Esta bodega ubicada en la vertiente burgalesa de la Ribera del Duero es una institución en la región y uno de los mejores representantes del estilo de vinos potentes que aquí se elaboran. Los Sastre han cultivado viñas en La Horra por lo menos desde tiempos del bisabuelo. El abuelo Severiano fue miembro fundador de la cooperativa de la Asunción. El padre, Rafael, creó la actual bodega junto a sus hijos Pedro y Jesús en 1992, pero desde antes ya comerciaban con vino. El que procedía de sus viñas lo elaboraban aparte y lo repartían entre familiares, amigos y contactos cercanos.
Tras el fallecimiento de Pedro en accidente de tráfico en 2002, la viticultura y las decisiones de elaboración están en manos de Jesús quien trabaja las 55 hectáreas que la familia tiene en propiedad en Roa y La Horra. También se surte de uvas de unos pocos proveedores de siempre. El mayor activo de la bodega son las aproximadamente 25 hectáreas de viñas de más de 60 años que se destinan a sus tintos más emblemáticos empezando por el Crianza (unos 22 € en España, en torno a las 80.000-90.000 botellas) que puede evolucionar sorprendentemente bien en botella.
Los grandes tintos de la casa son vinos de parcelas o parajes situados en la parte meridional del municipio. La joya de la corona es el pago de Santa Cruz (52 €, unas 14.000 botellas), un cotarro situado a 849 metros de altitud en el límite con el municipio de Roa con viñas en distintas orientaciones y tonalidades diferentes en sus suelos. Se ha mantenido la elaboración tradicional en roble americano y existe una versión de gran reserva solo para exportación con unos 30 meses de crianza en barrica y tinos de madera. Regina Vides (75 €, alrededor de 6.000 botellas) incluye uvas de los pagos de Las Tenadas, Sendino, Hoyo de las Heras y El Bercial y tiene un perfil algo más refinado por su crianza en roble francés. Por último Pesus (unos 600 € en España, apenas 2.000 botellas) es una combinación de las viñas de El Bercial y Valdelayegua (otra viña de siempre de la familia) con un pequeño porcentaje de cabernet y merlot.
En el campo, llevan más de 30 años sin utilizar abonos químicos ni insecticidas y realizan muchas labores, como la poda, de acuerdo a los ciclos lunares, como se ha hecho toda la vida en la zona. Aunque no están certificados, casi no utilizan cobre porque están convencidos de que mata la vida del suelo y azufran con polvo de mina para controlar las arañas, los ácaros y, sobre todo, el oídio, que es el problema más importante de la zona. Esta viticultura sana les permite trabajar con levadura natural en todos sus vinos (ni siquiera hacen pie de cuba) y finalizar fermentaciones sin problema incluso en vinos con graduaciones de 15% vol. Las nuevas plantaciones las llevan a cabo con madera de sus viñedos más emblemáticos o clones de tempranillo poco productivos.
El resto de la gama se completa con Viña Sastre Roble (unos 12 €), el vino de mayor producción de la bodega para el que se busca un perfil más frutal y directo, con unos seis meses de crianza en barricas de tres años. Existe desde siempre el rosado Marcelina Gómez (unos 12 €, 3.000 botellas) que durante unos años se acopló a la moda de los colores más pálidos y estilo ligero, pero que desde la cosecha 2017 ha recuperado su estilo de maceración de un día y sangrado para aportar toda la intensidad y golosidad de la tempranillo local.
La gran rareza es el blanco Flavus, elaborado no con albillo sino con jaén a partir de la recopilación de cepas de blanco de sus viñedos viejos. Este vino que no se elabora en todas las añadas y pasa desapercibido en su juventud, resulta mucho más interesante con evoluciones superiores a cinco años en botella.
