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1. Así es el paisaje de Terra Alta. 2. La Coop. de Gandesa. 3. Panal. 4. Tinajas en Vins del Tros. 5. Garancha peluda. 6. Antiguas soleras. 7. Terrazas. 8. Cepa de Bàrabara Forés. Fotos: Amaya Cervera.

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Terra Alta, próximo destino para los garnachistas

Amaya Cervera | Miércoles 14 de Septiembre del 2016

Hay poco más de 30 kilómetros entre El Molar, uno de los municipios más meridionales de Priorat y Corbera d’Ebre, el primer pueblo de la Terra Alta siguiendo hacia el oeste. La distancia se puede recorrer en media hora, pero muy pocos aficionados parecen sentir curiosidad por la más apartada de las denominaciones catalanas que se encuentra ligeramente elevada (de ahí el nombre de Terra Alta) al otro lado del Ebro, encajada entre las imponentes sierras de Pàndols Cavalls y Els Ports y la frontera con Aragón.

Quien se anime descubrirá una comarca netamente vitícola con un paisaje de gran identidad en el que se han ido esculpiendo terrazas más o menos amplias y escalonadas que aprovechan al máximo el agua de la lluvia. Es la misma geografía que, al parecer, inspiró los primeros trabajos cubistas de Picasso durante sus cortas pero intensas estancias en Horta de San Joan y que sus productores esperan dar a conocer al mundo aprovechando que en 2018 acogerán la sexta edición del concurso Grenaches du Monde.  

La viña es el cultivo más importante y la principal fuente de riqueza de sus apenas 12.000 habitantes repartidos en 12 municipios. Para darse cuenta basta con visitar la antigua cooperativa de Gandesa convertida en museo, cuya construcción llevó a los viticultores locales a hipotecar sus tierras a principios del siglo XX. Obra del arquitecto modernista y gran experto en edificaciones agrarias Cèsar Martinell, aún hoy sorprende por la funcionalidad y perfecta organización de los espacios con aprovechamiento de luz natural, raíles junto a los depósitos para transportar tanto vagonetas como la propia prensa o un sofisticado sistema de ventilación mediante ventanas estratégicamente situadas. Las torretas que coronan el tejado, por ejemplo, no son decorativas sino que funcionaban como pequeños depósitos para almacenar el agua de la lluvia.

La escasa pluviometría (en torno a 350-450 mm. anuales) y alta insolación son una constante en la zona y también ayudan a explicar la tradición de mistelas y vinos de licor blancos y tintos, un capítulo en el que destaca Celler Piñol y que la cooperativa de Gandesa y algunos otros productores se afanan poco a poco en recuperar. 

“Detrás de las montañas se cultivan naranjos, pero aquí el clima es marcadamente continental”, explica Joan Angel Lliberia de Edètaria, bodega de referencia ubicada en Gandesa. La capital de la comarca conforma, junto con Corbera d’Ebre y Bot, la “plana” o zona baja de la denominación, totalmente diferente del altiplano al que se asciende desde Vilalba dels Arcs y que continúa por Batea y otros municipios cercanos. Paradójicamente, los viñedos de la plana pueden resultar en ocasiones más frescos porque se benefician de la garbinada, el viento del sureste que trae la brisa y la humedad del mar, mientras que la zona alta está más influencia por el cierzo, mucho más seco, que sopla del noroeste, ayuda a limitar los tratamientos y permite alargar la maduración en planta. 

Reivindicando la garnacha blanca

Tras su paulatina desaparición en otras regiones vinícolas del valle del Ebro y muy especialmente en Aragón, donde ha pasado de 4.200 hectáreas en 1990 a poco más de 300 en la actualidad, Terra Alta se ha convertido en el gran feudo de la garnacha blanca en España. Sus algo menos de 1.400 hectáreas suponen el 33% del cultivo mundial, el 75% de España y el 90% de Cataluña. El Consejo Regulador cuenta además con el indicativo Terra Alta Garnatxa Blanca que distingue los mejores monovarietales de esta uva.

Probablemente, su característica primordial es la notable consistencia que aporta en boca. En su juventud ofrece un perfil bastante definido de fruta blanca (pera de agua) y hierbas mediterráneas. Una buena introducción a la categoría es L’Indià 2015 de Pagos de Híbera, un vino que se puede probar y comprar en la segunda cooperativa modernista diseñada por Martinell en la zona. Está en Pinell de Brai y en la actualidad acoge un coqueto restaurante.

Las mejores garnachas blancas evolucionan a notas de almendra, fruta de hueso o incluso toques de hidrocarburo con texturas untuosas en boca. Si L’Avi Arrufi F. Barrica 2013 de Celler Piñol ofrece un buen ejemplo de esta opulencia, la cosecha 2012 de La Fou Els Amelers, que tuve la oportunidad de probar, iba más por el lado cítrico y recto, con tensión, longitud y también un toque de hidrocarburo.

La riqueza de suelos, con un importante componente calcáreo, permite añadir interesantes notas minerales y en ocasiones incluso salinas. Para Carme Ferrer de Bàrbara Forés, una de las bodegas pioneras en los embotellados de calidad con la variedad, la garnacha blanca “expresa muy bien los terruños en los que se cultiva y se adapta muy bien a las condiciones de sequía de la zona”. 

Un suelo muy característico de la comarca es el “panal” a base de arena procedente de dunas fósiles formadas por materiales que estuvieron bajo el mar. Aunque las viñas pueden sufrir en años cálidos, drena muy bien y ya se pueden encontrar  garnachas blancas cultivadas exclusivamente en él como el complejo Edetaria Selecció 2013  (cera, fruta blanca, hidrocarburo) o el muy recomendable El Quintà 2014 de Bàrbara Forés que combina fruta, piedra seca y untuosidad.

Debido a la “anchura” que aporta la garnacha blanca de forma natural, muchos elaboradores se centran en conseguir algo más de profundidad y largura. La amenaza del exceso de alcohol o calidez se trabaja a menudo combinando vendimias más tempranas y más tardías. Para La Fou Els Amelers, por ejemplo, el encaje de bolillos incluye una vendimia casi verde, otra media y una tercera sobremadura en la que coquetean con el “brisado” o trabajo con las pieles. 

En Terra Alta se ha distinguido tradicionalmente entre vinos “vírgenes” y “brisados”, elaborándose estos últimos con racimos enteros. Es lo que cuenta Xavier Clua, quien inició su propio proyecto en Vilalba dels Arcs en 1995: “Hasta los años 70 se trabajaba con prensas verticales que daban muy poca capacidad de tratamiento diario, de modo que se fermentaba con pieles, pero con la llegada de las prensas continuas que permitían procesar mayor cantidad de uva, la elaboración cambió y además se empezó a plantar macabeo (1.000 hectáreas en la actualidad)”.

Con los vinos naranjas relativamente establecidos en el mercado y gracias a la mentalidad más abierta del consumidor actual, un buen número de elaboradores de la zona están recuperando la singularidad de los brisados. En Vins del Tros fermentan en ánfora con 25 días de contacto con las pieles para conseguir un blanco estructurado con notas de frutos secos y fruta de hueso. La Foradada de Celler Frisach, sin sulfuroso añadido, es más salvaje y mineral, con muchas notas de hierbas y reconocible tanicidad; pasa 12 días en acero inoxidable y luego ocho meses en otro depósito totalmente quieto.

Otras garnachas y uvas tintas autóctonas

Además de enarbolar la bandera de la garnacha blanca, Terra Alta ofrece la diversidad casi completa de sus “mutaciones”. Aunque la presencia de la garnacha gris o roja es realmente anecdótica (no está reconocida en el reglamento), se empieza a reivindicar la singularidad de la garnacha peluda (unas 30 hectáreas), que se caracteriza por la vellosidad en el envés de la hoja y que la mayoría de productores coinciden es describir como más fina y ligera, con mayor acidez y menos corrimiento. Por menos de 8 €, Almodí 2015 de Altavins, con notas terrosas y de bayas, cierta ligereza y jugosidad, es una excelente introducción a la variedad que ellos denominan garnatxa borruda. En otra escala de precios (algo por encima de 35 €) La Personal 2013 de Edètaria regala una fabulosa expresión agreste con notas de zarza, notable acidez casi cítrica, persistencia y un tanino de gran finura.  

Esta bodega, de hecho, distingue entre la garnacha peluda y la “fina” que Lliberia considera “el fenotipo propio de aquí, de racimos compactos, pequeños y cortos y bastante corrimiento, que limita de forma natural la producción”. Para él, los aromas son más maduros tal y como refleja en otro de sus nuevos vinos de gama alta: La Genuïna.

La morenillo, variedad de poco color y ciclo largo, muy aromática (hierbas, floral) y ligera se merece un pequeño capítulo aparte. Pendiente de entrar en el registro oficial de variedades y, por tanto, aún no autorizada en la DO, es un auténtico oasis de frescura y combina muy bien con la garnacha, como ocurre en el seductor El Templari de Bàrbara Forés que además se mueve en una excelente línea de precio (12 €). Celler Piñol en cambio tiene su Finca Morenillo (ligeramente por encima de 40 €) como uno de sus vinos más exclusivos buscando algo más de estructura (envejece 13-15 meses en barrica) y un carácter más frutal pero sin perder jugosidad. 

Quienes deseen probar la variedad en estado puro deberían dirigirse al restaurante Moderno en Vilalba dels Arcs donde su propietario Josep, además de estar muy al día de todo lo que se cuece en la zona, elabora y sirve su propio morenillo de viñas viejas, todo fruta y frescura ya que fermenta en inoxidable y no lleva ni un ápice de madera. 

Aunque productores como Xavier Clua firman tintos realmente interesantes con participación de variedades internacionales, la tendencia general es a reducir su presencia en favor de las locales, con la cariñena o samsó (314 hectáreas) como una uva a tener cada vez más en cuenta en los ensamblajes y algunos sorprendentes monovarietales como La Pedrissa de Edètaria (otra vez dentro de esa fascinante nueva gama alta) o un tinto de futura aparición que fue mi vino favorito en la cooperativa de Gandesa.  

Más allá de los garnachistas, Terra Alta tiene suficientes argumentos para atraer a wine lovers de todo tipo.

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1 Comentario(s)
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Albert escribióMiercoles 14 de Septiembre del 2016 (02:09:09)Una buena introducción a una comarca, la Terra Alta, que podría condensar la imagen y las sensaciones de un Mediterráneo antiguo, periférico, esencial. Su aislamiento y lejanía de cualquier centro de poder y de comercio, la preservación de su entorno y sus pueblos, el olivar milenario en su zona más sureña, los valores paisajísticos e históricos, el rastro de una profunda cultura agrícola de secano... todo ello son factores para un renovado interés. Desde una perspectiva exclusivamente vitivinícola, añadiría el papel de un amigo, Josep Valiente, que fue enólogo de la cooperativa de Vilalba y hoy es socio de Ecovitres, una microbodega familiar de ese mismo pueblo que, bajo la marca Vins de Mesies, está produciendo una de las más puras (seguramente, también menos comerciales) garnachas blancas de la denominación.
 
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