Progresión imparable: de 46.000 a más de 200.000 hectáreas en poco más de una década. Foto © Pepe Franco.
Este jueves y a partir de ahora todos los segundos jueves de noviembre se celebra el Tempranillo Day, una iniciativa curiosamente americana para la que nos ha parecido buena idea pasar revista a nuestra uva tinta más plantada.
El día del tempranillo es una iniciativa de la asociación Tapas (Tempranillo Advocates, Producers and Amigos Society) que incluye numerosas actividades relacionadas con nuestra uva tinta más internacional. La asociación, integrada por más de un centenar de bodegas, viticultores y aficionados intenta promocionar y dar a conocer estas y otras variedades de la Penísula Ibérica en Norteamérica. Y la tempranillo, con la que ya se elaboran un buen número de monovarietales en distintas regiones vinícolas de Estados Unidos, es la gran protagonista.
Es muy probable que el último vino español que hayas probado fuera un tempranillo. La tempranillo es la uva tinta más plantada en España, la cuarta del mundo en tintas y sólo en nuestro país ocupa unas 215.000 hectáreas repartidas por casi todo el territorio, aunque se desarrolla especialmente bien en Rioja y Ribera del Duero. La mayoría de los vinos españoles mejor puntuados están elaborados con tempranillo.
Pero el humilde y a menudo inexpresivo vino de mesa que uno compra en el supermercado de al lado de casa (sí, ese que suele estar de oferta) también puede ser un tempranillo. La elevada y extensa meseta castellano-manchega que ocupa el centro de la Península y se extiende al sur de Madrid cuenta con 77.000 hectáreas de cencibel, que es el nombre que recibe la tempranillo en esta parte del país. Aquí se pueden encontrar desde graneles a tintos de calidad envejecidos en barrica y procedentes de terruños cuidadosamente escogidos que no han de estar necesariamente dentro de los límites de una denominación de origen.
La tinta de Toro zamorana, base de los potentes tintos de esta región, es una adaptación particular de la tempranillo en la zona y se considera una variedad independiente. En Ribera del Duero se la conoce como tinto fino o tinto del país y en Cataluña como ull de llebre (ojo de liebre). Además, tiene una presencia importante en Extremadura y Navarra, y también puede encontrarse en Valencia, Aragón, Murcia y Madrid.
Respecto a los orígenes de nuestra uva tinta más plantada, el agrónomo y experto en variedades Félix Cabello, director de Departamento de Investigación Agroalimentaria del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA) explica lo siguiente: “El análisis de ADN de la variedad Tempranillo y su comparación con las muestras de la colección de variedades de vid de El Encín en Madrid ha permitido identificar a la albillo mayor y a la benedicto como los progenitores de la tempranillo con un nivel de certeza muy elevado”. Y en torno a sus ancestros añade que “la albillo mayor es una variedad blanca muy conocida, cultivada fundamentalmente en la Ribera del Duero, mientras que la benedicto es una variedad tinta que apenas se cultiva hoy en día; sólo se ha identificado de manera residual en Aragón, y carecemos de referencias históricas claras de la misma”.
¿Qué ha hecho de la tempranillo una número uno? Probablemente, su habilidad para expresarse de formas muy diferentes. Nuestra diva española no sólo es capaz adaptarse a gran cantidad de paisajes, sino que, frente a uvas de personalidad muy marcada como la cabernet sauvignon o la merlot, parece servir a numerosos y diferentes requerimientos por parte de los elaboradores.
La lista incluye tintos de maceración carbónica de Rioja Alavesa; agradables jóvenes manchegos fáciles de beber; rosados por descubrir, a menudo de Rioja; tintos de buena relación calidad-precio de Castilla y León procedentes de viñedos que quedan fuera de las fronteras de Ribera del Duero y Toro y que se venden habitualmente como vinos de la tierra; y, por supuesto, la amplia gama de tintos elaborados en Rioja y Ribera del Duero, especialmente aquellos envejecidos en barrica y capaces de evolucionar brillantemente con el tiempo.
La tempranillo va normalmente en solitario en la mayoría de toros, cigales, riberas del Duero (aunque estos últimos pueden llevar pequeños porcentajes de cabernet sauvignon y merlot) y cada vez más en los riojas modernos; y, por supuesto, se pueden encontrar monovarietales de esta uva en muchas otras regiones vinícolas españolas. No obstante, la gran mayoría de riojas tienen una base mayoritaria de tempranillo que se remata con porcentajes variables de graciano, garnacha y/o mazuelo. Los ensamblajes son también muy habituales en Navarra, pero en este caso con la cabernet, la merlot y últimamente también la syrah como principales compañeras de viaje.
La acidez no es precisamente el punto fuerte de la tempranillo, pero puede alcanzar un notable equilibrio cuando se cultiva en los terruños adecuados. Ofrece unas notas frutales muy agradables que van de las fresas y las cerezas en Rioja a las ciruelas negras en la Ribera. Suele aportar también matices especiados, en ocasiones mentolados y con el envejecimiento irán apareciendo aromas a cuero y tabaco. Mientras que la tempranillo de la Ribera (o mejor dicho, la tinto fino, como se le suele llamar en esta zona) suele dar vinos más concentrados y estructurados, se suele esperar algo más de acidez y un punto de refinamiento en Rioja, aunque lo cierto es que las fronteras son a veces bastante borrosas. Mientras que muchos riojanos han abrazado el estilo de potencia que la Ribera puso de moda en su día, algunos de sus colegas que trabajan a orillas del río Duero empiezan a estar bastante obsesionados con cómo ganar más finura para sus tintos.
De las apenas 46.000 hectáreas que se cultivaban en España en 1990, la tempranillo se ha convertido en una estrella rutilante cuyo nombre se exhibe orgullosamente en gran número de etiquetas. Su gran expansión se produjo en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado coincidiendo con el gran apogeo de la Ribera del Duero. Pero semejante éxito también ha traído consigo una cantidad considerable de viñas jóvenes no siempre cultivadas en los terrenos o las regiones más adecuadas (algunos lugares de Aragón o Murcia, por ejemplo) y de forma más preocupante el uso masivo de material clonal con la consiguiente pérdida de diversidad vegetal. Por suerte, muchos viticultores y elaboradores comprometidos con sus viñedos están trabajando para preservar la complejidad genética de sus parcelas más viejas. El trabajo realizado por Bodegas Roda en Rioja es especialmente notable, ya que ha permitido identificar 550 diferentes biotipos de tempranillo en su hábitat natural y muchos elaboradores hacen lo propio con el tinto fino de la Ribera al que reconocen por sus granos más pequeños.
Lejos de convertirse en víctima de su propio éxito, hoy pueden encontrarse plantaciones de tempranillo en Estados Unidos y Australia. Se cultiva desde mucho antes, sin embargo, en Argentina y especialmente en Portugal: en las regiones de Douro (con el nombre de tinta roriz), Dao y también en el sur, en el Alentejo, donde recibe el nombre de aragonez. Recuerdo que en mis primeras visitas a Vega Sicilia, en la época en la que Mariano García era aún el enólogo, él a menudo utilizaba también el término aragonés para referirse a la tempranillo.
