Pasión por el vino español

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Para disfrutar de las preciosas vistas de los montes Tellamendi y Anboto desde la terraza de Arteaga Landetxea hacen falta dos cosas: un coche para subir la estrecha y empinada carretera que va desde el barrio de Garagartza a las afueras de Arrasate-Mondragón y un día con cielos despejados, algo quizás más complicado, pero no imposible en esta Euskadi cada día más cálida a cuenta del cambio climático.

Si el tiempo no acompaña, el botellero refrigerado a la entrada de la sala principal del restaurante seguro que alegra el día a cualquier aficionado al vino. Allí hay blancos, jereces y espumosos, principalmente de España y Francia, que son solo una parte de las aproximadamente 1.500 referencias que van rotando con frecuencia y que se sirven en copas Gabriel Glas. También hay tintos, por supuesto, que van desde Rías Baixas al Ródano pasando por Rioja. De gestionar la parte líquida se encarga Maider Larragaña, sumiller apasionada del vino, mientras que su marido, Igor Ezpeleta, es quien mantiene vivos los fogones.

Ambos son antiguos alumnos de la Escuela de Hostelería de Oñati y tras trabajar en diversos establecimientos de la región, en 1998 decidieron adquirir este caserío del siglo XV y arreglarlo poco a poco, con gusto y cariño, para transformarlo en su hogar y su lugar de trabajo.

La planta baja está dominada por una gran sala —la del botellero—, decorada con piedra y madera y con espacio para un centenar de comensales. Es habitual en los fines de semana de primavera y principios de verano encontrar celebraciones de bodas o grupos, que son una parte importante del negocio, lo que no impide al resto de las mesas disfrutar de un servicio atento y ágil, dirigido por la siempre sonriente Maider.

La oferta gastronómica —entre semana se ofrece un menú del día a 29 €— se centra en la cocina tradicional vasca y se surten, siempre que pueden, de verduras de la huerta que tienen junto al caserío. Las sirven en solitario —como las deliciosos guindillas fritas de verano— o para acompañar otros platos del menú, muchos de ellos cocinados a la brasa como la jugosa lubina que tomamos el día de nuestra visita o, para los más carnívoros, el solomillo o la txuleta. En general son raciones generosas, pero seguro que ningún comensal se puede resistir al pan —que sabe a pan de verdad— y compran en un caserío de la comarca. Los postres, también caseros, son sencillos en la presentación pero igualmente deliciosos.

Para quienes quieran explorar los alrededores de Arteaga y disfrutar del entorno —hay numerosas rutas de senderismo por la zona, fronteriza con las otras dos provincias vascas—, Maider e Igor cuentan con seis habitaciones en el mismo caserío. Y.O.A.