Si por algo recordaremos 2022 en Spanish Wine Lover es porque tuvimos la oportunidad de probar algunos de los vinos más viejos que hayan pasado nunca por nuestros paladares.
En un periodo de menos de dos meses tuve el privilegio de asistir a una cata histórica de Marqués de Riscal y a una vertical de Vega Sicilia Único. Pero a lo largo del año surgieron otras oportunidades para probar grandes botellas especialmente de Rioja.
El porcentaje de vinos que conservan o acrecientan su grandeza a lo largo de varias décadas o que envejecen con gran dignidad es minúsculo, pero cada botella probada regala conocimiento (son valiosas referencias que sumar a la memoria olfativa y gustativa) y la emoción de saberse ante algo único e irrepetible. Estas son las joyas que nos robaron el corazón en 2022.
Este 45 fue la gran estrella de la cata histórica de 30 cosechas de los siglos XIX, XX y XXI que organizó la legendaria bodega de Elciego a finales de septiembre y que estuvo llena de grandes momentos, empezando por la serie de vinos prefiloxéricos. Entre ellos había un 1862, el vino embotellado más antiguo de Rioja.
1945 coincide con el relanzamiento de la bodega en el duro periodo que siguió a la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial. Es el año de la entrada en el accionariado de las familias Gandarias y Aznar tras la conversión de la firma, unos años antes, en sociedad anónima bajo la razón social Vinos de los Herederos del Marqués de Riscal, S.A. El enólogo de la época, Jean André Richard, estuvo a punto de no llegar a tiempo para la vendimia porque había sido encarcelado por espiar para los ingleses.
El vino forma parte de esa serie de añadas que, por sus elevados porcentajes de cabernet sauvignon, se denominaban internamente Reserva Médoc. Esta variedad bordelesa fue la que mejor se aclimató y más continuidad tuvo en el viñedo de Elciego entre el conjunto de castas francesas que el fundador Guillermo Hurtado de Amézaga envió desde Burdeos en 1860 como parte del proyecto de mejora de calidad de los vinos locales impulsado desde la Diputación de Álava que se bautizó como Medoc Alavés. A menudo se da por hecho que el 1945 es un cabernet puro, pero el actual director técnico y tataranieto del fundador, Francisco Hurtado de Amézaga, confirmó durante la cata que no existen registros documentales de los porcentajes de variedades que componen los ensamblajes.
Hay que señalar también que el hecho de que Riscal tuviera enólogos franceses hasta mediados de los cincuenta determinó un estilo de elaboración muy bordelés con envejecimientos en madera de entre tres y cuatro años, frente a las crianzas en ocasiones muy prolongadas que se estilaban en otras casas.
Sin duda, la personalidad de la cabernet está muy presente en el vino, pero lo más impresionante del 45 es que parece detenido en el tiempo. Con sorprendente intensidad de color, conserva recuerdos de fruta roja (grosella) y el fondo de hojarasca que lleva a los burdeos clásicos. Es finísimo y complejo, con una vivacidad sorprendente. No es un tinto potente, pero es capaz de llenar el paladar con sensaciones de fruta dulce y acidez crujiente. Es un tinto serio y pleno, con perfecto equilibrio: todo está en su sitio y termina con uno de esos increíbles finales en el que los sabores vuelven una y otra vez.
¿Se podría elaborar un vino así hoy en día? Probablemente no, si miramos los datos analíticos: apenas tiene 11,3% vol. y un pH de 3,21. Pero fue la inspiración para crear Barón de Chirel y, como dice uno de los catadores que participaron en otra cata histórica anterior, la que sirvió de base para el libro Marqués de Riscal. Un viaje a través del tiempo, “es un faro para Rioja”. También la constatación de la grandeza con la que pueden envejecer los vinos de la región.
Es fantástico poder tener un blanco en esta selección. La antigua bodega de Paternina en Ollauri, conocida como Bodega del Conde de los Andes, alberga la que debe ser la colección más importante de vinos blancos viejos de Rioja. Fue adquirida en 2014 por la familia Murúa, propietaria del grupo Muriel, que la ha restaurado de manera impecable y ha iniciado un interesante proyecto bajo la marca Conde de los Andes que combina una gama de vinos de nueva producción con ediciones limitadas de embotellados antiguos. La gran novedad es que, por primera vez desde 1925, se vuelve a elaborar en unas instalaciones que hasta la compra se habían destinado solo al envejecimiento.
Los vinos viejos se comercializan con el sello “Colección histórica”. Pudimos probar los tintos de las cosechas 1975 y 2005 actualmente a la venta en una cata reciente celebrada en Madrid de la mano de Javier Murúa y del sumiller Raúl Igual.
Pero la gran joya de la jornada fue el blanco semidulce del 48 que en ningún momento mostró que le hubiera perjudicado el envejecimiento en botella de 50 cl. Como ocurre con Riscal, los vinos no se han movido de la bodega desde que fueron elaborados, por lo que las características de conservación han sido impecables. En su obra Vignobles et vins de l’Ouest de l’Espagne, el geógrafo francés Alain Huetz de Lemps escribe específicamente que “en Paternina existe una disociación entre las bodegas situadas en Haro, donde se elabora el vino y se conserva parte del mismo, y la bodega propiamente dicha, situada en el pequeño pueblo de Ollauri. Allí envejecen los vinos de calidad, especialmente los blancos más frágiles”.
En 2017 ya tuvimos la oportunidad de realizar una cata de vinos viejos con la familia Murúa en la que también estuvo presente este 48 que en su día se embotelló como Paternina. Entonces nos pareció delicado y casi floral, con dulzor muy moderado, notas cítricas recuerdos de talco, especiados. En la cata de este año se marcaron más las notas florales (jazmín) y los melosos, pero volvió a salir el talco. Esta vez anotamos fruta de hueso (melocotón), aunque en final de boca aparecieron los cítricos. La textura era sedosa y el vino tenía buena concentración en boca. En finura está a la altura de lo que se le puede pedir a un rioja de cualquier condición; la nariz es impresionante para un vino tan viejo aunque juegue con la ventaja de un cierto dulzor. Son 38 gramos de azúcar residual y 11,5% vol.
Fundada en Haro en 1895 como empresa “comercializada de vino y gaseosas”, en 1937 sumó la elaboración de vermut, bebida por la que también es muy conocida en la actualidad. A diferencia de otras bodegas centenarias no conserva instalaciones históricas porque su sede en la calle La Ventilla, donde se instaló en 1902, llegó a resultar impracticable por el crecimiento de la ciudad. Sin embargo, en su amplia y moderna bodega de las afueras de Haro se han conservado prácticas tradicionales como el trasiego manual que llevan a cabo en todos sus vinos envejecidos en madera.
El vino de guarda por excelencia de la casa era el Reserva Especial, que se dejó de elaborar a mediados de los ochenta. Frente a los vinos de segundo, tercer, cuarto, quinto y sexto año, habituales en el pasado, éste podía prolongar su envejecimiento durante 10 o 12 años. La añada más vieja que se conserva en bodega de esta marca es la 1922, de la que apenas queda una docena de botellas.
Fue un placer poder catar algunas añadas de este vino junto a miembros de la familia. Mi favorita fue la 1964 aunque la lista también incluía 1982 (tierra húmeda, buena acidez que aporta jugosidad, notas tostadas), 1970 (ebanistería, especias dulces, con buena acidez, pero quizás algo delgado) y un 1928 con notas terciarias (cuero, mueble viejo), pero de paladar muy sedoso, con toques licorosos y perfectamente mantenido por la acidez. Este vino, de hecho, se ofrecía en el catálogo de la casa durante los años cuarenta como Viejo Reserva Especial. Según Luis Martínez Lacuesta, tras recuperarse el viñedo de la crisis de la filoxera, la década de los veinte dio muchas grandes añadas.
Respecto al 1964, es un vino mucho más lleno, con mayor estructura y mucha entereza. Con abundantes tostados en nariz, recuerdos de frutos secos y ebanistería, llena la boca y se siente opulento y redondo. Por esa mayor estructura, la acidez está más integrada y a la vez aporta sensaciones jugosas. Tiene, además, la persistencia que se espera de los grandes vinos.
Hemos escrito con detalle hace escasas dos semanas sobre la vertical de Vega Sicilia Único que sirvió para conmemorar el 40 aniversario de la compra de la bodega por parte de la familia Álvarez y en la que incluíamos notas de cata detalladas de este vino. Añadimos aquí algo de contexto histórico a partir de la información recogida en el libro de José Peñín, Vega Sicilia. Viaje al corazón de la leyenda.
En 1970 Vega Sicilia era propiedad de la familia Neumann. Hans Neumann, el hijo de un industrial checo emigrado a Venezuela en los años treinta y propietario, entre otros negocios, de Chemical Montana, la fábrica de pinturas más importante de ese país, la había adquirido a nombre de su hijo Miguel, entonces menor de edad, en 1966. Fue una compra romántica porque era un vino que conocía y que había probado en el restaurante de Park Avenue que regentaban los hermanos Heras en Nueva York y luego en la Feria Mundial celebrada en esa misma ciudad de mano de Clodoaldo Cortés, propietario del mítico restaurante Jockey de Madrid. La gestión, sin embargo, fue muy distante y con escasas visitas a la propiedad. El responsable del buen funcionamiento del negocio durante esos años fue Jesús Anadón, nombrado gerente de la explotación por el anterior propietario (Semillas Prodes) y un enamorado de las posibilidades de Vega Sicilia, que siguió en ese puesto hasta 1986, realizando la transición durante los primeros años bajo la propiedad de la familia Álvarez.
Esta historia no hace sino confirmar el halo de fascinación que ha ejercido siempre la marca y el hecho de haber estado por encima de sus propietarios. También que la pequeña comunidad de trabajadores que residían en la finca, figuras como el bodeguero Martiniano Renedo, y el propio Mariano García (enólogo hasta 1998), que nació en la propiedad y empezó a hacer sus primeros pinitos en bodega en 1968, supieron conservar unos modos de hacer y la filosofía de calidad que se les había transmitido. Una grandísima añada que no nace, precisamente, en el mejor momento para la bodega. Para mí, otro de los grandes vinos españoles y mi favorito de la casa desde que lo probé por primera vez (entonces en formato mágnum) a finales de los años noventa.
Otra gran cata de este año tuvo lugar en La Rioja Alta con añadas algo menos antiguas de los dos grandes reservas clásicos de la casa: el 904 y el 890. Según el presidente de la firma Guillermo Aranzábal, en aquella época el trabajo era algo más artístico e intuitivo y la principal diferencia de estilo era el envejecimiento más prolongado en el caso del 890. En la actualidad, se construyen perfiles propios desde la viña: más delicadeza en el 904, mayor estructura en el 890. Se ve perfectamente, por ejemplo, si se comparan las dos versiones en la excelente cosecha 2001.
Siempre he sido una gran defensora del 904 porque creo que ejemplifica ese estilo de finura, equilibrio y delicadeza que ha caracterizado siempre a Rioja, pero que cada vez es más difícil de conseguir: vinos elegantes y de texturas sedosas que no necesitan demasiada estructura para expresarse con toda su complejidad. Pero la cosecha 1981 del Gran Reserva 890 ha conseguido poner en duda esta preferencia (no se puede tener ideas demasiado fijas con el vino; hay demasiadas excepciones maravillosas).
Fue amor a primera vista. Hay tanta vida y energía en ese 1981 que no queda otra que sucumbir a sus encantos. Más que la nariz, compleja y muy limpia con recuerdos de tabaco, especias y notas cremosas, lo que desborda es la boca, tan llena, tan sabrosa y a la vez con una presencia muy seria, taninos aún bien firmes y un toque terroso que le da mucha personalidad. Es jugoso, con una acidez muy fundida en su textura envolvente. De lo más seductor que se ha cruzado en mi camino este año.
Acabamos la selección con un vino que no es de añada y que, al igual que el Conde de los Andes, se mueve por parámetros de dulzor moderado. Detrás está Colección Toneles Centenarios, un proyecto relativamente nuevo que nace a partir de la colección de vinos históricos que posee la familia Ferrero en la localidad alicantina de La Canyada. De hecho, su bodega fue una de las muchas que cerró en los años sesenta cuando se creó la cooperativa.
En 2015, en asociación con David Carbonell, copropietario de Vins del Comtat en Cocentaina, se inicia la recuperación de los 25 recipientes entre toneles y barricas de distinta capacidad que datan de finales del siglo XIX y principios del XX, una gran parte soleras viejas de fondillón que no se habían rellenado desde el cierre de la bodega. Tres años después salen al mercado los primeros fondillones bajo la marca Luis XIV, en alusión al Rey Sol, el monarca francés que se cree que animó sus últimos años de vida con los históricos vinos alicantinos. Existen dos versiones embotelladas en formato de 50 cl., una de edad superior a 25 años y esta, de más de 50 años, de la que hay poco más de 200 botellas y se vende a 235 € la botella de 50 cl. En esta última se indica además el nombre del tonel principal de la saca (en este caso Luna), el número de botella y el número total de botellas de cada saca (en este caso 221).
El vino es casi tan oscuro como un PX, con altísima concentración, aromas de mueble viejo, chocolate negro y notas de avellana y frutos secos. La vejez marca la altísima concentración en boca, que afecta también a la acidez, lo que aporta una frescura particular con el punto de volátil habitual en estos vinos. Es reconfortante, casi espirituoso, muy largo, con notas de caramelo tostado, y un final sápido y casi salino, con mucha concentración. Tan largo que tres sorbitos darían para pasar toda la tarde.