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1.Ricard Rofes impartiendo la cata. 2. La cartuja de Escaladei. Fotos: A.C. y Raventós Codorníu.

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Los 50 años de Scala Dei o la madurez de Priorat

Amaya Cervera | Martes 15 de Octubre del 2024

Tras tres años de una sequía extrema que ha dado lugar a limitaciones y cortes de agua y ha puesto en jaque la supervivencia de algunos viñedos de Priorat, la celebración del cincuentenario de Scala Dei transcurrió en un día gris y lluvioso. Imposible quejarse cuando las plantas se mueren de sed.

El relato que con toda probabilidad marque la década de 2020 será el de la sequía y la caída drástica en la producción en una región que, de forma natural, se caracteriza por sus bajos rendimientos. Apenas unos días antes de la celebración, Ricard Rofes, director, enólogo y el hombre que ha dado la vuelta a los vinos de la casa reconciliándolos con su pasado, nos contaba cómo al preparar el suelo para plantar en Masdeu, su paraje más famoso y elevado, descubrieron que más allá de 80 centímetros de profundidad no quedaba ningún resquicio de humedad; solo polvo. Las parcelas más castigadas en Priorat en los dos últimos años han sido las de viña vieja; el agua no alcanza la profundidad a la que se encuentran sus raíces. “Estamos aprendiendo a trabajar en circunstancias extremas que los viticultores más mayores del lugar no recuerdan”, apuntaba Rofes.

Pero 50 años de vinos embotellados y siglos de viticultura dan para muchas historias. Una vez conectadas todas, Scala Dei se convierte en el hilo conductor de un Priorat anterior a la revolución de los Clos a finales de la década de los 80 cuando René Barbier, José Luis Pérez, Álvaro Palacios, Daphne Glorian, Carlos Pastrana y otros sentaron las bases de un nuevo estilo que puso Priorat en el mapa internacional de los vinos finos.

El legado de los monjes cartujos

Existe constancia documental de que algunas de las viñas que cultiva actualmente Cellers Scala Dei se corresponden con lugares y parcelas trabajadas por los monjes de la Cartuja de Escaladei en el siglo XVII. Los cartujos ejercieron un gran control sobre esta región a la que dieron nombre (Priorat se refiere a los dominios del prior) prácticamente desde su llegada en el siglo XII hasta la desamortización de Mendizábal en la década de 1830, que acabó con el expolio y saqueó de sus bienes. 


En la segunda mitad del XIX, cinco familias de Barcelona ajenas al mundo del vino adquirieron parte de las propiedades de los monjes y se agruparon para crear Unión de Escala Dei. Uno de los hitos de esa época es el vino de la cosecha 1878 que fue galardonado con una medalla de plata en la Exposición Universal de París de 1889. La filoxera truncó las aspiraciones de la bodega. Algunas familias continuaron trabajando en solitario hasta la refundación del negocio en la década de 1970, esta vez bajo el nombre de Cellers de Scala Dei. La nueva etapa arranca con Cartoixa 1974, el primer embotellado oficial con el sello de la DO Priorat.
Fue también el vino con el que arrancó la cata vertical organizada para celebrar el cincuentenario de la bodega. Planteada como un recorrido por sus cinco décadas de vida y conducida por Ricard Rofes, a lo largo de la degustación se pudieron escuchar los testimonios de algunos de los enólogos que le precedieron, del actual presidente, Joan Gassiot, que habló en representación de las familias fundadoras, y de Sergi Fuster, consejero delegado de Raventós Codorníu. Esta compañía gestiona la elaboración y comercialización de los vinos tras adquirir un 25% de la propiedad en el año 2000.

La cata se limitó a los Scala Dei Cartoixa, marca que se ha elaborado ininterrumpidamente desde la época fundacional y que nació como un vino de garnacha con una aportación de cariñena en torno al 20%. Hoy, la bodega tiene una gama superior de tintos apoyada fundamentalmente en la garnacha (Masdeu y Sant Antoni) y que también incluye el monovarietal de cariñena Heretge. El Cartoixa actual se vende a unos 35 € en España. Las producciones en las últimas añadas no han superado las 10.000 botellas.  


Los años 70: el origen

Cartoixa 1974 y 1975 son las añadas más antiguas de la era moderna de Scala Dei. Había probado las dos con antelación, pero nunca juntas. Ricard Rofes alertó de que había más irregularidad en la 74 y que las sensaciones podían ser diferentes en función del estado de la botella.

Con leves balsámicos y un recuerdo de pimentón, nuestro 1974 fue desarrollando toques de cuero y luego alguna nota pulverulenta y de humedad. La acidez era muy superior a los estándares actuales de Priorat. El nivel subió considerablemente en 1975, uno de los mejores vinos de la cata -Rofes señaló que la calidad de la cosecha fue superior. El vino se mostró muy vivaz, con el carácter especiado y las notas herbales muy bien definidas, y especialmente fino en boca, con una textura sedosa y pulida y un toque terroso en final de boca que lo acercaba al terruño.
Ambas añadas reflejan la relación de variedades cultivadas en la época en la zona de Escaladei, con dominio claro de la garnacha (80%) frente a la cariñena (20%). De la cosecha 1974 se elaboraron 115.000 botellas; de la 1975, 88.000. Luego la producción fue descendiendo debido a las dificultades en la comercialización, pero parece evidente que el lanzamiento se realiza con confianza en la calidad del vino y orgullo por la singularidad del paisaje y de sus variedades.


A cargo de la elaboración en esos primeros años (del 74 al 89) estaba Jaume Mussons. El enólogo, ya fallecido, regentaba con su padre un almacén de vino en Barcelona y habían registrado la marca Scala Dei Cartoixa. Su hijo, otro Jaume, también enólogo, habló de la pasión de su padre por Priorat y de cómo se instaló en la zona, participó en la creación de Cellers Scala Dei junto las familias García-Faria, Peyra y Gassiot y cedió la marca a la sociedad. Por lo visto, su gran caballo de batalla en aquellos primeros años era el control de la temperatura de fermentación. Entonces no se despalillaba por norma y las elaboraciones se realizaban en hormigón, aunque Mussons fue introduciendo paulatinamente los depósitos de acero inoxidable. La idea de numerar las botellas fue suya, quizás influido por su formación bordelesa. 

Los 80: sin trampa ni cartón

Para Rofes es una década en la que se tiende a elaborar vinos con menos estructura. No fueron las botellas más excitantes de la cata (es la década de la que se han conservado menos vinos), pero se agradeció el ejercicio de transparencia para mostrar la realidad de ese periodo. 

Probamos un 1987 con indicación de Gran Reserva en el cuello de la botella en el que las notas lácticas ahogaban un poco los balsámicos, con sensaciones de fruta compotada (ciruela) y pasificada y algo más de extracción que en la década de los 70. Robert Parker reseñó el vino en la edición de The Wine Advocate en junio de 1995. Con 90 puntos, fue el vino que más le gusto de la bodega ese año. Alaba el estilo especiado, poderoso y concentrado apoyado en la garnacha y lo califica como “la respuesta española a un Châteauneuf du Pape”. El vino ya se vendía en Estados Unidos a través de Europvin y Parker daba una horquilla de consumo entre 1995 y 2005. 

La segunda botella, un 1989, no era un Cartoixa propiamente dicho, sino un Scala Dei Crianza pensado para un consumo más inmediato y que, efectivamente, se mostró bastante evolucionado.

Los 90, con un toque de cabernet

Es la década del ascenso internacional de Priorat con un estilo de tintos modernos en los que las variedades internacionales (cabernet, algo de merlot y, en una fase posterior, syrah) complementaban a las uvas locales. No está de más recordar que la primera añada de L’Ermita de Álvaro Palacios fue 1993.

De los noventa probamos un Cartoixa 1991 y un 1993, ambos con el indicativo de Gran Reserva en el collarín de la botella. Hay que recordar que las categorías tradicionales de envejecimiento eran más habituales en bodegas clásicas anteriores a la eclosión de los Clos. La nueva hornada de tintos top que se consolida en los 90 enarbola la bandera del terruño y prescinde intencionadamente de esta clasificación.

El 1991, aunque dominado por notas lácticas y de la madera en nariz, mostraba un tanino y una estructura diferentes en un momento en el que aún no se había introducido la cabernet -las primeras plantaciones se realizan entre 1996 y 1998. Con la evolución en botella, se echa en falta un poco más de centro de boca para que ese tanino se sienta más arropado. El 1993, por desgracia, estaba oxidado, casi al estilo de un vino rancio.

El enólogo Josep Arnal estuvo a cargo de los vinos de 1990 a 1995 y Marta Conde de 1996 a 1999.


El cambio de ritmo de los 2000

El primer vino de esta década fue un 2005 que se presentó como un fiel representante de ese Priorat de potencia, con mucha intensidad de fruta, sensaciones terrosas y minerales, y un punto de maduración alto que se traducía en notas licorosas. El vino estaba muy entero, firme, con acidez suficiente, madera bien integrada y buen equilibrio. Demostró que una buena ejecución de ese estilo moderno y algo extractivo que marcó toda una época también tenía su capacidad de envejecimiento.

Mari Carmen de Francisco, la enóloga que se hizo cargo de los vinos con la entrada de Raventós Codorníu en el accionariado en el año 2000, dijo haber aprendido que la potencia acaba enmascarando la elegancia y reconoció no haber ponderado el valor diferencial de los viñedos de altura con gran cantidad de garnacha tinta. A Ricard Rofes, que tomó el relevo en la cosecha 2007, le tocaría convertirse en el paladín de esta variedad, pese a las malas sensaciones que había tenido con ella en Montsant y en las zonas más bajas y meridionales de Priorat donde había trabajado previamente. 

Su primera añada 2007, aún con presencia de variedades internacionales, muestra menor extracción y potencia, y empieza a dar alas a los matices balsámicos y florales. La textura, por otro lado, marca un punto de inflexión respecto a los vinos anteriores. Es un vino más expresivo, muy bien resuelto y con mayor dimensión aromática.

A finales de los 2000, la región inicia un giro hacia vinos más sutiles, a menudo ligados a terruños específicos. El ejemplo más representativo es el replanteamiento de gama de Terroir al Limit en la cosecha 2006 con un vino de pueblo, dos vinos de coster que se presentan como premier crus y dos vinos de finca a modo de grand crus.

En Cellers Scala Dei, 2007 marca el inicio de la recuperación del modelo de los años 70 ante la constatación de que los vinos de esa década habían envejecido mejor que los de los 80. El descubrimiento de que en las garnachas de altitud de Escaladei, donde la pizarra deja paso a la arcilla, el raspón madura de manera acorde a la uva marca otro punto de inflexión. La fermentación con parte de racimos enteros permite un aporte tánico que compensa el abandono de las variedades internacionales. 

Aunque se empieza a mirar en otra dirección, es significativo cómo la bodega cede a la corriente mayoritaria en la zona y cambia la presentación de Cartoixa dejando atrás las etiquetas históricas y pasando de botella borgoña a burdeos. Esta fase se inicia con la llegada de Codorniú en el cosecha 2000 hasta la 2010.

El gusto actual

2011 es la primera añada de Cartoixa en la que se vuelve al ensamblaje tradicional de 80% garnacha, 20% cariñena y se recupera la botella borgoña. El nuevo estilo, por otro lado, demanda un uso mucho más moderado de la madera. La mirada al pasado resulta esencial para construir el nuevo perfil de Scala Dei que, como recordó Rofes, encaja con la tendencia actual de vinos más refinados y fluidos.


Todos esos elementos confluyen en un 2016 expresivo y evocador del paisaje mediterráneo con una parte del vino criado únicamente en hormigón. Con abundantes notas de hierbas aromáticas, es un vino fluido pero profundo y con muy buena persistencia. Para Ricard Rofes, “una añada de las de antes de la sequía, seca y cálida, pero no tórrida”. Yo vi una conexión con el 75, por la estructura poco recargada y sobre todo por la carga de hierbas mediterráneas.

Para conocer con más detalle el proceso de redescubrimiento de la garnacha en Scala Dei y cómo se gestó su gama alta de monovarietales, podéis consultar este artículo publicado en SWL en 2015.

La cata se cerró con un 2020 muy juvenil, en clave más frutal, con notas de fruta azul y florales, pero sin perder el fondo herbal y con un paladar algo más etéreo que 2016. 2020 fue una añada con abundantes lluvias en primavera, pero el verano, muy seco, terminó con una de las vendimias más tempranas en la historia de la región. Quien viera ya la mano del cambio climático, seguro que no imaginaba la pesadilla de tres años consecutivos de sequía que estaba a la vuelta de la esquina. Esperemos que las lluvias de las últimas semanas auguren un cambio de ciclo en la región. 

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