Cuando la explotación industrial de la pizarra transformó la forma de vida tradicional en Valdeorras en los años 60 del siglo XX, muchas familias dejaron de trabajar sus viñas, especialmente las de más pendiente y difícil acceso, para dedicarse a la extracción de una roca que hoy en día genera un tercio del producto interior bruto de la zona.
La de Teresa López Fidalgo fue una de esas familias. Su abuelo, que hacía graneles, era natural de Viladequinta, una localidad en el valle del río Casoio, afluente del Sil y cercano a la línea divisoria con Castilla y León. Su padre también hacía algo de vino con las viñas familiares pero acabó vendiendo la tierra para abrir una fábrica de pizarra en la que también trabajó Teresa después de licenciarse en derecho. “Mi abuelo siempre hablaba de O Cabalín y decía que tenía las mejores viñas de la zona para hacer vino tinto”, recuerda Teresa, que cambió las leyes por la viticultura y utilizó el nombre de este paraje para su proyecto de recuperación de viñedo viejo.
En 2015 Teresa compró su primera parcela en O Cabalín, cerca del pueblo de su abuelo, junto a su marido Luis Peique. Conocido como “El Maestro” en el Bierzo (es profesor de Historia de Educación Secundaria y en la UNED), Luis siempre estuvo vinculado a la viña en Valtuille de Abajo, donde su familia es propietaria de Bodegas Peique. Y como no hay dos sin tres, a O Cabalín también se unió el irlandés Hugh McCartan, profesor de inglés de Teresa (ambos en la foto superior) y amigo de la pareja, que ha invertido sus ahorros en más viña para el proyecto y echa una mano en lo que haga falta —ya sea plantar, desbrozar, pisar la uva o hacer de chófer con las visitas— siempre que su trabajo de día se lo permite.
A base de inversión, grandes dosis de romanticismo y mucho esfuerzo, el trío cuenta ya con algo más de tres hectáreas de viñedo repartido en más de 30 de parcelas con suelos de pizarra entre las localidades de Viladequinta, en la ladera orientada al sur y Carballeda, al otro lado del valle y con orientación norte.
Entre los tres comparten el trabajo en el campo y en bodega, aunque es Teresa la que está allí a diario y quien, con eterna paciencia e incluso hasta ternura, ha ido devolviendo la vida a las viñas, adquiridas la mayoría de ellas en estado de semi-abandono o completamente descuidadas. “Más de la mitad llevaban entre cuatro y ocho años sin trabajar y la mayoría tenían faltas, pero vimos su potencial y decidimos recuperar este patrimonio”, explica Teresa, mientras caminamos por Bascois, una parcela con suelos de pizarra a 800 metros de altura en Carballeda con cepas en vaso de más de 100 años y unas vistas espectaculares del valle. Plantada casi la mitad con mencía, en el viñedo también hay merenzao, brancellao, sousón, garnacha tintorera, ferrón y otras uvas tintas y blancas.
La primera añada de Bascois, la 2019, salió recientemente al mercado pero para conseguir hacer vino de sus uvas, Teresa, Luis y Hugh tuvieron que invertir incontables horas en la viña desbrozando, podando y abonando con compost planta por planta para que vuelva a brotar. Si no hay contratiempos, en tres años se puede hacer una poda y conseguir la primera vendimia de una planta centenaria. “Es un trabajo duro pero la emoción de recuperar y sacar adelante una viña así compensa el esfuerzo”, aseguran los miembros de O Cabalín, que trabajan en ecológico desde el principio y de forma artesanal.
Según el catastro, todas sus parcelas datan de entre 1910 y 1929, pero seguramente se plantaran antes, asegura Teresa. Puede ser el caso de Caidó, un precioso paraje un poco más abajo de Bascois con huellas de jabalí en la tierra (“destrozan más que comen”, dice Teresa) y un palomar en ruinas, que también quieren rehabilitar, y donde tienen varias parcelas en recuperación. De allí pronto sacarán un nuevo tinto llamado A Valigota y quizás habrá más referencias en el futuro. “Al principio nos costó mucho conseguir viña, pero ya vienen a ofrecernos, porque la mayoría de los viticultores por aquí son mayores,” explica Teresa. “Ahora hacemos 10.000 botellas y seguimos comprando viña pero nuestro tope está en 15.000 o 20.000 botellas máximo”.
Aunque en 2015 y 2016 hicieron algunas barricas de forma experimental, sus vinos no salieron al mercado hasta 2017. Desde la 2020 elaboran en su propia bodega en Villamartín de Valdeorras, un coqueto edificio que fue la antigua bodega del pueblo y que han restaurado con mimo y muy buen gusto. “Es un pueblo de viveristas pero la pizarra es la principal industria”, explica Teresa, que vive en O Barco, más o menos a medio camino entre las viñas y la bodega.
Animados por Raúl Pérez, a quien les une una buena amistad, empezaron con dos referencias que poco a poco generaron el interés de algunos distribuidores y cuando ya parecía que despegaban, llegó el Covid y lo paralizó todo. En verano de 2022, y con lo peor de la pandemia ya a sus espaldas, un devastador incendio en la comarca (ver foto en carrusel), en plena ola de calor, destrozó más de 10.000 hectáreas de viñedo, cultivos, castaño y monte llegando incluso a cruzar el río Sil y a rodear poblaciones como O Barco.
Para los socios de O Cabalín, el fuego, cuyas cicatrices son todavía bien visibles, ha supuesto una merma considerable en su producción, ya de por sí afectada por la sequía y las heladas primaverales de 2022. “De esa añada solo haremos 5.000 botellas porque perdimos una media hectárea. Sí que tenemos una barrica de tinto de una de las viñas en la zona que se quemó; a ver qué sale de ahí”.
O Cabalín (1.500 botellas, 27 €) da nombre al proyecto y fue el primer tinto que embotellaron. Es un coupage de mencía con un 20% de garnacha tintorera y pequeños aportes de otras variedades tintas plantadas en diferentes parcelas del paraje O Cabalín, una ladera orientada al sur entre 560-600 m que, según Luis Peique, suele madurar entre 10 y 15 días antes que la ladera norte. Como el resto de vinos, las uvas se vendimian a mano y con linternas frontales a primera hora de la mañana para que la fruta llegue fresca a la bodega. Luego, en el caso de O Cabalín, Teresa pisa las uvas con los pies antes de fermentar en barricas usadas de 500 litros con un 35%-40% de raspón en la añada 2019, la actual en el mercado. Posteriormente, el vino, que es jugoso y tiene notas de fruta madura, se cría en las mismas barricas durante 16 meses.
De esta ladera también nace A Espedrada (1.600 botellas, 26 €), un godello de viñas centenarias plantadas en diferentes parcelas con elegantes notas de oxidación y cierta salinidad y fondo tostado pero a la vez delicado y con volumen. Pensado para ser un vino de guarda, se macera con las pieles en inox durante 48 horas y fermenta y se cría con sus lías en barricas de 500 litros durante 12 meses sin batonnage. Curiosamente, la primera añada (la actual es 2020) no pasó el corte de la DO porque las notas tostadas del vino y un cierto toque volátil (que a Teresa, Luis y Hugh les gustaba) se interpretaron como “falta de tipicidad”.
La añada 2018 fue la primera de Viladequinta (1.000 botellas, 27 €), un tinto de mencía, merenzao y garnacha tintorera procedente de tres parcelas orientadas al noreste en el pueblo de la familia de Teresa y a una altitud de 750m. Fermentado y criado en barricas de 500 litros y 225 litros durante 14 meses, es un vino expresivo y fragante pero serio, con notas minerales, elegancia y muy buena complejidad en boca.
El último vino en el mercado es Bascois (500 botellas, 32 €), la primera añada de su parcela más alta en Carballeda, al otro lado del valle, con suelos pobres de pizarra. Profundo y complejo pero sin perder frescura, Bascois mezcla un 40% de mencía con el resto de variedades tintas del viñedo a las que se deja entre un 30% y un 40% de raspón y que se pisan de forma tradicional con los pies. El resto de uvas se despalilla sin estrujar y el vino se cría durante 12 meses en barrica de 225 litros.
Como manda la tradición, Teresa y sus socios elaboran un vino tostado para consumo propio, y de forma mucho menos ortodoxa y por pura diversión, un vino blanco con velo, de estilo ajerezado, que quieren dejar para ver su evolución. Mientras tanto, y sin prisa pero sin pausa, Hugh, Teresa y Luis —acompañados por David, el hijo de la pareja, que echa una mano cuando puede— siguen, cepa a cepa, deshaciendo el camino hacia la recuperación de una esquinita del paisaje tradicional de viña en Valdeorras.