En una época en la que una gran mayoría de productores amplían sus gamas de vinos con numerosas especialidades (léase parcelarios, monovarietales, líneas experimentales…), los hermanos Hernáiz han decidido ir a contracorriente. “Esto es el resultado de 20 años de trabajo”, explica Eduardo Hernáiz. “Nos hemos dado cuenta de que juntando distintos elementos podíamos hacer un vino mejor”.
En 1996 la familia Hernáiz compró una extensa propiedad de 101 hectáreas ubicada en Baños de Rioja, en el extremo noroccidental de Rioja, a unos 12 kilómetros de Haro. El nombre Finca La Emperatriz alude a su antigua propietaria, Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III y última emperatriz de Francia, aunque también hubo otros dueños ilustres como la casa de Alba.
Con 80 hectáreas de viñedo entre las cepas viejas existentes y las nuevas plantaciones realizadas por los Hernáiz, la era actual se ha distinguido por la buena relación calidad-precio de la gama clásica (los Finca La Emperatriz Crianza y Reserva), el corte estructurado de sus tintos parcelarios (Terruño y Nº 1), la originalidad de su garnacha y el buen desarrollo en botella del blanco Viura Cepas Viejas.
Pero 2020 deja atrás estas últimas cuatro referencias que sirvieron para alcanzar un buen conocimiento de la viña y arranca con dos tops, blanco y tinto, de la cosecha 2016. Estos nuevos Finca La Emperatriz añaden la leyenda “Gran Vino” que da fe de sus elevadas aspiraciones. Ambos tendrán la misma entidad en presentación y precio (entre 35 y 40 €, todo un acierto dar el mismo valor de mercado a tintos y blancos con origen en el mismo viñedo) y desde la cosecha 2017 optarán a la calificación de viñedo singular.
El movimiento discurre en paralelo a una reorganización de todos los intereses vinícolas de la familia bajo una nueva razón social, Hermanos Hernáiz, que además de Finca La Emperatriz engloba el proyecto de Las Cenizas, el tinto que elaboran en Cenicero desde la cosecha 2015 y el tinto de entrada de gama El Pedal. Este último es un vino de segundo año que se elabora con uvas de casi todas las fincas de la familia (cuentan también con unas 30 hectáreas repartidas entre Cenicero, Fuenmayor, Navarrete y Hornos de Moncalvillo). El concepto es el de un tinto de segundo año, con bastante peso de fruta y crianza en cemento y barricas usadas. La elaboración se lleva a cabo en todos los casos en la bodega de Finca La Emperatriz, lo que imposibilita, por ejemplo, que, con la actual reglamentación de la DOCa. Rioja, Las Cenizas pueda acceder a la consideración de vino de pueblo. Salvo contadísimas excepciones, todo el trabajo se realiza con uvas propias.
A los hermanos Hernáiz no les ha temblado el pulso para escribir las palabras “Gran Vino” en sus dos nuevas etiquetas. “En 2014, y tras 15 años vinificando uvas de la finca, empezamos a destinar entre cuatro y seis barricas a un vino elaborado como los de antes e inspirado en los riojas viejos”, relata Eduardo. El modelo era, según sus palabras, “un tempranillo de zona fría con el aporte de garnachas de taninos sedosos, pero alta acidez y con bastante uva blanca”.
De estas experiencias nace el nuevo tinto Finca La Emperatriz Gran Vino 2016, en cuyo diseño ha jugado un papel clave Ángel Ortega, un profesional de Rioja de toda la vida que ha pasado por firmas como Corral e Izadi y al que Hernáiz describe como “un enólogo clásico con espíritu moderno”.
De hecho, el ensamblaje de 70% tempranillo, 25% garnacha y 5% de viura responde a un patrón tradicional de muchos riojas históricos. El vino, con 41.876 botellas en su primera añada, se trabaja en cofermentación y con levadura natural. Sin dejar de ser un vino de finca, la mezcla de garnacha y de viura suaviza los taninos rústicos de La Emperatriz que Hernáiz asocia al microclima más fresco y continental al estar más separados del Ebro (“esto es una Rioja ‘Altísima’ y extrema) y a la pobreza de los suelos aluviales de arena y grava. “Sin la base calcárea habitual en otras zonas de Rioja y sin nada de retención, esto es más parecido al Médoc”, dice Hernáiz.
La mayor dificultad en la elaboración del tinto estriba en conseguir el equilibrio entre las distintas variedades. “La tempranillo es la uva que marca la vendimia, de modo que la garnacha se recoge antes de lo habitual, aunque es cierto que trabajamos con rendimientos de 3.000 kilos por hectárea que nos dan notas más especiadas que vegetales. La viura es quizás la más peligrosa porque te puedes quedar corto y cogerla verde o pasarte de madurez”.
Tras una maceración en frío, la fermentación tiene lugar en cemento con encubados relativamente cortos. La maloláctica tiene lugar en barrica y la crianza se prolonga durante unos 18 meses. Hay un perfil especiado (pimienta, comino) característico de la finca que actúa de hilo conductor sobre un fondo de fruta negra muy firme y toques cárnicos. En boca es sabroso y sápido, con viva acidez y taninos serios y bien maduros. El perfil de guarda es innegable.
El blanco (16.756 botellas en esta primera añada) se elabora con una selección de uvas de las tres parcelas más viejas de viura que suman 15 hectáreas. La mitad fermenta en cemento y la otra mirad en barrica. Luego, la totalidad del vino envejece durante 10 meses en barricas de 225 litros (aunque están empezando a introducir el formato de 500 litros) y después pasa un año en hormigón y otro más en botella antes de su salida al mercado. Para Eduardo, la combinación de recipientes diluye la huella de la madera frente a la línea 100% barrica del antiguo Cepas Viejas, aunque este vino regalaba ya evoluciones muy interesantes en botella. También se han reducido los tiempos de envejecimiento y el trabajo con lías o bâtonnage. El nuevo Gran Vino blanco tiene un perfil más serio y con buenos ingredientes de futuro: leve deje de crianza oxidativa y amplitud y sabrosidad en boca.
Los dos tops salen al mercado con el indicativo de Reserva porque, según Eduardo Hernáiz, no han querido renunciar “a una palabra que se asocia a la mayoría de grandes vinos de Rioja de los años cincuenta y sesenta que tanto hemos disfrutado y que nos han servido de inspiración”.
Respecto a la cosecha 2016, Eduardo considera que fue un buen año para aquellas bodegas con viñedo propio que quitaron carga y limitaron la cantidad de racimos. “Fue un año muy productivo en el que hubo incluso que quitar uva en las parcelas más viejas”, señala.
La reestructuración de la gama ha ido pareja a una remodelación de bodega con una apuesta clara por el cemento. “Me gusta el cemento porque son volúmenes más pequeños, por la propia morfología de los depósitos, tan anchos como altos, pero sobre todo me encanta para criar”, explica Hernáiz. Y matiza: “El acero va bien para fermentar, pero no para conservar los vinos en bodega; sin embargo, no trabajaría únicamente con cemento”.
Pese a lo que pudiera parecer, los hermanos Hernáiz están bastante más preocupados con los cambios en su gama más asequible que por las decisiones que han adoptado para sus nuevos vinos top. Y es que, en enero, no solo se presentan en el mercado los dos Finca La Emperatriz Gran Vino sino el nuevo Jardín de la Emperatriz Crianza que toma el lugar que ocupaban antes el Crianza y el Reserva. “Hemos seguido el modelo bordelés del segundo vino, pero manteniendo una línea de continuidad visual con las antiguas etiquetas”.
A pesar del “vértigo empresarial” que le produce este cambio, Eduardo Hernáiz describe el vino como “un crianza mejorado” que se beneficia de los descartes de los vinos top, incluidas partidas de variedades como garnacha y maturana. En la copa mantiene características del Gran Vino como el carácter especiado y las notas cárnicas, aunque aquí pesa más la fruta golosa y sazonada y ciertos matices terrosos. Es un vino muy bien elaborado, accesible y fácil de beber. Una excelente compra en el entorno de los 10 €. De esta primera cosecha 2017 se han elaborado 160.000 botellas, pero es una referencia con la que esperan poder llegar hasta las 250.000 botellas. Bajo la marca El Jardín de la Emperatriz se comercializará también un blanco joven del que se han elaborado unas 70.000 botellas en la primera cosecha 2017.
La guinda de la estrategia será la certificación ecológica de la finca para poder constatar en la etiqueta un trabajo que se venía realizando de facto desde hace tiempo. Con la nueva reestructuración, la familia Hernáiz elaborará entre 400.000 y medio millón de botellas entre todos sus vinos.
Al final, se trata de una vuelta a lo que consideran que es la esencia de Rioja, vista desde una experiencia de 20 años de trabajo en viña. Y con unos precios de salida muy razonables, aunque esperan que la valoración del mercado vaya in crescendo. Una historia de valentía y madurez en Rioja.