Aunque solitaria y olvidada, la parcela de El Vinyet (Castelló de Farfanya, Lleida) lleva en su propio nombre el ADN de la cultura vitícola. Sus cepas retorcidas, cada una con su propia forma y desarrollo, miran hacia el Montsec, el primer gran macizo de los Prepirineos que guarda un parecido sorprendente con la prioratina montaña del Montsant. La comparación cobra aún más sentido al divisar el monasterio de Santa Maria de Bellpuig de les Avellanes y evocar la eterna conexión entre el clero y la viña.
Fundado en 1166 por los condes de Urgell, Les Avellanes fue la comunidad premostratense más importante de Cataluña. Cronológicamente es incluso anterior a la creación de Scala Dei por parte de los monjes cartujos en 1194. Pero a diferencia de Priorat, donde la viticultura se mantuvo pese a las dificultades y las crisis, en estas tierras que se extienden al norte de la ciudad de Lleida se ha convertido en algo totalmente residual. La filoxera, la puesta en funcionamiento del canal de Aragón a principios del siglo XX que posibilitó otros cultivos y el éxodo rural fueron las principales causas del abandono de la vid.
Aún hoy, la visita a las viñas de Lagravera, la bodega fundada en 2006 por la familia Arnó para rehabilitar el yacimiento de grava que había servido durante muchos años a su negocio de construcción, es un paseo a la búsqueda de cepas escondidas.
Su propia ubicación respecto a los territorios amparados por la DO Costers del Segre, designación con la que solo etiquetan el blanco Ónra, es un tanto confusa. La bodega se encuentra en el municipio de Alfarràs, en la subzona de Segrià, pero las viñas están dispersas por la comarca de la Noguera. Es el caso tanto de Vinya Núria, la finca plantada en la antigua gravera, como de su propiedad más alta, Mas La Parra que, aunque situada a una distancia considerable, forma también parte del extenso término municipal de Algerri. Estas dos propiedades junto con El Vinyet de Castelló de Farfanya se incluyen geográficamente dentro de la subzona de Artesa de Segre. Sin embargo, Les Pedrisses, otra joya de cepas viejas situada en Ivars de Noguera, queda fuera de los actuales límites de la denominación.
De ahí que la bodega vea un vínculo geográfico mucho más significativo en la influencia de la Serra Llarga (en la foto inferior), la estrecha franja montañosa que se extiende al norte de Lleida como un amable preludio de los Pirineos. Pilar Salillas, directora general y enóloga de Lagravera, llama la atención sobre las zonas blanquecinas que delatan la gran acumulación de yeso de la sierra y que constituye también una presencia constante en las viñas. El mineral aportaría frescura y sapidez a los vinos en una zona continental extrema y aislada de la influencia del mar. Tampoco tiene dudas sobre la vocación vitícola de los suelos: “Si la fruta siempre ha sido buena en esta zona, la uva es fruta y la sapidez está aquí”.
La supervivencia de viñas viejas en la zona ha estado ligada al apego de las familias propietarias que las contemplaban no como una vía de negocio para la venta de uva, sino como la base para elaborar vino de cara al consumo doméstico.
En un intento por recuperar la memoria vitícola a través de conversaciones con los agricultores más veteranos de la región, Marcel “de Cal Pau” como se le conoce en Algerri, hizo gala de una gran crudeza poética al calificar su tierra como “el territorio de las viñas borradas”. A menudo, las únicas pruebas de un pasado de cepas cultivadas son toponímicos como El Pla de les Vinyes o Botella. Mucho más convincentes son los lagares excavados en la montaña a la salida del municipio que muestran la necesidad de poder procesar uva rápidamente y que llevan a pensar que la capacidad de las bodegas no era suficiente para dar salida a toda la cosecha. Ahora se ha protegido y restaurado un pequeño grupo de estos trujales del siglo. XVII.
En este contexto, El Vinyet es una gloriosa excepción y también la viña más espectacular por ubicación, edad (está fechada en 1889) y por su sorprendente diversidad de material vegetal: 24 variedades diferentes analizadas y catalogadas por el Incavi en una superficie de apenas 1,41 hectáreas. Injertada sobre rupestris de lot, debió de ser una de las primeras viñas plantadas sobre pies de vides americanas. Lo cierto es que Cataluña fue la primera zona de España en repoblar, lo que propició la creación de viveros especialmente importantes en Vilafranca del Penedès y Lleida.
Para Carme Domingo, la investigadora del Incavi que ha realizado el trabajo de identificación varietal, El Vinyet es realmente fascinante. “No solo por la antigüedad de las cepas, sino por lo que se ha conseguido conservar. Hay varios individuos de hebén, que es una variedad que ha dado origen a numerosas uvas en la Península como macabeo o xarel.lo, otros dos individuos con material coincidente con variedades de los Pirineos; y se ha descubierto también una variedad italiana muy antigua, la uva de fantini o granadera. También es muy particular la manera en la que estaban conducidas las cepas en grandes vasos y muy intercaladas. Parece que el propietario se dedicaba a injertar y que eran conservadores”, señala. Según su experiencia, además, los campos con toponimias de viña en zonas cercanas a monasterios son buenos lugares para encontrar variedades ancestrales.
La familia Orpella conservó el viñedo hasta su descubrimiento por parte del equipo de La Gravera en 2011, que lo tiene arrendado y creó casi de inmediato la gama La Pell para resaltar sus muchas singularidades. El nombre alude al aspecto casi hueco de los troncos de algunas plantas (parece que solo haya piel), pero que, milagrosamente, resucitan con cada nueva brotación. Los vinos han ido evolucionando a medida que se profundizaba en el conocimiento del viñedo y de sus variedades. La llegada de Pilar Salillas en 2018 ha marcado un cambio de rumbo encaminado a extraer la mejor expresión posible de estas cepas supervivientes (un cambio suyo es el uso de pieles en la vinificación de los blancos), pero también de cara a la realización de múltiples micro vinificaciones que permitan identificar las variedades con más futuro para la región.
Situado cerca del río Farfanya y con suelos profundos de arcilla con yeso y piedra de origen calizo, El Vinyet se beneficia de una corriente de agua subterránea que aporta frescura y hace crecer de forma natural la alfalfa. En la actualidad sus uvas se traducen en tres elaboraciones de producción limitada en versión blanca, tinta y rosada. La Pell Blanco 2019 es un popurrí de las variedades blancas de la parcela, entre ellas hebén, trobat blanc, sumoll blanc, macabeo, xarel.lo, pansa valenciana, pansa de la noguera, moscatel de alejandría o garnacha blanca que destaca por su profundidad y larguísimo final de boca.
El sorprendente y escasísimo (poco más de 200 botellas) La Pell Clarete 2019 tiene un punto salvaje, con fruta roja ácida (granada), mentolados, corteza de naranja y un paladar con rico equilibrio dulce-ácido-amargo y un original final picante. Es el estilo que más se acerca al vino que bebía la familia Orpella y en esta añada consiguieron meter 22 variedades dentro de la botella. Con sólo un poco más producción (339 botellas), el tinto La Pell 2019 está fermentado con uvas despalilladas y se criado en una tinaja de Padilla de 400 litros. Se elabora con las variedades tintas y rosadas, entre ellas trobat negre, monastrell, garnacha tinta, mandó, picapoll de la noguera rosado, isaga, moscatel rosado o X8, una de las tres castas que, hasta la fecha y tras cotejar con base de datos, son únicas de esta viña. En estilo es mediterráneo, pero con persistencia y mucha entidad en boca.
De las microvinificaciones que van realizando también con uvas de El Vinyet probé una mezcla de trobat blanc (alcañón) y macabeo a partes iguales, sápida y sabrosa; un picapoll roig que da un perfil herbáceo parecido al de vinos con raspón, pero que se elaboró con uvas despalilladas, y que mostraba carácter más salino que sápido en el paladar; un emocionante X8 que recordaba a la garnacha en nariz pero con una acidez descomunal en boca (se vendimia a finales de octubre), con tensión, largura y carácter cítrico; y un trobat negre de perfil más mediterráneo (flores azules, fruta dulce, con toques mentolados y carácter seco en el paladar).
En el otro extremo de la Serra Llarga, más cerca de la frontera con Aragón, se encuentra el viñedo de Les Pedrisses de Ivars preservado por la familia Majos y datado en 1935. Aquí la identificación de variedades ha sacado a la luz rarezas como la albana blanca. Bajo el paraguas también de La Pell, en 2019 se empezó a elaborar un tinto que mezcla variedades tintas (monastrell, trobat negre, sumoll) y rosadas. La cosecha 2020 revela matices muy mediterráneos, con frutas azules, hierbas aromáticas y una buena madurez contrastada por las notas sápidas que aporta la abundancia de yeso en el suelo. En 2020 se ha elaborado también por primera vez un blanco en el que dominan las macabeo, trobat blanc y albana con trabajo de tres semanas con pieles y crianza de nueve meses en damajuanas llenas que generaron un pequeño velo de flor. Con notas de cera, fruta blanca y de hueso y el toque de las pieles, el paladar es más fluido que glicérico y nuevamente, ofrece agradable sapidez. Frente a las 1.200 botellas que se pueden llegar a hacer del tinto, el blanco es prácticamente un vino experimental del que se elaboran poco más de 200.
Para Pilar Salillas, la coplantación se explica en parte por la orientación del viñedo a la producción de claretes, que eran los vinos que se bebían como parte de la dieta diaria. Este año han incorporado otro viñedo cercano donde realizarán el mismo proceso de identificación de variedades mientras aguardan ilusionados su primera vendimia.
Tras el viñedo ancestral, la otra línea de trabajo con la que está especialmente comprometida Lagravera es el mundo de las garnachas. Su presencia es especialmente significativa en Vinya Núria, la finca con la que arranca el proyecto y que puede considerarse como un acto de fe por el gran esfuerzo de transformar un terreno yermo (aunque el nombre del lugar, El Pla de les Vinyes, llamara al cambio) en un viñedo que nace ya con filosofía de cultivo ecológico y que posteriormente pasó a trabajarse y certificarse en biodinámica. Hoy, de hecho, todos los vinos de Lagravera llevan el sello Demeter con excepción del tinto de entrada de gama L’Altre que sale como ecológico porque en ocasiones incluye partidas de uva compradas a terceros.
La gran cantidad de piedra que se extrajo de la vieja gravera para preparar el suelo se ha transformado en un muro que rodea la viña. Al tener que hacer un talud y excavar, explica Pilar Salillas, las raíces están más cerca de la roca madre, lo que permite intensificar el sabor en una viña relativamente joven. Con unas 11 hectáreas de extensión, Vinya Núria es la finca más alejada de la Serra Llarga y la que más escapa a su influencia, ya que aquí dominan los suelos francos y franco-arenosos con la correspondiente carga de grava.
Sus etiquetas más representativas son los dos parcelarios comercializados bajo la marca Cíclic. El primero es una garnacha blanca de dos pequeñas parcelas (menos de 2.500 botellas) que fermenta y se cría con sus lías en foudre esloveno. Con toques ahumados que parecen evolucionar hacia el hidrocarburo, tiene las clásicas notas de fruta blanca de la variedad, cierta opulencia y suficiente acidez. La especiada garnacha tinta (por encima de las 6.000 botellas), fruto de una selección masal de gran variedad de biotipos, realiza un encubado largo en foudre con menos de un 3% de raspón. Es sabrosa, más frutal que floral y con una interesante nota de piedra seca en final.
La gama Ónra (quiere decir honor en catalán, pero es también el nombre de la familia propietaria escrito al revés) incluye otras variedades en el ensamblaje además de la garnacha (sauvignon blanc en el blanco; malbec, monastrell o cabernet en el tinto) y también uvas procedentes de Mas La Parra, la finca de algo más de 10 hectáreas que roza los 700 metros en una de las zonas más altas de Algerri. Con las nuevas plantaciones que se están llevando a cabo en este último enclave la producción pasará de las 80.000 botellas actuales a 100.000.
Mas La Parra se encuentra en una zona relativamente aislada, rodeada de bosques y con una gran aireación natural que impide el desarrollo del mildiu. Los suelos son limosos, con afloramiento de yesos y abundante caliza. Cuando se adquirió en 2017 había ya varias hectáreas de tempranillo y variedades internacionales. Las nuevas plantaciones han dado prioridad a la garnacha blanca, para la que se ha elegido la parte más arenosa de la finca, y a replicar las 24 variedades recuperadas de El Vinyet. En Lagravera el pasado está ayudando a construir el futuro.
PILAR SALILLAS Y MIQUEL GARCÍA, EQUIPO GANADOR
Ingeniera agrícola y enóloga de larga trayectoria profesional, Pilar Salillas lleva al frente de Lagravera desde 2018. Después de hacer prácticas en Nuviana, la bodega del grupo Codorníu en Huesca, una estancia de medio año en Sonoma County (California) le abrió los ojos y le encarriló definitivamente en la profesión.
Los tres años y medio que trabajó en Celler Piñol en Terra Alta le permitieron especializarse en garnachas e interesarse por la recuperación de variedades minoritarias como la morenillo. Aún así considera que los diez años que pasó en Raimat fueron la mejor escuela posible. “Puede hacer cientos de vinificaciones y todos lo que se me pasara por la cabeza: brisados, vinos sin sulfuroso…”.
Otra constante en su trayectoria es el rechazo que siempre ha sentido a la utilización de productos químicos. En su momento fue asidua de las charlas del productor francés Nicolas Joly, el primer gran adalid de la biodinámica en el mundo del vino, se hizo su propio huerto biodinámico en casa y se formó a fondo en esta filosofía.
Hace un gran equipo con el responsable de viticultura Miquel García, que se formó como ingeniero forestal y pasó también por Raimat. Ambos entienden la tierra y la llevan cerca del corazón. Miquel es de un pueblecito de la zona llamado Almenar y Pilar de Binéfar, una localidad de Huesca (Aragón) situada a escasos 25 kilómetros de la bodega.