Lo que perdió el mundo de la música lo ganó el del vino. Hace poco más de tres décadas, mientras Eric Solomon hacía sus pinitos como percusionista, comenzó a trabajar en un bar de vinos en Londres " para sacarse un dinerillo".
"El dueño me apadrinó para que entrara en el Institute of Masters of Wine, que todavía era algo bastante nuevo," recuerda. "Yo era el primer y único estadounidense, por cierto, bastante impopular, entre un grupo de niñatos británicos. La cosa es que dejé la batería y me decanté por el vino".
Salomon se ha convertido en una "estrella del rock" para los productores de vino españoles y los consumidores estadounidenses. Sin duda, puso el Priorat en el mapa vinícola, y el catálogo de su importadora, European Cellars, siempre ha incluido lugares poco conocidos de España en Estados Unidos. Uno de los últimos: la Sierra de Gredos.
El hombre al que Jancis Robinson, compañera de estudios de MW, llamaba "yanqui larguirucho" cayó literalmente rendido ante España, y sigue empeñado en descubrir variedades y lugares aún inexplorados.
¿Qué te llevó a decidirte por España para importar vinos?
Es una historia que me toca muy de cerca, literalmente. Yo era un francófilo a ultranza y mantenía un sólido vínculo con Francia. No fue tanto que yo descubriera España en un momento de epifanía profética, sino que España me descubrió a mí.
Daphne Glorian [que luego se casó con él] formaba parte de un grupo de locos maravillosos que se instalaron en el Priorat. Ella era la propietaria y enóloga de Clos Erasmus. Se puso en contacto conmigo y me envió unas muestras, sin que yo se las pidiera, a mi diminuta oficina de Manhattan.
Yo iba catando rápidamente y, cuando llegué al vino siguiente al suyo, me paré y me quedé pensando: "¿Qué es esto? Eché un rápido vistazo a la etiqueta y vi "Clos" y pensé en Francia, luego vi "producto de España" y pensé "¿eh?". Cuando vi que era del Priorat me sorprendí aún más. Le envié un télex -para que veas cuánto tiempo hace de esto [risas]- y le dije "esto es magnífico; ¿puedo comprar 100 cajas?". Y ella me respondió: "Esa es toda mi producción".
Cuando ya tuve mi primer vino español pensé: "estos vinos del Priorat son increíbles, ¿qué más me he estado perdiendo que debería conocer de España?". El país tenía un profundo complejo de inferioridad en todo - comida, vino, cultura - y yo me sentía como un niño en una tienda de golosinas; no había una identidad definida y si la había, era casi tercermundista, con una gastronomía y unos vinos muy baratos. Me sentí obligado a rebuscar a conciencia en zonas marginales.
En términos de estrategia comercial y competitiva, fue una suerte, porque en aquel momento sólo había dos importadores interesados en España: Jorge Ordóñez y Steve Metzler, de Classical Wines. Había infinidad de hectáreas de viñas viejas y muchos productores deseosos de salir del anonimato.
Desde entonces, ¿qué ha cambiado en Priorat?
Cuando hablamos de la historia del vino en Priorat, tenemos tres elementos: los monjes, la enfermedad y los inconformistas. Los monjes fueron los cartujos, quienes, con gran visión de futuro, encontraron la pequeña aldea de Escaladei [en el siglo XII] y plantaron viñas en una ladera. El primer periodo de enfermedad [a finales del siglo XIX] fue la filoxera, cuando las 10.000 hectáreas de viñedos quedaron reducidas a 600 ó 700.
Los inconformistas fueron los flautistas de Hamelin del Priorat moderno. Personas como René Barbier quien convenció a Álvaro Palacios, a mi mujer y a un par de personas más para que se unieran a su viaje por esa tierra olvidada de grandes garnachas y cariñenas.
Y entonces apareció Robert Parker.
Hubo un segundo periodo de enfermedad después de los inconformistas. Como le gusta decir a Daphne, pasamos de Woodstock a La Scala porque [el crítico Robert] Parker dio 100 puntos a un par de vinos, el suyo incluido, y de golpe la cosa explotó. En el 89 en Priorat había unas cinco bodegas, dos de ellas cooperativas. A finales de los 80, el 95% del vino se vendía a granel para compensar las cosechas más flojas de los demás. A mediados de los 90, no se vendía vino a granel y en el año 2000 había 102 bodegas.
Algunas personas llegaron con enormes ilusiones y expectativas, pensando que ganarían mucho dinero, y por eso hubo un periodo en el que se hicieron vinos exagerados, demasiado alcohólicos, con demasiada extracción, semejantes a una bomba. Tener mucho alcohol no es un pecado; tener un vino desequilibrado, sí. Sus propias barricas se les quedaron pequeñas para vinos tan excesivos.
Durante un tiempo, los sumilleres no querían saber nada del Priorat porque encasillaban los vinos y decían: " No quiero ni probarlos. No maridan con la comida, solo hay roble". Los precios subieron mucho y muy rápido.
Sin embargo, en los últimos diez años ha llegado una nueva generación que está elaborando vinos alejados de modas pasajeras. Están aprendiendo a apreciar la cariñena, que aquí, más que en ningún otro lugar del mundo, es capaz de hablar de tú a tú a los mejores vinos de garnacha.
Si hacemos una comparativa con la cafeína, vemos que también hay dos escuelas. Está el café, que se basa en la extracción, y el té, que se hace por infusión. Todavía hay gente que elabora vinos que recuerdan a un café expreso triple de grano tostado, pero existe una gran escuela de elaboradores que utiliza el racimo entero, que cosecha un poco antes, y que hace vinos que no son austeros, ni endebles sino equilibrados y muy perfumados. Es un poco de donde surge este tópico de que "la garnacha puede ser la pinot noir del sur".
Eso habrá sido de ayuda con los sumilleres. ¿Recurren a los vinos españoles cuando buscan algo especial y diferente?
Hoy en día, los sumilleres que tienen poder adquisitivo y son influyentes tienden a ser bastante jóvenes. Y no sólo no buscan grandes marcas históricas como Vega Sicilia, sino que van en la dirección contraria. Quieren saber qué joven viticultor tiene las viñas más viejas de la Ribera del Duero, y quién hace ensamblajes no sólo con la omnipresente Tempranillo, sino también con uvas blancas y otras variedades autóctonas.
Los sumilleres son la razón de que yo disfrute ahora de una segunda, por no decir tercera, oportunidad de desarrollar Indigo, una especie de semillero dentro de mi empresa para descubrir regiones antiguas o casi desaparecidas. Eso es lo que les interesa. Hace poco estuve en Gramercy Tavern [de Nueva York] y el interés del responsable de vinos está en todo lo novedoso y emergente; cosas como como una vertical de trousseau [merenzao o bastardo] de Galicia.
Me siento optimista; no sobre la situación económica, sino sobre el nivel de interés y receptividad general para probar cosas nuevas. Probablemente sea mayor de lo que ha sido nunca en Estados Unidos desde que tengo memoria.
Los sumilleres también necesitan una buena historia detrás de los vinos para poder venderlos.
Las historias son importantes y con ellas buscan autenticidad. Yo me veo como una especie de salvador de variedades autóctonas casi desaparecidas y a los sumilleres les encanta oír hablar de uvas prácticamente en extinción que sólo se encuentran en este lugar, en esta ladera, en esta parte de una denominación. Un puñado de viticultores las están reproduciendo mediante selección masal, injertando el portainjerto de la cepa de 120 años con otra nueva para preservar el ADN propio de ese lugar y esa variedad.
¿Cómo ves el futuro de los vinos españoles en Estados Unidos?
Durante años hemos tenido un gran crecimiento de dos dígitos en Estados Unidos, pero ahora se está moderando. Lo que estamos viendo son importadores que se están adaptando y tienen una vinculación real con lo que funciona. En Los Nuevos Viñadores, de Luis Gutiérrez, se habla de una nueva generación y de cómo los jóvenes productores que antes se sentían un poco inseguros con su zona y sus uvas desconocidas, ahora las defienden. Poco a poco y sin ruido, se han convertido en productores de culto.
Puedo ponerte un ejemplo. Trabajamos desde el principio con Comando G. Están en una zona muy alta, a unos 45 minutos de Madrid, en la Sierra de Gredos. Cuando empezamos con ellos, nadie había oído hablar de esta región.
Al principio fue un proceso muy divertido y apasionante, pero lento, sin embargo ahora mismo hay 20 países en la lista de espera y sus vinos se venden a la avanzada, con dos años de antelación. Esto ocurre en una región apartada, donde hay Garnachas en suelo de granito puro que producen unos vinos de poco color, etéreos y muy perfumados. Son para gente a la que le gustan los grandes tintos del Loira o los Borgoñas, y los sumilleres se pelean por ellos.
Indigo, esta especie de vivero de nuevos talentos, es la división de la empresa que más rápido crece [comparte nombre con Indigo UK, la empresa fundada por su amigo Ben Henshaw en el Reino Unido]. Me he metido en un lío muy bonito.
En los últimos años el vino natural está haciendo bastante ruido. ¿Trabajas con bodegas que elaboraban este estilo de vino incluso antes de que surgiera el término?
Sí. Te daré un par de ejemplos en España. En el Priorat, Ester Nin (Nin-Ortiz) elabora en ánforas y huevos de hormigón. Cumplirían los requisitos de vinos naturales buenos, de calidad, y sin defectos. Y en Valencia, Celler del Roure hace blancos y tintos de variedades autóctonas en ánforas enterradas de 150 años de antigüedad halladas durante una excavación arqueológica.
Trabajo con bodegas que encajan en lo que podría ser un vino natural, pero no hago publicidad de ello. Es un tema que no me gusta mucho porque hay tanto vino malo que se vende bajo el paraguas de vino natural que prefiero no utilizar ese término.
¿Hay alguna región o uva que todavía te sorprende?
Una región que sigue sorprendiéndome por la antiguedad de sus variedades y porque al parecer no existen en ningún otro lugar del mundo, es Galicia, esa pequeña Shangri-La de variedades autóctonas supervivientes.
Galicia es mundialmente conocida por el albariño, pero más allá de Rías Baixas se producen vinos blancos y tintos extraordinarios de los que nunca he oído hablar. Los vinos tienen tal pureza y expresión frutal natural que sería un pecado utilizar roble nuevo. Es como una persona con suerte que nace con unos rasgos perfectos, ¿por qué ponerle maquillaje? ¿por qué intentar embellecerla? Es mejor no interponerse y dejar que brille con luz propia.
Sí, Matt Kramer utiliza la expresión “somewhereness” para describir la mezcla de terruño, clima, viña y viticultor que permite que un vino destaque.
Es un término muy acertado y, de hecho, yo acuñé sin saberlo una frase que luego registré porque no quería decir "sense of place". Richard Nalley de Forbes y yo hablamos de la importancia del "lugar sobre el proceso". Y eso es lo que intentamos defender. Está en muchas de nuestras contraetiquetas. Es como cuando tienes las mismas uvas pero te desplazas un kilómetro, o subes una ladera norte en lugar de una ladera sur o cuando el suelo cambia de pizarra a tiza; en estos casos, el vino debe tener un sabor diferente. Si no, ¿qué sentido tiene?
Se habla mucho de que los menores de 40 años son inmunes a la fidelidad a las marcas y al marketing tradicional...
"Alérgicos" sería quizás una palabra más apropiada.
¿Pueden los vinos españoles ayudar a cambiar esta dinámica?
No solo pueden, sino que ya lo están haciendo. Creo que no sólo son los [consumidores] más jóvenes, sino también el aficionado clásico de mi edad, de unos 50 años o menos, los que buscan algo diferente. Quieren experimentar la sensación de recorrer carreteras secundarias, en lugares rústicos y pintorescos, donde existe una gastronomía local con alma y vinos que la acompañan.
Como pura curiosidad intelectual, hay tres lugares en el planeta que son el epicentro de muchas variedades autóctonas únicas: Grecia, Italia y España. Por eso creo firmemente que lo mejor de España está aún por llegar.