
Originario de Madrid, Carlos Sánchez estudió en la Escuela de la Vid de e inició su trayectoria profesional en la cooperativa de Méntrida (Toledo, Castilla-La Mancha), en un momento en el que las garnachas de Gredos empezaban a despegar. Sus primeros vinos propios, de hecho, los elaboró en esta zona, en el municipio de Cadalso de los Vidrios, bajo la marca Las Bacantes. Se trata de un blanco de albillo real (unos 24 € en España) y un tinto de garnacha (19 €) de viñas viejas, ambos acogidos a la DO Vinos de Madrid, pero que produce en cantidades extremadamente reducidas.
Sánchez también es un gran amante de Rioja. Siempre ha sentido una gran fascinación por el paisaje de la Sonsierra, hasta el punto de hacerse en 2008 con una casa en Cuzcurrita del Río Tirón para pasar los veranos con su familia y en la que se instaló de manera permanente en 2018.
Esto le permitió atender mejor el pequeño proyecto de 3 Viñerones que creó en 2015 en la zona junto a Javier García (4 Monos) y Nacho Jiménez (La Tintorería) y en el que buscan expresiones de fruta frescas y crujientes con vendimias relativamente tempranas. Aquí elaboran dos vinos: Sedal (tres parcelas de San Vicente de la Sonsierra, 7.800 botellas, 19 €) y el especiado La Esquirla del Bardallo (35 €), a partir de un viñedo de tempranillo plantado en 1982 en el paraje del Bardallo, también en San Vicente.
En la cosecha 2019, además, empieza a desarrollar su proyecto personal en Rioja. Para ello cuenta con una hectárea propia de viña en el paraje La Salud en Labastida, a unos 500 metros de altitud, con la que espera elaborar un blanco y un tinto con la marca Veravier que combina los nombres de sus hijos Vera y Javier; y una parcela de apenas 0.2 hectáreas en San Vicente de la Sonsierra, en el camino que sube a Rivas de Tereso. Es como un pequeño mirador asentado sobre suelos calizos de donde sale, desde la cosecha 2019, el tinto de tempranillo La Bendecida (unos pocos cientos de botellas, 95 €), al que ve como su gran vino de guarda: firme y necesitado de botella.
Para el resto se abastece de viticultores locales, casi siempre buscando la parte caliza de los suelos, en zonas medias y altas, situadas por encima de la carretera que conecta los municipios de la Sonsierra. La excepción es el entrada de gama Bienlarmé Lágrimas Bellas (2.500 botellas, 20 €, tempranillo con un 8% de garnacha) en el que hay mayor proporción de suelos de arcilla para buscar un tanino más fácil y accesible. El perfil es herbal y especiado, con abundante fruta roja, cuerpo medio y agradable complejidad aromática. El nombre se ha construido como un juego de palabras (bien-la-armé, por un lado, y larme, que es lágrima en francés)
En la cosecha 2020 salió al mercado Buradón Las Plegarias en versión blanca (25 €) y tinta (40 €) a partir de las uvas que le proporcionan dos viticultores de San Vicente de la Sonsierra. Son unas 1.700 botellas de cada referencia. El blanco es un 100% viura que procede de una de las clásicas cabezadas, o partes altas de parcelas donde los suelos son más pobres, y al que saca notas cítricas y sápidas, mientras que el tinto es una elegante y refinada garnacha procedente del paraje de La Rad que, para Sánchez, no es el más fresco, pero sí quizás de los más equilibrados del municipio.
La gama se completa con Los Montes Bellos del Buradón (40 €, 1.300 botellas), que se estrena en la cosecha 2021 y vendría a ser su premier cru. Son uvas del paraje El Saúco compradas a un viticultor de Labastida. Con el nombre del municipio en la etiqueta, el tinto es un coupage de 70% tempranillo con un 30% de uva blanca que aporta una acidez característica. La estética de la presentación está inspirada en una etiqueta de 1962 del mítico productor de la Borgoña Henri Jayer. Dentro de la misma línea de premier cru, hay un blanco de producción muy reducida (apenas 500 botellas) en preparación y que, a 100 € botella, será el vino más caro de toda la gama.
En elaboración, se utilizan habitualmente porcentajes variables de raspón, la fermentación se realiza en acero inoxidable o tinos de madera y la crianza en barricas de formatos grandes. Las etiquetas, de inspiración francesa, utilizan de manera recurrente la figura del gallo, símbolo de luz y fe. Fue una idea del diseñador, que asociaba estos conceptos a la personalidad de Carlos. Aunque por el momento las producciones son muy reducidas, el objetivo es alcanzar las 25.000 o 35.000 botellas entre todos los vinos.
Junto a Javier García, Sánchez también trabaja como asesor enológico de la bodega de Albacete Finca Élez. Y está poniendo en marcha un nuevo proyecto en Rioja junto a la familia Canadell, catalanes emigrados a Francia tras la Guerra Civil que se han especializado en el sector de la madera, primero como proveedores de duelas para barricas y luego creando sus propias tonelerías. De momento, cuentan con una decena de hectáreas propias entre San Vicente y Labastida y han adquirido una bodega en este último municipio. Es miembro además del grupo de productores riojanos Martes of Wine.
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