Como muchos otros mayetos o viticultores del Marco, José Manuel Harana “Manu” no se gana la vida en el campo sino que lo hace trabajando para otros, en su caso para la bodega Williams & Humbert en Jerez. Su empleo le gusta, pero lo que realmente le apasiona es cuidar de las 16 aranzadas (unas 7 Ha) de palomino que tiene en La Atalaya, un pago a las afueras de Sanlúcar.
El bajo precio que se paga por las uvas en la zona hace que la viticultura sea una profesión muy poco rentable. Su padre, que vende su producción a la cooperativa y se las arregla como puede para vivir del campo, le ha ido enseñando los trabajos tradicionales de la viña, como el aserpiado, el esbragado (hacer un hueco alrededor del pie de la cepa con la azada) o el agostado de las viñas que tiene en vara y pulgar, un método de poda que está en declive en el Marco de Jerez pero que Manu, quinta generación de mayetos, mantiene en su viñedo La Atalaya.
A pesar de las dificultades, Manu ve una luz al final del túnel. Gracias al impulso y la ayuda desinteresada de Ramiro Ibáñez, Manu y sus compañeros viticultores Rafael Rodríguez y Antonio Bernal han creado Mayetería Sanluqueña, un novedoso proyecto en el que los tres mayetos embotellan sus propios vinos a partir de sus mejores y más longevos viñedos.
“Sanlúcar siempre ha sido cuna de pequeños viticultores y contaba con los capataces más grandes del Marco”, comenta Ramiro. “En 1980 había 117 bodegas, pero hoy no quedan ni 17. En aquella época, casi todos eran pequeños almacenistas que 'encerraban’ el vino en sus bodegas, como se solía decir, pero con la crisis la mayoría optaron por vender. Sanlúcar perdió una oportunidad de oro entonces”.
Quizás es imposible recuperar el tiempo perdido, pero Ramiro cree que merece la pena apadrinar un proyecto como Mayetería Sanluqueña porque se debe proteger el patrimonio de viñas viejas que queda en Sanlúcar y empoderar a los viticultores para que sigan aportando su conocimiento y puedan llegar algún día a controlar todo el ciclo desde la vid a la botella.
Ramiro hizo el filtro inicial para seleccionar a los viticultores de Mayetería Sanluqueña con estas condiciones: que fueran jóvenes (“si no, esto no tendría futuro”), que pudieran mantener la viña, que vieran el proyecto a corto-medio plazo y que tuvieran inquietud y ganas de hacer vino.
De momento, Mayetería Sanluqueña son Antonio, Manu y Rafael pero el grupo se ampliará a dos personas más el año que viene —una de ellas es una mujer con viñas en El Hornillo.
La idea no es que cambien de golpe su forma de trabajar las viñas sino que aquellas que dediquen a los vinos de Mayetería Sanluqueña cumplan una serie de requisitos que incluyen el mantenimiento de los viñedos viejos, vendimia manual, la minimización de tratamientos, una producción que no supere los 7.000 kg/ha o fermentación espontánea en bota con levaduras autóctonas. El objetivo es mantener un perfil artesanal y que el trabajo de los mayetos en el campo se refleje en sus propias botellas.
Manu, Rafa y Antonio se estrenaron en el mercado con la añada 2016 con cuatro vinos blancos de palomino sin velo de flor y sin encabezar a los que llamaron Corta y Raspa (en honor a un corte especial de la poda de vara y pulgar).
La buena acogida de sus vinos --presentes ya en algunos de los grandes restaurantes del país- les emocionó, pero como explica Ramiro, además del reconocimiento, es fundamental que este proyecto sea rentable para ellos. “En Sanlúcar, al precio medio de la uva en el sector, si no produces al máximo de 11.400kg, pierdes dinero. Por eso, la labor más difícil fue convencerles de que no van a perder dinero; de que se trata de una apuesta a largo plazo que incluso les puede servir de ayuda económica”.
Las etiquetas, diseñadas también de forma altruista por El Gatonauta, llevan el nombre del mayeto que produce el vino, el nombre del pago y la viña y la cantidad de botellas que elaboran, que oscilan entre 600 y 1500 unidades y se venden a 9 € cada una. En la contra también se explica qué tipo de suelo hay en la viña y se destaca con orgullo la generación de mayetos a la que pertenecen en su familia.
Rafael Rodríguez “Rafa”, el más joven de los tres (31 años), pertenece a la tercera generación. Su familia tiene una finca con una casa de viña en el norte de Añina, un pago cercano a Jerez pero que tradicionalmente lo han trabajado muchos viticultores y bodegas de Sanlúcar. Aunque la finca está mecanizada, en 2016 Rafa reservó una pequeña parte de cepas viejas de las viñas Las 40 y Morla para su proyecto con la Mayetería Sanluqueña. Para la añada 2017, Morla ha sido sustituida por otra parcela llamada Casabón, que está junto a la casa familiar en el mismo pago. En ambos casos, la producción es de 600 botellas.
Si las cosas van bien, a Rafa le gustaría dejar su profesión de aparejador y dedicarse a tiempo completo al campo, que es lo que verdaderamente le gusta. De momento, ya está en trámites para habilitar una pequeña bodega en la parte alta de Sanlúcar en la que elaborará sus propios vinos.
Antonio Bernal, el mayor de los tres, pertenece a una familia que lleva cuatro generaciones en el pago de Maína, al oeste de Sanlúcar, donde su padre fue durante muchos años capataz de gran parte de las viñas de este pago de interior que da vinos con sapidez y potencia. Su viñedo, de 30 años, está plantado en albariza de barajuelas. La Charanga es el vino de Antonio Bernal, del que produce 1.500 botellas.
El vino de Manu es Atalaya (600 botellas), proveniente de la viña sanluqueña de ese nombre. Para la añada 2018, Manu está elaborando otro Corta y Raspa con parte de las uvas de la viña Charruado, cinco aranzadas en albariza de tosca cerrada dentro del pago El Cuadradillo, que su padre vende a la cooperativa.
La idea de Ramiro es que Mayetería Sanluqueña, que ya está en conversaciones con un importador para vender los vinos en EEUU, se vaya autoregulando poco a poco. “Yo le doy el impulso y luego ellos lo deben gestionar siendo coherentes y exigentes,” explica. “Esta etapa es como la EGB; la idea es que luego ellos vuelen y otros den el paso”.
De hecho, el modelo de Mayetería Sanluqueña podría funcionar en otros pueblos del Marco en los que hay viña vieja, como Trebujena. “Es lo más parecido a Sanlúcar en cuanto a mentalidad y conocimiento de la viña y además tienen más de una variedad”, explica el enólogo sanluqueño, que asegura que no se implicará en impulsar otra Mayetería de Trebujena, pero que espera que otros lo hagan. “¡Yo ya no doy más de sí!”