A primera vista, A Canteira es uno de esos bares normales y corrientes, con máquinas tragaperras y televisión, donde vecinos del barrio y currelas de buzo azul van a tomarse un café mientras ojean el periódico. Pero la diferencia entre este establecimiento de Verín (Ourense) y otros miles de bares del país es que el vino de diario, el de chateo, lo elabora José Luis Mateo, sin duda uno de los viticultores más sensibles y honestos del panorama vitivinícola español.
Nos encontramos allí, en el bar de su hermano, antes de ir a visitar algunas de las 20 hectáreas de viñedo que trabaja (15 en propiedad) en la DO Monterrei, una zona fronteriza con Portugal de clima más continental que atlántico, con veranos abrasadores e inviernos de frío cortante. Algunas de sus 23 parcelas coronan la parte alta de la comarca, una escarpada zona abandonada por los agricultores hace 30-40 años en busca de mayores rendimientos y condiciones de trabajo más fáciles en el valle.
“Este es el drama del medio rural. Aquí se vivía del castaño, del ganado, incluso del contrabando”, explica José Luis mientras conduce con calma por la empinada y estrecha carretera hacia su preciosa viña en El Castrillón, a 700 metros de altitud.
Cuenta que había escuela, médico y servicios hasta que el “progreso” llegó y se llevó todo a los núcleos urbanos. “Hay grandes viñedos viejos, pero muchos están abandonados. Los que seguimos trabajando aquí arriba tenemos que mantener los accesos para que la maleza no se coma el terreno y evitar los incendios; las autoridades no se preocupan mucho”, explica José Luis, que ha construido cerraduras con somieres de muelles para mantener fuera de sus viñedos a jabalíes y corzos. En esta zona de naturaleza salvaje, el ingenio es algo necesario.
José Luis es viticultor por vocación. Se fue a Madrid a estudiar Ciencias de la Información pero para el segundo curso ya se dio cuenta de que aquello no era lo suyo. Sus padres, gente humilde que había luchado mucho para que él estudiara, le pusieron como condición que finalizara la carrera. Así lo hizo pero en el destino de José Luis se impuso el corazón frente a los deseos familiares de que se labrara un porvenir lejos del campo.
Su proyecto, Quinta da Muradella, nació en 1991 con dos viñas que su padre Alfonso, cantero de profesión pero agricultor de corazón, trabajaba para hacer vino para casa y más adelante para el bar familiar de A Canteira. Poco a poco José Luis fue comprando uvas y comenzó haciendo graneles y vinos experimentales hasta que en el año 2000 lanzó Alanda Tinto, su primer vino etiquetado.
“Antes hacía vinos más maduros, con más estructura, madera nueva y monovarietales de Mencía, para aprender. Ahora busco vinos con notas más frescas, vinos de mezcla, que reflejen el equilibrio del viñedo y tengan una buena acidez”, comenta José Luis. En esa búsqueda constante de vinos elegantes, longevos y equilibrados que reflejen las diferentes parcelas, orientaciones e identidades de la zona, José Luis antepone lo que le dicten sus uvas a cualquier consideración comercial. “Esto es un trabajo de muchas generaciones. No me obsesiono; prefiero hacer poco, pero bien hecho”.
Vinifica sus parcelas por separado pero con todas las variedades juntas, y adapta fermentaciones, tiempos y formas de crianza a las características de la añada pero siempre intentando elaborar vinos frescos, algo que no es fácil en una zona con el clima de Monterrei. Es un trabajo artesanal y de estar a pie de viñedo, que es lo que realmente le gusta. “Soy bastante anárquico en este tema, porque en el vino no hay clichés. Lo esencial es que en el viñedo haya equilibrio”, explica José Luis, que trabaja en ecológico desde que comenzó su proyecto. El único año que tuvo que emplear un tratamiento sistémico de choque fue en 2007, cuando el mildiu atacó una de sus parcelas de tempranillo y la desclasificó.
En una zona en la que tras la filoxera se replantó mucho patrón injertado de garnacha tintorera (alicante bouschet) y mencía, José Luis busca la diversidad genética y por eso trabaja con multitud de variedades, algunas plantadas por él mismo con selecciones masales, como bastardo (merenzao), mencía, garnacha tintorera, caíño tinto, albarello (brancellao), arauxa (tempranillo), sousón, zamarrica y otras que va recuperando.
En blancas trabaja con treixadura, godello, dona blanca y monstruosa de Monterrei, entre otras. También está haciendo pruebas clonales, trasladando plantas de una zona a otra de sus viñedos, ubicados entre 300 y 800 metros de altitud y en los que hay suelos para todos los gustos: arcillosos, con grava, pizarra, cuarzo y granito.
De Raúl Pérez, que le echó una mano en sus comienzos, reconoce que aprendió mucho. “Trabajar con Raúl fue una experiencia muy gratificante porque me abrió la mente. Él me enseñó que viña y trabajo en bodega van unidos”, explica José Luis. Sus elaboraciones son un reflejo de ambos elementos, pero es evidente que los vinos de Quinta da Muradella también rezuman la honestidad y elegancia que transmite este viticultor humilde y generoso.
Bajo el nombre de Alanda elabora un blanco y un tinto (unos 14 € en España, desde 22 € en Wine Searcher). Son, como él dice, su “carta de presentación”. El tinto es un complejo pero accesible coupage de mencía con bastardo y otras variedades. Elaboró 8.000 botellas en 2012, pero el 2014 no sabe si lo va a embotellar. “Fue una añada complicada. Tiré 2.500 litros de un tino por el sumidero porque no estaba contento con la calidad”, confiesa José Luis. Más de un productor habría estado tentado de elaborar otro vino con una marca alternativa a un precio competitivo.
Fruto de su forma de trabajar, la gama de Quinta de Muradella es amplia y heterogénea, con elaboraciones monovarietales y coupages reconocidas y muy valoradas como los Gorvia blanco y tinto (unos 22 € en España, desde 45 € via Wine Searcher), Muradella blanco y tinto (35 € en España), Sábrego blanco (23 € en España, desde 40 € en Wine Searcher), Berrande (unos 36 € en España) o elaboraciones experimentales y geniales como el Crianza Oxidativa 2009, un monovarietal de dona blanca elaborado como en Jerez, con un ligero velo de flor (desde 24 € en España) o las 300 botellas de monstruosa de Monterrei 2012 (36 €), proveniente de un viñedo plantado en 2002 con esta variedad blanca en proceso de recuperación. Su inmensamente frutal y expresivo monovarietal de garnacha tintorera 2012, que acaba de embotellar, saldrá al mercado fuera de la DO, porque esta variedad no está reconocida en la zona.
Gran parte de su producción se exporta al extranjero, a lugares como Estados Unidos o Australia, donde se pelean por sus botellas a pesar de los elevados precios finales, tras impuestos y costes de transporte. “Nunca pensé que un vino mío iba a estar en las tiendas y restaurantes de Australia; cuando empecé aspiraba a hacer un buen vino, quizás para distribuir en Galicia, pero todo esto es mucho más de lo que esperaba”, dice sin un atisbo de falsa humildad. “Y lo mejor de todo es que hago lo que me gusta”.