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1.La bodega. 2. La fuente. 3. La Gándara. 4. Cepa vieja. 5. La enóloga Marta Ramas. 6 y 7. Otros viñedos. 8. Los vinos. Fotos: A.C.

Bodega destacada

Fuentes del Silencio, la voz del vino en el valle del Jamuz

Amaya Cervera | Domingo 04 de Febrero del 2024

En el mundo del vino el mejor terruño no existe sin una mente que lo descubra, lo trabaje e interprete. El valle del Jamuz, en la zona meridional de León, nunca alcanzó la importancia ni la extensión vitícola de Valdevimbre o el Bierzo. Pero examinado con los ojos del siglo XXI concentra un cúmulo de virtudes: suelos muy particulares, altitud y una interesante convivencia de variedades en sus viejos viñedos. Y lo más importante: alguien con orgullo por lo propio dispuesto a invertir y generar valor.

El Jamuz, un afluente del Órbigo enmarcado en la cuenca hidrográfica del Duero desciende desde la sierra de Torneros dibujando un pequeño valle al abrigo del Teleno, el pico más alto de los Montes de León, que ahuyenta las borrascas y genera un microclima particular. “Tenemos niveles de insolación similares a los de Sevilla”, explica la enóloga Marta Ramas; una circunstancia que no se da en los valles vecinos configurados por los ríos Duerna al norte y Eria al sur.


Algunos municipios de estos tres valles están integrados en la DO León, aunque de manera un tanto irregular. Del valle del Jamuz, en concreto, solo figuran en su pliego de condiciones Quintana y Congosto, en su parte central, y Santa Elena de Jamuz y Quintana del Marco en su zona más meridional. La razón, muy probablemente, sea el estadio residual de la viticultura en muchos de estos pueblos en el momento de constitución de la DO. 

Un pasado poco glorioso

La viticultura no llegó a jugar un papel trascendental en la zona. En el siglo XVI, según describe Alain Huetz de Lemps en su obra Viñedos y vinos del noroeste de España, el valle era poco vitícola y la mayor parte del vino que se consumía venía de fuera. Las plantaciones crecieron algo en el XVIII, pero aun así resultaban insuficientes para abastecer a los dos principales núcleos urbanos de la comarca, Astorga y La Bañeza, que se nutrían fundamentalmente de Toro y Rueda -Bierzo ocupaba entonces un papel muy secundario. El aumento más significativo en el cultivo se registra hacia 1889.

En referencias más recientes de los años sesenta del siglo XX, Huetz de Lemps, describe vinos “de calidad media, con una intensidad de 10 a 12º” y “resultado de mezclar diferentes variedades de uva: el prieto picudo se ha reducido mucho desde la filoxera y se utiliza principalmente como madre para hacer vino tinto; también se usan mencía, gran negro, jerez, valenciano [bobal], alicante, apodada la tintorera, porque a menudo esta uva ha sustituido al prieto picudo para dar color al vino”. Huetz de Lemps también hace referencia a la baja densidad de plantación (1.300 cepas por hectárea) que determina rendimientos muy bajos.


El panorama que encontró Miguel Ángel Alonso a comienzo de la década de 2010 no era muy diferente. La última persona de su familia nacida en Herreros de Jamuz fue su abuela Laura Santamaría. Su padre y su abuelo, ambos abogados, ejercieron su profesión lejos del pueblo, al igual que él, un médico que se orientó al mundo de la investigación y la empresa farmacéutica. Todos, sin embargo, mantuvieron la tradición del veraneo en León como punto de encuentro familiar. 

Viaje emocional 

Quizás porque la mitad de la familia es de origen francés y no podían evitar comparar los viñedos de ese país con el estado de semi abandono de las parcelas que subsistían en el valle, se plantearon recuperar algunos de ellos y elaborar. “Nos dijeron que no íbamos a hacer buen vino”, recuerda Miguel Ángel, pero no les importó demasiado. Podía más el vínculo afectivo y el deseo de generar valor y trabajo a nivel local. Todo empezó al más puro estilo de un vino de garaje en 2013 y 2014 hasta que se dieron cuenta de que necesitaban ayuda profesional. 

La presencia del mediático enólogo berciano Raúl Pérez durante un año y medio les abrió los ojos sobre el potencial real de la zona y sirvió de gran revulsivo para explorar y profundizar con la llegada de la enóloga Marta Ramas. Si las muestras que mandaron a analizar al genetista suizo José Vouillamoz confirmaron la diversidad varietal, el estudio de suelos realizado por Biome Makers reveló una riqueza inusitada. Además de la diversidad de levaduras que certificó esta start up dedicada a la caracterización de suelos a partir del estudio microbiológico (y fundada casualmente por dos bañezanos), el gran hallazgo fueron los sedimentos auríferos asociados a las antiguas minas de oro romanas. El relato se iba haciendo más interesante.

En 2017 construyeron una bodega pequeña que actualmente también da cabida a las elaboraciones de José Gordón, propietario del restaurante El Capricho, un templo de la carne situado en la localidad vecina de Jiménez de Jamuz, muy cercana a La Bañeza.


Una personalidad diferente

“Tenemos sobre todo mencía y otras variedades más propias de Galicia como dona blanca o gran negro porque estamos en la ruta hacia el Bierzo y Galicia”, explica Miguel Ángel. Entre las más minoritarias, intentaron replantar bruñal, pero la helada de 2017 machacó todas las plantas y perdieron el 90% de la cosecha. No es el único factor de riesgo. Hay que sumar los estragos causados por pájaros, corzos y jabalíes, sobre todo en las zonas altas más aisladas. 

Marta Ramas encuentra que la mencía de esta zona tiene más acidez que la del Bierzo. La trabaja pisando un poco con raspón y buscando infusionar más que extraer. La fermentación se hace en tinos de madera, salvo en el caso de la garnacha tintorera que se vinifica en hormigón.

Calculan que debe de haber un centenar de hectáreas de viña en el valle. Fuentes del Silencio cuenta con 24 hectáreas en propiedad, todas cultivadas en ecológico. “No teníamos la idea de tener tantas, pero la gente venía a ofrecérnoslas”, recuerda Miguel Ángel. Es viñedo viejo o muy viejo, gran parte aún en proceso de recuperación, lo que unido a factores climáticos y a la presión de la fauna hace que rara vez se superen los 1.000 kilos por hectárea. 


Son multitud de pequeñas parcelas que arrancan en el fondo de este valle caracterizado por la existencia de aguas subterráneas que alimentaban numerosas fuentes (de ahí el nombre de la bodega) y van ascendiendo por la lengua del monte Tileno para situarse en muchos casos en el páramo. La altitud va de unos 800 metros en Herreros de Jamuz a 950 en Quintanilla Flórez y Torneros. Entre medias también cultivan viñas en los municipios de Quintana y Congosto y Palacios de Jamuz

Entre las minoritarias, en la parte baja se encuentra algo de prieto picudo. Hay también tintorera y luego, en altura, va apareciendo la gran negro al tiempo que la godello va sustituyendo a la dona blanca y la palomino. En estas zonas elevadas los suelos son más pedregosos. “Nos va muy bien el efecto ‘radiador’ de la piedra, es una protección para las heladas, y ayuda a llevar la maduración a término”, explica Marta Ramas.

Viñas y vinos

La dispersión del viñedo y su estado (cada parcela es un mundo) conceden un mérito especial a un proyecto que se sustenta más en los vínculos sentimentales que en la generación de negocio. En el viñedo de La Gándara (Herreros de Jamuz), donde arranca la visita, han apodado a sus cepas como “los zombies” por la forma casi de muñón que tienen y que se suma al porte rastrero típico de la zona. “Aquí la poda no es de producción, sino de supervivencia”, señala Marta Ramas. Pese a todo, lo consideran su viñedo más característico y da nombre al único parcelario que elabora actualmente la bodega del que se producen algo más de 1.000 botellas. En sus suelos franco-arenosos de color rojizo por la abundancia de óxido de hierro, Biome Makers identificó una levadura que no es saccharomyces y que produce más polisacáridos. “Siempre tiene menos grado y la fermentación va a su aire”, explica Ramas. 


El vino tiene una personalidad diferenciada, con tonos algo más terrosos y minerales dentro de un perfil de frutilla roja en la cosecha 2019, pero recuerdo haber catado un 2016 con notas que recordaban incluso a las algas.

Con unas 15.000 botellas, Las Jaras es el vino de mayor disponibilidad. Se elabora con viñas de la parte baja valle con suelos más arcillosos donde consiguen una fruta de carácter más dulce y suele incluir algo de prieto picudo y de tintorera. Fermenta y se cría en tino de madera y hormigón. 

Las Quintas (unas 3.800 botellas, 32 €) se elabora con viñedos de mayor altitud situados en el páramo norte del valle en los municipios de Palacios de Jamuz y Quintanilla Flórez. Con crianza de 12 meses en barricas de roble francés de gran formato, tiene un carácter más herbal y de monte, se siente más fresco en boca y con mayor estructura tánica. El 2019, que consideran muy buena añada en la zona, es particularmente expresivo. A medida que los viñedos van recuperando la producción, Marta no descarta elaborar los dos pueblos por separado en el futuro.

La bodega también elabora Mataperezosa, un blanco de dona blanca muy particular que se va acercando ya a las 2.000 botellas. Con graduación moderada (12% vol.), se desarrolla muy bien en botella (el 2018 fue nuestro vino de la semana hace unos meses). El 2021 que probé en bodega tenía notas melosas, de fruta blanca, hierbas en infusión y piedra seca. A partir de 2022 cambia la barrica por ánfora de cocciopesto (material que imita la antigua fórmula romana de mezclar ladrillos molidos con fragmentos de piedra, arena, aglutinante y agua) y un foudre austriaco.


Se han hecho asimismo producciones muy limitadas de monovarietales de prieto picudo (abierto de color, ligeramente herbal y más austero que la mencía) y tintorera, con el estilo rotundo y firme de la variedad y buena acidez.

Con mucho margen aún para evolucionar y crecer, Miguel Ángel Alonso siente un gran orgullo por el renacer de aquellos viñedos abandonados. También se ha quitado esa espina de incredulidad al demostrar que se puede hacer buen vino en un sitio al que no se le presuponía ninguna calidad. “Basta de decir que no tenemos nada y de no valorar lo nuestro”, exclama. 

Ante la soledad geográfica y la lejanía de la DO León que no da soporte a todo el valle, se integraron hace unos años en Grandes Pagos. “Es un grupo de bodegas interesante, nos aporta una imagen y un marchamo de calidad”, señala Miguel Ángel.


Respecto al futuro, tiene las ideas claras: “Hay que hacer el proyecto viable porque la inversión es descomunal -todo es manual y ecológico-, pero con que se mantenga y dé un margen para reinvertir nos damos por satisfechos. Lo importante es que la zona tire para adelante. Lo ideal sería que se instalaran más bodegas. ¿Y si en vez de tres fuéramos 10?”, lanza. Ahí está el guante, para quien lo quiera coger.

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