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José Peñín: “La única regla que tengo es el equilibrio, acepto todo lo demás”

Decano de la prensa vitivinícola en España, José Peñín lleva más de 40 años tomando el pulso de la actualidad nacional e internacional. Nacido en un pequeño pueblo de León en 1943, en plena guerra mundial, el trabajo como militar de su padre hizo que la familia se mudara a Marruecos hasta 1953, cuando regresaron a Madrid. 

Tras probar suerte en varios sectores, llegó al mundo del vino en los 70, en plena transformación del país y del sector. Fundó la guía que lleva su nombre en 1990 y su empresa fue la primera en crear salones de vino en España. Autor de más de 30 libros sobre vino y unos 2.000 artículos, Peñín dirigió la revista Sibaritas hasta su cierre y fue jefe de la fundadora de Spanish Wine Lover, Amaya Cervera, de 1996 a 2004.

Esta entrevista se hizo antes del confinamiento, pero contactamos con él recientemente para conocer su opinión sobre esta crisis en la que está inmerso el mundo. 

Lo primero de todo ¿cómo estás de salud?
Desde que vine de Burdeos el día 4 de marzo estoy confinado. Sabes que en nuestra profesión de escritor-periodista, los tiempos de trabajo frente al ordenador en casa son una constante, haya o no bicho por medio. Este enclaustramiento me está sirviendo para dar un buen impulso a mis memorias de 45 años en esta historia. Además, tengo la suerte que mi mujer es médico.

¿Se cierra una era de vino en España con el fallecimiento de Carlos Falcó y Alfonso Cortina?
Tanto como eso no. En realidad, la entrada de ambos personajes en el vino es la culminación de las buenas maneras que han surgido del empresariado de otros sectores. El caso de Cortina es lo que yo llamaría “inteligencia empresarial”, es decir, la experiencia en otras lides desde una sana perspectiva de negocio aplicada a una parte de la agricultura. El ejemplo de Falcó es distinto. Su actividad empresarial siempre fue dudosa, al tiempo que su interés y conocimiento por la ciencia agrícola fueron trascendentales para convertirse en un pionero.
 
¿Cómo crees que va a afectar el coronavirus a la actividad de la Guía Peñín, muy basada en desplazarse por las catas, y sobre todo a los salones, que son un gran escaparate del vino español tanto dentro como fuera?
Es muy importante reseñar que si existe un sector menos afectado en esta crisis, ese es la alimentación. El vino está en este cosmos y nosotros a su vez en el vino y, como remate, la logística está en buena salud. El equipo de cata puede recibir las muestras en la oficina y espero que en el verano se puedan desplazar a las zonas con más marcas. En cuanto a los salones, siempre se pueden mover las fechas al otoño, al menos los más importantes.
Como añadido diré que la vitivinicultura siempre está asediada por el riesgo climático de la incertidumbre de las cosechas y además es un sector de preeminencia familiar. En cuanto a las ventas, los que peor lo pasarán son aquellos productores cuya producción está enfocada a la hostelería y por lo tanto acumularán grandes stocks de vinos. El temor es que si no se vacían los depósitos de almacenaje de gran volumen y barricas para recibir la nueva añada es posible que en algunas zonas las uvas queden sin vendimiar, tal y como ocurrió en Australia hace unos años.

Volviendo al principio ¿cómo empezaste en el mundo del vino?
Un poco por casualidad. En los años 1972-73 yo tenía una empresa financiera, después de haber hecho mil actividades. Un día, mi vecino de adosado me dice que ha montado con un italiano un club de vinos que se llama Vino Selección para vender vinos por correspondencia. Yo no entendía muy bien de que se trataba aquello —piensa que estamos hablando de otra época. “Es como el Círculo de Lectores, pero en libros,” me dice. Entonces lo entendí perfectamente.

Tengo entendido que también fuiste visitador médico.
Sí, antes de dedicarme al vino. Fue la época que menos trabajé y más dinero gané. También vendí camiones y coches. El primer Mini que se vendió en España lo entregué yo, porque había mucha demanda. Yo era un gran encantador de serpientes y se me daba bien el tema comercial, pero mi objetivo siempre fue ser empresario. Creía que así podría levantarme a la hora que me diera la gana; me costaba muchísimo trabajo levantarme a las siete de la mañana para ir al laboratorio.

Y luego, siendo abstemio, montaste tu club de vinos CLUVE.
Sí, soy abstemio de familia, pero para mí el club de vinos era una inversión más. Cuando vi como funcionaba, que se trataba de buscar vinos no comerciales, desconocidos, y ofrecerlos a través de un listado de clientes adheridos gratuitamente por mailing, vi que era un buen negocio porque no necesitaba un gran desembolso de dinero. En aquel momento todavía no tenía una atracción sensorial y romántica hacia el vino. 

¿Y cómo descubrías los vinos que vendías en el club?
En el 74 había una feria de vino en Madrid llamada Vibexpo en la que se presentaban los primeros vinos embotellados, principalmente de Rioja y La Mancha. Yo no conocía a nadie pero al entrar vi al fondo a una mujer con bata blanca en un stand con aparatos de análisis sensorial. Era la celebérrima Isabel Mijares, que empezaba también por aquel entonces. 
Yo vinculé vino y enología, que era la salvaguarda de un tiempo muy largo de fraudes. Las DO fueron, a partir de unas reglas, una defensa de la salud, no solo de la geografía. Las calidades estaban mucho más cuidadas y las marcas que había en el mercado ya tenían una garantía. Desde esa premisa y con mucho interés por las cosas, me puse a recorrer España. Un periodista muy conocido por aquel entonces, Javier Domingo, me bautizó como “El Buscavinos” y partir de ahí empezó mi trayectoria.

¿Cómo hacías tus catas?
Yo fui autodidacta. Cataba con Isabel Mijares y le preguntaba '¿cuál es el mejor? ¿cuál es el peor?’ y me basaba en unas reglas básicas sensoriales. Teniendo el modelo de cuáles eran los buenos vinos y con una buena memoria, podía definir y describir el resto de los vinos pero me di cuenta de que lo fundamental en un vino era el equilibrio.


¿Te acuerdas de cuál fue tu primera selección de vinos para el club? 
Sí, perfectamente. El primero fue un vino de Rioja, desconocido por aquel entonces. Se llamaba Muga e indicaba la cosecha en la etiqueta. Otro de los vinos que descubrí fue Marqués de Cáceres, que empezaba a exportarse. Era la añada 70 y fue un éxito porque rompía todos los moldes del Rioja clásico.

¿Ibas a las bodegas a catar los vinos que seleccionabas?
Sí, probaba los vinos en rama y en botella, porque todas las bodegas con las que trabajábamos tenían que embotellar; era una condición que imponíamos del club. En muchos casos hacíamos selecciones para el club con diferentes depósitos porque yo buscaba equilibrio y fruta. Lo tuve claro desde un principio, y lo aprendí de Isabel Mijares, que venía de la escuela de Burdeos, donde el roble no era el factor principal. Ahora parece algo normal, pero la fruta entonces no sonaba bien. Se asociaba a vino barato y joven, a granel, a vino de taberna. En Rioja hacían lo posible para que el vino de la cosecha anterior pasase como de cuatro o cinco años.

Te recorriste España entera en los años 70 en busca de vino.
De arriba abajo. Empecé en marzo de 1975 a ponerme la chistera de hombre del vino y cinco años más tarde escribí un libro sobre vinos españoles. Se convirtió en un bestseller porque prácticamente era un libro de viajes: mis recorridos por las zonas menos conocidas plasmados en un libro. Estuvo en el cuarto lugar de ventas de libros de todos los géneros durante ocho o nueve meses y se hicieron unas ocho ediciones. Nunca se ha vendido tanto un libro de vino en España.

Eso quiere decir que en aquellos tiempos había interés por el vino.
Era la transición y había interés por el vino, la política, el erotismo, por todo lo que sonara a nuevo. Yo siempre digo a la gente: si tenéis curiosidad e interés, podéis saber de vino en tres años. Si queréis ser solo enólogos, por una razón puramente técnica, podréis estar 30 años y sabréis de enología, pero no de vino. Yo el 80% de lo que sé lo aprendí en los primeros cinco años, sobre todo en los viajes que hice fuera. Quizás haya sido el periodista que menos ha estado en el despacho escribiendo. Incluso hoy, a mi edad, me gustar estar en el meollo. 

¿Ahora estás totalmente jubilado?
Vendí la empresa en 2003 pero los nuevos propietarios no querían que me fuera. Me quedé dirigiendo la revista Sibaritas hasta que se cerró en 2010 porque no era rentable, aunque sí la mejor. Quizás podría haberla mantenido con menos colaboradores y reduciendo la tirada pero me parecía una infamia y la cerramos. 
Mi actividad ahora es de imagen, atendiendo los salones Peñín en China, Rusia o EE.UU., por ejemplo. A la gente que acude les gusta ver a la persona y hacerse selfies conmigo. Es una ocupación que no me lleva mucho tiempo y la combino con el blog y la consultoría, que es principalmente para bodegas que me piden que pruebe el vino antes de lanzarlo y les de consejos. Cuando haces tu vino sabes hacerlo bien, pero llega un momento en que acaba faltando la visión global.

¿Cómo ha cambiado el vino desde que empezaste en este sector?
En el mundo del vino en los últimos 40-45 años se han producido más cambios que en los 2.000 o 3.000 anteriores: nuevos hábitos, países que bebían cerveza y ahora beben vino, nuevos productos de calidad, el vino deja de ser un producto de primera necesidad y se convierte en un producto hedonista, la globalización… 
Los españoles también hemos hecho muchos cambios. Tenemos todavía el peso del granel, pero pasamos de un ambiente rural con un islote en Jerez, otro en Rioja y un puñado de marcas en Cataluña, a la revolución del inoxidable en los 80. En los 90 se empiezan a hacer en España vinos personales, los pequeños territorios empiezan a tener un poco de peso, la viticultura da un cambio enorme y la mirada empieza a girar del bodeguero al campo. Esto se traduce en vinos estupendos y pensamos que esto ya es coser y cantar y que los extranjeros estarán como locos por comprarlo. Luego me di cuenta de que los Pingus y Ermitas empezaban a sonar porque ellos se movían. Además los extranjeros ya conocían ese vino tan bien o mejor que los que estábamos cerca. Faltaba una asignatura: saber vender. Durante mucho tiempo dije que no sabíamos vender porque nos encontramos con una barrera mayor que otros países cuando visitábamos un importador: teníamos una historia de vino barato, así que a nuestros vinos les atornillaban más que a un italiano, que a un alemán y no digamos ya un vino francés. 

Los italianos también vendían mucho granel en aquella época.
Sí, pero los vendían más caros y además nos compraban mucho vino a granel que luego ellos revendían como vino italiano. Esto sigue ocurriendo, aunque la cantidad de graneles es menor. El problema de España es que cuando hablamos de nuestros vinos fuera estamos encogidos. Y la defensa contra eso es vender barato.

¿Por qué ocurre esto si nuestros vinos han cambiado? 
Nosotros esperábamos al comprador porque vendíamos materia prima. La dinámica exportadora estaba encomendada al mundo frutícola, donde te dicen: 'te damos esto y no rechistes'. Cuando empezamos a tener enólogos de película y calidades buenas, nos costaba más trabajo. Si un americano pide una rebaja de precio a un francés, éste le dice: ’¡qué ordinariez, prefiero quemar el château antes que vender a esos precios!’. En cambio, el español regala dos botellas por cada 10 y encima le hace un descuento extra. 

No hemos aprendido a vender.
Desde que los Reyes Católicos expulsaron a los judíos, nos quedamos con el clero y los hidalgos, que no saben vender. Telmo Rodríguez me decía hace poco que a pesar de ser uno de los lideres de vinos de calidad de España, a él le cuesta más trabajo vender sus vinos que a su homónimo en Italia o Francia.


Los vinos ahora son técnicamente mejores que antes pero ¿crees que con la modernidad y la tecnología se ha perdido algo en el camino?
No se ha perdido nada, pero tampoco se ha ganado. El granel estuvo a 30 cts/litro en 2013-14. Al año siguiente subió al doble porque no había vino. Al año siguiente vuelve a haber super producción y el precio baja de nuevo a 30; no somos capaces de arañar algo, de bajarlo a 40 ó 45. Eso es lo que nos falta.

En los salones Peñín que visitas en el extranjero, ¿qué visión tiene la gente del vino español?
La mayoría de los importadores conoce los vinos españoles; el problema es que cuando los llevan a la tienda les cuesta venderlos. El vino español, a diferencia del italiano, no es conocido por el consumidor. La publicación italiana Gambero Rosso hace un salón todos los años en Nueva York y es para el público, no para profesionales. Nosotros no podemos hacer un salón Peñín; si lo hacemos la gente no entra. En EE.UU. el vino español no tiene categoría propia; está en la sección “other wines”.

Quizás el regreso a variedades autóctonas o tradicionales pueda ayudar a cambiar esa visión.
Los buenos aficionados buscamos la interpretación humana del entorno. Las cepas olvidadas lo estaban porque económicamente no eran rentables y porque los abuelos dejaron de plantarlas al emigrar a la ciudad. Esas cepas que ahora vuelven no son mejores que la tempranillo o la cabernet, pero son las que reclaman los nuevos consumidores que buscan vinos con sabores ancestrales, vinos naturales, relacionados con la tierra, con el paisaje y con una tradición local. Y es un movimiento internacional; en Australia y EE.UU. ya se están plantando cepas mediterráneas. Cabernet y merlot quedan para consumidores que buscan potencia y sabor. 

También el cambio climático está obligando a los viticultores a adaptarse.
En España tenemos más riesgos, pero también tenemos más defensas. Lo mismo que Australia, en el otro extremo. Tenemos variedades historias adaptadas al calor y distintas formas de poda para retrasar la maduración. La vid es una planta de origen salvaje por lo que puede aceptar cualquier escenario; la cuestión estará en la calidad.

Eres bastante activo en redes sociales. ¿Te gusta o lo haces por que crees que tienes que estar?
No lo sé muy bien, pero todos tenemos un ego. Y en mi caso no tiene perdón porque llevo tres años empezando mis memorias y por una cosa por otra, no las acabo. Carlos [González, director de la Guía Peñín], se mete mucho conmigo y me dice, 'pero Jose, si todo el mundo sabe quién eres'. Es una mezcla de curiosidad, de ego y de que me gusta estar al día. Sigo teniendo la vocación del periodista de investigar y contar frente a la de escritor, que ve, archiva y luego escribe. Mi faceta periodística me está impidiendo desarrollar la de escritor. 

No es raro verte a veces envuelto en debates acalorados en las redes. 
Hace no mucho tiempo tuve una polémica con algunos tuiteros. Hablaban del vino de Jumilla y Valencia como si el estereotipo fuera Enrique Mendoza o Casa Castillo. Y no. Yo decía que los vinos de Alicante y Jumilla son más cálidos y más mediterráneos que los de Bullas, pero el mismo Víctor de la Serna rechazaba mis argumentos. Él y yo siempre andamos así. Yo lo hago porque creo que puede ser interesante para los demás. Pero Víctor no me vence. 

Él dirá que no le vences tú. 
No creo, porque al final termino yo y él ya no sigue. Pero tenemos buena relación y no hay ningún a problema. Lo que pasa es que yo digo las cosas con cierta educación pero las digo de frente. Me pasa también con Isabel Mijares, que a veces discuto con ella. Discutir con ellos es algo que me puedo permitir; eso lo da la edad.

Un tema sobre el que también hay desencuentros en las redes son los envases y cierres alternativos al vidrio y el corcho.
Siempre aceptamos todo, pero más tarde. Y cuando lo aceptamos ponemos negocios y nos lanzamos a lo loco, sin estudiar si es lo más apto para nuestro caso particular. Yo creo que los franceses aceptan plenamente el tapón de rosca, y qué decir de los australianos. He tenido conflictos en las redes sociales por el tema del bag in box pero es lo más higiénico que hay actualmente. En la mesa obviamente no ocurre, pero cuando pides un vino en una barra, ¿quién te dice que no han rellenado esa botella ya descorchada?

¿Bag in box y rosca son aceptables en todo tipo de vinos?
No, se sobreentiende que no. En el vino hay una liturgia que no va a desaparecer pero bag in box y rosca son perfectamente aceptables para el vino de lineal. Se puede tener la misma calidad en bag in box y botella, pero aquí todavía tenemos remoras que nos impiden poner nuestro vino en el listón que se merece.

¿Beber vino barato está visto como algo de pobres?
En muchos restaurantes de Francia sirven el vino en carafes. Es algo fresco, barato y para compartir. Aquí no, aquí tiene que ser Rioja u otra marca. Somos paletos en ese sentido. El bag in box está implantado en Francia y se vende perfectamente a 10 €/l. Son más pragmáticos. Cuando el bag in box se inventó en los 80, en España se utilizó como una reducción de costes de producción y fueron a los vinos peores; por eso en este país se vincula este envase con vinos malos.
Fui  el primer periodista de este país en hablar de los vinos de baja estopa. Se me ocurrió poner vinos de supermercado en 2003 por eso me contrataron los de Lidl para tres años. El gran cambio se ha producido en los últimos 10 años en el vino de lineal. Es necesario que los periodistas hablemos de los vinos de la cesta de la compra, que nunca lo hacemos. Solo nos queremos atribuir que hemos descubierto vinazos, pero no vinos que son rentables para el consumidor. Cuando yo hablo de vinos de 2-3 € a la gente le interesa. Hay muchos consumidores que no tienen visibilidad pero que les interesa el vino de 5 € para abajo.

Defiendes vinos que se comercializan a precios tan bajos que no parece que sean rentables. ¿Salen las cuentas vendiendo un vino a 2 €?
Hay bodegas que tienen ayudas y bajan un euro el precio del vino. Es un modelo equivocado. Si se vende a 2 € se debería seguir vendiendo a ese precio, poco a poco, no hacer caja a 1,5 € y tener que vender al año siguiente al mismo precio o más bajo. Para los que venden millones de botellas, las cuentas salen aunque solo sean con 20 céntimos de beneficio por botella. Pero si haces 100.000 botellas eso no es rentable. La paradoja es que los vinos de lineal de las grandes casas son inferiores en calidad a los vinos de marca propia de los supermercados cuyos proveedores son cooperativas. Tú pruebas por ejemplo Pata Negra y lo comparas con otro vino y es mejor el otro vino pero Pata Negra tiene marca y marketing y el otro no.

¿Habría que cambiar el sistema de subvenciones?
Sin duda, las subvenciones más importantes deberían servir para crear auténticas locomotoras de calidad, para que los más prestigiosos estén delante. Sería mucho más rentable porque esos vinos serían un señuelo para el comprador cuando va a comprar, por ejemplo, un vino de Rioja. Los otros riojas ganarían más si los vinos de calidad están delante. 

Entonces ¿deben existir vinos a 2 €?
Para que el sector se pueda sostener no se debería vender vino a menos de 5 € pero eso es muy difícil. Tenemos un ejemplo paradigmático que es Jerez. Los nuevos emprendedores, los que hacen nuevos vinos de culto como vinos de añada y algunos que han dejado de ser proveedores de las grandes casas, están vendiendo sus vinos más caros porque han nacido así. Pero para un Tío Pepe o Solear pasar de 5 a 10 es complicado. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Lo suyo sería que poco a poco todos los vinos fueran subiendo los precios para ponerlos a la altura que les corresponde, pero todo lo que sea tocar el precio, Fedejerez se resiste. 


¿Eres más catador que bebedor?
Si, siempre digo que fui catador antes que bebedor. Me gusta probar de todo pero no tanto beber. Es más: dudo de que sea un bebedor. Soy incapaz de comer un buen plato y no tomarme un buen vino, pero no es lo esencial. Mi mujer o mis amigos beben más que yo. 

¿Para ser un buen catador tienes que ser desapasionado?
Sí, por supuesto. Yo puedo sentir, no tanto la emoción, sino la sorpresa de encontrarme con un vino curioso, diferente. Todo lo diferente me atrae aunque muchas cosas que me sorprendieron hace 20 años ya no me sorprenden. La única regla que tengo es el equilibrio, lo demás lo acepto todo.

Entonces, ¿te gusta el vino?
Sí, claro. Compro vino con puntuaciones superiores a 90 y siempre consulto la guía. Carlos es un enólogo que cata de una manera absolutamente imparcial y creo que el equipo actual cata muy bien; de hecho, creo que los resultados son mejores que cuando yo puntuaba, quizás porque en aquellos momentos llevaba también la revista, una agencia de comunicación y escribía libros. Ellos se dedican a catar exclusivamente.

¿Y qué tipo de vinos compras?
Cosas variadas, pero generalmente vinos españoles. No lo pido a las bodegas porque sé que me los regalarían, así que suelo comprar online. La franja de 10-12 euros es para mí un buen precio y si buscas la mejor puntuación siempre es una buena compra. Me encanta LZ de Telmo Rodríguez, Pétalos del Bierzo o las bobales de Ponce, Me gustan esos vinos que tienen complejidad y frescura frutal.

También te interesan los vinos de cosechero, los que encuentras en los pueblos de España.
Sí, y de hecho me gustaría escribir un libro sobre esas bodegas que solo venden estos vinos. Tú vas a cualquier zona, Rioja incluso, y te das cuenta de que hay cantidad de pequeñas bodegas en pueblos. Si en la Guía Peñín se catan 1.300 vinos todavía queda 1.500 más de botellas sin etiqueta. No serían vinos puntuables sino que corresponden a un mundo más emocional, de paisajes humanos.

¿Te gustan los vinos viejos?
Tengo muchísimos en casa, más de 1.000 botellas de estos últimos 45 años, pero no me dejo seducir por aniversarios o porque sea viejo. Es una cuestión que suele influir en la mayoría de los que prueban vinos viejos. Yo miro el equilibrio. Fui el primero que dijo en este país que los vinos no mejoran sino que cambian.

Parece que hay una cierta fascinación ahora por los vinos viejos. 
No creo que haya más interés ahora que antes; lo que pasa que ahora hay más gente que nunca gastándose el dinero en estos vinos y compartiéndolos. Yo entiendo que la fascinación del vino viejo existe. Recuerdo cuando Jancis Robinson nos invitó a su casa sobre el año 2009 o 2010. Yo no hablo inglés y converso con ella en francés. Empezamos a cenar y trajo un Borgoña que estaba plano. Y le digo: 'Jancis, este vino está un poco viejuno'. Yo siempre distingo entre vino viejo y vino viejuno: el viejuno lo puedes beber pero no te dice nada, los matices están apagados. Ella puntúa siempre bien los vinos viejos de Oporto y Borgoña.

¿Crees que la Guía Peñín ha tenido o tiene tendencia a puntuar alto?
No, creo que los catadores experimentados puntuamos igual. Mis puntuaciones están más cerca de las de Jancis, que puntúa un poco más bajo que Robert Parker, Thomas Matthews o Tim Atkin, aunque eso no es lo importante; yo creo que lo importante es que cada catador sea coherente con sus puntuaciones y en general puntuamos alto. Como decía Parker, yo le doy 100 de entrada y voy quitando puntos. En las primeras ediciones de la Guía Peñín había vinos de 60 puntos que se definían como “vino no recomendable”.

Y las bodegas no se quejaban?
No, increíble. No hubo ninguna queja. Es más, los mismos volvían a presentar el vino. Pensarían que a lo mejor podían ganar algún punto. Hoy en día ya no hay vinos que se merezcan 60 puntos.

¿Cómo ves la comunicación de vino actual?
Yo creo que es muy interesante que haya blogueros y tanta gente que se haya lanzado a contar cosas sobre vino. Evidentemente hay buenos y malos, como también hay periodistas buenos y malos. Me parece positiva la forma de comunicar a través de una relación comercial, como por ejemplo las fichas de Bodeboca, que son muy informativas y completas. También me parece positivo que haya gente con otro estilo de comunicar como Colectivo Decantado, con un tono jovial y un lenguaje atractivo para gente joven. 

¿Y en cuanto a los medios?
Esto ya es otra historia. Es muy lamentable que España sea el país de Europa donde menos incidencia ha tenido la prensa gastronómica y vinícola. Los medios de las provincias sí que tratan más temas del vino a nivel más local, pero la prensa nacional trata el aspecto económico, no el hedonista.
Los grandes medios se resisten, quizás porque no es rentable. Aunque algo que me desagrada bastante es que a final de año todos se apuntan al carro para hacer caja. No hay crítica; solo se escribe lo ultra sabido, que además a la gente no le interesa. El problema está en que muchas cosas se hacen para cautivar a las bodegas, que ponen publicidad para que no hablemos mal. Eso se hacía antes y sigue prevaleciendo en este país. Las revistas están sostenidas por la publicidad de las bodegas para que no hablen mal. Hay gente que prefiere no hablar mal. Yo no. Yo soy crítico, y si un vino falla, lo digo. 

¿Falta crítica en la prensa?
Sí, así es. También a vosotras os falta crítica. Yo os sigo y os felicito y no por que Amaya sea amiga y en su día empleada. Ella te habrá contado que yo le dije: 'quiero que seas la Jancis Robinson de España'. Luego entró en la otra empresa Todovino pero ahora sale la Jancis. Yo archivo pocos temas de España pero recojo información de Juancho Asenjo, que es un monstruo, y de vosotras porque vais al detalle sin que rezume ningún factor de exhibicionismo, sin decir 'para que leáis lo que sabemos', que hacen algunos como Víctor de la Serna, qué le vamos a hacer. Pero Victor también hace mucho, es un gran periodista y siempre ha estado en primera línea en mi revista siendo él y yo como el agua y el aceite, pero yo valoro la calidad en el periodismo. 
Cuando lancé la revista Bouquet en 1980 lo primero que hice fue buscar a un periodista que fuera el redactor jefe, porque yo no soy periodista. El periodismo es importante y es lo que me sedujo hasta el punto de que no me he hecho “rico" precisamente por el periodismo. Podía haber sido un empresario y enriquecerme pero no lo hice.

¿Crees que el sector ha reconocido tu aportación?
Lo hará cuando me muera. Yo soy una vieja gloria pero todavía tengo que contar muchas cosas que no he contado. Estamos en España, y somos incapaces de valorar. Hay una cosa que me molesta y son los grupúsculos de periodistas afines, los que retuitean por ser amigo más que por lo que dice y yo, como no estoy en ningún grupo, si me retuitean es la rehostia. Javier Domingo, que para mí fue un ídolo y me enseñó mucho de periodismo, me dijo en el año 80: 'Ahora eres un joven que empieza; te van a ayudar y van a escribir de ti pero cuando estés arriba te van a dar'. 

¿Y cómo te gustaría que se te recordara?
No sé, yo creo que mi obra definitiva serán las memorias, lo que el vino me ha dado a mí durante estos 45 años. Tengo muchas cosas para contar en el libro, cosas que se conocen y cosas que no porque políticamente no era correcto en su momento. No son hirientes, pero son como ese trabajo que intentas no poner cuando haces el currículum intentas no poner. Mi intención es que se publiquen en otoño de 2021.

Firma

Yolanda Ortiz de Arri

Periodista con más de 25 años de experiencia en medios nacionales e internacionales. WSET3, formadora y traductora especializada en vino