La familia Suqué Mateu es una institución en Cataluña. Y no solo por el vino. Sus negocios abarcan los sectores de ocio (casinos y hoteles), alimentación, automoción o cultura. Incluido el festival internacional de música que se celebra en verano en los jardines de su propiedad del municipio gerundense de Peralada, del que toma el nombre su grupo de empresas. Una simple letra diferencia el nombre de la bodega para poder ser registrada como marca comercial.
El negocio vinícola, del que se cumple este año su centenario, tiene su origen en la compra, en 1923, del castillo de Peralada por parte del empresario Miguel Mateu. El complejo de edificios incluía un monasterio donde los monjes carmelitas habían elaborado vino tradicionalmente. Allí envejecía hasta hace poco el espumoso Gran Claustro, la primera referencia que dio fama a la familia tras servirse en la visita del presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower a España.
Aunque Arturo Suqué, yerno de Miguel Mateu y su sucesor al frente de los negocios, creó junto al enólogo Enric Serra el popular blanco de aguja Blanc Pescador en los años setenta, estuvo más centrado en otros ámbitos. La vuelta de tuerca la da Javier Suqué, el más aficionado al vino entre los tres hermanos que componen la siguiente generación. “Cuando empecé a trabajar en el grupo familiar, le dije a mi padre que me gustaría que el vino tuviera más peso, pero siempre que se abordara desde un proyecto de calidad”, explica.
Corrían los años noventa y buscó la ayuda de Josep Lluis Pérez (Mas Martinet), uno de los artífices de la resurrección del Priorat al que había tenido de profesor de biología en el colegio. Así pasaron de tener un viñedo testimonial a plantar cuatro fincas, entre ellas el espectacular viñedo que mira al mar en la propiedad familiar de Garbet y que rememora un pasado de viticultura en las laderas de la Costa Brava. Fue toda una declaración de intenciones sobre cómo abordar el siglo XXI.
Es también Javier Suqué quien impulsa la investigación (los Ex Ex que aluden a “experiencias excepcionales”, fueron los primeros vinos experimentales en comercializarse en España) y tiene la inquietud de crear unas instalaciones que permitieran afinar al máximo las elaboraciones. El germen venía de muy atrás: siempre le pareció que la granja que hizo construir su abuelo cerca del castillo era el lugar perfecto para erigir una bodega.
Si el sueño se hizo esperar 40 años, el proyecto tardó casi 20 en madurar y realizarse, porque la crisis financiera de 2008 obligó a retrasar el inicio de las obras que se llevaron finalmente a cabo entre 2018 y 2022.
El desarrollo ha corrido a cargo de RCR, el estudio fundado en Olot (municipio del interior de Gerona) por Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta, flamantes premio Pritzker 2017 “por su compromiso inflexible con el lugar” y la creación de “espacios que están en relación con sus contextos”. Perelada llegó a ellos a principios de los 2000 gracias a un artículo sobre arquitectos de menos de 40 años con un futuro prometedor. A la familia le pareció buena idea apostar por gente joven del territorio. “Nos entendimos desde el principio. Ya en aquella época hablaban de sostenibilidad y de integración en el paisaje”, recuerda Suqué.
La solución técnica fue utilizar los 10 metros de desnivel que había bajo la granja para desarrollar una bodega subterránea en la que se pudiera trabajar por gravedad. “Lo único que hemos hecho ha sido completar el paisaje y utilizar ese talud para generar una serie de funciones”, explica el arquitecto Rafael Aranda quien también reconoce que uno de los momentos más delicados del proceso fue explicar al patriarca Arturo Suqué, fallecido en 2021, un año antes de la finalización de los trabajos, que no habría fachada.
“No nos interesa hacer edificios que llamen la atención”, cuenta Aranda. “No creamos objetos en o encima de un paisaje, sino espacios que pertenecen a ese paisaje. Entendemos la arquitectura como otro paso, otra capa en el paisaje, junto a las construcciones existentes. Nos gusta este concepto atemporal y silencioso”.
Hoy hay 16.000 metros cuadrados construidos bajo tierra, con accesos y recorridos diferenciados para visitantes y trabajadores y dos bodegas en una. La primera, de tamaño considerable, está centrada en vinos de menos de 15 €; la otra se destina a la gama alta, con depósitos que nos superan los 5.000 litros y gran variedad de formatos y materiales para el envejecimiento. Pero lo primero que hacen los visitantes es un paseo inmersivo por cinco salas dedicadas a cada una de las fincas que la familia cultiva en distintas zonas del Empordà: La Garriga, Pont de Molins, Malaveïna, Espolla y Garbet. Hay una sexta sala en la que se habla de arquitectura y sostenibilidad.
Las primeras sensaciones son positivas. Más allá de los medios que aporta en la elaboración, en los primeros seis meses de apertura recibió 15.000 visitantes y se espera que en 2023 se alcancen los 30.000. “La bodega nos va a dar más crecimiento en valor que en volumen”, valora Suqué. “No la considero un logro mío, sino una apuesta de toda la familia. Es una inversión sobredimensionada con respecto al negocio [asciende a 45 millones de euros]. Lo planteamos como un legado para siguientes generaciones y para el territorio del Empordà”.
Javier Suqué también está convencido de que va a favorecer mucho su proyección hacia Barcelona, el resto de España y también la exportación, a juzgar por las reacciones positivas que están teniendo de compradores y visitantes extranjeros. “Siempre nos ha costado vender vinos de Empordà en Barcelona, Por eso organizamos allí la celebración del centenario”.
La otra pata comercial en la que trabaja Suqué es en la creación de una red comercial que sea capaz de distribuir sus marcas a nivel nacional, algo que se considera bastante complicado por la tendencia a regionalizar el consumo.
Pese a que la Perelada vinícola aún no alcanza el 30% de la cifra de negocio del grupo familiar, la facturación asciende a 60 millones de euros. Y las cifra son relevantes: 16 millones de botellas de producción anual y 1.000 hectáreas de viñedo. Aquí se incluye el vino de aguja Blanc Pescador, que se trabaja en una bodega independiente, y el grupo Chivite (las bodegas de Navarra Gran Feudo y J. Chivite Family Estates, y la riojana Viña Salceda) que adquirió en 2017 y se ve como una gran baza para avanzar en la estrategia de penetración en el mercado nacional.
En la misma línea, se ha adquirido recientemente una finca de 40 hectáreas en Ribera del Duero, cerca de La Horra, aunque aún falta por ver el modelo de desarrollo que se seguirá.
La división de cavas del grupo produce ya 4,5 millones de botellas. El negocio de las burbujas se reforzó en 2017 con la compra de la marca de cava ecológico Privat a la familia Pujol-Busquets (Alta Alella) y de una finca de 100 hectáreas en cultivo ecológico en Castellví de la Marca (Penedès medio) que abastece de uva a esta gama que se está posicionando particularmente bien en los países nórdicos. Para el resto de espumosos, incluido el Gran Claustro, compran vino a un proveedor con el que tienen una larga relación, además de controlar el viñedo y la elaboración. “En cavas de gama media y alta estamos pendientes de la viña”, explica el enólogo Delfí Sanahuja, con 30 vendimias a sus espaldas en el grupo. Las cifras de exportación son más altas para los espumosos (53%) que para los vinos tranquilos (35%).
En Cataluña, Perelada es propietaria de Casa Gran del Siurana en Priorat, tiene el 50% de Cims de Porrera en la misma región y absorbió hace unos años la pequeña bodega de Empordà Oliver Conti. De hecho, está detrás de un tercio de todo el vino que se produce en esta última DO. A Javier Suqué, sin embargo, no le gusta representar el papel de empresa grande. “Invité a los productores de la zona a que conocieran la nueva bodega porque entiendo que es un proyecto común; hay bodegas pequeñas que lo están haciendo muy bien”, señala.
El proyecto más alejado geográficamente en el que se ha implicado la familia Suqué-Mateu es La Melonera, en Ronda (Málaga). Aquí, destaca el trabajo con variedades locales como las tintas romé y tintilla o la blanca doradilla.
Otras regiones de interés para la familia son Bierzo y Galicia, ubicaciones para posibles proyectos futuros en los que a Javier Suqué le gustaría contar con la siguiente generación. Mientras se trabaja en un protocolo familiar para los cuatro herederos (dos hijos y dos sobrinos), Javier ha conseguido implicar a su hijo Borja, con formación en el campo del diseño, en los actos del centenario.
Esta celebración, unida a las posibilidades de la nueva bodega han generado toda una serie de novedades en el porfolio de Perelada, empezando por un cava con el que brindar: Centenaria Edición Especial Reserva Brut (30.000 botellas, 18 €) con buen equilibrio dulce-ácido-amargo que tendrá continuidad en la gama de la bodega.
Más significativos, sin embargo, son los primeros vinos que salen de las nuevas instalaciones. El dúo formado por Obsequi y Amfitrió aluden a la tradición cultural del castillo: el primero concebido como homenaje y obsequio a los artistas que han pasado por el festival; el segundo a la labor de la familia como anfitriona. Obsequi 2020 (10.000 botellas, 9 €) es una garnacha blanca de cierta opulencia con un 35% de sauvignon blanc que explota las posibilidades de las nuevas instalaciones y apuesta por una crianza de cuatro meses en hormigón. Amfitrió 2020 (12 €. 30.000 botellas) es un tinto mediterráneo y amable con base de garnacha acompañada de syrah, merlot, cabernet y cariñena que se cría en roble francés, foudre y hormigón. Ambos vinos se presentan en botellas de textura granulada y peso más ligero.
Hay también dos tintos más personales que han supuesto un reto especial para el Delfí Sanahuja. El tinto RCR 2019 (55 €, 1.600 botellas) es un homenaje al equipo de arquitectos, aunque inspirado en la personalidad de Rafael Aranda, “un hombre que siempre viste de negro, al que le gustan los vinos intensos y estructurados pero que no se ha movido de Olot por lo que tenía que ser una variedad local”, explica Sanahuja. Así que optó por una garnacha muy macerada para que diera un vino maduro y de color profundo en el que manda la concentración, aunque también salen notas florales de violeta y se ha buscado una textura envolvente para arropar los taninos. El packaging diseñado por RCR presenta el vino en una caja de madera más ancha de lo normal, aunque lo más llamativo es la ausencia de etiqueta, sustituida por un papel que envuelve la botella con los colores que se utilizaron en las maquetas de la bodega y un texto que explica el proyecto.
En el otro extremo está el Vi Centenari 2020 (250 €, 1.070 botellas), inspirado en la personalidad y los gustos de Javier Suqué (fruta, elegancia, amabilidad y una querencia muy particular por el Mediterráneo). Destaca la textura envolvente, las notas de hierbas mediterráneas, la fruta roja madura y los recuerdos de piel de naranja, aunque el precio lo hace bastante inalcanzable. El vino solo podía venir de Garbet, pero por primera vez mezcla las dos variedades que se cultivan en la finca y que habitualmente van a vinos distintos: la syrah a Finca Garbet, que no se elaborará en 2020; la garnacha a Aires de Garbet. La mezcla (67% syrah, 33% garnacha) funciona lo suficientemente bien como para pensar si no es ésta la mejor expresión posible de este viñedo de costa azotado por la tramontana. Quizás sea una de las muchas cosas que Delfí Sanahuja pueda replantearse en la nueva y flamante bodega en la que trabaja.
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