La reactivación de catas y eventos que hemos notado en las últimas semanas y que estamos reflejando en una miscelánea de primavera, de la que ahora os traemos la segunda parte, nos ha permitido percatarnos una vez más de la gran diversidad de vinos y proyectos que tenemos en España. Nuevamente, los hemos ordenado por orden cronológico.
La ventaja de las catas virtuales es que te acercan a personajes a los que, en circunstancias normales, quizás tardarías mucho en llegar. Fue un placer catar online con Jorge Piernas, un joven de 33 años con experiencia en Sudáfrica, California y bodegas emblemáticas del sureste español como Mustiguillo y Enrique Mendoza, que ha iniciado con ayuda de su familia un pequeño proyecto de monastrelles de altitud en Murcia. Para ello se sirve de viñas del entorno de los municipios de Bullas y Cehegín situadas entre los 700 y 800 metros, pero embotella sin indicación geográfica.
Todo arrancó con una viña de 2,7 hectáreas. La idea inicial era vender las uvas hasta que se amortizara la inversión, pero cuando Jorge vio la calidad de fruta que tenía, se lanzó a elaborar su primer vino en la cosecha 2015. Ahora va ya por las 25.000 botellas.
Originario de Alcantarilla, también en Murcia, el vino ha estado siempre presente en la familia: su abuelo vendía vino, su hermano gestiona la distribuidora familiar de bebidas y su padre le abre mercado y le ayuda en las tareas de viña y bodega. Ahora Jorge ha contado estos vínculos con una entrañable trilogía de monastrelles que llevan los nombres de su abuelo, su padre y el suyo propio.
Juan Piernas 2018, el vino del abuelo, lo elabora con un clon viejo de monastrell de bajo rendimiento que fermenta en barrica abierta. Es un tinto poderoso y estructurado, con notas de mina de lápiz. El del padre es Antonio Piernas 2018, otro parcelario de buen peso en boca, pero con más presencia de fruta, toques herbales, considerable brío y taninos bien integrados. En cambio, en su Jorge Piernas 2018, busca un perfil más liviano y el máximo de frescor. Es una monastrell con notas de pimienta negra, herbales, grafito, paladar jugoso y acidez casi cítrica que resulta sorprendente incluso en esta zona donde se consiguen perfiles más vibrantes para la variedad. De los dos primeros ha elaborado unas 1.700 botellas, pero del último solo hay 600. El del abuelo se vende un poco más caro (32,5 € en Vinissimus, frente a 25 € los otros dos en Vinateros y Bodeboca).
Nuestra recomendación para adentrarse en el estilo fresco y a la vez rotundo de estos monastrelles de altitud es el tinto de entrada de gama El Banquete de Platón 2019 (9.000 botellas, 8,90 € en Bodeboca). El vino tiene un breve paso por tanques de inox y madera pero desde la añada 2020 se criará en grandes tinajas para emular los vinos que se hacían históricamente en la zona. Es una explosión de fruta negra y azul con toques de pimienta negra. Un tinto con energía, gran pureza de fruta y textura amable para beber por litros. Y una de las mejores relaciones calidad-precio que nos hemos encontrado últimamente.
Icono de modernidad desde su creación por Fernando Remírez de Ganuza a principios de los noventa, esta bodega parece sentirse cada vez más cómoda con los conceptos clásicos. Cuando la familia Urtasun se hizo con el 100% de la propiedad en 2019, el fundador, lejos de desligarse del proyecto, pasó a centrarse en su pasión, el trabajo en viña, mientras que José Ramón Urtasun se puso al frente de la comercialización y la estrategia. Uno de sus grandes objetivos es posicionar la marca en el mercado internacional de los vinos finos y para ello está recurriendo cada vez más a la venta de cantidades limitadas de añadas viejas.
La selección que se ofrece cada principio de año permite que restaurantes comprometidos con el vino como el nuevo Berria, que acaba de abrir sus puertas en pleno centro de Madrid frente a la Puerta de Alcalá, o el famoso 67 Pall Mall londinense, donde oficia el sumiller español Roberto Durán, ofrezcan algunos de estos vinos por copas. Urtasun ha conseguido posicionarlos también en muchos restaurantes españoles de primera línea desde el Celler de Can Roca y Abac en Cataluña pasando por Arzak, Berasategi, Akelarre o Etxebarri en el País Vasco hasta el nuevo Four Seasons de Madrid o el D-Wine de Marbella que cuenta con notables verticales de vinos españoles. En el ámbito internacional, la estrategia ha funcionado especialmente bien en China y hasta se ha hecho un hueco en el porfolio de la compañía de inversión Cult Wines, que hasta la fecha solo trabajaba con Pingus y Vega Sicilia.
Además de recoger distintas añadas de los grandes vinos de la casa (Reserva, Gran Reserva o Trasnocho), las 35 referencias a la venta en 2021 incluyen cuatro cosechas de Fincas de Ganuza y siete del Erre Punto Blanco que desapareció de la gama para dar paso a un blanco más serio criado en madera que en la actualidad se vende como Reserva y que desde junio, según nos anticipó Urtasun, estará acompañado de un blanco Gran Reserva que se estrena en una añada fría de muy mala fama fuera de las zonas mediterráneas, la 2013, pero que Urtasun considera excelente para blancos en Rioja Alavesa.
Otra cosecha que pasó con más pena que gloria en Rioja fue la 1997. Marcada por la lluvia, las temperaturas inusualmente frescas del verano bajaron bastante la calidad media en la zona. Pero el Remírez de Ganuza Reserva de esa cosecha que Urtasun me dio a probar en Berria tenía una nariz finísima (lácticos, especias dulces, regaliz, incienso, flor marchita) y una boca muy sutil, armoniosa y elegante, con taninos sedosos, excelente acidez y esos toques mentolados frescos de los riojas clásicos. Ya sabíamos que, con el tiempo suficiente en botella, los riojas modernos convergen con los clásicos, pero es fantástico ver cómo algunas elaboraciones se reafirman con el tiempo y retan el conocimiento que podamos tener de añadas concretas. En el mundo del vino no se pueden tener ideas preconcebidas.
Hay días que son tan intensos como especiales y ese 14 de abril parecía predestinado a viajar en el tiempo. Tras probar el excelente 97 de Remírez de Ganuza, me esperaba una cata online para conocer el proyecto muy personal del sumiller, formador y ahora también productor Xavi Nolla. Sus Vins de la Memòria, que siguen las huellas de su abuelo durante la Guerra Civil, son un ejercicio narrativo tan bello como desgarrador. Pocas veces el calificativo de historias embotelladas cobra tanto sentido como en la colección de vinos que recogen momentos clave del periplo de año y medio que llevó a Agustín Pérez Cano, andaluz emigrado a Cataluña y asentado en Badalona, a librar su parte de la batalla del Ebro y, tras la derrota republicana, a emprender la retirada y la huida hasta acabar en el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer, al otro lado de la frontera.
Nolla había investigado sus pasos años atrás para llenar el vacío de información que tenía la familia, tanto por el hermetismo de su abuelo sobre ese momento de su vida como por el hecho de que, al ser analfabeto, jamás se comunicó por carta durante aquellos años. Al constatar que muchos de estos lugares tenían tradición vitícola se planteó hacer un “vino de la memoria” que, finalmente, acabaron siendo siete. De ellos pude catar seis porque la añada 2018 de Plomb está agotada y la 2019 no ha salido aún al mercado. Para Xavi, esta colección es “un homenaje a Agustín y a todos los hombres y mujeres que sufrieron los daños de la guerra”. Está convencido de que “solo así, recordando, seremos capaces de no repetir la historia”.
Aunque desde el principio tuvo claro que los vinos tenían que estar a la altura del relato, me sorprendió que a la hora de elegir las ubicaciones y los viñedos que servirían de base a los vinos, se diera prioridad a la fidelidad histórica. Hay además una reflexión paralela sobre la forma de elaborar que tiene en cuenta tanto las tradiciones de cada lugar (se ha recuperado el trabajo en castaño para una mayoría de vinos) como el hecho de poder reflejar en los vinos las situaciones vividas por el abuelo. El recorrido sigue a la 27ª división en la que Agustín ejercía de zapador. Arranca en Terra Alta y continúa por Montblanc (Conca de Barberà), Bellmunt (Priorat), Badalona (Alella) y Argelès-sur-Mer (IGP Côte Vermeille).
El punto de partida es La Vall de Vinyes, un paraje de Villalba dels Arcs situado justo entre las líneas de las trinchera nacional y republicana de donde sale el blanco Labruixa, que toma el nombre del apodo que recibía la 27ª división. A partir del clásico suelo de panal (dunas fósiles) de Terra Alta se recupera el estilo de los brisados locales con 15 días con pieles para hacer un blanco de entrada de gama a partir de una mezcla de garnacha blanca y macabeo. También de Terra Alta es Loebre 2019, un blanc de noirs de cariñena y garnacha peluda de “segunda trinchera” (procede de Camí de Capsacades, entre Villalba y Corbera d’Ebre). La cariñena se trabajó con una hiperoxidación de mosto dejándola un mes y medio en depósito abierto de forma que el vino pareciera un blanco manchado que emula muy sutilmente el color del río teñido de sangre durante la larga batalla que tuvo lugar a sus orillas. Hay reminiscencias de frutos rojos en nariz y una boca fresca y sorprendente: con volumen y final salino. Mi vino favorito de la trilogía de Terra Alta fue La Memoria, una garnacha blanca de 14,5% vol. que rememora la última trinchera en la zona. Volvemos a los suelos de panal, pero sobre base calcárea y de una viña vieja del municipio de La Fatarella, plantada justo después de la guerra y envejecida en un bocoy de castaño de la hay algo menos de 1.000 botellas. Lo mejor es la acidez que sostiene ese perfil de garnacha más mediterránea y voluminosa con notas de monte bajo.
El vino que faltó en la cata fue Plom (plomo), el del campamento de la retaguardia, que se elabora con uvas del Camí de les Aubagues, una zona umbría de Bellmunt sobre los característicos suelos de pizarras de Priorat y que también se cría en bocoy de castaño. Es el único tinto de la colección junto con Pólvora, un fantástico trepat de Conca de Barberà con las clásicas notas de pimienta y herbales de la variedad, fresco, casi eléctrico y con persistencia. Se elabora con uvas del barranco de la Pascuala, una zona de muy poca insolación que lleva la vendimia al mes de octubre y que desemboca junto a una masía que sirvió de refugio a muchos soldados del bando republicano.
En su camino hacia Francia, Agustín se reunió brevemente con su familia en Badalona. Estaban escondidos en una masía en la montaña que hoy está casi totalmente derruida y que contaba con viñas en la época. Elbadiu se elabora con la única viña que se cultiva actualmente en Badalona. Es una pansa blanca (xarel.lo) trabajada como se hacía antiguamente, fermentada con pieles en bocoy de castaño. El vino se mostró algo cerrado y esquivo al principio, pero luego fue sacando su lado mediterráneo, toques cítricos y, sobre todo, la salinidad final en el paladar. Otro gran blanco de la colección y el único vino que no tiene certificación ecológica. La elaboración en todos los casos es lo más sencilla posible. Se parte de vendimias manuales, los vinos ni se clarifican ni se filtran y se embotellan con pequeñas dosis de sulfuroso.
Laplage, el último vino que evoca el campo de refugiados en la playa de Argelès-sur-Mer fue otro de mis vinos favoritos. Vuelve a ser parcialmente un blanc de noirs, en este caso por la parte de la garnacha tinta, que se mezcla con garnacha gris fermentada y envejecida en castaño. Hay además una parte por mil de un rancio dulce de 1939 que es imperceptible en el vino final. Gran acidez que da mucha tensión, jugosidad y sabrosidad en boca con notas de frutas blancas maduras y toques florales; un perfil con un prometedor desarrollo en botella.
Todos los vinos catados son de la añada 2019 con precios que van desde los 15 € de La Bruixa a los 40 € de Plom. La historia completa que hay detrás de cada uno se puede encontrar aquí.
Nos hemos permitido acabar con una rareza que tuvimos la oportunidad de probar la semana pasada: una experiencia de aceite afinado en bota de Jerez que lleva la firma de dos compañías referentes en sus respectivos campos y que además comparten proyección y reconocimiento internacional: la jienense Castillo de Canena por el lado del aceite y Lustau por el del vino, el único productor del Marco de Jerez que elabora en sus tres principales ciudades.
En cata virtual los hermanos Rosa y Francisco Vañó, propietarios de Castillo de Canena, explicaron el proceso de ensayo, prueba y error que habían seguido para intentar conjugar un mosto (un zumo de aceituna) pensado para consumirse con toda su frescura y juventud con la huella de un vino generoso particularmente viejo que navega por los caminos de la oxidación. Al final, hubo que soslayar la frescura de las cosechas tempranas que marcan el estilo de sus aceites y recurrir a un arbequino ligeramente maduro (cosechado unas tres semanas más tarde de lo habitual) en el que aparecían ya ligeras notas de frutos secos y se moderaban las sensaciones picantes y amargas. Por parte de Lustau se eligió una media bota con unos 240 litros de un amontillado de unos 50 años de vejez que nunca se había embotellado (se utilizaba para rociar soleras muy viejas) y que había pasado sus últimos años en crianza estática. Para evitar una microoxigenación excesiva que pudiera derivar en notas rancias se limitó el afinamiento a unas pocas semanas. Una vez embotellado el aceite, la bota se rellena inmediatamente de amontillado, aunque entre vaciado y rellenado se produzca una lógica evaporación.
El producto se ha bautizado como Arbequino Amontillado y tanto en nariz como en boca asoma inconfundible el sello del sur, lo que la periodista jerezana y madrina oficial del producto Paz Ivison describió como inconfundible olor a bodega (tierra húmeda, setas, velas, incienso). En boca es más redondo y amable que un aceite al uso y con sabores bien definidos de frutos secos. El “carácter de vino” es evidente también para los profanos. Mi marido, que está muy lejos de ser un wine lover empedernido, identificó enseguida el aroma a jerez y a mis hijos adolescentes les olió claramente “a vino”.
Los hermanos Vañó han identificado un montón de maridajes posibles: desde almendras saladas y conservas de pescados a patés, quesos o incluso chocolate. Yo lo utilicé para darle el último toque a una pasta con setas y funcionó muy bien sin llevarse todo el protagonismo. El precio es de unos 16 € la botella de 250 ml. Tomad nota, sherry lovers!