Esta bodega aragonesa liderada por una mujer escapa a todos los clichés del mundo cooperativista. La exportación y su capacidad de tejer alianzas con socios potentes le han llevado a dar grandes saltos cualitativos.
Los compañeros de viaje han sido tan variados como Eric Solomon, uno de los importadores más relevantes de vino español en Estados Unidos, el mismísimo Gallo (la compañía vinícola más grande del mundo, responsable según datos de 2020 del 3% de la oferta mundial de vino) y más recientemente, y a escala más pequeña y cualitativa, Bodegas Frontonio con el proyecto conjunto Cuevas de Arom.
San Alejandro se abastece de 950 hectáreas (1.250 parcelas) de viña que están en manos de 150 familias de la región. De ellas, 300 están ya certificadas en ecológico, lo que les convierte en la bodega con mayor extensión de viñedo orgánico de Aragón. La cooperativa, que también ha sido pionera en desarrollar el enoturismo en la zona, lleva años enarbolando por el mundo (y en distintos rangos de precio) la bandera de la garnacha de altitud y es de las pocas firmas que durante los años de moda de las altas extracciones y el roble nuevo mantuvo la expresión más directa de la fruta y maduraciones frescas en buena parte de su gama.
Esta trayectoria impecable tiene mucho que ver con el compromiso y la visión de su directora gerente. Yolanda Díaz (se llama así, no es un error) nació en Catalayud (Zaragoza, Aragón), pero siempre ha sabido mirar lejos. Sus estudios de Administración de Empresas en una universidad internacional le permitieron realizar parte de la carrera en Estados Unidos y, a su vuelta a casa, le ofrecieron poner en marcha el departamento de exportación de Bodegas San Alejandro. Corría el año 1997, le gustó el mundo del vino y cursó un Máster de Enología, Viticultura y Marketing en Zaragoza. Al cabo de unos años la cooperativa ya estaba vendiendo fuera el 97% de su producción -hoy esta partida representa el 85%.
En 2003 le promocionaron a la gerencia, lo que le dio la oportunidad de acceder a la toma de decisiones en un momento en el que aún había mucha gente mayor entre los socios y no se había producido el relevo generacional. “Me costó mucho, sobre todo acabar de entender la parte de la empresa que no conocía (balances, inversiones, renegociar con los bancos…) para poder participar con conocimiento en todas estas parcelas y también ganarme la confianza de la gente. Creo que el hecho de ser mujer hizo que esto último llevara más tiempo, pero luego ya no ha sido un problema”.
De maneras calmadas y casi dulces, Yolanda convence con la lógica de sus razonamientos y el conocimiento de los mercados, de la empresa y del potencial región. Sabe de dónde viene, cuáles son sus armas y a qué puede aspirar la compañía. Es la seguridad de quien lleva 25 años luchando por hacer las cosas bien.
¿Su secreto? “Me he apoyado en un equipo muy bueno y con gente muy valiosa. La inversión en personal ha sido importante y esto es algo en lo que los socios me han seguido. He tenido la libertad de poder elegir, quizás también porque las cosas iban funcionando. Sabíamos que la parte enológica y la viticultura eran muy importantes”, señala.
En este sentido destaca la versatilidad el equipo técnico actual formado por Juan Vicente Alcañiz y Jorge Temprado (ambos con sus propios proyectos personales en Aragón y en la foto superior con Yolanda) y la labor de consultoría que durante dos décadas ha llevado a cabo el enólogo y productor del Languedoc-Rousillón Jean-Marc Lafage. “Nos conocimos cuando Lafage trabajaba para una empresa belga que quería hacer un proyecto con nosotros, y cuando puede tomar decisiones, le pedí que nos asesorara. Al principio venía mucho; ahora solo dos o tres veces al año y nos centramos más en tendencias y visión de futuro”.
Abrirse a los mercados exteriores fue una gran fuente de enriquecimiento para San Alejandro. “Trabajar con ciertos importadores también nos ha ayudado mucho en procesos productivos de calidad o establecimiento de protocolos”, explica Yolanda.
No estamos hablando de cualquier importador. Eric Solomon ya había introducido las garnachas de Priorat en Estados Unidos cuando un profesional alemán que trabajaba en Capçanes descubrió el Baltasar Gracián Viñas Viejas y se lo recomendó vivamente. De la colaboración con Solomon nació Las Rocas de San Alejandro, uno de los grandes éxitos del vino español en Estados Unidos desde que Robert Parker, en la época en la que aún cataba los vinos españoles, diera 93 puntos a su primera añada 2001, su mejor calificación hasta la fecha para un vino de Calatayud.
Prueba de su buena implantación en el mercado norteamericano fue la compra de los derechos de la marca en ese país por parte del gigante Gallo en 2008, mientras Solomon se centraba más en el desarrollo de Evodia, una marca centrada en un perfil de garnacha de altitud, más fresca y aromática que estaba ya desarrollando con San Alejandro.
“Cuando nos visitaban los técnicos de Gallo, todo era muy formal al principio”, recuerda Díaz, “pero con el tiempo se fue haciendo más fluido y nos hablaban de otros proyectos que nos resultaban inspiradores. Ellos por su parte nos decían que venían a aprender de la garnacha de aquí y siempre quisieron mantener el espíritu del lugar”.
El enoturismo, de hecho, surgió de la actividad importadora, ya que comenzaron a tener visitas de americanos y se dieron cuenta de que necesitaban contar con las condiciones adecuadas para acogerles y contar el proyecto. Hoy tienen un restaurante que solo funciona con reservas y han creado una atmósfera muy particular y desenfadada combinando pintura, murales y decoración para llenar casi todas las estancias de la bodega de originales y acogedores rincones.
En las instalaciones también hay coherencia y una división de espacios que responde a las necesidades del trabajo y al diseño de los vinos. Siguen usando los depósitos de hormigón originarios de 1962, y una segunda nave gemela posterior. Del hormigón (revestido con epoxy), les gusta la inercia de la temperatura. De hecho, Juan Vicente Alcañiz considera que la temperatura es parte importante del “terroir de la bodega”.
La antigua sala de crianza se ha transformado en nave de fermentación para la nueva gama ecológica y, más sorprendente para una cooperativa, desde 2017 existe una zona independiente para los vinos de gama alta, que es donde se ha instalado el proyecto Cuevas de Arom. “A medida que íbamos aprendiendo más sobre la viña, hemos querido trabajar con más detalle”, explica Yolanda. “Ahora somos capaces de hacer vinos de manera casi artesanal, pero también productos de rotación y volumen con una precisión comparable a los de producción limitada”, asegura Yolanda.
Las viñas más especiales de San Alejandro están en las estribaciones de la sierra de Santa Cruz, al sureste de la región, en el eje formado por los municipios de Alarba, Acered, Atea y Murero, este último fruto de la ampliación de la DO en 2022. Aquí controlan unas 300 hectáreas que apenas se traducen en 500.000, a lo sumo 600.000 kilos de uva, lo que da una idea de la vejez y los bajos rendimientos de estas viñas, todas en secano y con un porcentaje muy alto de viñedo en vaso. De ahí que, junto a la garnacha, sea habitual encontrar pequeños porcentajes de provechón (el nombre local de la bobal), moristel o concejón, miguel de arco y vidao. “Es una zona pobre a la que no ha llegado la cabernet o la merlot. El 80% es garnacha”, nos cuentan. De aquí salen también las uvas para el proyecto Cuevas de Arom.
Esta zona asociada al Sistema Ibérico se caracteriza por su mayor altitud (de 800 a 1.075 metros en el que es el viñedo más alto de la bodega) y sus suelos viejos y muy evolucionados, con dominio de la pizarra y cantidades variables de arcilla que retienen el agua y permitieron, por ejemplo, que las plantas aguantaran las tórridas condiciones de 2022. Hay también zonas de cuarcitas y cascajo.
“Calatayud debería ser fuerte en viñedos viejos de secano y, a poder ser, en vaso”, explica Alcañiz. Tanto él como Jorge Temprado aseguran diferenciar en cata a ciegas los vinos que proceden de viñas de secano y de regadío. “En el regadío hay menos profundidad y pureza varietal. Los viñedos en vaso de secano son más carnosos; y en las espalderas de secano de garnacha, la calidad va ligada al rendimiento”, señalan.
La otra gran zona de abastecimiento de San Alejandro es el valle contiguo en dirección este, atravesado por el río Perejiles y delimitado por la sierra de Vicort. Aquí, en el municipio de Miedes, tiene la cooperativa sus instalaciones de elaboración. Es un valle de dimensiones mucho más amplias con suelos de arcilla en las viñas más cercanas al cauce del río, donde domina la espaldera. Las parcelas van reduciendo su tamaño a medida que ascienden hacia la montaña y se acercan a las zonas bosques y los suelos se van tornando blanquecinos por la abundancia de carbonato cálcico, aunque también se encuentran ejemplos de cascajo.
San Alejandro clasifica las viñas de sus socios en cuatro estadios: el nivel básico que llama “báscula” y se ajusta a los rendimientos máximos permitidos por la DO, los niveles B y A, con limitación decreciente de rendimientos y creciente en cuanto a exigencias específicas de manejo y “extra” para las uvas de mayor calidad y con especial atención a la edad de las cepas.
“Aun teniendo bastante capacidad en la bodega, solo tenemos tres semanas para gestionar cuatro millones de kilos de uva”, explica Alcañiz. San Alejandro elabora una media de 2,8 millones de botellas; el resto es bag-in-box y bolsas (pouches) de litro y medio que tienen su principal mercado en Noruega. La marca que triunfa aquí es Marqués de Nombrevilla, una garnacha de montaña especiada y directa vinificada en joven y que se comercializa en los tres formatos.
El universo garnacha se expresa con plenitud en los Baltasar Gracián (400.000 botellas toda la gama), que llevan el nombre del famoso escritor del Siglo de Oro nacido en Calatayud. Mi favorito siempre ha sido El Político (7 €), fresco, floral, crujiente y expresivo, que me parece la introducción perfecta a esta zona de Aragón y su clima de sierra. Solo viñedo viejo trabajado en cemento con un punto de vendimia algo anticipada y con cero interferencias. El Héroe Viñas Viejas (11 €), resulta algo más maduro y cremoso, mientras que para el crianza y el reserva se acompaña la garnacha con syrah.
En la bodega de gama alta se elabora Clos Baltasar (16 € y el que era hasta ahora el viñedo más caro de la bodega), también con viñedos viejos de la Sierra Santa Cruz cultivados en altitud y a modo de field-blend con algo de raspón en fermentación y crianza en huevos de hormigón y roble francés. La cosecha 2020 tiene la profundidad que se espera del viñedo y con marcado carácter a hierbas aromáticas.
Con Cuevas de Arom, el proyecto conjunto con Bodegas Frontonio, “se abre la posibilidad de trabajar en otro nicho de precio y descubrir un espacio de trabajo que no teníamos tan desarrollado”, explica Yolanda.
Por parte de Frontonio, Fernando Mora MW no solo valora el gran interés de las viñas y la posibilidad de elegir las más interesantes para el proyecto, sino “la calidad de las personas, la confianza de Yolanda y su equipo y la capacidad técnica de Jorge y Juan Vicente que, junto con Mario López y conmigo, formamos un equipo comprometido e interesante. Todo llegó en el momento adecuado. Ellos querían hacer garnachas diferentes y que brillaran esos parcelarios de vinos especiales y nosotros hemos visto una alianza para poder llevar todo esto a cabo”.
El otro camino de futuro es la conversión a ecológico que se hará muy visible en 2023 con el lanzamiento de la gama Querencia, que incluirá, por ejemplo, vino naranja y sin sulfitos. “La idea es que toda la bodega se tiña de verde y que, de manera natural, muchos de nuestros vinos vayan pasando a ecológicos”, explica Díaz. El salto, por otro lado, ha sido relativamente fácil, habida cuenta de las buenas condiciones sanitarias de la zona. “Los socios han entendido que es importante para mantener los mercados y tener más herramientas de comercialización. Además, la transformación no ha implicado pérdidas de producción o un exceso de trabajo añadido”, apunta.
No hay duda de que su gestión es un gran modelo para todas esas cooperativas españolas necesitadas de un giro transformador.