El relevo generacional de bodegas españolas creadas en los años noventa o que se reinventaron en esa época para convertirse en actores relevantes en sus respectivas zonas vinícolas será, muy probablemente, decisivo para el futuro de todas ellas.
Pedro Ruiz Aragoneses, heredero de la división vinícola del grupo Carraovejas, lo sabe bien. No solo porque le ha tocado liderar y transformar una de las bodegas de Ribera del Duero con más éxito de ventas en el mercado nacional, sino porque en la expansión emprendida en los últimos años ha apostado por, “dar continuidad a legados únicos” y hacerse con la propiedad de firmas como Viña Meín o Emilio Rojo en la región gallega del Ribeiro que carecían de un claro relevo familiar.
Todos los proyectos desarrollados en los últimos años e integrados bajo el paraguas Alma Carraovejas incluyen, además de las nuevas adquisiciones gallegas, Ossian Vides y Vinos en Segovia, una segunda bodega en zona de altitud en Ribera del Duero (Milsetentayseis) y la nueva Arrui en Rioja Alavesa que ha realizado su primera vendimia en 2020 además del restaurante con una estrella Michelin Ambivium, ubicado en la bodega madre.
El cuarto de cinco hermanos, Pedro estudió psicología y ejerció la profesión durante tres años. Tras hacerse cargo de Carraovejas en 2007 con tan solo 25 años, compaginó durante un tiempo las dos ocupaciones, pero la bodega acabó llevándose todo su tiempo. Su formación, sin embargo, ha sido clave para la gestión de equipos (es, probablemente, una de sus mayores habilidades) y para profesionalizar una empresa que apenas contaba con 15 empleados en el momento de su incorporación.
El perfil es muy diferente al de su padre, José María Ruiz, toda una institución en Segovia por el restaurante enclavado en el centro histórico de la ciudad que lleva su nombre. Lo abrió en 1982, el mismo año del nacimiento de Pedro y de la creación de la DO Ribera del Duero y tenía una visión clara de la importancia que desempeñaría el vino en el futuro. De ahí que a finales de los ochenta aprovechara la oportunidad de comprar una finca situada frente al castillo de Peñafiel en la provincia de Valladolid. La primera cosecha de Pago de Carraovejas en el mercado fue 1991.
Pero Pedro Ruiz Aragoneses ha revolucionado la cultura de la empresa y considera que la formación del equipo es fundamental. Probablemente su juventud al tomar el relevo le ha llevado a rodearse siempre de buenos profesionales y asesores. De forma ocasional o con mayor continuidad la lista es larga: Vicente Gómez, José Ramón Lisarrague, Xavier Ausàs, Simonit & Sirch, Rafael García de Vitis Navarra…
La renovación más importante realizada por Ruiz Aragoneses en la casa madre llega en la cosecha 2015 al fusionar el Crianza y el Reserva en un único tinto que pasó a venderse sin indicativo de envejecimiento en ese nuevo segmento de precio de los 30-35 € que cada vez más productores de calidad buscan en la Ribera del Duero. “Una vez que Carraovejas llegó a su límite de producción, en el entorno de las 800.000 botellas, la estrategia ha sido reposicionar la marca en un nivel superior”, explicó Pedro en su momento.
El siguiente paso lógico, más aún con un motor financiero tan importante como el que aporta Carraovejas, ha sido la expansión a otras zonas. Desde que la familia Ruiz entrara en el accionariado de Ossian en 2013 y se quedara con el 100% de la propiedad en 2016, el ritmo de nuevas incorporaciones se ha acelerado notablemente. Quizás 2017 fue una cosecha para olvidar en la mayor parte de España por las devastadoras heladas y su carácter extremadamente temprano, pero en Carraovejas se pueden ir contando los hitos: inicio del proyecto Milsetentayseis, y nacimiento y primera estrella para el restaurante Ambivium. Dos años más tarde llegó la compra de Viña Meín y Emilio Rojo y al año siguiente la primera vendimia riojana.
Este desarrollo meteórico discurre en paralelo al proceso de apertura mental que ha experimentado Ruiz Aragoneses en los últimos años: “El mundo del vino para mí antes se quedaba en Madrid y Burgos, pero ahora estoy convencido de que tener proyectos en distintas zonas nos ha deslocalizado”.
Desde que conocí a Pedro en 2016 en una visita a Pago de Carraovejas, le he vuelto a encontrar con frecuencia en el centro de algún tema de interés o actualidad. Visité el proyecto de Fuentenebro (Burgos) en su fase más incipiente cuando estaba escribiendo sobre los factores de calidad en los viñedos más elevados de la Ribera del Duero. Entonces solo se podían probar vinos de tinos o barrica y acababan de elaborar la primera añada de un exclusivo rosado de producción muy reducida que algún tiempo después descubrí que aprovechaba la tensión y frescura de variedades bastante presentes en viñedos viejos de la zona como la bobal. El tinto se presentó hace unos meses en Madrid junto a una cata de varias de las parcelas que vinifican por separado, alguna buena candidata a salir al mercado en solitario en el futuro. Al frente está Patricia Benítez, quien durante muchos años fuera mano derecha de Peter Sisseck en Dominio de Pingus y dirigiera su laboratorio. Para Pedro, tenía que ser un equipo totalmente nuevo: “No queríamos hacer un segundo Carraovejas en la Ribera”.
La pandemia no ha frenado la energía de la familia Ruiz Aragoneses. El verano pasado, la noticia era que tras años de ver a grupos y bodegas riojanas instalarse en Ribera del Duero, las tornas estaban cambiando. La llegada de Alma Carraovejas a Leza, un pequeño municipio de Rioja Alavesa, revolucionó el pueblo. Aún sin concluir las obras de acondicionamiento de la bodega que acababan de adquirir, vimos descargar el primer remolque de uva del proyecto. La dirección enológica está también en manos de Patricia Benítez.
Hace pocas semanas se presentaba en Madrid la reorganización de gama del proyecto de Ribeiro. Emilio Rojo se ha convertido en el gran vino parcelario mientras que con el nuevo entrada de gama, Pequeño Meín, se busca hacer el mejor Meín posible descartando los parcelarios de antaño y reforzando esta idea en el nombre de Gran Meín. Hay también un interesante Gran Meín Tinto, particularmente en la cosecha 2020, de futura aparición en el mercado. A la presentación acudió el propio Emilio Rojo y la enóloga Laura Montero, que es la responsable de los vinos.
La última visita a bodegas del grupo fue a Ossian (Nieva, Segovia) para profundizar en una de las pocas regiones españolas con más viña prefiloxérica (ellos tienen 55 hectáreas propias) y donde están haciendo nuevas plantaciones a partir de su propio material vegetal. Con la dirección técnica de Almudena Calvo, su enóloga de Carraovejas, están intentando volver a elaboraciones menos contenidas. El patrimonio vitícola de esta región es realmente impresionante.
Ambivium, por último, es el escenario donde se muestran todos estos proyectos acompañados de grandes vinos del mundo y de todo tipo de experiencias líquidas. Un restaurante en el que todo se construye en torno al vino no es habitual y experimentar en un mismo servicio un maridaje con los 36 vinos y bebidas que acompañan el menú largo es realmente extraordinario, aunque también abrumador y, desde mi punto de vista, incluso difícil de asimilar. Sobre todo, cuando hay vinos de un nivel que se merecerían algo más de espacio y de tiempo para disfrutar.
Hay mucho de espectáculo en esta propuesta que se presta a la foto de la mesa a rebosar de copas al final de la comida o al vídeo de todas las botellas (no caben en una foto) que desfilaron en algún momento por la mesa. De los vinos propios, fue interesante probar un vino sin madera de los viñedos del páramo que tienen en Carraovejas, una expresión fresca y refrescante muy diferente al estilo de los vinos de la casa, o un Emilio Rojo 2016 en mágnum junto a añadas viejas de Anejón y Cuesta de las Liebres.
Hoy, Pedro Ruiz Aragoneses parece imparable. Piensa ya en un segundo Ambivium con base de cocina gallega en Ribeiro, aunque probablemente oigamos hablar antes de una fundación llamada Cultura Líquida que se dará a conocer con la publicación de la traducción íntegra al castellano de Vignobles et vins du Nord-ouest de l’Espagne, una de las obras mejor documentadas sobre el vino español escrita en los años sesenta por el geógrafo francés Alain Huetz de Lemps. En proyecto está también la traducción de los libros de Simonit & Sirch y la publicación de obras propias sobre algunas de las regiones vinícolas en las que está instalado el grupo.
A esto hay que sumar la pequeña importadora y distribuidora de vinos de reciente aparición SV Wines que lleva casas como el champagne Charles Heidsieck, o las italianas Biondi Santi y Marisa Cuomo. Y también una residencia internacional de intercambio cultural que sustituye al viejo proyecto de construir un hotel en Espantalobos, que no es sino la fresca ladera frente a a Pago de Carraovejas donde, por cierto, también se está plantando viñedo.
Quizás es la apuesta por la cultura del vino lo que da al final un talante diferente a la expansión de Alma Carraovejas. En lo que se refiere a las bodegas propiamente dichas, la estrategia no es tan diferente a la emprendida en los últimos años por otras firmas de tamaño mediano y grande para tomar posiciones no ya necesariamente en las clásicas cuatro “erres” del vino español (Rioja, Ribera del Duero, Rueda y Rías Baixas), sino en zonas que podrían tener importantes desarrollos cualitativos en el futuro como Valdeorras, Bierzo o, en el caso de Alma Carraovejas, Ribeiro. Dependiendo del trabajo que se haga en los próximos años, el camino podría ser infinitamente más cómodo para la siguiente generación.
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