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1,2.La cooperativa de Cadalso y su presidente Ricardo Moreno. 3. Pablo Calatayud y el equipo de la cooperativa de Moixent. 4. Los Sant Pere. 5, 6. La cooperativa de La Figuera y sus vinos. 7, 8. La cooperativa de Cebreros. Fotos: A.C. y C. Roure

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Cooperativas y productores privados: alianzas fructíferas

Amaya Cervera | Miércoles 24 de Junio del 2020

“Muchos de los viñedos que buscamos, compramos y trabajamos han estado mantenidos por socios cooperativistas que apenas cobraban 20 pesetas el kilo de uva con cepas que no daban más de un kilo por planta”. La frase es del enólogo aragonés Jorge Navascués, director técnico de Contino en Rioja y productor al frente de Mancuso, su proyecto personal en Aragón, durante uno de los muchos directos que se han celebrado en Instagram durante el confinamiento.

Hacía la afirmación con conocimiento de causa y la acompañaba de un apunte nostálgico y emocional. Su abuelo fue gerente de la cooperativa de Valdejalón en Zaragoza y su padre nació en la propia cooperativa. 

Estamos hablando de las mismas cooperativas que, como también dijo Álvaro Palacios en otro de estos directos, diluyeron los orígenes de las uvas y sus matices en una gran mezcla anónima. 

Si bien muchas cooperativas se han modernizado en los últimos años, otras han pasado momentos difíciles. Ahora, la colaboración con productores privados está permitiendo que algunas de ellas levanten el vuelo. Los siguientes ejemplos pueden servir de modelo e inspiración.

La cooperativa de Cadalso de los Vidrios y Comando G

Cuando Comando G se convirtió en un productor de referencia de Gredos, sus distribuidores e importadores empezaron a demandar cantidades relativamente elevadas de un perfil de vinos de corte joven que no podían elaborar con sus viñedos. Para el dúo formado por Daniel Landi y Fernando García, Bodega Cristo del Humilladero, la cooperativa de Cadalso de los Vidrios, era la fuente ideal para producir ese estilo de vinos.

Con 120 socios y 120 hectáreas adscritas en la actualidad, la cooperativa se fundó en 1957 coincidiendo con un importante auge de plantaciones de garnacha en la zona y sufrió ampliaciones sucesivas hasta llegar a elaborar más de siete millones de litros, pero la producción empezó a caer de manera importante en los años ochenta. Cuando Ricardo Moreno, farmacéutico de profesión, accedió a la presidencia en 1995, estaba en sus horas más bajas. Con 50 hectáreas propias, Moreno es el socio con más viñedo y se ha dejado la piel en mantener la cooperativa a flote.

También confiesa que la toma de decisiones puede llegar a ser complicada. De hecho, llegar a un acuerdo con Comando G llevó su tiempo. La propuesta inicial de pagar un precio más elevado por kilo de uva y poder elaborar en las instalaciones de la cooperativa no cuajó, pero finalmente triunfó la fórmula del asesoramiento. El planteamiento de Comando G se ha basado en transmitir su experiencia y contactos para la comercialización de los vinos durante un periodo concreto de tiempo. “La idea es que el proyecto acabe funcionando con autonomía y que la cooperativa venda directamente a los distribuidores”, explica Fernando García.

García cree que una de las labores fundamentales fue “estratificar el pueblo” para crear un plan de vendimia y establecer en qué zonas debía recogerse antes la uva y en cuáles más tarde. Esto ha implicado un cambio de mentalidad para, por ejemplo, abrir la cooperativa antes de las fiestas del pueblo en los años cálidos. También se hizo un protocolo de limpieza y elaboración. 

La colaboración arrancó en la cosecha 2014. La supervisión corrió a cargo de Dani y Fernando los dos primeros años, pero ahora se encarga Ramón Esteve, uno de sus bodegueros. Él cree que caminar juntos es importante para potenciar la zona.

La complicidad de los importadores y distribuidores de Comando G ha sido determinante en la puesta en marcha del proyecto. Así, la cooperativa elabora la marca Agrícola de Cadalso en exclusiva para Vila Viniteca y Granito de Cadalso para el importador americano Eric Solomon. Hay una tercera marca, Laderas del Tiétar que se destina a exportación, tenders de monopolios, etc. Fernando destaca que la materia prima de base es de muy buena calidad; hay mayoría de viñas viejas y prácticas de cultivo muy cercanas a lo ecológico. Los viticultores, por su parte, han visto subir los precios de la uva. Para Ricardo Moreno, “la aportación fundamental ha sido poder darnos a conocer”

La cooperativa de Moixent y Celler del Roure

“Una sola bodega no hace prestigio de zona”, dice Pablo Calatayud, el propietario de Celler del Roure en Valencia. Quizás por eso fue el primer presidente de la asociación de productores Terres dels Alforins y el impulsor de los vinos de esta comarca. Para él, era igualmente importante que los vinos de Moixent, su pueblo, se distinguieran por su calidad. En su acercamiento a la cooperativa local había también una conexión afectiva: su abuelo había sido uno de los socios fundadores allá por los años 50.

Con su producción orientada al granel y un peso mayoritario del aceite cercano al 70%, muchos socios viticultores de la Cooperativa del Camp Sant Pere de Moixent que recibían un precio ruinoso por sus uvas se habían dado de baja para unirse a otras sociedades en las que el vino estaba mejor representado. 

Con una fórmula muy parecida a la de Comando G con la cooperativa de Cadalso, el punto de partida de la colaboración fue llenar el hueco que había dejado el técnico de la cooperativa al retirarse. “Acordamos un asesoramiento en viticultura y enología para cinco años, que ya casi han pasado, y del que nos iríamos retirando progresivamente”, explica Pablo Calatayud. De hecho, ya no participan en la parte técnica, aunque siguen realizando la mayoría de los embotellados y ayudando en la comercialización. “Son nuestros principales distribuidores”, señala el presidente de la cooperativa Isidoro Cerdà. Celler del Roure, por su parte, tiene intención de incluir los vinos de la cooperativa en su tienda online de próxima aparición.

Gran parte de la estrategia se centró en crear una gama de vinos atractiva realzada por las siempre llamativas etiquetas de Daniel Nebot, el diseñador de cabecera de Celler del Roure. Bajo la marca Sant Pere, se elaboran dos vinos jóvenes, un blanco y un tinto, que tienen sus respectivas versiones de cepas viejas en una gama superior. El proyecto se llevó a cabo sin grandes inversiones y utilizando los propios depósitos de cemento de la cooperativa.  

Para Cerdà, el salto ha sido tanto cualitativo como cuantitativo. “Nos ha permitido modernizar nuestros vinos, situarlos en el mercado y darnos a conocer”, señala. El presidente de la cooperativa, que procede del sector del mueble, considera que el mundo del vino es mucho más complicado: “Los vaivenes de precios dificultan el diseño de estrategias de venta”, señala. “Hasta la creación de Sant Pere, básicamente producíamos graneles, pero esta colaboración nos ha permitido relanzar y poner en valor una marca y un producto que prácticamente no existía”, añade. La cooperativa procesa hoy entre 400.000 y 500.000 kilos de uva. Más de la mitad se destina ya al embotellado.

Pablo Calatayud reconoce que no ha sido un camino de rosas. “El problema de las cooperativas es que hay que escuchar a todo el mundo y explicar todo a todo el mundo (Fernando García de Comando G habla en un sentido similar del “ritmo de cooperativa”), pero he puesto toda mi paciencia en esto porque estamos hablando de mi pueblo. Las marcas ya se conocen, se ha doblado el precio de la uva hasta los 0,40 € y hasta Luis Gutiérrez cató los vinos en The Wine Advocate”, señala con orgullo.

El Sindicat de la Figuera y la familia Barbier 

La colaboración es mucho más sencilla en el caso de la cooperativa de La Figuera en la DO Montsant con apenas seis socios, dos de ellos muy minoritarios, que cultivan alrededor de 40 hectáreas. Venden uva a Clos Mogador y a Venus La Universal a cambio de asesoramiento en la elaboración de sus vinos

Fundada en 1932 por una treintena de agricultores en pleno apogeo del movimiento cooperativista catalán, el Sindicat de La Figuera tiene su pequeña historia de éxitos y sinsabores. Según su actual presidente Joan Viejobueno, pasó de agrupar a la práctica totalidad de las familias del pueblo cuando la población superaba los 500 habitantes a la ruina más absoluta en los años cincuenta por la sucesión de una brutal tormenta de pedrisco y una ola de frío que arrasó casi todos los cultivos. Pese a la despoblación que acarreó esta situación, en los años ochenta aún fue de las primeras cooperativas de Falset (entonces una subzona de la DO Tarragona) en embotellar bajo la marca Aubacs i Soláns. Llegaron a producir un millón de litros pese a que aquí el aceite (aunque hoy ya solo venden las aceitunas) tuvo también más predicamento.

Situada en lo alto de la montaña, La Figuera regala espectaculares vistas sobre el Priorat y una atípica especialización en garnacha, la uva que mejor se da en sus suelos frescos de arcilla sobre un sustrato calcáreo. No es difícil entender que René Barbier se enamorara del lugar al descubrir la viña de Espectacle con la que creó un proyecto independiente. Ahora su hijo René utiliza uvas del municipio para producir el nuevo Com Tú en Clos Mogador y también para la vibrante garnacha Venus de La Figuera que elabora junto a su mujer Sara Pérez en su proyecto de Montsant Venus La Universal.

La gama que han creado para la cooperativa está, por supuesto, apoyada en esta variedad que se elabora en versión tinta y rosada. Son apenas 45.000 botellas ilustradas con las antiguas etiquetas de los años ochenta que dan a los vinos un aire retro muy actual.

La mayor preocupación de Joan estos días es cómo será este año en el que el Covid-19 ha marcado la vida de la gente, tanto en el campo como en la ciudad. Cree que lo importante ahora es “mirar de cara al futuro y estar presentes en el mundo” (exportan entre el 8% y el 10% de la producción). En La Figuera, desde luego, entienden mucho de renacimientos.

Vuelta a Gredos: la fórmula de Cebreros

Fundada en 1954, Bodegas Santiago Apóstol, la cooperativa de Cebreros, llegó a procesar, dicen, 15 millones de kilos de uva. Tomás Muñoz, que lleva trabajado aquí como bodeguero desde hace 42 años, recuerda aún las ampliaciones de los años ochenta, la venta a grandes embotelladoras como Savin, los litros y litros en garrafas  que adquiría el público en la propia cooperativa o que el vino más caro y el único que se envejecía (primero en madera y luego se guardaba en los depósitos de cemento) era un rosado de garnacha de graduación generosa que salía al mercado con fecha de cosecha o como quinto año. 

En unas instalaciones hoy sobredimensionadas para las 220 hectáreas adscritas, casi todo de albillo y garnacha, la parte cooperativista funciona como sociedad agraria. La empresa Soto Manrique, con Jesús Soto a la cabeza se ha hecho cargo de la producción, elaboración y comercialización de los vinos. De esta forma, conviven las aproximadamente 250.000 botellas del proyecto Soto Manrique, con su exitoso rosado Naranjas Azules y sus vinos de pueblo, parajes y próximamente también parcelarios junto a otras 150.000 botellas de las marcas de siempre de la cooperativa, fundamentalmente Los Galayos, Señorío de Cebreros y La Transición. 

Jesús Soto llegó en 2016 y su joven y eficiente directora técnica, Bárbara Requejo, 27 años, formada en Chile, California y Francia, estancia incluida en Haut-Brion, se instaló al año siguiente. Su primer trabajo fue clasificar tanto las viñas adscritas a la cooperativa como a los viticultores. “Hemos pasado de una producción horizontal orientada a llenar depósitos y hacer mezclas a un concepto piramidal que nos ha permitido estudiar las gamas de vinos que se podían hacer”, señala Jesús Soto. Y aunque reconocen que en algunas pierden dinero, lo importante es que pueden compensar con vinos de mayor valor añadido.

Hoy, las instalaciones de la cooperativa están llenas de contrastes. Cámaras de frío junto a las dos enormes tolvas (una ya en desuso), decenas de depósitos de hormigón de los que apenas se utiliza una mínima parte y pasillos convertidos en almacenes o en una pequeña cámara climatizada donde se cría la gama alta de Soto Manrique en tinos de madera, foudres y ánforas. El lugar más alegre es la tienda, con sus azulejos antiguos que le dan un aire vintage.

Aunque en este caso la forma de operar es más fruto de un acuerdo en el que Soto Manrique asume la gestión y puede, por tanto, tomar todas las decisiones, los resultados en solo tres años son relevantes. El más evidente, la mejora del nivel de vida de los viticultores desde los 0,20-0,25 € por kilo de uva que, a menudo, tardaban tres años en cobrar. Ahora se ha establecido un “precio suelo” para todos de 0,52 € y en años de subidas, el monto final se referencia con cinco cooperativas de Castilla y León y Madrid. Más importante aún: ha subido el valor de la tierra y se ha frenado el arranque de viña.

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