Uno de los primeros proyectos de Ribera del Duero en apostar por el cultivo de la viña en el páramo, la bodega y el viñedo están ubicados en Piñel de Arriba (Valladolid), en la vertiente norte del Duero, a más de 900 metros de altitud. La firma se crea en los años ochenta y pasa a manos de la familia Beteré en 2003.
A día de hoy hay unas 80 hectáreas de viña dentro del centenar con que cuenta la propiedad. La mayor parte está en el páramo con excepción de nueve hectáreas situadas más cerca del núcleo urbano de Piñel de Arriba. Todo el viñedo está en conversión a ecológico.
El hecho de que el paraje esté atravesado por un valle (etimológicamente Valtravieso vendría a ser “el valle que atraviesa”), permite tener una ladera con suelos ligeramente más arcillosos dentro del perfil calcáreo del páramo donde obtienen vinos más frutosos y redondos. En el resto, la mayor o menor profundidad del suelo determina de manera importante el cultivo. Así, en la parte izquierda del valle, con la roca madre más cerca de la superficie, los rendimientos pueden descender hasta los 2.500 kg/ha.
La base del viñedo de Valtravieso es la tempranillo o tinto fino, pero también se cultiva merlot y cabernet sauvignon. En general, la primera tiene un comportamiento más regular en la finca, pero la cabernet alcanza la excelencia en años buenos. Además de estas variedades, las nuevas plantaciones incorporan malbec, garnacha y variedades blancas experimentales más allá de la albillo mayor. También se está plantando alguna parcela con mezcla de variedades a modo de field blend.
Desde la incorporación de Ricardo Velasco como enólogo en 2014 se han intensificado las elaboraciones por parcelas, lo que ha permitido encontrar matices diferentes en la finca. Este mejor conocimiento ha llevado a realizar ensamblajes después de maloláctica para conseguir pHs más bajos en los vinos. La fermentación y la mayor parte de las malolácticas se realizan en acero inoxidable. Los racimos se despalillan salvo contadas excepciones y se trabaja con fermentaciones espontáneas, salvo en el tinto de entrada de gama Finca Santa María.
La bodega elabora unas 700.000 botellas para lo que se tiene que nutrir de aproximadamente 50 hectáreas de proveedores. Estas uvas se destinan fundamentalmente al entrada de gama Finca Santa María, con seis meses de crianza (9,50 € en España). Para el Crianza (unos 16 €, unas 200.000 botellas), que se ha apellidado “Vino de Páramo” desde la cosecha 2018 se compra sobre todo en los páramos de Valbuena y Pesquera.
A partir del Reserva Finca La Atalaya (27 €, 15.000 botellas), de corte algo más clásico y con selección de los terrenos más calizos del páramo, se trabaja solo con uva propia. Todos estos vinos combinan tinto fino, merlot y cabernet, al igual que el nuevo Valtravieso Vino de Finca (unas 14.000 botellas, 29 € en España) que procede de suelos de arcilla y caliza y sustituye al antiguo VT Vendimia Seleccionada.
La gama alta se completa con el monovarietal VT Tinto Fino (6.000 botellas, 29 €) que pone el acento en las zonas calizas de dos parcelas del páramo y con Gran Valtravieso que solo se elabora en añadas muy puntuales -1996, 2016 y la 2018 que está en el mercado y que se ha reinventado con una elaboración que combina madera y huevo de hormigón.
Como VT Castilla y León se elabora Rupture a partir únicamente de cabernet y merlot. La bodega acaba de lanzar también una línea de vinos experimentales bajo la marca El Manifiesto que se ha estrenado con un albillo mayor trabajado a la manera de los blancos de Oporto, pisando la uva y fermentando con racimos enteros en depósito abierto. Son menos de 500 botellas y la idea es que cada año salga una experiencia diferente al mercado.
De forma paralela se ha puesto en marcha el proyecto Viñedos Olvidados que apuesta por elaboraciones menores en regiones alejadas del circuito comercial pero que cuentan con un importante patrimonio de viñedos tradicionales.