tinta plantada en 1952 en Sojuela, a casi 800 m de altitud y rodeada de bosque. Cuando fue a verla, se enamoró inmediatamente y desde entonces compra esa garnacha y el puñado de cepas de blanco intercaladas en la viña.
De estas dos parcelas, más otra cercana y también en Sojuela, el productor de Alberite elabora su Víctor Ausejo Garnacha Tinta (1.700 botellas, 40 €). Lleva un poco de raspón, pero casi toda la uva está despalillada y sin estrujar. Después, lo fermenta y cría en barricas francesas y húngaras de diversos tamaños y un foudre. Como en el resto de sus vinos, utiliza sulfuroso y corrige la acidez cuando es necesario. “El perfil es una mezcla entre las garnachas de Yerga y del Alto Najerilla porque tiene frescura, toques mentolados y estructura, aunque sin ser muy poderosa. El suelo en esta zona a los pies del Moncalvillo es arena con arcilla, por lo que consigo elegancia y estructura”, explica Víctor.
Aunque solo representa el 1,68% de todas las uvas plantadas en Rioja, otra de las variedades tintas que más le gustan a Víctor es el mazuelo por su carácter de ciclo largo y resistente a la sequía. En Alberite, Víctor compra toda la uva de La Colorada, una viña emparrada de 30 años y algo más de media hectárea donde en 2023 apenas cogió 2.200 kg. “A esta variedad le afecta mucho el oídio, pero produce uvas pequeñas, muy oscuras y superconcentradas que luego dan vinos con un tanino muy fino”.
Con uvas de La Colorada y garnacha de Los Pepones, Víctor elabora un rosado por sangrado de color oscuro y producción muy limitada (400 botellas, 18 €). Desde 2021, el resto del mazuelo va para su monovarietal (1400 botellas, 28€) que se elabora con uva despalillada entera sin estrujar, sin dejarle acabar la fementación alcohólica para no extraer, y fermentación maloláctica en barrica usada de roble francés y húngaro, más un foudre desde la añada 2023. Es un vino fresco, crujiente y sabroso, con fondo oscuro pero sin el carácter rústico marcado que a veces transmite la mazuelo y con taninos amables y bien integrados.
Víctor tenía claro que lo prioritario era conseguir buenas uvas, pero a medida que el proyecto fue creciendo y generando ingresos, pudo dejar su trabajo como consultor en Bodegas Puelles (Ábalos) y transformar el garaje de su abuelo en una pequeña bodega en 2021. No obstante, sigue siendo un proyecto modesto. “Trabajamos de forma muy artesanal: mi mujer y yo embotellamos, encorchamos y etiquetamos a mano, y mi hermana Diana se encarga de las redes sociales y de la exportación”.
Las buenas puntuaciones y el trabajo de Diana han conseguido que el 60% de las botellas se vendan fuera de España y que tenga una lista de espera de un año para sus vinos. “Es una preocupación menos que tengo. La comercialización es el caballo de batalla para mucha gente y yo reconozco que en ese sentido he caído de pie”, reconoce.
Ahora, con 10.000 botellas en producción, ya está pensado en expandirse a la lonja de al lado aunque de momento prefiere controlar gastos y esperar.
Es solo una de sus aspiraciones, porque la cabeza de Víctor no para de tener ideas, pero también ha aprendido a echar el freno. “Me gustan los resultados inmediatos, pero poco a poco he interiorizado que en el vino hay que tener paciencia y calma”, reconoce. Miguel Merino le ha ayudado mucho en esa tarea de superación. “Cuando le conocí yo era muy echado para adelante y él siempre me decía que estuviera tranquilo. Es un tipo increíble que me ha animado desde el primer día, y yo he tenido la gran suerte de cruzármelo en la vida”.
Sus deseos para los próximos años incluyen sacar los vinos con un poco más de botella y hacer un blanco de guarda con cinco años de crianza en madera y botella. Mientras tanto, aspira a mejorar lo que ya tiene. “Todavía hay mucho por hacer: creo que podemos reinterpretar mejor los sitios, mejorar en la viticultura y quizás, algún día, comprar viñedo viejo y hacer realidad el tremendo potencial del valle del Iregua”.