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200 Monges y el largo camino de los vinos de guarda

Pocas bodegas relativamente modernas habrán picado tanta piedra, en sentido figurado, como Vinícola Real 200 Monges. ¿Cómo hacerse un nombre para vinos de guarda en un municipio alejado de las zonas más afamadas de Rioja?

Explorar nuevos territorios está hoy a la orden del día, pero cuando Miguel Ángel Rodríguez, que cumplirá 63 años en abril, inició su proyecto a comienzos de los 90, las cosas eran bien diferentes. En plena explosión de Riojas modernos (Artadi, Sierra Cantabria, Finca Allende, Roda…), él estaba 13 kilómetros al sur de Logroño, junto al cauce de un río que sirve de línea divisoria entre Rioja Alta y Oriental. 

A efectos de la DOCa, Albelda de Iregua, su pueblo, pertenece a Rioja Oriental. Y la descripción que aparece en la web del Consejo Regulador dista mucho de ser entusiasta: “Por sus pies pasa el río Iregua. En su margen izquierdo se localizan depósitos de terrazas que generan un paisaje cerrado, mientras que el derecho está modelado por laderas baldías. El municipio se caracteriza por su rica agricultura de regadío y el desarrollo de un importante sector industrial muy extendido que da trabajo a buena parte de sus habitantes”. 

Rodríguez define su bodega como un proyecto de tesón. “Que se metan contigo, puede llegar a ser un estímulo”, dice con cierto aire retador.

Licores, Antigua Usanza y vuelta al Iregua

Aunque en su casa no se dedicaban específicamente al vino -su padre fundó Licorería Albendense en los años sesenta-, Miguel Ángel estudió en la Escuela de la Vid y el Vino de Madrid. En 1989, junto con parte de la familia y otros socios, creó Antigua Usanza en San Vicente de la Sonsierra, una bodega pensada para trabajar con grandes volúmenes. 

Pero también quiso abordar un proyecto más personal y “de capricho”. Así que pidió a la empresa que había excavado el calado de Antigua Usanza que prolongara el pequeño merendero que tenía en una ladera de Albelda de Iregua, con tan mala suerte que se desprendió, quedó a cielo abierto, y tuvo que realizar una obra de más envergadura que acabaría dando forma a la bodega actual y a sus galerías subterráneas que suman 800 metros lineales. Entre 1992 y 1993 realizó sus primeras pruebas y 1994 fue la primera añada oficial de la bodega.


Rodríguez siguió vinculado a Antigua Usanza hasta 2006, cuando pasó a centrarse íntegramente en Vinícola Real. En 2014, las instalaciones de la bodega de San Vicente fueron adquiridas por Bodegas Familiares Matarromera para dar forma a su actual proyecto en Rioja. De esta etapa en Rioja Alta, a Miguel Ángel le han quedado tres hectáreas de viña en San Vicente de la Sonsierra y un profundo conocimiento de los viñedos del Alto Najerilla, a los que empezó a recurrir a mediados de los noventa para contrarrestar la subida de pHs que veía en los tempranillos de la Sonsierra y que asocia en parte a sus suelos calcáreos.

Los tempranillos del entorno de Albelda de Iregua, donde manda la arcilla, no tienen ese problema, pero sí unos taninos más rústicos y particularmente marcados que necesitan largos afinamientos y condicionan el estilo (y los precios) de los tintos que se elaboran en Vinícola Real.

Construyendo un estilo propio

Si en la zona del Najerilla el estilo dominante en el pasado eran los claretes (Miguel Ángel recuerda que, en la licorera, su padre vendía azúcar a cooperativas de esta zona para chaptalizar porque costaba madurar las uvas), en el Iregua se elaboraban vinos tintos, pero con generosas aportaciones de uva blanca que ayudaban a envolver los taninos.

La receta que ha construido en Vinícola Real, donde trabaja con uvas propias, es una combinación mayoritaria de la zona de Albelda (alrededor del 70%), con tempranillos de San Vicente y garnacha y algo de tempranillo del Najerilla. Posteriormente, ha ido dando entrada a la graciano y ha plantado un par de hectáreas de maturana tinta. 


Además de las tres hectáreas mencionadas en San Vicente de la Sonsierra, hay 11 en el valle del Alto de Najerilla, con Badarán (cinco hectáreas) como municipio de referencia en la zona, y el resto, unas 40 hectáreas certificadas en ecológico, se encuentran entre Albelda de Iregua y Nalda. 

El proyecto arrancó con apenas dos hectáreas en el paraje de Vallejuelo, en la margen derecha del río, que han crecido hasta las seis y media. Son suelos de arcilla con arenisca y algo de calcáreo. De hecho, la ladera en la que penetra la bodega a la salida del pueblo era una antigua mina de cal. En esta zona son muy habituales los terrenos que superponen capas de arcilla y de arena compactada como si de una milhoja se tratase. Muy cerca, y a algo más de altitud está el paraje de La Raposa, dominado por la arcilla, pero con mayor presencia de canto rodado.


En 2008, Miguel Ángel adquirió Las Viñuelas, una finca de 20 hectáreas junto al río conocida también como Convento de los Frailes. Se han plantado 15 hectáreas, 12 de ellas de blanco, entre 2011 y 2012. El suelo está formado por un metro de arcilla y arena lavada, sobre una base de canto rodado, donde se consiguen taninos más amables. 

El otro foco importante de viña está situado en el llano de La Rad, en la margen izquierda del Iregua, a caballo entre los municipios de Albelda y Nalda. Es una zona de mucha piedra con arena roja, donde crecen bastantes encinas y hay una parte de viuras muy viejas. 

En general, los vinos más inmediatos se destinan a Cueva del Monge (20-22 €), marca que sale como genérica, aunque por tiempos de envejecimiento podrían etiquetarse como reserva, mientras que los que necesitan más afinamiento se comercializan como 200 Monges. Esta segunda gama se desdobla en reservas y grandes reservas, e incluye además la línea Selección Especial para vinos que salen al mercado con 10 años de botella. Para hacerse una idea, las añadas en curso para tintos son 2019 (Cueva del Monge), 2014 (200 Monges Reserva), 2008 (200 Monges Gran Reserva) y 2010 (200 Monges Selección Especial). En blancos coincide la 2019 para Cueva del Monge, pero el Reserva es 2011, el Gran Reserva 2010 y el Selección Especial 2007. 

La producción anual oscila entre 200.000 y 220.000 botellas. La cifra incluye el nuevo rosado 200 Monges Reserva, elaborado por primera vez en la cosecha 2017, el dulce con botrytis Vendimia de Invierno (hay una versión Esencia realizada exclusivamente con uvas botritizadas) y el parcelario Confesor, de corte más moderno y poderoso, del que se elaboran menos de 3.000 botellas. Los tintos representan el 75% de la producción.

El factor tiempo

¿Cómo se puede saber si un vino va a envejecer bien? “Tardo mucho en embotellar porque hago seguimiento en depósito de acero inoxidable. Puedo dejar ahí los vinos de cuatro a seis años. No me importa que haya un ambiente reducido porque luego trasiego poniendo el vino en contacto con el oxígeno”, responde Miguel Ángel.

La crianza en botellero es especialmente importante. Los vinos de guarda más prolongada se apilan en “el archivo” donde se deja que los hongos cubran las botellas, como era habitual en los calados de las bodegas históricas de Rioja, aunque aquí se protege el corcho con una cápsula de plástico. Este aspecto envejecido de las botellas fue un reclamo bastante efectivo en el último Salón de Vinos del Tiempo celebrado en noviembre pasado en Madrid.


En blancos, Miguel Ángel busca la hiperoxidación de mostos trabajando con prensa neumática abierta. “Eso quiere decir que el vino sale algo amarronado. El Consejo me ha tirado para atrás muestras por oxidación un par de veces, y ahí tengo que emplazarlas a una segunda cata”, explica. 

A quien le ha costado ver la necesidad de afinamiento de los tintos 200 Monges por el gran peso que tienen en ellos las uvas del Iregua, no suele tener reparos en enamorarse de sus blancos, empezando por la Cueva del Monge (21 €), la cuveé más básica que pasa entre cuatro y seis meses de barrica. Con un paladar amable y la dosis justa de madera (se cría en barricas de 225 y 500 litros), suele ser el vino favorito de quienes visitan la bodega y también fue un fijo durante varios años en el maridaje de Arzak, el triestrellado restaurante de San Sebastián. El Reserva 200 Monges (9.000 botellas 44 €) supone un gran salto en términos de complejidad. La cosecha 2011 ofrece una fina reducción, notas ahumadas, cera, piel de cítrico, y una textura muy seductora. Elaborado con 90% de viura y un 10% de malvasía, combina, un 60% de uvas del Iregua con un 40% del municipio de Cañas en el Alto Najerilla. Quizás la expresión más mágica es el Gran Reserva 2010 (75-80 €) por su magnífica combinación de acidez, tostados, notas cítricas maduras y especiados.

El rosado (50 €), jugoso, con la firmeza de la crianza en barrica y más uva blanca (70% viura) que tinta (30% garnacha), es otro buen reclamo para paladares curiosos. Pero más tarde o más temprano, se llega a la seriedad de unos tintos con una estructura más firme y tensa, y mayor o menor madurez de uva en función de la cosecha. Sorprende, por ejemplo, la escasa evolución del Gran Reserva 2008 (70 €), un tinto con muy buena acidez en la que puede considerarse la añada más fría del siglo XX, y la vitalidad del Selección Especial Reserva 2010 (72 €), con nervio y mucho carácter aún de fruta azul e incluso notas de violeta. 


Alojamiento, arte y códices medievales 

Como el envejecimiento prolongado y el concepto de vinos finos no fueron reclamos suficientes para hacerse un hueco en la abarrotada escena riojana, Rodríguez tuvo que sumergirse en la historia para rescatar un relato atractivo que despertara la curiosidad y generara tráfico hacia la bodega. El hilo conductor es el desaparecido monasterio de San Martín de Albelda, un centro cultural medieval habitado en el año 950 por 200 monges amanuenses, según relatan las crónicas de la época, y sus dos grandes hitos históricos. 

El primero es haber registrado al primer peregrino conocido de la ruta jacobea, el obispo de Puy, quien, en su camino a Santiago de Compostela, hizo un alto en Albelda de Iregua para encargar a los monjes la copia de un libro que recogería a su regreso. El segundo es la llamada Crónica Albeldense o Codex Vigilanus, una copia realizada a finales del siglo X por el monje Vigila en la que, junto a una gran profusión de ilustraciones, aparece la primera representación de números arábigos de la que se tiene constancia en Occidente. 

Estas dos efemérides han inspirado la premiada propuesta enoturística (se llevó el premio Best Of Wine Tourism Internacional 2022) de la bodega, en la que el vino y el legado histórico van de la mano, y que culmina en la Cueva de los Monjes, donde se pueden ojear sendos facsímiles de estas dos obras.


Vinícola Real también presume de haber creado el primer hotel dentro de una bodega de Rioja en 2004 y organiza numerosos eventos culturales, como el festival de relatos eróticos en febrero, el día del libro con teatro en abril o el tributo musical en el jardín en junio. Desde hace unos años, se ha convertido en la galería de arte del pintor logroñés Luis Burgos, con quien Miguel Ángel tiene una buena amistad. Cenas, eventos, wine bar… cualquier excusa es buena para crear un marco atractivo donde servir los vinos de la bodega. 


Cuando se trabaja en la periferia, tanto física como mental, no queda más remedio que tocar todos los palos. Quizás el futuro vino de pueblo que se está gestando en la bodega, y que pondrá el nombre de Albelda de Iregua en la etiqueta, marque un nuevo punto de inflexión en la trayectoria de la bodega. Con él se pretende hacer un poco de pedagogía del valle del Iregua y, como dice Miguel Ángel, “convencer a la gente dura de mollera de que, además de frutales, tenemos viñedos de calidad y buenos vinos”.

Firma

Amaya Cervera

Periodista especializada en vino con más de 25 años de experiencia. Fundadora de Spanish Wine Lover y Premio Nacional de Gastronomía a la Comunicación Gastronómica 2023