La media oficial de pluviometría en Jumilla es de 300 mm. al año, pero no siempre se cumple y definitivamente no en todos los viñedos de una DO que se extiende entre las provincias de Murcia y Albacete con notables diferencias de altitud.
Bodegas Viña Elena se alza en el paraje Estrecho de Marín, en la zona más meridional de la DO. Parcela Mandiles (1.308 botellas, 28 €), uno de los tintos top de su proyecto Bruma del Estrecho, es una monastrell de estricto secano con 15,5% vol. en la cosecha 2022. El viñedo se plantó en 1952 en pie franco con la práctica tradicional de colocar la “codadura” o raíz en forma de “L” mirando al norte para que las raíces tuvieran la sombra de sus propios sarmientos y la planta pudiera sobrevivir en condiciones de sequía extrema.
En la cota más baja de la región, a 360 metros de altitud y con menor rango de diferencias térmicas entre el día y la noche, la tabla de salvamento es buscar la orientación más fresca y aprovechar al máximo el potencial de un suelo muy pedregoso, permeable y profundo que permite conservar la humedad en capas inferiores y en el que las raíces pueden desarrollarse hasta extremos inimaginables (la muestra en la foto inferior). “Cuanto más gruesa es la capa de piedra, más baja la temperatura del suelo”, explica la propietaria y enóloga Elena Pacheco.
Así, Mandiles es un tinto potente y de perfil cálido, pero sin exceso de concentración que se beneficia tanto de la complejidad que aportan las notas de esparto y de hierbas mediterráneas, como de su textura envolvente. En el entrada de gama Paraje Marín (22.000 botellas, 8 €) atenúan la madurez de la monastrell de la ladera oste del valle con el efecto moderador de las viñas de la vertiente este. Además, vendimian relativamente temprano y crían el vino en hormigón, un material que, según Pacheco, da amplitud y nitidez aromática y ayuda a que el vino “termine de madurar”.
Todos los elementos suman en la búsqueda del frescor, incluido el trabajo en cotas más septentrionales de la DO como la finca Casa Quemada (CQ) en el Término Alto de Jumilla a 700 metros de altitud, de donde sale una de sus novedades más interesantes también con envejecimiento en hormigón y que explotan en régimen de terraje; esto es, adquiriendo la parte aérea (las viñas), pero sin ser propietarios del suelo.
La altitud es determinante en la región. Entre la cota más baja y alta de viña hay una diferencia de dos grados de temperatura media.
Jumilla es un escenario de contrastes. Las 3.000 horas de sol que caen cada año sobre la viña encuentran un contrapunto importante en la orografía de la región: una sucesión de valles rodeados de pequeñas sierras que forman parte de la cordillera Prebética y cuyo pico más elevado no supera los 1.400 metros (ver mapa inferior).
Sierras como las del Carche, Molar, Cingla, Buey, Peña Rubia o Gavilanes, que están muy presentes en los argumentarios y fichas de cata de las bodegas de cara a la ubicación de sus parcelas, también ejercen un importante efecto de sombreado sobre el viñedo. Se ha comprobado que las parcelas que se benefician de esta protección reciben hasta un 20% menos de radiación solar, y eso, sin duda, marca diferencias en una zona tan extrema.
Es significativo, por otro lado, el gran número de parajes en la región que incorporan el término umbría en el nombre o el uso habitual del término a nivel local para diferenciar las partes sombreadas de los distintos viñedos. En Bodegas Olivares incluso lo han llevado a la etiqueta en el nuevo Umbrías de la Hoya, que desde la cosecha 2020 reinterpreta el antiguo crianza en clave más terruñista.
El grueso del viñedo de la familia Olivares se encuentra en Tobarra, en la finca Hoya de Santa Ana, una propiedad de 225 hectáreas a más de 800 metros de altitud, de las cuales 110 son cepas de monastrell en pie franco. Las cepas más viejas están en la ladera sombreada de la finca, de donde salen sus vinos más especiales: además del Umbrías, el Altos de la Hoya y su emblemático dulce Olivares Monastrell.
Las faltas en los viñedos viejos las reponen con acodos (enterrando un sarmiento para que nazca una nueva cepa) y mediante nuevas plantaciones a partir de selecciones masales. Para ello, en 2014 crearon un pequeño vivero donde conservan las nuevas plantas durante dos años para que desarrollen sus raíces y no tengan problemas para colonizar el suelo una vez traspasadas a la viña. Para Elena Selva Olivares (en la foto inferior con su tío Pascual) el viñedo en pie franco implica una selección natural y una conexión especial con el territorio. “Son plantas de aquí que enseñan fantásticamente las características del lugar”, señala.
Probablemente, el mayor atractivo que Jumilla puede ofrecer al mundo son sus aproximadamente 1.000 hectáreas de viñas en pie franco. Gracias a la resistencia natural de la zona a la filoxera, los viticultores locales siguieron plantando directamente hasta que llegó la prohibición explícita por parte de Europa. La gran mayoría de estas viñas (890 hectáreas), son de monastrell, junto a 60 de airén y 30 de alicante bouschet (garnacha tintorera).
Es la razón que ha llevado a la DO a convertirse en miembro de The Old Vine Conference, una asociación sin ánimo de lucro que defiende el viñedo viejo a nivel global y que a finales de abril organizó un viaje de prensa y prescriptores a la región. Para Sarah Abbott MW, cofundadora y cabeza visible de la asociación, “este patrimonio de viñas viejas ayuda a redefinir la imagen de regiones con un pasado productivista como Jumilla. Están detrás de los mejores vinos de la región y su genética genera un enorme interés”.
¿Es suficiente para aupar la versión más cualitativa de la región en los mercados internacionales? Los datos de la cara B dicen que Murcia es una de las comunidades autónomas que más viñedo ha perdido en los últimos años. Entre 2001 y 2023 la superficie se redujo a menos de la mitad: de 45.401 a 21.144 hectáreas, según datos del Ministerio de Agricultura. Carolina Martínez Origone, gerente del Consejo Regulador de la DO Jumilla, confirma que el saldo final de arranques y nuevas plantaciones es claramente negativo. “Se pierden unas 400 hectáreas de viña al año”.
Aunque no es fácil saber cuántas de esas 400 hectáreas son viñas viejas, el dato actual de cepas de más de 35 años en la DO (es la cifra de más consenso sobre lo que se considera “viejo” en el mundo del vino) es del 12% del total cultivado.
Las principales amenazas que se ciernen sobre ellas son los bajos rendimientos (no mucho más de 1.500 kilos/hectárea en el caso de Jumilla), el elevado coste de la vendimia manual, la falta de relevo generacional en el campo y, cada vez más, cultivos alternativos. A los olivos y almendros habituales en zonas mediterráneas, ahora se suman cultivos como la lechuga o el brócoli que exigen riego en una zona donde el 75% del viñedo está en secano. Sin olvidar otros usos relativamente nuevos de la tierra como la instalación de paneles solares.
También es habitual que las bodegas bien asentadas en el mercado acaben convirtiéndose en propietarias de los viñedos viejos que necesitan para sus gamas altas, con lo que dejan de comprar a los viticultores locales y se acaba generando una situación de exceso de oferta.
La mejor manera de sacudirse el pesimismo es visitar Bodegas Cerrón en Fuente Álamo (Albacete), la firma de la que todo del mundo habla desde que lanzaron el proyecto Stratum de recuperación de patrimonio vitícola, y charlar con alguno de los miembros de la nueva generación. Para Juanjo Cerdán, “no se trata solo de las viñas viejas, sino de la cultura, de un modo de vida y del futuro de nuestros pueblos. El futuro no son los paneles solares ni las viñas viejas; el futuro es la agricultura y las buenas viñas plantadas en buenos sitios”.
Cerdán confiesa que siguen comprando viña, pero que, como muchas están desapareciendo, han empezado a adquirir terrenos (tienen ya siete hectáreas) donde históricamente hubo viñedos para plantar selecciones masales de sus parcelas viejas.
El camino no es fácil. Elena Pacheco todavía se emociona cuando recuerda cómo los problemas económicos que atravesó la familia a principios de los ochenta hicieron que se acogieran a una subvención de arranque que se llevó casi todas sus viñas por delante. Su padre solo salvó Mandiles porque había cavado uno a uno con su abuelo los hoyos para realizar la plantación tradicional en pie franco. Hoy se enorgullecería de ver cómo refleja la resiliencia de la región.
EL SECRETO ESTÁ BAJO TIERRA
Un parte importante de la capacidad de resistencia el viñedo jumillano está bajo tierra. El eje central del viaje de The Old Vine Conference se articuló bajo el lema “Soils for survival” (Suelos para la supervivencia) y llevó a sus participantes a explorar distintas calicatas de la mano de Joaquín Cámara Gajate, doctor en edafología y profesor de la UPM. Para Cámara Gajate, “en Jumilla se da la mezcla perfecta entre el manejo tradicional y las características de los suelos”.
De entrada, la antigua multiplicación por acodo (o tendal) genera un sistema radicular muy desarrollado y potente: “No es solo la raíz de una planta, sino una mega raíz de la que salen muchas plantas”, explica. Otros aspectos que potencian la resiliencia es el marco de plantación con densidades muy bajas por hectárea y el secano, que “aunque viene impuesto, hace que los suelos no estén salinizados”.
Los principales elementos comunes, según Cámara Gajate, son la profundidad, que permite que las raíces puedan colonizar ampliamente los suelos, la alta capacidad de retención de agua gracias al predominio de la roca caliza que aporta frescor y la pedregosidad en superficie que evita que se evapore el agua. Otros elementos comunes tienen que ver con la condición alcalina de los suelos (pH superior a ocho) contrarrestada por el bajo contenido en sodio.
El experto en suelo también destaca la escasa materia orgánica que aumenta la capacidad de conservación del vino. “Con más materia orgánica, tienes vinos más groseros y ricos en albúminas que resultan más inestables”, explica.
Pero quizás lo que más le sorprendió en la exploración de distintos perfiles es la capacidad de la monastrell de pie franco para adaptarse sin problemas a unos suelos con unos índices de caliza activa para los que existen muy pocos portainjertos compatibles. Es la particular heroína de un viñedo en el que hasta el último detalle parece estar enfocado a su supervivencia.
Finca Las Encebras 2023 Blanco, Viña Elena Bruma del Estrecho. Airén con 5-6 días de contacto con pieles y crianza en damajuanas con un poco de velo de flor. Polen, manzanilla, grado moderado, equilibrado y original. Además de poner de relieve el potencial de la airén local, demuestra que hay mucha vida en los blancos más allá de la fruta. 12,5% vol. 17 €.
Xenysel Pie Franco 2022 Tinto, Bodegas Xenysel. Viñas de 50 y 60 años del valle Hoya de Torres a 850-900 metros de altitud en el Término Alto de Jumilla vinificadas en acero inoxidable y sin presencia de madera. Excelente expresión de una monastrell entre exuberante y profunda a un precio que es un regalo. Ecológico. 14,5% vol. 7 €.
Olivares Umbría de la Hoya 2020 Tinto. Sustituye al antiguo crianza e incorpora el término umbría que nos gustaría ver con mucha más frecuencia en las etiquetas de Jumilla. Fruta en licor, con fondo herbal fresco. Muy sápido en el paladar; un gran encuentro de fruta y terruño. Ecológico. 12% vol. 15 €.
Terraje 2021 Tinto, Parajes del Valle. Monastrell de pie franco de dos parajes (Fuente de las Perdices y la Cañada de Albatana). Profundidad con frescor, fruta roja y sapidez en el paladar, y huyendo de la extracción. Gran relación calidad-precio. 13,5% vol. 17,50 €.
La Servil 2021 Tinto, Bodegas Cerrón. Cepas en pie franco en ladera entre los 860 y 940 metros en la zona de Fuente Álamo. Con el estilo elegante y refinado que caracteriza las elaboraciones de los hermanos Cerdán. Fruta roja, aromático, con mucha tensión y sensaciones tizosas en final de boca. Con certificación Demeter. 14% vol. 25 €.
Finca Monastasia Monastrell Pie Franco 2021 Tinto. Nuevo proyecto de capital chino que no ha dudado en arrancar con el elemento diferencial en la región. Cepas de más de 80 años de la Cañada del Cerro Blanco en Ontur (Albacete) a 800 metros de altitud. Fragante, especiado, con roble discreto. Sabroso e intenso, se bebe muy bien ya. 14,5% vol. 39 €.
Clío 2005 Tinto, Bodegas El Nido. Excelente prueba de que la monastrell envejece con gracia. El vino, que catamos en Bodegas El Nido y firma el enólogo australiano Chris Ringland, incluye un 30% de cabernet sauvignon en el ensamblaje. Profundo, fresco, pulido, realmente sorprendente. La añada en curso, 2021, ronda los 49 €.
Casa Castillo Pie Franco 2018. Techo de precio de la monastrell en la región y marca pionera en llevar el concepto de pie franco a la etiqueta. El viñedo se plantó en 1942. Es un vino profundo y tenso que aún se encuentra muy entero, con carga frutal evidente y gran complejidad. Excelente combinación de potencia y elegancia. Las últimas añadas se cotizan en el entorno de los 130-140 €.