Visitar los paisajes del vino navarro en 2023 es una experiencia agridulce. A la aparición de nuevos productores y proyectos cargados de energía, se une el retroceso del cultivo, muy acusado en las zonas septentrionales, y el incierto destino de los viñedos viejos, abocados al arranque a menos que los viticultores consigan un precio justo por sus uvas.
El dinamismo está muy bien representado en la última aventura de Viña Zorzal, la bodega de Corella que renovó las garnachas de la Ribera Baja y se ha convertido en referente internacional del trabajo con esta variedad. Ahora se han ido al otro extremo de la DO, a la Baja Montaña, para aliarse con Gonzalo Ibarrola, técnico del Intia (Instituto Navarro de Tecnologías e Infraestructuras Agroalimentarias) y viticultor empeñado en conservar las viñas viejas de Lerga, su pueblo del valle de Aibar. Allí cultiva seis de las 12 hectáreas supervivientes del municipio, como la viña Los Arenales que se plantó en 1900, o las parcelas de los años 50 y 60 que están en el paraje de Santo Tomás. El cambio climático ha favorecido a Lerga, caracterizado por su elevada pluviometría, altitud (el pueblo se asienta a 618 metros) y latitud septentrional.
“Se ha arrancado casi todo; antes la viña y el cereal convivían prácticamente al 50%; no tengo recuerdos del vino hecho en casa porque se abandonó la elaboración con la creación de la cooperativa en la década de los cuarenta”, explica Ibarrola. Para el equipo de Zorzal, que llegó aquí casi por casualidad en la cosecha 2020, Gonzalo no es un proveedor, sino un colaborador cuyo nombre aparece en la etiqueta del nuevo Golerga, la estimulante garnacha que refleja esta localización fresca y septentrional.
Roberto Aguirre, creador de Ubeta Wines en Barillas (Ribera Baja), ve las dos caras de la moneda. Es un auténtico coleccionista de viñas viejas: 30 hectáreas de más de 40 años en un radio que se extiende a los pies del Moncayo, al borde de la frontera de Aragón, por los municipios de Ablitas, Cintruénigo y Fitero. Pero admite que “casi nadie está dispuesto a pagar el precio de coste que requiere trabajar una viña vieja”.
Un dato revelador: de las 256 hectáreas de más de 50 años registradas por el Consejo Regulador, 232 son de garnacha. La variedad, que con 12.582 hectáreas dominaba más del 70% del viñedo navarro en 1990, perdió terreno rápidamente en favor de la tempranillo y las castas internacionales. Para el año 2000 había reducido su superficie a la mitad (6.200 hectáreas) y en la década siguiente volvió a mermar hasta las 3.043 hectáreas.
Para ver la correlación de fuerzas en el periodo anterior a los datos que ofrece el Consejo Regulador, hemos reproducido aquí abajo la recopilación realizada (en porcentajes) por el ingeniero agrícola Francisco Sanz Carnero para la obra El viñedo español, que editó el Ministerio de Agricultura en 1975.
El repliegue de la garnacha no es exclusivo de Navarra. Sucedió en otras regiones españolas donde la variedad era dominante, como Rioja Oriental y en una gran mayoría de denominaciones aragonesas. Pero la comunidad foral tuvo los recursos para acometer una enorme transformación en un periodo de tiempo relativamente corto.
En una ponencia presentada durante la celebración del concurso Grenaches du Monde en Olite el año pasado, la enóloga, formadora en el Basque Culinary Centre y antigua presidenta de la DO Navarra, Pilar García Granero, recogía una mención del libro de Jorge Sauleda editado en 1988 Viñas, bodegas, vinos de Navarra sobre un estudio de EVENA realizado en 1986. En él se proponía reducir el cultivo de la garnacha del 82% al 35% de la superficie, incrementar la tempranillo del 7,5% al 31% y plantar cabernet hasta el 16%. La realidad actual no es muy diferente: hay 2.600 hectáreas de garnacha que representan el 26% del viñedo navarro; la tempranillo copa el 30%, la cabernet el 12% y la merlot otro tanto.
José Félix Cibriain, de Evena (Estación de Viticultura y Enología de Navarra), recuerda un plan anterior de 1975 para incentivar la plantación de tempranillo y de variedades blancas “al objeto de equilibrar la producción vitícola”. El de los años ochenta, señala, “viene al hilo de los éxitos de los vinos de Magaña y de otros productores locales; se promovió la reestructuración de los viñedos de vaso a espaldera, así como la introducción de la chardonnay como variedad blanca de referencia y las tintas cabernet sauvignon y merlot”.
Tal y como lo ve Pilar García Granero, “tomaron el modelo de California en lugar de mirar al Ródano”. En sus primeras experiencias de hace 30 años en cooperativas la garnacha era la uva del rosado: “Se llegaban a hacer dobles pastas para favorecer al máximo el sangrado; el tinto era el producto secundario porque el precio de los mostos de rosado duplicaba a los tintos”.
Los primeros proyectos que apuestan por elaborar garnachas tintas de calidad nacen a contracorriente y a menudo impulsados desde fuera. Artadi llegó desde Rioja a Artazu (Valdizarbe) en 1996 por el requerimiento de un amigo norteamericano que quería vender una buena garnacha española en su país. Nekeas, también en Valdizarbe, lanzó El Chaparral de Vega Sindoa en la cosecha 1997 por la insistencia de su importador en Estados Unidos, Jorge Ordóñez, de tener una garnacha de viñas viejas en el porfolio.
A finales de los 2000, la atención se traslada hacia San Martín de Unx en la Baja Montaña, con la aparición de Domaines Lupier, un proyecto de vinos finos de gran personalidad que llamó rápidamente la atención de la crítica nacional e internacional. En la década siguiente aparece el fenómeno de Viña Zorzal. Seduce primero por la relación calidad-precio para consolidarse después con garnachas de terruño y generar un movimiento de colaboraciones con productores nacionales e internacionales que ha servido de altavoz tanto para la variedad como para la región.
La última hornada de productores comprometidos con la variedad incluye a Gonzalo Celayeta, enólogo de la cooperativa de San Martín de Unx, pero con proyecto propio y asesorando a varias bodegas, a su amigo Luis Moya, con el que comparte los vinos Kimera, Aseginolaza & Leunda, o el jovencísimo Josu Amatria. No todos trabajan dentro de la DO, pero comparten valores y objetivos. De hecho, les hemos visto ya en catas conjuntas como la que organizó hace unos meses Sancho Rodríguez, hermano de Telmo (Remelluri, Cía de Vinos Telmo Rodríguez), que está haciendo también sus pinitos como elaborador entre Rioja y Navarra bajo la marca Manin y sus muchachos.
Mientras tanto, nombres clásicos de la denominación que habían centrado su trabajo con la garnacha en los rosados como Chivite, Marco Real, Ochoa y muchos otros, han acabado incorporando tintos elaborado de esta variedad a su gama. Este año pude catar más de medio centenar de garnachas tintas en la sede del Consejo Regulador en Olite.
Navarra no es denominación fácil de contar. Tiene una vecina omnipresente, Rioja, que extiende sus tentáculos dentro de la propia provincia para englobar ocho de sus municipios: Andosilla, Aras, Azagra, Bargota, Mendavia, San Adrián, Sartaguda y Viana. Y su zona de producción es tremendamente extensa y variada. Hay tres subzonas en el norte: Tierra Estella, Valdizarbe y Baja Montaña, una central (Ribera Alta) y una meridional (Ribera Baja).
Más de 100 kilómetros separan la parte norte, que se extiende desde el sur de la capital (la cuenca de Pamplona marca el límite de cultivo) hasta el extremo meridional en la frontera con Aragón. Una extensión similar a la de Rioja, pero que en lugar de discurrir de oeste a este, lo hace de norte a sur atravesando paisajes de montaña, terrazas de río, mesetas o llanuras. El viaje también es climático, con influencias atlánticas (no hay mucho más de 50 kilómetros en línea recta entre el extremo septentrional y el golfo de Bizkaia), mediterráneas y continentales, sin olvidar la extensa mancha del paraje semidesértico de las Bardenas Reales.
Muchos elaboradores creen que hay lugar para varias denominaciones de origen dentro de esta macro región. Según Carlos López de Lacalle, de Artazu, “faltan áreas delimitadas que definan con precisión la tipología y lo que expresa cada zona y venderlo como entes independientes; eso puede generar demanda. Explicar algo genérico no tiene emoción ni resulta atractivo”. La falta de identidad es la debilidad que se repite con más frecuencia en las conversaciones. Y no solo por la diversidad geográfica. También por la dificultad de sacar pecho con las variedades internacionales en un momento en el que se buscan argumentos locales y un carácter diferencial. No es extraño que la garnacha haya sido, junto a los rosados, la bandera elegida por la DO en su última campaña de promoción.
Con una presencia más o menos significativa (del 55% en Baja Montaña, su gran feudo actual, al 9% en Tierra Estella), la garnacha es una especie de columna vertebral que recorre todas las subzonas. ¿Podría convertirse en el pegamento de la DO?
La variedad, que estaba ya presente en la región en los siglos XVII y XVIII, ganó terreno desde finales del XIX por su resistencia a las enfermedades, notablemente al oídio. Las primeras menciones recopiladas por José Félix Cibriain y Ana Sagüés, técnicos de la sección de Viticultura de Evena, en su estudio sobre el periplo histórico de la variedad se remontan a 1746, con una donación de una heredad plantada con Garnacha en la localidad de Obanos, muy cerca de Puente la Reina; o una viña “plantada con buena planta de garnacha” en Pamplona en 1767. Y en Viana (hoy DOCa. Rioja), en 1744, se habla de una bodega que distingue las pipas de garnacha del resto.
Una virtud especial que le otorgan muchos productores es su capacidad de transmitir el territorio en el que se encuentra. Para Gonzalo Celayeta, por ejemplo, “es muy ‘vectorial’ y consigue mostrar diferencias importantes entre unos parajes y otros. Se adapta muy bien a todas las zonas de Navarra. Aquí, la latitud unida a la altitud de ciertas zonas da un punto de diferenciación por frescor que aporta tipicidad y personalidad”.
Hay otro argumento de peso: las mejores expresiones de garnacha se cotizan a precios relativamente elevados, lo que aporta esperanza dentro del panorama general de precios bajos del vino navarro.
Los técnicos locales han hecho los deberes. Entre 2008 y 2009 se peinaron los viñedos navarros de más de 40 años para reunir toda la diversidad intravarietal posible de garnacha. El proyecto de “Recopilación, evaluación y constitución de un banco de germoplasma de variedades locales de vid” fue fruto de la colaboración entre la Universidad Pública de Navarra y el vivero Vitis Navarra. La idea de Bernardo Royo, profesor del departamento de Producción Agraria, de que la selección se realizara al azar y en invierno permitió, según recuerda hoy el catedrático de Viticultura Gonzaga Santesteban, “generar una colección en lugar de una selección”.
Se recogieron entre ocho y 12 cepas de más de 400 fincas, incluidas parcelas abandonadas y se injertaron más de 4.000 biotipos con trazabilidad de origen, distinguiendo posteriormente el material infectado del libre de virus. Aunque se ha conservado todo el material, el libre de virus (2.025 biotipos) se ha convertido en la base del trabajo de Vitis Navarra.
Según explica Rafael García, director y propietario del vivero, se seleccionaron los 700 biotipos más cualitativos y luego se realizaron selecciones policlonales de 12 clones, se establecieron distintas familias y además se realizaron cabezas de clones en Dominio d’Echauz, su extensa finca de Soria situada a 1.000 metros de altitud. Esta última técnica consiste en hacer un seguimiento a las cepas que más les gustan en cata de uvas (en su caso de cinco años) para generar después una descendencia de cada uno de los biotipos y realizar microvinificaciones que permitan establecer parámetros enológicos y fenológicos de cada uno de ellos.
“Para que un cliente tome la decisión de qué plantar tenemos que darle toda la información posible”, señala García. “Pero nosotros insistimos siempre en que planten biotipos para que a la larga puedan hacer su propia selección de lo que se adapta mejor a su zona”.
En el próximo artículo abordaremos los distintos paisajes de la garnacha en Navarra y profundizaremos en los vinos y los estilos que nacen de cada uno de ellos.