Cinco años después de la compra de Viña Meín y Emilio Rojo por parte de Alma Carraovejas, la nueva propiedad aspira a elaborar un ribeiro blanco que envejezca de 25 a 30 años y a conseguir la mejor versión tinta posible de la región. Puede sonar pretencioso, pero no lo es tanto cuando Pedro Ruiz Aragoneses, segunda generación al frente de Alma Carraovejas, y la enóloga Laura Montero despliegan en una mesa todos los vinos que han firmado desde su llegada a la DO.
No es solo una progresión cualitativa, sino una toma de conciencia del potencial real de la región, su naturaleza, historia (no se puede olvidar el esplendor internacional del Ribeiro en los siglos XV y XVI) y otros elementos diferenciadores. Todo ello alimentado de buenas dosis de ambición y de los medios necesarios para tirar adelante porque, según confiesa Ruiz Aragoneses, en este momento ninguno de los dos proyectos se sostiene por sí solo.
Ahora mismo producen 50.000 botellas de Viña Meín y 5.000 de Emilio Rojo, que se presenta siempre como la guinda del pastel de la incursión de Alma Carraovejas en Ribeiro. Rojo (en la imagen inferior), de hecho, sigue ligado al proyecto. Recomendamos la lectura de dos artículos publicados en SWL para profundizar más en la personalidad de este productor inclasificable y del vino que lleva su nombre.
Como telón de fondo, una denominación con todos los ingredientes para triunfar y recuperar su pasado glorioso, pero que no acaba de despegar y parece ir al rebufo de Valdeorras y Rías Baixas si se piensa en blancos, y de Ribeira Sacra en lo que respecta a los tintos.
Con cinco años de trabajo a sus espaldas, uno de los grandes hallazgos del nuevo equipo es la gran identidad de las viñas de Meín y la capacidad de envejecimiento de sus vinos. La propiedad ha recorrido un largo camino desde aquella primera cita de 1158 del abad Pelayo del Monasterio de San Clodio en la que deja constancia de que fue a Meín y plantó viña.
La historia moderna del lugar arranca con la compra por parte del abogado y empresario Javier Alén y un grupo de familiares y amigos en los años ochenta. El panorama no era muy alentador: apenas había tres hectáreas y media de viñedo semiabandonado y una casa en ruinas en la parroquia de San Clodio (Leiro), a poco más de un kilómetro del monasterio que impulsó el cultivo de la vid en la región. Animado por su amigo Arsenio Paz (Vilerma) y por sus recuerdos de infancia de vendimias y pisa de uva con sus abuelos en Leiro, Alén planta su primera viña en 1988, edifica bodega en 1993 y lanza oficialmente el primer Viña Meín al mercado en la cosecha 1994 con una producción de 7.000 botellas.
Con el tiempo fue ampliando el viñedo: adquirió ocho hectáreas más en los alrededores de la propiedad, tres más en Gomariz, otra en Osebe y una más en Barouta, todas ellas parroquias dependientes de Leiro, hasta reunir las 17 que pasaron a manos del grupo Alma Carraovejas. La actual propiedad ha incrementado el número a 24, sumando más terrenos alrededor de Meín y de la viña de Emilio Rojo y viñedo tinto en la parroquia de Pazos de Arenteiro.
La puesta al día de muchas de las viñas, que según Ruiz Aragoneses y Montero tenían hasta un 30 % de faltas, ha permitido modular la composición varietal y sacar partido a la identidad del ribeiro como vino de ensamblaje. No hay que olvidar que, pese al dominio de la treixadura, en la región se cultiva casi todo el abanico de castas gallegas, de la godello a la albariño y de la mencía a las caíños. Con esta valiosa herencia, choca que algunas gamas altas de la zona hayan apostado por la treixadura en solitario (la variedad dominante en la zona se queda, a menudo, justa de acidez), por la godello como uva blanca del momento, o por la loureiro, que destaca por su elevada acidez.
En Viña Meín Emilio Rojo se apuesta por el ensamblaje en todos los vinos. De hecho, las variedades elegidas para recuperar faltas han sido sobre todo la albariño y la caíño blanco, uvas que aportan tensión y frescura en una zona que tiene sus buenas dosis de calor estival.
En cuanto a los vinos, Viña Meín siempre fue conocida por su blanco central que llevaba el nombre de la bodega. Se elaboraba también un blanco fermentado en barrica de menor producción más limitada y un tinto casi secreto. En la última etapa bajo la propiedad de Javier Alén y con asesoramiento de Comando G, desapareció el blanco con madera, se crearon los parcelarios Eiras Altas y Tega do Sal y se intentó dar más visibilidad al tinto.
En blancos, la serie histórica de Alma Carraovejas arranca con un 2018 en el que la nueva propiedad solo intervino en el ensamblaje. Para diferenciarlo de un embotellado previo de esa misma añada, incluyeron un punto rojo en la etiqueta. Buscando volver al blanco central, integraron los dos parcelarios de la etapa anterior en la mezcla. Probado hoy, el vino conserva un carácter cítrico maduro y ofrece la textura amable de su evolución en botella. Pedro Ruiz Aragoneses, de hecho, considera este vino como un adelanto del futuro O Gran Meín.
Los cambios importantes se empiezan a producir en 2019, una vendimia “muy buena y relativamente fácil” en palabras de Laura Montero, cuando se plantean un modelo de primer y segundo vino al estilo bordelés con el objetivo de conseguir un ribeiro de guarda. Así, destinan al primer vino, que se bautiza como O Gran Meín, lotes con mayor capacidad de envejecimiento mientras que para los vinos de carácter más inmediato se crea la etiqueta O Pequeño Meín. La consistencia e intensidad aromática de la añada 2019 hace que las dos marcas estén hoy en plena forma, en especial O Gran Meín, que se muestra complejo, con finas notas herbales, especias (pimienta blanca) y excelente acidez para mantener la compostura durante otros cinco o más años.
2020 es un año importante porque se da el paso al cultivo ecológico, con un coste claro sobre la producción. En Emilio Rojo, por ejemplo, perdieron un tercio de la cosecha y se hicieron solo 1.700 botellas. El año de la pandemia se caracterizó por una primavera lluviosa que generó bastante mildiu, pero seguida de un verano seco. 2021 registró una incidencia aún mayor de mildiu y lluvias en vendimia que provocaron focos de botrytis. “Perdimos mucha uva, pero la poca que quedó fue seleccionada y de calidad”, explica Laura Montero.
Trabajar en ecológico en Galicia es muy complicado. Lo que mejor les funciona para el mildiu es alternar un tratamiento de cobre (están obligados a no superar los 4 kg/ha al año, pero pueden compensarlo a lo largo de un periodo de siete años) con otro de hierbas que utiliza la cola de caballo como base y luego salvia, milenrama, ortiga, etc.
Los 2020 de Viña Meín comparten un toque salino, con más complejidad y persistencia en el caso de O Gran Meín, que tiene la acidez bien integrada y se bebe muy bien. 2021 es excelente en ambos casos. Tiene el sello de una añada fresca, con la acidez aportando definición y longitud, especialmente el blanco alto de gama, que se siente vibrante y finamente delineado.
En la cosecha 2022 se percatan de que el vino pequeño iba a ganando consistencia y se acercaba al grande en número de botellas (hasta entonces se había producido más de O Gran Meín), por lo que deciden suprimir el diminutivo para denominarlo simplemente Meín Castes Brancas. Es una añada de perfil más cálido, pero sin problemas de hongos y con uva muy sana que dio vinos expresivos y jugosos. El O Gran Meín 2022, que saldrá al mercado en noviembre, destaca por su precisión y definición en boca.
La intención en 2023 es ofrecer la esencia más auténtica del hermano mayor para concentrarse únicamente en las 2,6 hectáreas originarias de la propiedad, cuyos bancales se articulan en forma de anfiteatro. La gran novedad es que este O Gran Lugar de Meín (hay una ligera modificación en el nombre) saldrá al mercado cinco años después de la fecha de cosecha; esto es, en 2028. De este 2023 se harán unas 4.000 botellas, pero esperan llegar a las 8.000 a medida que se vayan recuperando las faltas en la viña. La expectativa de envejecimiento de este blanco es de 20 a 30 años. Pedro Ruiz Aragoneses y Laura Montero apoyan el cálculo en las primera experiencias y añadas de Viña Meín que han tenido la oportunidad de probar.
Para entretener la espera entre la salida de O Gran Meín 2022 en unas semanas y los cuatro años que habrá que esperar para probar el 2023, la bodega ha preparado una selección de “lustros” de la marca; esto es, añadas ya comercializadas pero de las que se reservaron partidas para lanzarlas con más tiempo de envejecimiento en botella. La experiencia arranca con 2019, la primera añada de O Gran Meín, que estará disponible en primavera a un precio aproximado de 50-55 €.
Con Meín Castes Brancas, del que en 2023 se han elaborado unas 35.000 botellas, se vuelve en cierto modo al punto de partida para recuperar su posición como blanco central del proyecto, pero lo hace tras un proceso de exploración que ha aportado consistencia y seguridad en su capacidad de desarrollo del vino (detrás hay 80 vinificaciones diferenciando por parcelas y variedades). Para Montero este nuevo Meín podría desarrollarse bien en botella durante 10 años.
Por otro lado, el enriquecimiento del vino con partidas que antes se destinaban a O Gran Meín, ha hecho que disminuya el porcentaje de treixadura en la mezcla de alrededor de un 85% a un 55-6%. Esto implica una tensión extra, gracias a la presencia de castas con mayor acidez como loureiro o albariño, pero sin prescindir por ello de las godello, torrontés o lado que configurar la rica diversidad varietal blanca de la región. El efecto de tensión queda realzado por una añada fresca como 2023 que aporta un carácter cítrico y vibrante, y un final de boca largo y bien definido. El O Gran Lugar de Meín 2023 que tuvimos la oportunidad de probar resultó muy prometedor por la potencia, intensidad, acidez y longitud empezaba ya a mostrar.
El nuevo movimiento en la cosecha 2023 lleva aparejado un cambio de etiquetas y de precio: Meín, cuyo lanzamiento está previsto para la primavera de 2025, pasará de 15 € a 22 €, mientras que la previsión del nuevo top cuando salga a mercado en 2028 estará en consonancia con la ambición del proyecto. La nueva añada 2021 de Emilio Rojo, una marca que tiene ya estatus de vino de culto, pasará de 75-80 € a 120 €. Hay 2.300 botellas y la salida al mercado está prevista para noviembre.
Aunque con menos visibilidad y producción más reducida, Laura Montero se toma muy en serio el trabajo con los tintos y distingue claramente entre terruños de blancos y tintos. Entre los últimos cita lugares como Pazos de Arenteiro, Cabanelas, Barouta…, con buena exposición al sol donde la maduración se puede llevar a término.
La gama arrancó solo con O Gran Meín en la cosecha 2019; en 2020 se añadió O Pequeño Meín para seguir el mismo modelo de los blancos, y en la 2021, el “pequeño”, que sale en unas semanas al mercado, ha pasado a denominarse simplemente Meín. Este último vino muestra el gran mosaico de variedades, en este caso tintas, del Ribeiro. Está elaborado con caíño longo, garnacha tintorera, brancellao, sousón, ferrón y caíño tinto procedentes de pequeñas parcelas del entorno de Leiro y de Pazos de Arentiero, que se vinifican por separado y se crían luego en acero inoxidable.
El contraste entre añadas es más acusado si cabe en los tintos. 2021 es una cosecha atlántica, con su punto rústico y viva acidez. Pero la 2022 que le sucederá resulta más madura y sabrosa, con un paladar más lleno y accesible. Montero apunta que las añadas frías necesitan más desarrollo en botella. Le da a esta marca un potencial de envejecimiento de 10 años.
A O Gran Meín Tinto le augura un buen desarrollo en botella durante 15 años. Aquí el perfil es algo diferente porque se seleccionan solo dos ubicaciones y variedades: brancellao de Osebe y caíño longo de Ribeira, aunque en 2019, la primera añada, incluyeron también la garnacha tintorera de la parcela de Toro, la más antigua del lugar de Meín, que le da un carácter más estructurado. La cosecha 2020 en cambio es fragante especiada y muy viva, capaz de combinar el vibrante carácter atlántico con una textura bien agradable. Es un excelente ejemplo de la calidad que se puede alcanzar en los tintos gallegos. Como ocurría con Meín, la 2021 que llega en noviembre al mercado es más afilada y necesitará más tiempo de desarrollo; mientras que 2022, nuevamente, es una añada de sol. En 2022 introdujeron un foudre de 1.200 litros para criar este vino (se elaboran menos de 2.000 botellas) que completan con damajuanas de cristal.
Aunque los blancos lleven la voz cantante, Ribeiro también tiene un alma tinta. El potencial de la región es abrumador y en Viña Meín Emilio Rojo parecen dispuestos a escarbar hasta el fondo.