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1 y 2. Mapas de Camponaraya y Villadecanes. 3. San Pedro de Olleros. 4. Puente de Domingo Flórez. 5. Viña Sapita en Valtuille de Arriba. 6. La bodega de Vinos de Pueblo. 7. Los Pinos (Cantariña). 8. El Rapolao. Fotos: A.C. y CRDO Bierzo.

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Vinos de villa y paraje: los nuevos terruños del Bierzo

Amaya Cervera | Martes 22 de Junio del 2021

Silvia Marrao es una enóloga madrileña que elaboró durante varios años los vinos de Godelia en Bierzo. Aunque continuó su carrera profesional en Galicia, nunca pudo olvidar la personalidad de las uvas de San Pedro de Olleros, una pequeña pedanía en la puerta de los Ancares, que solía vinificar en un depósito aparte. Cuando se decidió a crear su propio proyecto dirigió sus pasos instintivamente hacia allí. 

Me gusta la frescura de esta zona y la mineralidad y fragancia que tiene aquí la mencía. Además, hay muy buena sanidad porque, a diferencia de otras cotas más bajas, casi no tenemos niebla”, explica Silvia. San Pedro de Olleros está bastante alejado del valle central del Bierzo. Hay que coger una pequeña carreterita en Cacabelos y seguir un endiablado y serpenteante recorrido montaña arriba durante el que no se atisba ni una sola viña. 



A Silvia la zonificación le ha venido como anillo al dedo. Arrancó en 2017 con un tinto de pueblo, y entre 2018 y 2019 ha construido una gama completa que lleva los nuevos indicativos. Hay dos vinos de villa (tinto de mencía y blanco de godello) y tres de paraje: el dona blanca La Cruz y las mencías La Capilla y Penedón. Son apenas unos cientos de botellas salvo el tinto de villa, pero en 2019 ha llegado a las 7.000 botellas y cree que el tamaño final de su proyecto estará entre las 15.000 y las 20.000 botellas. 

Muchos nombres por conocer

Marrao es una pequeña productora con todas las de la ley. Ha arrendado 3,2 hectáreas repartidas en casi 20 parcelas y las trabaja ella misma. Como vive en el Barco de Valdeorras, va tres o cuatro días por semana a San Pedro de Olleros y al menos uno se queda en casa para hacer trabajo de oficina. Tiene todo bien registrado (“el papeleo fue peor que la poda”, recuerda) y es la única bodega del pueblo, así que al final le acaban ofreciendo más viñas para arrendar. Su pequeño proyecto, que se llama Banzao, ha colocado en el mapa de Bierzo esta pequeña localidad donde la viña se cultiva a una altitud media de 700 metros.

En el otro extremo de la DO y casi lindando con Galicia, Nacho Álvarez, quien fuera director técnico de las bodegas del grupo Jorge Ordóñez, ha puesto en marcha Pago de los Abuelos, un meritorio proyecto de recuperación de viñedos en Puente de Domingo Flórez. Ha empezado por Barreiros, la viña de su abuelo paterno y ha seguido con otras muchas parcelas de la localidad y de su entorno. Todas están identificadas con carteles que recogen los nombres de los viticultores que las conservaron. Su original incursión en los vinos de villa es con un sabroso rosado criado en madera que elabora a partir de una viña con una inclinación del 45% en la pedanía de San Pedro de Trones. En el futuro podría comercializar también su mencía de viñas centenarias como vino de villa de San Juan de Paluezas.



Situada unos 20 kilómetros al norte, al otro lado de las Médulas, ese paisaje mágico que es el resultado de la extracción de oro realizada en la zona por los romanos, San Juan de Paluezas es uno de los pocos lugares del Bierzo donde se encuentran suelos calcáreos. Este terruño está ya en el punto de mira de grandes nombres de la región como Raúl Pérez o su sobrino César Márquez, otro productor que comulga al 100% con los nuevos indicativos tal y como explicamos en este reciente artículo. 

Los vinos de villa servirán para sacar a la luz algunos de los lugares con mayor personalidad y potencial cualitativo de la denominación más allá de los tres o cuatro nombres más conocidos (Valtuille, Villafranca, Pieros, Corullón…). Un ejemplo es el valle del río Oza, al suroeste de Ponferrada, donde se han asentado el berciano Javier González (en la foto inferior) y la familia argentina Michelini i Mufatto. Elaboran en una bodega antigua con mucho encanto en Toral de Merayo, una pedanía de Ponferrada, y sacan partido de la diversidad de suelos de esta zona donde convive la arcilla en zonas bajas con la pizarra a medida que se gana en altitud, a menudo con alta presencia de cuarzo. El proyecto, que se ha renombrado muy oportunamente como Vinos de Pueblo, convertirá sus marcas Capitán Beto y Mundo Zeppelling en vinos de villa de Toral de Merayo.

Los vinos de Gerardo Michelini y Andrea Mufatto también utilizarán los nuevos indicativos a partir de esa misma añada: A Merced saldrá al mercado como vino de villa de San Lorenzo y habrá tres vinos de paraje: Encrucijada del municipio de Valdecañada, El Rapolao (Valtuille de Abajo) y Post-Crucifixión (Santalla del Bierzo).


¿La clasificación más compleja del vino español?

Frente a la clasificación de vinos de municipio de Priorat, que reconoce un total de 12 pueblos bajo la designación de vi de vila, Bierzo permite reflejar en la etiqueta tanto el nombre del municipio (hay 24) como el de las distintas pedanías adscritas a cada uno de ellos y que en total suman algo más de 200. El número de parajes, más de 1.500, supera también de largo los 459 de la región catalana. Si tomamos un ejemplo extremo, Ponferrada, la capital de la comarca, cuenta con 37 pedanías y 257 parajes adscritos.

Pero, como explica Ricardo Pérez Palacios, productor de referencia en la zona y el vocal del Consejo que ha trabajado más activamente en el diseño de la clasificación, el objetivo es “reflejar el potencial productivo de la región y cubrir todas sus posibilidades”. Por eso se han descrito todos los lugares en los que existió viña tradicionalmente previendo que en algún momento puedan ser recuperados para la viticultura y la elaboración de vino. De hecho, calcula que alrededor del 40% de de los parajes aprobados podrían estar sin viñedo en este momento. Su recomendación: “destinar a estos indicativos los casos más especiales y particulares de un municipio y un paraje”.

En la práctica, de las casi 80 etiquetas que caté en la sede del Consejo Regulador en marzo pasado, prácticamente la mitad procedían de Villafranca del Bierzo y de éstas la gran mayoría eran de Valtuille de Abajo y, en menor medida, de Valtuille de Arriba. Hasta cierto punto, tiene su lógica porque coincide con una de las zonas más importantes de concentración de viñedo y bodegas. Por otro lado, que el consumidor de a pie conozca o llegue a dominar estas “unidades geográficas menores”, como las define la UE, depende en gran medida de la fama y calidad de los vinos que en ellas se elaboren. No hay duda de que Descendientes de J. Palacios ha puesto Corullón en el mapa o que Raúl Perez ha hecho lo propio con Valtuille de Abajo y con muchos de sus parajes (Villegas, El Rapolao, La Vitoriana…).   


Villas vs. parajes

Aunque los vinos de villa sean el siguiente paso lógico tras los vinos regionales para profundizar en el conocimiento de una zona, dos tercios de todo lo que caté eran vinos de paraje. En ello tiene mucho que ver el minifundismo imperante en la región. Para Amancio Fernández (en la foto inferior) de Losada Vinos de Finca, este hecho “multiplica por diez la complejidad de los indicativos” y señala diferencias importantes en el catastro antiguo y las tierras de labor adscritas a cada municipio. “En este contexto, es más fácil hacer un vino de paraje que un vino de villa”, apunta. Ellos han apostado por constatar en la etiqueta el paraje de Las Chas donde nace La Bienquerida y también sacan ya su mencía de Altos de Losada como vino de villa de Valtuille de Arriba, pero “sin destacar la unidad geográfica por encima de la marca”. 


En el carrusel de fotos superior hemos incluido dos detalles de los mapas que maneja el Consejo Regulador y que muestran la enorme complejidad del trabajo realizado.

Tampoco hay que obviar el hecho de que muchas bodegas no tienen estructuradas sus gamas de vinos de forma que puedan adoptar naturalmente las nuevas categorías. Tras una sucesión de añadas cortas y difíciles como 2016 y 2017, Peique, una firma familiar de Valtuille de Abajo, ha optado por centrarse en sus propias uvas para los vinos de crianza y comprar el vino que necesite para sus elaboraciones más jóvenes. Su tinto central envejecido en madera, Peique Viñedos Viejos, se apoya en el concepto de edad del viñedo más que en el origen. De ahí que su primer acercamiento a los nuevos indicativos sean nuevos tintos de paraje como Mata Los Pardos o Cova de la Raposa en los que el trabajo con algo de raspón y la crianza en barricas de 500 litros refuerza la expresividad del terruño. Arrancan con la cosecha 2018 que aún no está en mercado (en la foto inferior Mar Peique y Luis de Priego).


El paraje, por otro lado, es la opción más natural para productores con superficies relativamente amplias de viñedo en zonas específicas. Ocurre con la finca de Luna Beberide en Villafranca del Bierzo, de donde salen mencías de excelente relación calidad-precio como Finca y Art que desde la cosecha 2018 llevan el nombre del paraje Valdetruchas en la etiqueta. Su Paixar, que se elabora con viñas de Dragonte, una pedanía de Corullón, aparecerá como vino de paraje La Sierra a partir de la añada 2019.  

Otro buen ejemplo es Cantariña, el proyecto relativamente nuevo de los hermanos Ysart que se apoya en fincas tan espectaculares como Los Pinos (4,5 hectáreas de viña en pleno Camino de Santiago dentro del paraje Las Gundiñas) o Valdeobispo y que además han arrendado una viña en Corullón para tener representación de suelos de pizarra. En la práctica, casi todos sus vinos son parcelarios. Tres de ellos proceden del paraje Las Gundiñas. El más significativo por precio y disponibilidad es Los Pinos, elaborado con uvas de una ladera orientada al norte que aportan floralidad, frescura y elegancia. Con apenas unos pocos cientos de botellas, El Triángulo procede de una parcela de arena y pizarra con más insolación, mientras que Cantarina Merenzao (solo 300 botellas) debe ser el primer monovarietal de esta variedad en el mercado. Hay otro tinto con perfil más firme que aconseja botella y que procede de una ladera que mira al sur en el paraje de Valdeobispo. Su incursión en los vinos de villa se limitará de momento a La Blanca, que está elaborado con las uvas blancas de los dos parajes anteriores y que saldrá al mercado como vino de villa de Villafranca a partir de la cosecha 2019.


Para Casar de Burbia, que cultiva 27 hectáreas certificadas en ecológico en una zona cercana pero más elevada, el acento de la nueva clasificación estará en sus tres vinos parcelarios de los parajes de Valdaiga y Valdepiñeiro en Valtuille de Arriba: Castañal, Nemesio y Tebaida Nº 5, éste último elaborado con la parte más alta de Viña Sapita, una parcela plantada en 1903. Su propietario, Isidro Fernández Bello (en la foto inferior), considera que el gran reto actual en Bierzo es rentabilizar la viña vieja.

Casar de Burbia es una de las bodegas que tiene claro que no harán vinos de villa, al igual que Estévez o Bodegas Estefanía, quienes sí se han interesado en los vinos de paraje. La primera arrancará en 2018 con Casares, Cova de la Raposa y Villegas, todos en Valtuille de Abajo, mientras que Estefanía prepara La Florida, que se corresponde con la marca comercial que ya utilizaba, y añadirá a su Pagos de Posada el nombre del paraje Altos de los Cotos del que proceden las uvas.


La punta del iceberg

Pero si algo quedó bien claro en mi vista al Bierzo es que estas unidades geográficas menores son un edificio en construcción. Muchos de los vinos que caté aún no están en el mercado y muchas bodegas empezarán a trabajar en esta línea a partir de las cosechas 2020 o 2021. De momento, casi 40 productores de las aproximadamente 80 bodegas acogidas a la DO han solicitado la trazabilidad para alguno de los dos indicativos y esta cifra no incluye a quienes elaboran en espacios alquilados.

La impresión general es que la filosofía borgoñona de la clasificación ya estaba bien interiorizada en la zona. En algunos casos las bodegas se han limitado a solicitar la trazabilidad para constatar un origen que ya venían respetando habitualmente en su gama de vinos. Un ejemplo muy claro es el de Akilia, el pequeño proyecto de Mario Rovira en San Lorenzo, una pedanía de Ponferrada donde elabora dos vinos de villa y tres de paraje. 

A Castro Ventosa, la bodega de la familia de Raúl Pérez cuyo día a día supervisa su sobrino César Márquez, le ha servido para clarificar y acabar de perfilar una gama alta bien sólida y recomendable de vinos de crianza, todos ellos con indicativos de villa o paraje salvo en el caso del Cepas Centenarias. Las nuevas categorías también ayudarán a identifican orígenes concretos que no se asocian a un productor en cuestión. Por ejemplo, Losada, una bodega con la mayor parte de su viñedo en Valtuille de Arriba está muy orgullosa de sus tres hectáreas de godello de clon antiguo que cultiva en San Lorenzo (Ponferrada) con las que elabora su Altos de Losada blanco. Ahora este hecho se reflejará en la etiqueta gracias a la mención del vino de villa. 


Y bodegas con importante presencia comercial como Dominio de Tares los utilizarán para buscar puntos de conexión con el terruño. Como nos contaba su director técnico, Rafael Somonte, “nuestra idea es centrarnos en Bembibre, en el Bierzo Alto, que es donde estamos y buscar esos vinos más frescos que por altitud y mezcla varietal de las fincas (mayor porcentaje de garnacha tintorera o alicante bouschet y jerez que en Bierzo Bajo) siempre han existido aquí”. Sus primeros vinos de villa y paraje se han elaborado en la cosecha 2020 pero aún tardarán en llegar al mercado.

Veremos también rediseños de etiquetas (eso nos anunciaba por ejemplo José Antonio García, un pequeño productor de Valtuille de Abajo para su excelente Aires de Vendimia, que seguro que ganará en empaque) y cambios de formato a botella borgoña con presentaciones más cuidadas que ayudarán, esperemos, a que el mercado valore los vinos al alza. Con una edad media de viñedo de 75 años, Bierzo necesita realmente elevar su perfil y destinar sus mejores viñas a vinos de mayor valor añadido

Catas comparativas

Según la presidenta del Consejo Regulador, Misericordia Bello, “la nueva certificación debería conseguir que toda la cadena de valor se beneficie, suban los precios y el viticultor reciba un precio justo por sus uvas”. De momento, los vinos que más se han revalorizado han sido los blancos, fruto de la demanda creciente de godello por parte del mercado, y ahora esperan que se traslade más valor a los tintos. 

Lo que sí está claro es que la clasificación berciana ha generado mucho interés en otras regiones. “Estamos recibiendo numerosas visitas y llamadas interesadas en ver cómo se ha hecho; todos son muy conscientes de la complejidad que conlleva un proceso de estas características”.

Para el consumidor, el gran atractivo es poder comparar vinos de un mismo municipio o paraje. El último caso es, probablemente, el más interesante. De momento, los parajes de los que hay o habrá más ejemplos en el mercado están situados en Valtuille de Abajo. Por supuesto El Rapolao, fruto del impulso que Raúl Pérez ha dado a esta zona, aunque no todos sus ejemplos sigan la trazabilidad. O Villegas, del que probé ejemplos de Castroventosa, Demencia y Estévez. El suelo de arena da un carácter amable y elegante que permite que los vinos sean accesibles muy pronto, (justo lo contrario que El Rapolao, que son vinos más esquivos que tienden a reducirse). Otros parajes para sumar a la lista son Cova de la Raposa, con un característico perfil maduro pero que funciona muy bien cuando hay equilibrio o Mata Los Pardos, que da tintos profundos y de taninos maduros. Peique y Castroventosa ya están trabajando en estos dos últimos, mientras que Estévez lo hace en el primero y Adela Folgueral en el segundo.


En Corullón encontré perfiles muy diferentes en los vinos entre la elegancia característica de las elaboraciones de Ricardo Pérez en Descendientes de J. Palacios (sublime el Moncerbal 2018), la búsqueda de un perfil muy fresco en el Pico Ferreira Paraje Zagalín 2019 de César Márquez, o expresiones más profundas y necesitadas de botella como Paixar y el vino de villa 2018 de José Antonio García que se situa en un fresco lugar intermedio.

¿Demasiada burocracia?

Aunque a primera vista da la impresión de que una gran mayoría de bodegas han abrazado las nuevas categorías, hay ausencias importantes. La más significativa, la de Raúl Pérez, probablemente el productor que más ha segmentado en la región, más parajes ha elaborado por separado y más ha animado a terceros a trabajar en esta línea. De momento, ni los vinos que llevan su nombre y que elabora en la antigua bodega de Salas en Ponferrada, ni los que salen de La Vizcaína han solicitado la trazabilidad de los nuevos indicativos. Aunque no hemos podido hablar directamente con él, su equipo ha confirmado que la causa es el papeleo adicional que implican las nuevas designaciones.

¿Realmente resulta tan farragoso? Verónica Ortega, de las primeras en indicar un paraje en la etiqueta (El Garbanzal, una de las pocas zonas con suelos calcáreos en Bierzo de donde sale su Cal Godello), considera que es casi el mismo trabajo que para un vino normal, “pero hay que acordarse de informar al Consejo la noche antes de vendimiar”.

Desde su punto de vista, el elemento determinante y el más engorroso de los nuevos indicativos es la limitación en los rendimientos (un 20% menos en el vino de villa y un 25% en el de paraje) que obliga a prever la producción. Pero esto, señala, “va a repercutir de manera importante en la calidad del vino porque exige más cuidado en la viña y permite mostrar la expresión de un suelo o una parcela frente a trabajos más generales en los que se mezclaba todo”.

Otros productores cuyos vinos nos parecen interesantes y de los que tenemos noticia que no han solicitado la trazabilidad son Diego Magaña, que elabora en la bodega de La Vizcaína, o el francés Gregory Pérez, con un excelente porfolio que se abastece de uvas de Espanillo, una pedanía situada a más de 600 metros de altitud entre Cacabelos y San Pedro de Olleros. Pérez además ha sido pionero en lanzar un monovarietal de estaladiña y en elaboraciones de vinos naranja y en tinaja.

Nuevas variedades

Las nuevas castas aprobadas en la zona son otra fuente de novedades. Además de la garnacha tintorera, que por fin figura como variedad acogida, de la merenzao y la estaladiña, está la pan y carne. Pude probar un ejemplo en Puerta del Viento, el proyecto de vinos naturales de Jorge Vega quien, por cierto, es el primer productor español en integrarse en Vin Méthode Natural, el sindicato francés de productores de vinos naturales que ahora admite socios de otros países. Su primera añada certificada como tal será 2020.


Respecto a la pan y carne, Vega nos contó que en los viñedos viejos de verdad, donde hay dona blanca en lugar de palomino, se puede encontrar aún alguna cepa. La describe como una uva de ciclo largo que tiende a la deshidratación natural (él la tiene orientada al norte) y grano pequeño, “como si fuera un godello negro”. Su primera experiencia con ella, apenas 200 litros en la añada 2020, se mostró muy herbal y vibrante. 

Aún queda mucho camino por recorrer en el Bierzo.

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